Índice de Teorías del derecho y el Estado de Rudolf StammlerAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

La razón del Estado

I. Nicolás Maquiavelo nació en 1469 en Florencia. En 1498 entró al servicio de su patria que se había constituido en República en 1494. La restauración de los Médici por el Papa Julio II en 1512 le costó su destino. Su participación en conspiraciones republicanas le llevó a la prisión por algún tiempo. Todos sus esfuerzos por reintegrarse al servicio público fueron vanos y en 1527 murió en su finca La Strada cerca de Florencia.

Maquiavelo dejó cuatro obras importantes: Sobre el Arte de la Guerra, Historia Florentina, El Príncipe y Discursos (Consideraciones sobre la primera década de Livio). Aquí interesan las dos últimas, escritas simultáneaniente y publicadas sólo en 1531. El Príncipe lo dedicó a Lorenzo de Médici, la otra a dos amigos republicanos. De ello se ha querido sacar una contradicción consistente en que de un lado recomienda la monarquía y de otro la República inspirada en la antigua Roma. No hay razón para ello. Maquiavelo sostiene que ninguna forma del Estado es la mejor y que las instituciones políticas necesariamente han de cambiar.

En esto se apoya en Aristòteles recordando el ciclo que éste registra en la historia política: instauración como soberano del más fuerte y apto, degeneración de los sucesores, gobierno aristocrático en manos de los que por su alteza espiritual, nobleza de sentimientos y riqueza aparecían superiores a los demás, luchas intestinas entre sus sucesores por el egoísmo y la violencia, creación de una democracia que lleva al desenfreno de la multitud y es nuevamente sucedida en el poder por un soberano. Raramente sin embargo sigue un Estado toda esta trayectoria. Por lo general se derrumba en el camino (Discorsos I, 2).

Maquiavelo saca de la experiencia que se refleja en la historia política una serie de reglas y de consejos para el político, sobre todo para el soberano. Al lado de muchas observaciones acertadas y útiles se encuentran sin embargo otras que siempre se han considerado infundadas y nocivas. Por ejemplo, la aniquilación de una dinastía que ha sido superada o de una ciudad libre que ha sido vencida; recomendación de la felonía si conviene al interés del Estado y su célebre consejo: Si un príncipe se quiere mantener en el poder ha de aprender a no ser bueno (Príncipe, C. 3,5,15, 17, etc.).

II. El esclarecimiento de esta contradicción tiene sus dificultades.

Una explicación puramente histórica que se limitase a referir el origen de aquella teoría a la situación del autor en aquel momento, nos dejaría a oscuras sobre su justificación sistemática. La simple constatación de que Maquiavelo vió y tomó a los hombres como son no resuelve el problema. Pues él proclama su doctrina y sus consejos partiendo del supuesto de alcanzar con ellos un resultado justo.

Por ello el libro del Príncipe no ha podido librarse de ser tomado por una sátira - aun cuando sin razón. Pues la clase de consejos que Maquiavelo da es la misma para la monarquía que para la República; hasta se da frecuentemente el caso de darlos simultáneamente para ambas (por ejemplo, en los Discursos I, 10; 10 y sigs. y 51; II, 20 y sigs.; III, 3, 19 etc.). De hecho contienen casi siempre observaciones sagaces y seriamente acertadas, impregnadas de un ardiente patriotismo (Príncipe, 26). No hay motivo alguno para calificarle simplemente de monstruo moral como lo hizo Federico II en su Antimaquiavelo (1740).

III. En verdad Maquiavelo persigue un estado de cosas objetivamente justificado. Sólo que a él le bastan la formulación jurídica y la coacción estatal. Los hombres - dice - son naturalmente malos (Discursos I, 2; Príncipe c. 17, 18) y las leyes los hacen buenos (Discursos, I, 3). Así fue Maquiavelo el fundador de la Razón de Estado que tanto se ha invocado desde él y que toma como medida suprema de la voluntad humana el imperativo del Estado en el lugar y el tiempo.

Por este razonamiento se explica que Maquiavelo llegase a considerar lícito cualquier medio para el establecimiento y mantenimiento de un Estado fuerte. Así la religión es para él solamente una organización externa para apoyar el orden estatal (Ver, Discursos, I. 11). Para Maquiavelo sólo son malas leyes las que favorecen el debilitamiento de la coacción estatal (Ver, sin embargo, El Príncipe c. 15).

IV. La doctrina de Maquiavelo, sometida a un examen crítico, resulta deficientemente fundada.

Ante todo le falta la necesaria distinción del derecho y la moral y no menos del derecho y del Estado. Pero, más que eso, su desarrollo carece de claridad sobre la medida última y definitiva e interiormente fundada, de una voluntad jurídica.

El carácter de lo bueno no puede consistir simplemente en acomodarse a los artículos de un derecho estatal. Pues éste tiene sólo trascendencia condicional y limitada. Para constatar una voluntad fundamentalmente justa hay que enfocar el anhelo nacido empíricamente hacia la idea de la pureza de la voluntad. Nos hemos de imaginar una voluntad que esté libre de todo anhelo subjetivo del individuo volente y juzgar el contenido concreto de una inspiración jurídica con esta idea de la voluntad pura.

Si el derecho históricamente dado, por su particularidad, no da la medida ideal de lo bueno y honorable, resulta infundada la opinión de Maquiavelo que no puede haber otra norma de valoración que la observancia del derecho positivo. No quiere esto decir que no deba protegerse por fuera y por dentro el derecho vigente contra su infracción arbitraria: derecho y fuerza no son contradictorios, sino que se han de completar en lo necesarío. El derecho, como una clase especial del querer humano, debe encontrarse por el método crítico. Con relación a la fuerza se plantea el problema psicológico de cómo llega a tener vigencia una voluntad comprendida como derecho. Sin esto último no tiene valor práctico alguno la reflexión crítica sobre el concepto del derecho.

En esto tenía razón Maquiavelo; pero con ello no nos dió la norma orientadora de la misión del político y el legislador. Esta misión no se agota con la imposición de un derecho tal como es, sino que culmina en su constante rectificación y mejoramiento según la idea de la Justicia. Hacia ella se ha de dirigir aun el derecho más fuerte. La idea de Justicia y no el derecho del más fuerte (como lo hace notar Fichte en su comentario a La Política de Maquiavelo) justifica la aspiración a liberarse de la opresión arbitraria del enemigo y del extranjero con cuya invocación Maquiavelo da brillante remate a su tratado del Príncipe (Príncipe c. 26).

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