Índice de ¡Qué es el arte? de León TolstoiCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo 13

Dificultad de distinguir el arte verdadero de su falsificación

De sobra sé que la mayoría de los hombres, hasta los más inteligentes, con dificultad reconocen una verdad, aun la más sencilla y evidente, si esta verdad les obliga a tener por falsas ideas a las que están aferrados, que han enseñado a otros y sobre las cuales han formado su vida. Así es que abrigo poca esperanza de que lo que digo de la perversión del gusto en nuestra sociedad, sea admitido por mis lectores, o siquiera tomado seriamente en consideración. Y, sin embargo, no puedo menos de plantear la conclusión a que fatalmente me conducen mis escarceos sobre el problema del arte. Esta conclusión es que lo que la mayor parte de nuestra sociedad mIra como arte, como arte bueno, como el colmo del arte, lejos de ser eso, no es otra cosa que una falsificación del arte verdadero. Esta conclusión parecerá, ya lo sé, extraña y paradójica; pero si solamente admitimos que el arte es una actividad humana, por medio de la cual ciertos hombres transmiten a otros sus sentimientos y no un culto de la belleza, ni una manifestación de la idea, ni nada parecido , nos veremos forzados a admitir aquella conclusión como está empleada. Si el arte es una actividad por la que el hombre transmite a otros sentimientos, fuerza nos será confesar que todo lo que llamamos arte en nuestra sociedad, de todos esos dramas, cuentos, novelas, cuadros, bailes, etc., apenas si la cienmilésima parte procede de una impresIón sentIda por el autor, no siendo el resto mas que falsificaciones de arte, en donde el gusto, el ornato, los efectos y el interés reemplazan al contagio del sentimiento. He leído en alguna parte que sólo en Paris el número de pintores pasa de veinte mil; probablemente, habrá otros tantos en Inglaterra, otros tantos en Alemania, otros tantos en el resto de los países de Europa. Resulta, pues, que existen en Europa cien mil pintores; aproxImadamente ; y sin duda se encontrarán también cien mil músicos y cien mil literatos. Si estos trescientos mil individtios producen cada uno tres obras por año, se puede contar anualmente con cerca de un millón de pretendidas obras de arte. Y ahora, ¿cuántos inteligentes en arte son impresionados por ese millón de obra? Sin hablar de las clases trabajadoras, que no tienen idea alguna de esas producciones, apenas s.i los hombres de las clases superiores conocen un millar de ese millón, y si pueden acordarse de una por cada diez mil. Consiste esto en que las tales obras son sólo simulacros de arte, no producen más que la impresión de un pasatiempo para la muchedumbre de los ri'cos, y están destinadas a desaparecer tan pronto como son producidas.

La situación de un hombre de nuestra sociedad que pretendiese descubrir una obra de arte verdadero entre la masa de obras que quieren pasar por artísticas, se asemeja a la de uno a quien condujesen, durante dos Ieguas, a lo largo de una calle, cuyo pavimento fuese de mosaico de pedrería artificial, y quien quisiera reconocer el único diamante, rubí o topacio verdadero que él suponga poderse encontrar entre aquel millón de falsificaciones.

Aun más: la dificultad de distinguir las obras de arte verdadero está en nuestros días acrecéntada por el hecho de que la calidad exterior del trabajo en las obras falsas, no sólo no es peor, sino que frecuentemente es mejor que en las verdaderas; pues la falsificación produce más efecto que el arte verdadero y sus asuntos son siempre más irtteresantes. ¿Cómo, pues, distinguir el arte verdadero del falso? ¡Cómo distinguir entre un millón de obras de similor, una cuya forma externa no se diferencia de las otras?

Para un hombre cuyo gusto no estuviese pervertido sería esto tan fácil como fácil es para un animal que no tiene el olfato pervertido seguir un rastro en una selva, aunque se entrecruce con otros cien. El animal encuentra indefectiblemente ese rastro. Y lo mismo haría el hombre, si sus cualidades naturales no estuviesen pervertidas. Encontraría infaliblemente, entre millares de objetos, la única obra de arte verdadero, es decir, que le comunica sentimientos particulares y nuevos. Pero no puede esto suceder con aquellos cuyo gusto ha sido pervertido por su educación o su manera de vivir. En ellos la facultad natural de ser impresionados por el arte se encuentra atrofiada, y al valuar las obras de arte se ven forzados a dejarse guiar por la discusión y el estudio, que contribuyen aún más a descaminarlos. Y tanto es así, que la mayor parte de los hombres en nuestra sociedad son absolutamente incapaces de distinguir una obra de arte de su más grosera falsificación. Estos hombres se condenan a permanecer horas enteras en el teatro, para escuchar obras de Ibsen, de Maeterlinck, de Hauptmann o de Wágner; creen obligatorio el leer las novelas de Zola, Huysmans, Bourget o Kipling, mirar los cuadros que representan, o bien cosas incomprensibles, o bien otras que pueden ver mejor en la vida real; y consideran como una necesidad para ellos estar enamorados de todo eso, imaginándose que es arte, mientras que las obras de arte verdadero les inspiran profundo desprecio, sencillamente porque, en su círculo, aquellas obras no están catalogadas entre las obras de arte.

Y así, por extraño que esto pueda parecer, afirmo que entre los hombres de nuestra sociedad, de los cuales algunos componen versos, novelas, óperas y sinfonías, pintan cuadros y esculpen estatuas, y discuten y condenan, y exaltan mutuamente sus producciones, afirmo que; entre todos esos hombres, hay apenas un centenar que conocen el sentimiento producido por una obra de arte, y distinguen ese sentimiento de las diferentes formas de diversión y de excitación nerviosa que pasan, en nuestros días, por obras de arte.


Índice de ¡Qué es el arte? de León TolstoiCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha