Índice de Determinismo y responsabilidad de Agustín HamonCuarta lecciónSexta lecciónBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIÓN QUINTA

LA RESPONSABILIDAD


I.- El instinto de defensa, raíz de la idea de responsabilidad. Evolución de la defensa (respuesta refleja, venganza individual, colectiva, talión, derecho de castigar, códigos). - II.- Evolución del concepto de responsabilidad (proceso de restricción y de extensión). - III.- Responsabilidad implica libertad moral para los filósofos y los códigos. - IV.- El campo de la responsabilidad se restringe de más en más. Lucha de legistas y de médicos. - V.- Estados mentales supresivos de la responsabilidad moral.


I

El instinto reflejo de la defensa, ha escrito Letourneau, es la raiz biológica de las ideas de derecho de justicia, puesto que él es, evidentemente, la base misma de las leyes, de la ley del Talión. El sér humano, lo mismo que el animal golpeado, responde por instinto, golpe por golpe. Obra automáticamente, y esto se presenta no solamente entre los salvajes, sino también entre los seres más civilizados. Casi siempre, cuando recibe de improviso un golpe, responderá cuanto antes, cuando menos atenuando el golpe, lo que no haría el salvaje, el animal. En estos últimos el acto no es deliberado; el acto reflejo se desenvuelve a modo de un muelle. La reacción sigue inmediatamente a la acción, sin espera de reflexión. El autor del acto sufre inmediatamente la reacción provocada por su acto. Darwin aporta como testigo el hecho siguiente, que ilustra muy bien esta aserción. Un individuo de la Tierra del Fuego y su mujer, se dedícaban a la pesca de moluscos y otros animales marítimos inferiores, en las playas, entre las rocas. Habían recogido un cesto lleno. Llegó el niño de los pescadores y tumbó el cesto. En seguida el padre agarró a su hijo y le machacó la cabeza contra una roca. El padre replicó al punto al acto de su hijo, sin deliberación ninguna.

En este instinto de defensa es necesario ver la raiz de la idea de justicia que se acompaña de la idea de responsabilidad. Yo no entiendo por instinto una facultad especial puesta en nosotros por un creador. Yo lo entiendo un estado particular a ciertos actos, y sentimientos que la costumbre de hacerlos o de sentirlos ha hecho penetrar en nosotros poco a poco. Como innato, el instinto no es más que el encabezamiento, la encarnación, la incrustación en nuestros centros nerviosos de una cierta categoría de actos o de sentimientos comunmente producidos. Este encabezamiento en las células nerviosas hace que lleguen a ejecutarse, a producirse espontáneamente, automáticamente, independiente de la conciencia.

El instinto de defensa, de protección de sí mismo, hace que el hombre primitivo, como el animal, devuelvan golpe por golpe. El autor del golpe responde de este golpe. Es el gerente, es el responsable. Este autor puede también ser un objeto, una cosa inorgánica. El animal herido por una piedra, por una flecha, ataca a esta piedra, a esta flecha. Ella es a quien juzga el responsable de su herida. Lo mismo hace el salvaje, que supone un soplo, un yo no sé qué en toda cosa que le lesiona. Pegará, golpeará una roca, un árbol, un río, que le hayan herido o perjudicado en algo. De este perjuicio es responsable la roca, el árbol, el río, por el hecho mismo de que es la roca quien desprendiéndose lo ha herido, el río por el hecho de haber sumergido su canoa. La responsabilidad nace de la simple atribución de un acto a algún sér o a algún objeto. Esta idea primitiva de la responsabilidad se encuentra aún entre nuestros salvajes actuales, entre nuestros niños, que a menudo han llegado a golpear los objetos contra los cuales habían tropezado. Hace lo menos dos siglos que en nuestros países se consideraban aún como responsables las cosas, los animales y los cadáveres.

A la acción refleja de pura defensa, a la respuesta del golpe por el golpe, sucedió la respuesta a largo plazo. La idea de venganza aparecía. Con Puglia, contrariamente a la opinión de Ferri, pensamos que la reacción inmediata del golpe por el golpe y la reacción diferida de la venganza, corresponden a épocas prehistóricas sucesivas. Cierto que el gran principio encontrado por todas partes: Natura non fecít saltus, tiene aquí su aplicación. Imposible imaginar una línea de demarcación entre estas épocas, porque las maneras diversas de reacción se entrelazan puesto que las modificaciones de los organismos no se hacen más que progresivamente. No es, pues, dudoso que la reacción inmediata (golpe por golpe) y la reacción diferida o venganza han coexistido. Necesariamente, las formas existentes en una época se derivan de formas existentes anteriormente, y esta sucesión se efectúa insensiblemente por medio de una serie de usurpaciones de formas unas sobre otras. Si estas dos maneras de reacción se encuentran en una misma época, no parece cierto que la una haya precedido a la otra. La reacción diferida a largo plazo, no ha podido nacer a tiempo que la reacción inmediata, puesto que ella corresponde a un estado psíquico diferente. En efecto, no puede haber reacción diferida, venganza, sino hay memoria. De donde se deduce que el hombre, en el momento en que se deshacía de la animalidad, su memoria no podía estar, no existía más que en embrión. El desarrollo cerebral era corto, la reflexión comenzaba a ganar terreno al instinto, los actos voluntarios reemplazaban, algunas veces, a los actos involuntarios. La reacción diferida necesita de la memoria, la cual implica reflexión, esfuerzo voluntario para recobrar contra un perjuicio más o menos largamente sufrido. Hay, pues, desarrollo cerebral más grande en el hombre que se venga, que en el hombre que responde reflexivamente. La reacción cesa de ser refleja para convertirse en reflejada. Hubo, pues, sucesión en la génesis de estas maneras de reacción, aunque coexistiesen rápidamente.

La venganza fue en un principio individual, bajo el punto de vista del sujeto y bajo el punto de vista del objeto. El individuo lesionado no consideraba como garante del perjuicio, más que al autor de este perjuicio. No se dirigía más que a él. El autor del acto era el único responsable. Siempre la idea de responsabilidad era inherente al autor, animado o no, cierto o presumido, del acto perjudicial.

Pero el sér humano se desarrollaba cerebralmente. Se agregaba a sus semejantes, convirtiéndose en animal social. La necesidad de sociabilidad, bajo la presión de mil ambientes, se incrustaba poco a poco, se inscribía en el aparato mental de los hombres, se convertía en sentimiento de sociabilidad. La mentalidad se vió acrecentada por esas nuevas condiciones de vida. La reflexibilidad se desarrolla. Las asociaciones de ideas se extendieron. El humano se apercibió de que se vengaba también indemnizándose con cosas poseídas por el autor del perjuicio. El círculo de acción de la venganza se extiende de el individuo autor a las cosas animadas o no pertenecientes al individuo. El que toma venganza busca castigar a su enemigo destruyéndole y cogiéndole las armas, sus útiles de pesca y de caza, los productos de su caza y pesca, sus esclavos, sus mujeres, sus hijos, que se confundían muchas veces con los esclavos. La responsabilidad civil pecuniaria, tiene aquí su origen. El lesionado busca reparar o hacer reparar el daño que ha sufrido.

