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Capítulo 14

El contagio artístico, criterio del arte verdadero.

Y, sin embargo, hay un signo cierto e infalible para distinguir el arte verdadero de sus falsificaciones: es lo que llamaré contagio artístico. Si un hombre, sin esfuerzo alguno de su parte, recibe, en presencia de la obra de otro hombre, una emoción que le une a él, y otros han recibido al mismo tiempo igual impresión, es que la obra, en presencia de la cual se encuentra, es una obra de arte. Y una obra que puede ser bella, poética, rica en efectos e interesante, no es obra de arte si no despierta en nosotros aquella emoción particular, la alegría de sentirnos en comunión artística con el autor y con los hombres en compañía de quienes leemos, vemos o escuchamos la obra en cuestión.

Sin duda, éste es un signo por completo interno, y sin duda las personas que jamás han experimentado la impresión producida por una obra de arte, pueden lmaginarse que el entretenimiento y la excitación nerviosa que provocan las falsificaciones constituyen impresiones artísticas. Pero tales personas no son como los daltonistas, a los cuales nadie puede convencer de que el color rojo no es el color verde. Fuera de ellas, para todo hombre de gusto no pervertido o atrofiado, el signo que dejo dicho conserva todo su valor, permitiéndole distinguir claramente la impresión artística de todas las demás. La particularidad principal de esta impresión consiste en esto: en que el hombre que la recibe, encuéntrase, por decirlo así, confundido con el artista. Le parece que los sentimientos que le transmiten no provienen de otra persona, sino de si mismo, y que cuanto el artista expresa, él mismo pensaba, hacia tiempo, expresarlo. La obra de arte verdadero suprime la distinción entre el hombre a quien se dirige y el artista, como asimismo entre aquel hombre y todos los demás a quien se dirige la obra. Y en esta supresión de toda separación entre los hombres, en esta unión entre el público y el artista, consiste la principal virtud del arte.

¿Experimentamos este sentimiento en presencia de una obra? Es que se trata de una obra de arte. ¿No lo experimentamos, no nos sentimos unidos al autor y a los hombres a quienes la obra está dedicada? Es que no hay arte en la obra. Y no solamente el poder del contagio es el signo infalible del arte, sino que el grado de ese contagio es la única medida de la excelemcia del arte.

Cuanto más fuerte es el contagio, tanto más verdadero es el arte, como tal arte, independientemente de su contenldo, es decir, del valor de los sentimientos que nos transmite.

Y el grado del contagio artístico depende de tres condiciones: 1° de la mayor o menor singularidad, originalidad, novedad de los sentimientos expresados; 2°, de la mayor o menor claridad en la expresión de esos sentimientos; 3°, de la sinceridad del artista, o de la intensidad mayor o menor con que experimenta él mismo los sentimientos que expresa.

Cuanto más singulares y nuevos son los sentimientos, más se aferran al individuo a quien se transmiten. Este recibe una impresión tanto más viva, en cuanto es más singular y más nuevo el estado de alma a que se encuentra transportado.

La claridad con que son expresados los sentimientos determina en segundo lugar el contagio, porque, dada nuestra impresión de estar unidos con el autor, es mucho más grande nuestra satisfacción, si se encuentran claramente expresados aquellos sentimientos que, desde hace tiempo, nos parece experimentar y que acabamos de expresar felizmente.

Pero, sobre todo, el grado del contagio artístico se determina por el grado de sinceridad del artista. Desde que el espectador, el oyente, el lector, adivinan que el artista está emocionado por su propia obra, se asimilan todos sus sentimientos; y por lo contrario, cuando adivinan que el autor no produce su obra para sí mismo, que no siente lo que expresa nace en ellos un deseo de resistencia, y ni la novedad del sentimiento, ni la claridad de la expresión les lleva a la emoción deseada.

Hablo de las tres condiciones del contagio artístico; pero, en realidad, las tres se reducen a la última, que exige al artista que experimente por cuenta propia, los sentimientos que expresa. Esta condición implica, en efecto, la primera, pues si el artista es sincero expresará el sentimiento tal como lo ha experimentado; y, como cada hombre difiere de los demás, los sentimientos del artista serán tanto más nuevos para los demás hombres, cuanto más profundamente los haya él experimentado. Y, de la misma manera, cuanto más sincero es el artista, con mayor claridad expresará el sentimiento nacido en su corazón.

La sinceridad es también la condición esencial del arte. Esta condición está siempre presente en el arte popular, y falta casi siempre en el arte de las clases superiores, en el que el artista tiene siempre en cuenta las circunstancias de provecho, de conveniencia o de amor propio profesional.

He aquí, pues, por qué signo cierto se puede diferenciar el arte verdadero de su falsificación, y cómo es posible medir el grado de excelencia del arte, como arte en sí, independientemente de su contenido. Pero se presenta ahora otro problema: ¿por qué signo se distinguirá, en el contenido del arte, cuál es bueno y cuál es malo?


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