Pero la humanidad progresaba. El individuo lesionado se apercibió de que se vengaba también castigando a un individuo del grupo de que formaba parte el autor del daño. La colectividad de que formaba parte el miembro lesionado se apercibió de que esta lesión individual llegaba también a ella, puesto que esta lesión debilitaba al grupo en su totalidad. La reacción colectiva se imponía. Y de este modo la venganza colectiva se produjo, se desarrolló. Pero el sentimiento de solidaridad acreció, puesto que era necesario para resistir a los ataques múltiples de los grupos entre sí. La venganza colectiva, por una parte, dió origen a la guerra o lucha externa con el extranjero; por otra, al aparato judicial o lucha interna. La reglamentación de la venganza colectiva o individual se impuso pronto, para evitar las dispersiones de las unidades agrupadas, y la dislocación de las agrupaciones, la desaparición de los seres. Y la venganza dió lugar al talión. La responsabilidad no era solamente individual, se convertía en colectiva, y por largo tiempo fue de la tribu, de la familia, del vecindario.

En Persia, Siria, Asiria, en las Indias, la mujer y los hijos del criminal sufrían el mismo suplicio que él. En China, las penas tenían el carácter colectivo: toda la familia del criminal sufría la pena de muerte.

La legislación china considera como un delito el hecho de dejar la tierra inculta. Castiga la persona del propietario y la de los jefes del pueblo y del distrito. Bien se ve el carácter colectivo de las penas, que también existe en la Indochina.

Lo mismo entre los judios, puesto que el Deuteronomio dice: que no es necesario hacer morir al padre por los hijos, ni a los hijos por sus padres.

En Inglaterra, antes del siglo X, la mujer era castigada por el crimen de su marido. En el siglo XI, el gremio respondía del delito de uno de los suyos.

En Roma, en México, ciertos crímenes religiosos llevaban consigo no solamente el castigo de la familia, sino también el de la villa natal. En Alemania, los vecinos eran responsables. En Francia, en el mismo siglo XVIII, la familia de los regicidas era castigada. Los padres de Ravaillac y de Damiens fueron desterrados. La ordenanza criminal de 1670 admite que las comunidades de las capitales, villas y pueblos pueden cometer crímenes; el alcalde, entonces, les personifica. El se somete al interrogatorio y a todas las fases de la instrucción, hasta la tortura. En vísperas de la Revolución francesa, en 1789, muchas actas piden el mantenimiento de las órdenes del rey en interés de las familias. Es necesario hacer bien el reparto, dice una de ellas, del prejuicio que convierte, sobre todo en la nobleza, a la familia solidaria de los actos de cada uno de los que la componen.

Extendiéndose a la colectividad, la responsabilidad cesó de tener por base la simple atribución; a esta se juntaba la noción, imprecisa sin duda, del sentimiento de similitud social. El individuo o al colectividad que se vengaba sobre otra colectividad pensaba que, cada unidad de aquellas, era similar al individuo autor del acto dañino; era apto para cometer, hasta cometería; aprobaba este acto; había empujado a cometerlo.

El talión se desarrollaba, se estableció. Aquello fue el ojo por el ojo, el diente por el diente del Pueblo de Dios. Subsistió poco un hecho, viviendo en los espíritus, por que en el siglo XVIII, Kant escribía aún: Solamente el derecho del talión puede dar determinantemente la calidad y la cantidad de la pena. Ahora aún, en muchos de nuestros actos, si se analizasen se encontrarían huellas. El talión desapareció, interesándose las gentes por la dulcificación de la venganza, por el rescate. El talión se codificaba. Se trazó una escala de responsabilidades. La responsabilidad quedaba intacta, pero la medida de la reparación variaba según la lesión.

Naturalmente, todas estas maneras de reacción contra lo nocivo, desde el golpe por el golpe, hasta el rescate, pasando por la costumbre del talión, se han realizado sucesivamente por el tiempo. Pero también las maneras precedentes usurpaban algo a las siguientes, subsistían conjuntamente, y aún en nuestras sociedades civilizadas podemos ver la reacción refleja del animal apenas hombre, la reacción reflejada y diferida del individuo, luego la venganza colectiva (familias, nacional, profesional), el rescate codificado, etc. Lo que diferenciaba las épocas entre ellas, era la asociación de un nuevo modo de reacción, el acrecentamiento de este modo, la diminución de los precedentes.

La humanidad evolucionaba. La ley del talión, modificándose, se transformó por medio de un proceso lento en costumbres diversas, luego en leyes, y, por fin, en códigos. El derecho de castigar derivó insensiblemente del hecho de castigar y, progresivamente, se erigió tal como era, intacto y soberbiamente sostenido hace unos cuarenta años.


II

La responsabilidad, en un principio basado sobre la atribución del mismo hecho, se había restringido sin cesar lentamente. Las cosas no organizadas fueron en un principio reconocidas y responsables; lo mismo, el niño al crecer cesa de de golpear el arbol contra el cual se ha herido, de tener rabia a la piedra que le ha hecho vacilar. Luego fueron los animales y por fin los cadáveres de los humanos. ¡Pero que lento ha sido este proceso! Hasta en nuestras civilizaciones, encontramos la responsabilidad de los animales y de los cadáveres. Sin necesidad de recordar a Xerjes que hizo flagelar el mar, ¿no tenemos una multitud de procesos incoados a animales con todos los requisitos procedentes? Bajo Francisco I, en la época de Rabelais se litigó contradictoriamente la causa de las orugas y de los arrendatarios de granjas. En 1396 en Palaise se ahorcó una marrana por haberse comido la cara de un niño. En 1474, en Kablenberg, un gallo fue judicialmente quemado por haber puesto un huevo que también se hechó a la hoguera. En 1552, el juez de instrucción de Chartres, condenó a ser ahorcado a un cochinillo culpable de haber muerto una niña. En 1677, en Hédé (Ille-et-Vilaine) una gallina fue solemnemente quemada, juntamente al individuo que había cometido con ella el crimen de bestialidad. Hacia el fin del sigio XVII, en Bretagne, varios cadáveres fueron condenados a la horca o a la exposición. Y aún hoy, en las ejecuciones en efigie, ¿no se puede entrever una especie de supervivencia de la idea de responsabilidad de las cosas inanimadas? Notemos de paso que esta responsabilidad es una consecuencia de la idea que nuestros antepasados prehistóricos tenían de las cosas que les lesionaban. Elios lo animaban todo, imaginaban en todo un soplo, de yo no se que muy vago.

Por una parte la responsabilidad se había restringido, por otra se había ensanchado. Con el individuo autor del hecho había englobado a los padres, a los compañeros de este individuo, al grupo colectivo de que formaba parte. Se basaba sobre la atribución del hecho junto con la similitud social de los seres solidarios, miembros de la colectividad. La responsabilidad tendió a convertirse otra vez en individual, a no alcanzar más que al autor del perjuicio; pero aún hoy, en las costumbres sino en los códigos, la idea de responsabilidad colectiva sobrevive. Las causas han desaparecido. La lucha es menos brutal, la resistencia menor, la solidaridad menos fuerte. Sin embargo, la idea se sostiene ... debilitándose. Lázaro Carnot ha podido decir al final del siglo XVIII: No hay inocentes entre los aristócratas. Así afirmaba la responsabilidad de clase que Emilio Henry sostenía también en 1894 al escribir entre los burgueses no había inocentes. La opinión pública, hoy aún, llega hasta atacar a los padres de un criminal y, estos, muchas veces, piden el cambiar los nombres. Se tuvieron ejemplos cuando el caso Dreyfus. Cuando el delincuente forma parte de una profesión con caracteres muy distintivos, como la magistratura, el sacerdocio, el ejército, o una profesión ejercida por un número reducido de individuos, como el Parlamento, los cuerpos constituídos del Estado (Ingenieros, etc.,) toda la corporación, el cuerpo es atacado según la opinión pública y de otros miembros de el cuerpo. También muchos de estos últimos, para encubrir estos delitos, cometen nuevos. La responsabilidad colectiva sobrevive aún en las relaciones entre las naciones. Así un país entero es responsable de un acto cometido por uno de sus ciudadanos en ciertos casos. La guerra, algunas veces, resulta de esta responsabilidad. En tiempo de guerra, un soldado comete crueldades y todos los soldados del mismo pueblo son responsables. En las guerras coloniales los oficiales civilizados hacen o dejan hacer crueldades parecidas a las cometidas sobre sus tropas por los indígenas. Todos son responsables. Los habitantes de ambos sexos, los más inofensivos, responden de los actos de los beligerantes. En Argelia, en Toukin, etc., esto ha sido erigido en regla. Es una manera de gobernar. A estos actos de represalias colectivas, júntase la idea de intimidación. La responsabilidad colectiva existe pues, en hecho, lejos de haber desaparecido. Está en vías de desaparecer, pero en el Código ruso, establecido en 1885, la confiscación de los bienes se aplica a varios crímenes, y llega no solamente al individuo reputado culpable, sino a los suyos.


III

La exclusión de los animales del campo de la responsabilidad ponía a plena luz el hecho de que la atribución sola del acto no podía servirla de base y coexistía otro elemento. Este elemento era la posibilidad de querer o de no querer el acto. El autor del acto estaba reputado responsable, habiendo querido el acto. Esta idea, ligera en un principio, excesivamente vaga, fue analizada, sistematizada por filósofos y teólogos. Los legisladores se apoyaron en ella para basar la responsabilidad moral. Análisis y sistematización condujeron a la creencia de que los humanos poseían, como cualidad esencial, la libertad volitiva, el libre arbitrio. La atribución pura y simple o responsabilidad objetiva ha preexistido a la responsabilidad subjetiva. De la cotidiana experiencia de los hechos, el hombre ha sacado poco a poco, ha destilado la idea abstracta de la responsabilidad moral. Esta no ha dado a luz la reacción individual o colectiva que sigue a la acción juzgada perjudicial; ella es, al contrario, el producto. La responsabilidad moral no es más que la sistematización de los hechos de atribución y de defensa reactivas. Lo mismo observó Tarde, que la libertad volitiva se encuentra en el fondo de todas las teorías sobre la responsabilidad, sean contrarias o no al libre arbitrio. La condición sine qua non de la responsabiildad es la libertad moral. Esto es tan verdad que, queriendo mantener el concepto de responsabilidad moral, los filósofos y los teólogos deterministas se han fatigado la inteligencia para imaginar en algún sitio una libertad que pudiese servir de fundamento a la responsabilidad. Eran raros los que, como Amaury de Rennes, en el siglo XII, osaban sostener, en nombre de la doctrina cristiana que, para el hombre no hay ni mérito ni demérito. Preferían, a menudo, hacer lo que hizo Kant. Este ilustre metafísico imaginó una libertad existente en el mundo de los noumenos, y creyó, por esta logomaquia, haber dado un asiento a la responsabilidad. Fouillée, aunque determinista convencido, crea una libertad que no existe, él mismo lo confiesa. Pero tiene necesidad de ella para sustentar la responsabilidad, que se hunde sin esta libertad. Nosotros colocamos, dice, el fundamento de la responsabilidad moral de la pena en una libertad ideal, no en una libertad ya actual, como el libre arbitrio de los espirituaiistas, esta libertad es, a nuestros ojos, un fin, no una causa propiamente dicha. En una palabra, la legitimidad moral de la pena se deduce, según nosotros, de la libertad ideal, concebida como el principio del derecho, y su legitimidad social se infiere de la común aceptación de este ideal por el contrato. Siciliani admite una libertad relativa, de una vaguedad desesperante y siempre con el simple fin de sentar sólidamente la responsabilidad vacilante. Delbeuf, un defensor del libre arbitrio con esta misma intención, lo reduce a una incierta y flotante facultad dilatoria, a una especie de veto suspensivo que, verdaderamente, vacila demasiado para basar en él la responsabilidad moral.

Luego en las teorías filosóficas, la responsabilidad reposa siempre sobre el libre arbitrio. El abate de Baets lo dice formalmente: La imputabilidad no puede encontrar una base sólida más que en el libre arbitrio; este, sólo puede ser tenido como responsable de su acción, determinándolo a su gusto.

Los legisladores han acompañado a los filósofos y teólogos. Se han inspirado en esta manera de ver, en la redacción o la codificación de sus leyes. Con razón ha podido escribir un magistrado, Fabreguettes: Todas las legislaciones criminales, antiguas y modernas, se han basado en esta idea que el hombre nace con una doble facultad, incluida en la conciencia: por una parte, la facultad de conocer el bien y el mal; por otra la de escoger siempre entre el bien y el mal.

Sí, todos los códigos han sido hechos basandose en esta idea de que los conceptos del libre arbitrio y de responsabilidad están ligados indisolublemente.

Para determinar la responsabilidad individual, no basta la sola atribución del hecho. Es necesario que el individuo a quien se atribuye esté en posesión de su libre arbitrio. Aquí está el fundamento de la responsabilidad, tal como la conciben actualmente nuestros códigos y nuestra moral ... oficial.

Lógicamente de esta responsabilidad moral resultaba el derecho de castigar. El individuo estaba libre para querer o no su acto; debía, pues, ser castigado por haber ejecutado su acto y debía ser castigado porque esto le servía de lección a él y a los demás, y sobre todo para expiaciones de su delito. Efecto del proceso seguido por la humanidad en movimiento, la idea de Dios, de un mundo sobrenatural, ha nacido y se ha desarrollado. La expiación se ha convertido en necesaria; no importa que la pena sea ejemplar, educativa; es necesario sea una expiación. El dolor físico o moral, inflingido al autor de un perjuicio no es más que la simple respuesta de un individuo o de una colectividad a la lesión sufrida. Con el tiempo no han habido transformaciones, y este dolor ha sido reglamentado, codificado. Es una expiación, una cosa agradable a las potencias sobrenaturales, pero se quiere hacer pasar por acción educativa y por otras cosas. No es este el lugar apropiado para examinar la evolución del derecho de castigar o la evolución de la morfología de las penas. Es suficiente indicar que derecho y modo de castigar se derivan de la responsabilidad y del concepto de expiación.


IV

Para ser responsable, era necesario no solamente haber sido el autor del acto, sino también se fuese campos mentís. Todo ser animado fue considerado como tal, puesto que se vieron animales grave y judicialmente condenados y ejecutados. Pero el espíritu de exámen se desarrolla sin cesar, e hicieron restricciones a esta responsabilidad. Una minoría de vanguardia se esforzaba, continuamente, para conseguir este resultado, demostrando, por medio de análisis, la irresponsabilidad de muchos delincuentes. Los juristas, fieles guardianes de la tradición, resistían. Más, bajo los esfuerzos incesantes del espíritu humano progresando se esparcía, desapareciendo la responsabilidad primeramente en los animales, luego en los cadáveres humanos, aunque las leyes macedatorias no habían sido anuladas. Caían en desuso, subsistiendo muertas en el bosque espeso de las leyes y los reglamentos. Pero continuaba el movimiento restrictivo del campo de la responsabilidad. Algunos probaron a comprender la locura, pretendiendo que, bajo su imperio, los individuos no eran campos mentis. Los juristas resistían siempre. El juez no tenía que informar sobre ese punto, en Francia, en el siglo XVIII. No tenía que averiguar si el delincuente estaba loco o no. Ni tenía una idea de esta averiguación. En 1616, por ejemplo, un presidente del Parlamento de Burdeos, De Lancie, mandó a la hoguera varias mujeres locas, aduciendo que es una cosa monstruosa ver en la Iglesia más de cuarenta mujeres ladrando como perros, haciendo en la casa de Dios un concierto y una música tan desagradable que no es posible continuar haciendo oración. Basta tomarse el trabajo de revisar los millares de procesos comprendiendo la magia, la hechicería u otro crimen análogo también poco real, para espantarse al ver con que facilidad se condenaba a la hoguera a pobres seres culpables solamente de poseer un sistema nervioso desequilibrado y vivir en tiempo de profunda ignorancia.

Pero sin embargo ya germinaba la idea de la irresponsabilidad de los atacados de locura, porque un magistrado de aquella época, Serpillón, se levantó contra la costumbre de la ley. Era verdaderamente excepcional. Parece que antes de 1789 los locos no existiesen ... bajo el punto de vista legal.

A menudo se raciocina como aquel magistrado que condenó a muerte por asesinato a un loco, porque, decía él, dudaba no fuese más necesario ahorcar un loco, que un hombre de buen sentido. Hay muchos comentarios a la ordenanza de 1670, diciendo: El que está furioso o es insensato no tiene voluntad alguna y no sabe lo que hace; así es que no debe ser castigado, lo está bastante por su locura. Si el que ha cometido el crimen tiene intervalos de lucidez, se presumirá, en caso de duda, estaba desequilibrado en el momento de la acción.

Estos comentarios tenían un valor práctico ... nulo. En efecto, la locura estaba clasificada entre los hechos llamados justificativos, es decir, que su prueba no estaba admitida hasta después del proceso. Había también decretos dando orden a los jueces de no tomar en cuenta el estado de locura, de demencia cierta; y juzgar con todo rigor. Desde entonces son los magistrados quienes aprecian el estado de espíritu de los acusados. ¡Ellos no conocían nada y estaban convencidos de su profundo saber! Era loco el furioso, el que cometía aberraciones, el que desentona en su medio de un modo muy característico e invariable, nos dice Corre y Aubry.

En Inglaterra el idiota y el totalmente loco eran los que solamente escapaban a la responsabilidad legal. Un juez, Tracy, se explicaba de este modo: Para reconocer si un hombre está loco, hasta el punto de poder escapar al castigo legal, no basta tenga desarreglada la inteligencia o haya en sus actos algo de inexplicable; es necesario que esté totalmente privado de inteligencia y de memoria y que como un niño, un bruto o bestia salvaje, no sepa lo que hace. Hé aquí los hombres no castigados nunca por la ley.

En suma, el número de los que están reconocidos como locos, en lo criminal es ínfimo, y aún así no escapan a las condenas.

En hecho, a fines del siglo XVIII, en Francia y en toda Europa, el campo de la responsabilidad continuó abierto a todos los humanos, porque todos, dementes o no, fueron considerados como en posesión de su libre arbitrio. La demencia es una causa de atenuación de la pena en que se ha incurrido por ciertos crímenes. Es una especie de gracia. También las leyes de la Revolución francesa fueron mudas sobre la demencia, tan viva y vigorosa estaba en los espíritus de los legisladores la tradicional idea de que ningún ataque debía sufrir el principio de responsabilidad moral.

Fueron necesarios los retumbantes trabajos de Pinel sobre las enfermedades nerviosas para poner en movimiento el tradicionalismo de los juristas, para empujar a reobrar contra su misoneismo. Los códigos debieron inspirarse en estas nuevas miras sobre la responsabilidad de los humanos. El código penal francés, en su artículo 64, dice: No hay crimen ni delito cuando el acusado estaba en estado de demencia en el momento de la acción, o cuando ha sido obligado por una fuerza a la que no ha podido resistir. El artículo 71 del código penal belga es la reproducción del anterior. El código penal alemán es más explícito, puesto que, para que haya crimen, considera necesario que en el momento del acto el agente haya poseído la libertad de su voluntad. En España, el artículo 31 del código penal considera como irresponsables al imbecil, demente, alienado, permanente o no.

¿Pero cual es el estado de demencia fijado por el Código? Juristas y médicos se lanzarían a la busca de su criterio. Los primeros buscaban mantenerlo en estrechos límites, no dejarle cubrir más que a individuos absolutamente insensatos en todos sus actos y en todos sus razonamientos. Los últimos al contrario, demostraron tendencia a extender este estado a muchos que el vulgo y los jueces miraban como en posesión de su razón. La lucha fue épica y no cesaba. Aun continua. Por una parte los sostenedores de la tradición, del inmutable principio de la responsabilidad moral, integral e inviolable. Esos son los juristas, los legistas. Por otra parte, los médicos, a los que más tarde se juntaron los antropólogos, luego los filósofos por fin los sociólogos sostienen, basándose en la observación y la experiencia, la irresponsabilidad de un gran número, sino de todos los humanos.

Bajo el incesante esfuerzo de los sabios, los juristas han cedido poco a poco, ceden cada día un poco más el campo que victoriosamente han ocupado por tantos siglos. El Código penal francés, es como en 1810; pero gracias a los Esquirol, Leuret, Marc, Calmeil, Parchappe, Moreau (de Tours), Morel, Tardieu, Lespine, Legran du Saulle, etcétera, el campo de la irresponsabilidad se ha ensanchado considerablemente. La idea que se tenía de la demencia ha cambiado con la extensión de los conocimientos humanos. Si se revisan los grandes procesos criminales de principios de siglo (de 1810 a 1840), se convence uno de que los magistrados y las inteligencias de entonces, penetrados de la idea de responsabilidad moral absoluta, repelían enérgicamente toda tentativa a ella dirigida, y hacían prevalecer, con todo cuidado, en todas circunstancias, el honor moral del crimen, la perversidad del criminal. En todos los países, puede hacerse la misma observación. En los comentarios del Código penal belga por el abogado general Servais, se lee que la demencia comprende todas las formas de las enfermedades mentales. Sin embargo, ciertas modalidades de las turbaciones mentales, como la embriaguez, el sonambulismo, estados apasionados (cólera etc.), no entran en la demasía. En todas partes hoy en día son juzgados y responsables seres que hace unos veinte años, unos cincuenta años y más, hubiesen sido considerados como responsables. Para llegar a este resultado, ¡cuantas luchas, cuantos locos, cuantos imbéciles, condenados y hasta ejecutados! Los magistrados de principio de siglo, lo mismo que los de hoy desde luego, se juzgaban capaces de conocer la locura lo mismo que los médicos. De hecho, se trataba, simplemente, de medir la incoherencia o el desarreglo de las facultades intelectuales, y esto todo hombre de juicio lo podría perfectamente hacer, escribe aún hoy el presidente Fabreguettes. El argumento del que a cada instante usaban nuestros magistrados para condenar a los alienados, era el de que tenían el conocimiento del bien y del mal. Sabían desimular, urdir un plan y defenderse a menudo con mucha destreza.

A esto, Brierre de Boismont respondía perentoriamente: No es necesario conocer estas enfermedades para servirse de parecidos razonamientos ... El alienado es un sér que ordinariamente se parece a un hombre razonable ... que piensa, obra, se impresiona como él, pero no puede rechazar su concepción delirante, su alucinación, aun cuando quisiera hacerlo, porque su voluntad está paralizada Los magistrados, los juristas, los legistas, parecían poner su amor propio en conservar el mayor número posible de responsables, en condenar siempre. La costumbre profesional, agregándose a la educación y la instrucción en el fin profesional provocaba estos esfuerzos de resistencia valerosa contra los esfuerzos contrarios de los médicos y de los sabios. Y se podía oir a Troplong, el ilustre jurisconsulto, sostener, con enorme gasto de talento, el error de la indivisibilidad de la razón humana y ridiculizar a los alienistas. Los comparaba a los médicos de Moliére, acabando con estas líneas groseramente falsas: Creo que la medicina legal no ha añadido ningún progreso serio a las doctrinas recibidas en la jurisprudencia y que ella no debe olvidar. En Troplong se puede ver una muestra del estado de espíritu particular a los magistrados, estado mental que hacía decir a uno de ellos: Si la monomanía homicida existe, es necesario curarla en la plaza de la Gréve, estado psíquico que fue causa de tantas condenas y ejecuciones de individuos.

En 1886, un celador en jefe declaraba había en la prisión en la cual estaba empleado doce detenidos, al menos, en los que la locura era presumible. El doctor Gutsch, médico de las prisiones de Báden, estableció que él ha podido probar, en muchos detenidos, una turbación evidente de sus facultades que permitían admitir que estaban atacados de locura en el momento de cometer sus crímenes. En el sumario de la comisión inglesa para estudiar la pena de muerte, en 1865 loord Sidney Godolphin, inspector del asilo de Denham, reconoció que la pena de muerte había sido aplicada a varios alienados. En 1864, el jurisconsulto Fytzroykelly declaró que, desde 1800 se habían ejecutado en lnglatera 60 alienados. El docctor Madden ha afirmado que, en el intervalo de algunos años, 11 alienados fueron condenados a muerte y de éstos, 8 fueron ejecutados. El doctor Vingttrinier, en 1853, dice que, sobre un total de 4300 condenados, se habían separado 262 alienados. El doctor Cabadé observa, justamente, estaban en aquella época las nociones de locura moral en embrión, por consiguiente, bajo de la verdad. Según Krafft Ebing, el presidio está lleno de locos morales, víctimas de errores judiciales; Verga es de la misma opinión y pretendo que la rareza de los locos morales en los asilos de pobres es debida a estar los enfermos en los presidios, mientras que los ricos escapan a las condenas y van a los asilos. El jurisconsulto Edmon Picard nos decía un día: El director de una cárcel de Bélgica me declaró hace veinte años: En mi prisión hay una tercera parte de locos, una tercera parte de inocentes y, solamente, otra tercera parte de culpables. Basta echar un vistazo a las revistas, periódicos y libros consagrados a las cuestiones psicofisiológicas, a las afecciones mentales, para ver un número considerable de individuos, notados como atacados cerebralmente, quienes han sufrido una o muchas condenas. El doctor Cabadé ha deducido, de esta observación, que existían, aún, muchos individuos condenados por los tribunales, que eran irresponsables por tener el cerebro enfermo. El asesino Jobard era un alienado, según Tardieu, y fue condenado a trabajos forzados; Verger, el asesino del arzobispo Sibour, era también un enajenado, y fue ejecutado. Una monomaniaca de homicidio, Henrriette Cornier, fue condenada a cadena perpetua en 1827, a pesar de la consulta médico legal de Marc. En 1830, el jurado de Calvados condenaba a muerte a una joven incendiaria de quince años. Ella estaba en cinta y apunto de caer en una monomanhi religiosa patente: Ernest Platner cuenta que, contrariamente al informe de la Facultad de Leipzig, una jovencita de catorce años fue condenada a muerte en 1824. En Versailles, en 1827, una mujer fue condenada a trabajos forzados a pesar de que tres médicos la declararon irresponsable. Volúmenes enteros podrían llenarse con relaciones de casos análogos, de enfermos reconocidos como tales por la ciencia contemporánea, eondenados por los magistrados y los jurados influídos por aquellos. Parece que la magistratura se espante ante la idea de que un individuo pueda escapar a la condena por ella preparada. No tiene cuidado más que en condenar y no en prevenir el daño. Parecería una ofensa buscar el modo de arrancarle un condenado afirmándole, probándole, que era irresponsable. Asi es que descuidaba muy a menudo antes, menos ahora, aunque es bastante frecuente aún hoy, consultar a los alienistas. Basta con abrir los anales judiciales, para contar por millares los procesos en que, estando indicada la intervención de los médicos fue rechazada la magistratura. Varias veces, las opiniones de los alienistas se toman como nulas, y la magistratura condena como responsables a individuos absolutamente irresponsables. En los tribunales franceses como en los alemanes, los italianos como los ingleses, belgas u otros, pasan desapercibidas las afirmaciones, las pruebas de los hombres de ciencia. Haré notar que la oposición de los magistrados siempre ha sido menor cuando se ha tratado de causas civiles. El campo de la irresponsabilidad es bastante más amplio en aquellas causas que en las criminales. El mismo individuo es bajo el punto de vista criminal, campos mentis y, bajo el punto de vista civil, non campos mentis. Parece justo condenar a un hombre que no ha sido juzgado apto para tener cuidado de sí mismo o de sus cosas. Es el principio de la propiedad el que, en parte, causa estos ilogismos.


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En el estado actual de nuestras costumbres judiciales, numerosos estados mentales están teóricamente comprendidos bajo el término demencia, que figura en el artículo 64 del Código penal francés. En las otras naciones, los mismos estados psíquicos están tambien mirados, como causa de irresponsabilidad o de responsabilidad atenuada. Digo teóricamente, porque, de hecho, durante los procesos, hay considerables variaciones, y muchos enfermos son aún condenados. Los errores judiciales son demasiado frecuentes. Los completamente paralíticos son a menudo las víctimas. De 1885 a 1890, fueron sacados de la prisión al asilo de Sainte-Ame (París) 76 individuos cuya afección terminó con la muerte. A veces, este traslado tuvo lugar algunos días después de haber comparecido ante tribunales. Los completamente paralíticos son absolutamente iresponsables, sean los que sean los delitos cometidos: robos, incendios, muertes, holgazanería, golpes, ultrajes públicos, atentados al pudor, estafas, etc. No sería demasiado insistir, por mucho que se hiciese, sobre la necesidad de la intervención tutelar del médico para aclarar la justicia sobre la irresponsabilidad de estos acusados. (Magnean et Sérieure). La magistratura casi nunca recurre a ello, y los desgraciados paralíticos son condenados casi siempre y todo eso sucede cuando ellos confiesan fácilmente que son inocentes del crimen o delito que se les imputa. Los que confiesan son tratados de cínicos; los desmemoriados, de comediantes y las condenas suelen ser siempre más severas para con éstos ... enfermos. Los que padecen de delirio, manía persecutoria o se acusan como autores de frecuentes crímenes son también irresponsables; y no tan fácilmente se demuestra esta irresponsabilidad. En este punto hay que acudir a los informes médico legales. Para los que constituye una enfermedad crónica, el delirio, hay que demostrar las relaciones existentes entre el crimen cometido y la manía tradicional que haya ya producido perturbaciones sensoriales de importancia en el enfermo.

Estos enfermos parecen muchas veces no delirantes, hasta a las personas convivientes con ellos. Conservan con fuerza su razón, su inteligencia, su lógica, y pleitean muy bien en sus concepciones delirantes. Sus deducciones, sus inducciones, son lógicas reflexionadas; pero el punto de partida -alucinaciones, ilusiones, es falso.- Cualquiera que sea la causa del crimen, cualquiera que sea la lógica con que el enfermo quiera justificar su acto, aunque sea la premeditación, el delirio crónico -escribe el profesor Magnom- de ninguna manera puede ser declarado responsable del delito el enfermo.

Cuando se trata de los que sufren manía persecutoria, es necesario reconstituir su existencia y poner en claro en sus actos todo el producto de un cerebro desequilibrado. él que sufre esta enfermedad conserva también la memoria, la lógica, la actividad intelectual, pero con cierto desequilibrio mental. Es como el que padece delirio crónico reconocido irresponsable por los alienistas, sin que haya entre ellos divergencias, pero, dado el espíritu de los jueces, muchos de estos enfermos han sido condenados, y hasta ejecutados. La alienación mental de estos enfermos no aparece bastante visible a los ojos de los magistrados prevenidos de que hay un culpable, un responsable en todo inculpado. Otras causas de irresponsabilidad, probadas por la ciencia y aceptadas por los tribunales ... algunas veces solamente, son las desórdenes psíquicos determinados por la menstruación. Esto ha salido de los trabajos de Brierre, de Boismont, Racibarski, Vogel, Icaro. La Kleptomania de las mujeres en los grandes almacenes de novedades es un hecho innegablemente demostrado. Los trabajos de Lacassagne, Legrano de Saulle, Lumier, Letulle, Lasegue, etc., son claros. A menudo las ladronas en los grandes almacenes no son objeto de persecuciones si son ricas; sucediendo lo contrario si son pobres, las persiguen judicialmente, y las condenan con frecuencia. En los Annales médicopsicológicos abundan los hechos. La necesidad posible del objeto robado, es para los magistrados prueba de responsabilidad en la ladrona. Aquí está la concepción infantil contra la que protestan las averiguaciones de los alienistas.

La piromania es muy frecuente en las mujeres en la época de la pubertad de la edad crítica (Ernest Platuer, Osiander, K. Henke, Marc, Marandon de Montyel). Los abundantes casos en que mujeres absolutamente irresponsables fueron condenadas por incendios voluntarios siendo realmente involuntarios, impulsivos. En 1835, en Calvados, una joven de 15 años fue condenada por esta causa sin que el tribunal pensase en aclarar los hechos por medio de la ciencia médica. En 1858, la hermana Rosalía, fue condenada a 5 años de trabajos forzados por incendio. Se podrían citar ejemplos hasta el infinito. Lo mismo de las monomanías homicidas, de las nimfomanías, y cuantos otros casos acaban por condena ... de irresponsables. En una tesis, en 1880, el doctor Boyer cita muchos ejemplos; una mujer de cuarenta y siete años condenada por su vida desarreglada, otra condenada a trabajos forzados por haber muerto a su marido porque la incomodaba en las relaciones con su hijo: eran dos enfermas mentales. El doctor Icard, en su libro sobre La Tenune pendant le periode menstruelle, ha recogido un sinfín de actos comprobantes. Si se leen los trabajos de Krafft Ebing, Moll, Chevalier, Lanpts, Leriense, Raffalovich, etcétera, se convence uno de que las perversiones, las inversiones sexuales que frecuentemente han traido condenas, eran absolutamente impulsivas, irresistibles. Conocimos un hombre, joven, de buena posición, en quien el apetito genésico era tal que las más feas, sucias y viejas prostitutas no le repugnaban. Casado con una mujer cariñosa a la que no dejaba descansar tampoco, abandonaba un baile, una reunión, una soirée, para ir a fornicar con la primer aprendiza prostituta, en un lugar cualquiera, de los campos Eliseos, retornándose luego, ligero, satisfecho, como si hubiera cumplido una misión. Sabe que se le puede pillar, que ultraja las costumbres y que es condenable; sabe que se ensucia, pero no puede impedir el hacerlo. Este hombre es, por lo demás, parecido a los restantes hombres, de inteligencia brillante y aparentemente nada denota en él esta triste tarea ... La impulsión para ejecutar es tal que todos los razonamientos que a sí mismo se hace no pueden impedir su ejecución.

El carácter impulsivo, obligante de las manifestaciones eróticas, se presenta en muchas personas, clasificadas como degeneradas. La nimfomania, la vatiriasis en grados mayores o menores de desarrollo, no son raras. El exhibicionismo lleva aparejadas frecuentemente las condenas, así como toda la serie de perversiones sexuales. Y siempre los agentes tienen conciencia completa del estado, y hay falta de impulsión por satisfacer la necesidad, cueste lo que cueste.

Todos los días nos codeamos, en la vida, con gentes, verdaderos enfermos, que van, vienen, se ocupan de sus negocios frecuentemente mejor que las gentes llamadas razonables, y son sin embargo absolutamente irresponsables de sus actos. Hay alienados, muy numerosos que viven en apariencia como todo el mundo.

Capaces de ocupar en el mundo situaciones importantes, hacen todos los dlas y a cada instante operaciones intelectuales muy complejas siendo realmente, irresponsables. (Cabadé).

En todos los degenerados existen turbaciones de la voluntad; en todos aparecen obsesiones, impulsiones, lo que llamaban ante monomanias: la dipsomanía, la impulsión homicida, cuando la impulsión es exagerada la abulia, cuando las tendencias motrices son demasiado débiles para provocar la ejecución del acto. El dipsomano, el homicida obsesionado tienen conciencia de esta obsesión pero están incapacitados para resistirla. Magnan, P. Garmer, Ladame, Benedickt, etc., han señalado muchas veces estos hechos. Esos son individuos responsables, y de ellos hay muchos en los presidios al decir de los alienistas. Las causas más diversas pueden en estos degenerados, que, frecuentemente fuera de la obsesión especial son como todo el mundo, pueden, digo, hacer despuntar la idea obsesionadora, la impresión irresistible. El doctor Marro ha visto que era en la época de la pubertad cuando los crímenes contra las personas eran más frecuentes. Otros estados fisiológicos (embarazo, puerpuerilidad, menopausia), enfermedades infecciosas, influencias estacionales, alimentación, influencias económicas, etc., pueden determinar delirios, obsesiones, impulsos irresistibles. Estas personas serán irresponsables, aunque, a veces, el interés coincida con la irresistibilidad. La obsesión y el interés pueden ir juntos. Desde luego, el móvil consciente, confesado, no es siempre el móvil verdadero, inconsciente. Y puede suceder que algunos de estos impulsivos motiven y justifiquen sus acciones locas por medio de excelentes razones que podrían hacer creer una no impulsión.

Hoy, aunque los datos científicos más precisos hayan agrandado singularmente el dominio de la epilepsia, aunque ciertos estados patológicos, tales como los vértigos, ausencias, nublados intelectuales, son justamente considerados como formando parte del mal cometido, se acuerda generalmente considerar a los epilépticos como absolutamente irresponsables. Sé muy bien que de tiempo en tiempo surgen jueces recalcitrantes, que condenan a los epilépticos; pero el número de decisiones en contra, pasa muy por encima. Es que en efecto, en un epiléptico, un acceso convulsivo puede ser y es frecuentemente reemplazado por un acceso de mania aguda, bajo el imperio del cual el enfermo matará con una inconsciencia absoluta al primero que se le presente; luego contará su crimen con tanta indiferencia como si se tratase de un acto cometido en China. Las convulsiones epilépticas están, en cierto modo, reemplazadas por un estremecimiento, notable sobre todo por la violencia de sus impulsiones, la debilidad extrema de toda fuerza para inhibirse y la pérdida absoluta de toda memoria. Estas profundas perturbaciones de inteligencia pueden sobrevenir bruscamente en todo epiléptico y hacerle cometer los actos más criminales, algunas veces fuera de toda acción directa e inmediata del acceso. Resulta, pues, absolutamente cierto que los epilépticos son completamente irresponsables, y esto porque el mal cometible, dependiendo de un cerebro en cuyo interior se encuentran ciertas lesiones anatómicas más o menos importantes o bien lesiones no accesibles a nuestros medios actuales de investigación, constituye o produce un conjunto psicológico, sino perpetuamente defectuoso, al menos en disposición de ser profundamente perturbable a cada instante.

Los magistrados admiten de buena voluntad la irresponsabilidad de los epilépticos convulsivos: rehusan admitir la de los epilépticos impulsivos porque no presentan el síntoma clásico de la epilepsia. El epiléptico impulsivo o convulsivo es esencialmente irresponsable, cometa robos, violaciones, incendios, homicidios o sea vagabundo, etc. En esto no hay la menor duda, dice V. Parant, y la cosa es que nosotros no sabemos que haya alguien, actualmente replicado. Sin embargo, para que exista esta irresponsabilidad, precisa que el sujeto haya obrado en un momento de crisis epiléptica; que sea momentáneamente, sea de un modo habitual se encuentre en un estado de verdadera alienación mental. Así lo han comprendido J. Falret, Tardieu, Lasegue, Toville, Chistian, Vallon, Parant, etc. Esta necesidad, para que haya responsabilidad, hace que muchos médicos legistas consideren realmente los epilépticos como moralmente irresponsables. Volveremos a tratar sobre este punto en la lección siguiente.

Muy a menudo los Consejos de guerra condenan epilépticos. La enfermedad, la impulsión, o no está reconocida ni por el defensor, ni por el Consejo, o es negada por este último aunque el defensor la sostenga, basándose sobre los informes médicos.

Cuando una idea se implanta en el cerebro, predomina en él avasallando todas las otras funciones del órgano, encareciéndolo hacia un fin único; la realización de esta idea violenta, poderosa. Entonces los crímenes delitos pueden ser provocados fácilmente. Ninguna otra idea nace o no se desarrolla bastante en el cerebro del agente para impedir la acción. Numerosos crímenes han sido cometidos de este modo, bajo el imperio de una idea, sin que ellos tuviesen poder para obrar así. Estos sujetos son realmente irresponsables. Los jurados así lo comprenden cuando absuelven criminales llamados pasionales. Allí ha habido perturbación cerebral pasagera bajo el efecto de la emoción moral. Entonces algunos pierden la noción exacta de las cosas y de los lazos que las unen; y obran insensiblemente. A veces las funciones visuales, táctiles, motrices etc., son modificadas momentáneamente. La emoción intensa sobreexita violentamente el músculo cardíaco. Determina la hiperhemia de las meníngeas y de los centros encefálicos que quitan a la inteligencia su lucidez, disminuye la potencia reguladora del juicio y deja en libertad al sentimiento irregulado. Allí hay, como dice el doctor Corre, un estado patológico pasajero que atenúa la responsabilidad, si no la suprime. Esta irresponsabilidad de los emocionables en cierto grado de emoción, choca, aún con intensidad a los magistrados. No pueden habituarse a la imposibilidad para los sujetos de reobrar contra sus estados pasionales. Los transportes de sus pasiones, escribe el presidente Fabreguettes, no podían ser bastante reprimidos. Las facultades morales continuan, en efecto, existiendo: el uso sólo está perdido o pervertido por las causas contra las cuales cada uno tiene posibilidad, y, por consiguiente, deber de luchar. (???) Por un singular sofisma, se dice que la violencia de la pasión, su intensidad le crean el derecho, en cierto modo, de satisfacerse colocando al animal fuera de sí. Al contrario, es el individuo mismo, por sus instintos más malos, quien se abandona a la fuerza de sus pendientes (???). Escuchad al legista Rossi: La pasión es querida, de algún modo, grado por grado, por el que la permite obrar sobre su alma (?). El último grado de pasión, que produce la irritación, engendradora de los actos perjudiciales, este último grado es querido como los otros lo mismo que el resultado de la atención concedida libremente (?) al objeto que actúa sobre la imaginación y la inflama. Esta es la ocasión para repetir, aprobándola completamente, lo que escribía Cabadé: Sin duda es muy bonito, muy útil decir y proclamar bien alto, es necesario modificar sus pasiones saber refrenarlas y domarlas; esto es fácil de decir y de hacer para los que poseen un cerebro muy ponderado, al abrigo de todo deterioro psicológico hereditario o adquirido. Estos grandes predicadores me han hecho siempre pensar en el sargento que decía a un jiboso que era muy fácil mantener el cuerpo recto. No es más fácil mantener la rectitud de conducta y de acciones con un cerebro atacado en su integridad anatómica o funcional, que mantenerse recto con una columna vertebral cuya dirección esta viciada. A pesar de la opinión de los magistrados y salvo regresiones momentáneas debidas a múltiples causas, los crímenes llamados pasionales son excusados, los criminales absueltos a menudo, por que el vulgo ve, justamente, en esos sujetos seres en los que la razón ha sido momentáneamente nublada.

En muchos crímenes, se prueba la excesiva futilidad de los motivos tan ridículos, casi inverosimiles. Tal asesina a su compañero de cuarto porque ronca. Otro descuartiza sin piedad y entierra dos niños porque habían salpicado de barro su gabán. Una joven se hace cómplice de unos asesinos para llevar sombreros bonitos. Un hombre mató a su hija porque crecía y esto le ocasionaba un sobregasto, pareciéndole una traba para satisfacer su gusto por los primores y ropa blanca. Una joven sirvienta envenenó dos niños para tenrr ocasión de salir, al ir a casa el médico y el farmacéutico. ¡Cuantos casos análogos podríamos citar, tomándolos de las obras de Corre, Lombroso, etcétera, y de los anales judiciales! La locura del motivo determinante del crimen se desvela pues a los ojos de todos en ciertos casos donde dan una prueba de desiquilbrio, de irresponsabilidad que no está aún admitida por todos, pero que, al menos, tiende a serlo de más en más. Gran número de estos desequilibrados, verdaderos enfermos psíquicos, están en los presidios, en las cárceles, o han sido ejecutados.

El alcoholismo, la embriaguez obrando sobre ciertos predispuestos provoca la abulia. Ninguna idea que tienda a inhibirse de un acto criminal surge en el cerebro de estos desgraciados, pero el crimen se comete. Son realmente irresponsables, pero frecuentemente condenados, sobre todo, si las perturbaciones cerebrales no se han manifestado más que bajo la forma de actos criminales. Los alcohólicos crónicos son considerados como irresponsables por la mayor parte de los alienistas. Lo mismo secede con los absentistas crónicos. Pero los alcoholistas, absentistas y haschistas agudos son considerados aún como a que gozan de su responsabilidad. Cuando más se considera como atenuantes según algunos. El doctor Hazeman, que ha estudiado especialmente el absentismo, protesta contra esta manera de ver. Juzga que todos son irresponsables puesto que han obrado bajo la influencia de impulsiones irresistibles, de alucinaciones. Los magistrados, el vulgo, parece que les repugne ver en el alcoholismo o absentismo, una causa de irresponsabilidad. Hasta los Códigos militares indican que la embriaguez no puede ser una causa atenuante del crimen.

Los alienistas, los criminales científicos, hacen constar toda una serie de criminales dudosos, en las fronteras de la locura. Su responsabilidad es incierta; ellos no están locos, pero se acercan a la locura bajo la forma de una degeneración. Gran número de vertiginosos, epilépticos, histéricos, se juntan a estos criminales en los que la responsabilidad es vaga, digámoslo, nula. El organismo de estos sujetos se ha reconocido enfermo; el acto ha sido elaborado por esta organización enferma; por consiguiente, no ha podido ser sano, normal. Su elaboración ha sido anormal. Entonces, diremos nosotros con Corre: ¿En que se convierte la responsabilidad, cuando se sabe que la conciencia, la noción, perfecta en apariencia, de los actos criminales, no sería suficiente para poder establecer la responsabilidad desde el momento que se encuentra en los verdaderos monomaniacos? La premeditación, la preparación razonada, estudiada, de un crimen delito no constituye una prueba, en el delincuente, de razón normal, medita sin perturbaciones cerebrales de algún género. Se ha visto, en efecto, presentarse la parálisis general por medio de actos criminales. Frecuentemente es difícil diagnosticar si tal o cual criminal está a las puertas de la locura, si un enfermo está más o menos atacado. A menudo, el diagnóstico de la lesión se hace luego de ... la ejecución del criminal. Así los asesinos Lemaire, Menesclón, Leger, Benoist, tenían lesiones cerebrales bastante graves que se vieron ... cuando se les hizo la autopsia.

El profesor Bouchard ha demostrado que las enfermedades caracterizadas por decaimiento en la nutrición provocan un funcionamiento anormal del cerebro. Resulta que las manifestaciones intelectuales y morales se resienten. Las psicosis, las neurosis pueden ser el producto de la diabetes, la gota, mal de piedra, reumatismo, etc. Y allí están las causas reales de irresponsabilidad, lo mismo que la fatiga física o intelectual que debilita la resistencia a las pasiones y convierte en imposible la inhibición.

Otras causas de irresponsabilidad son el sonambulismo natural o provocado, la sugestión o la autosugestión. En muchos crímenes, segun Bernheim, la sugestión juega su papel. Este profesor opina que Gabrielle Fenayrou y Gabrielle Bompard eran sugestionadas. Testigos falsos, de buena fe, pueden ser producidos por la sugestión de los jueces o por autosugestión. En el caso Borrás se tuvo una prueba.

La autosugestión puede ser provocada por los ensueños. El doctor Corre ha afirmado que el ensueño puede impresionar hasta tal punto al individuo que al despertar la vibración del ensueño persiste, en intensidad bastante para dominar los centros de la percepción real para engañar su apreciación de la exterioridad por la alucinación. En este estado el individuo puede cometer crímenes de los que, realmente es irresponsable. Corre sospecha que estos estados, tienen algo de delirio mórbido, son el resultado de intoxicación por la desasimilación, hasta en las circunstancias más comunes (digestiones laboriosas, retenciones de orina, etc.).

Algunos, como Benedikt, han negado pueda haber crímenes por sugestión; pero otros como A. Voisin, Berillón, Liebeault, Liégevis, Bernheim, etc., son de opinión contraria. Imposible, experimentalmente, tener una prueba de que estos últimos estén en lo cierto, pero racionalmente parece que sea así. Para Voisin, Berillón, etc. es nula la responsabilidad de un individuo que haya cometido un crimen bajo la influencia de una sugestión hipnótica. También el doctor Mesnet ha referido la historia de un sonámbulo natural que fue condenado por robo; también el doctor Bernheim habla de un abogado condenado por robo cometido en segundo estado, puesto que poseía doble personalidad. En el primer estado o normal, todo esto, delito y condenación, quedo borrado. Se empieza sin embargo, en Francia, a examinar los acusados que argüyen padecer el sonambulismo, que afirman no acordarse de los actos a ellos imputados. El doctor P. Garnier, ha relatado el caso de dos histéricos cogidos por robo en estado de sonambulismo espontáneo. A todas las acusaciones oponían una negación formal. Allí había amnesia completa de los actos delinquidos, amnesia sincera como lo probó el exámen médico.

Cada persona no es una unidad indivisible. Esta indivisibilidad de la persona es una concepción que la tradición mantiene en nosotros; es contraria a todos los descubrimientos de la psico fisiología. Se conserva con fuerza, a pesar de su error, gracias a nuestros hábitos de lenguaje, a las ficciones de las leyes y a la ilusión de la introspección. En un mismo individuo, puede haber, y hay frecuentemente, pluralidad de personalidades, es decir, pluralidad de memorias, pluralidad de voluntades, pluralidad de conciencias; cada cual ignora lo que sucede en los demás. Por lo mismo que hay en un mismo individuo muchas personalidades, resulta la irresponsabilidad de este individuo en la primera personalidad, no tiene conciencia de su delito en el segundo estado. Estos fenómenos pueden producirse naturalmente, pero pueden también ser provocados por sugestión.

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