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LIBRO XXI

De las leyes con relación al comercio considerado en sus revoluciones.

(Primer archivo)


I.- Algunas consideraciones generales. II- De los pueblos de Africa. III.- Las necesidades de los pueblos de Mediodía son diferentes de las de los del Norte. IV. Principales diferencias entre el comercio de los antiguos y el actual. V.- Otras diferencias. VI.- Del comercio de los antiguos. VII.- Del comercio de los Griegos. VIII.- De Alejando. Su conquista. IX.- Del comercio de los reyes griegos después de Alejandro. X.- Circunnavegación del continente africano.


CAPÍTULO PRIMERO

Algunas consideraciones generales

Aunque el comercio está sujeto a grandes revoluciones, puede suceder que ciertas causas físicas, tales como la calidad del terreno o la del clima, fijen para siempre su naturaleza.

No hacemos hoy el comercio de la India sino por el dinero que enviamos. Los Romanos llevaban allí todos los años sobre cincuenta millones de sestercios (1). Este dinero, lo mismo que el que nosotros mandamos, pagaba las mercancías que se transportaban a Occidente. Los pueblos que han traficado con la India, todos han llevado metales para traer en cambio mercancías (2).

La naturaleza misma es quien produce este efecto. Los Indios tienen sus artes, conforme a su manera de vivir. Ni nuestro lujo puede ser el suyo ni sus necesidades son las nuestras. El clima no les permite servirse de casi nada de lo que va de Europa. Andan casi desnudos y el país les da los vestidos convenientes. Su religión, que tanto puede en ellos, les obliga a alimentarse de otra manera que nosotros y aun les inspira repugnancia a nuestros alimentos. No necesitan más que nuestros metales, que son los signos de los valores, y en cambio de ellos nos dan los productos que su frugalidad y la naturaleza del país les proporcionan abundantemente. Los autores antiguos que han hablado de la India la describen, en cuanto a sus reglas y costumbres, tal como la vemos hoy (3). La India ha sido y ha de ser en todo tiempo lo que es en la actualidad; los que quieran negociar allí podrán llevar dinero; traerlo, no.


Notas

(1) Plinio, lib. VI, cap. XXIII.

(2) Sin embargo, según se desprende de un pasaje de Pausanias, en su tiempo se llevaban a la India artículos de Grecia, donde entonces no se acuñaba moneda, aunque había minas de oro y de cobre.

(3) Véanse Plinio, lib. VI, Y Estrabón, lib. XV.


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CAPÍTULO II

De los pueblos de Africa

La mayor parte de los pueblos de las costas de Africa son salvajes o bárbaros. Yo creo que esto proviene de que allí están separados por países casi inhabitables aquellos otros que pueden ser habitados. No tienen industria, no conocen las artes y poseen abundancia de metales preciosos que reciben inmediatamente de manos de la naturaleza. Todos los pueblos civilizados pueden, por lo tanto, negociar allí, ventajosamente, ofreciendo a aquellos pueblos y haciéndoles estimar objetos sin valor, y cobrándoles un crecido precio.


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CAPÍTULO III

Las necesidades de los pueblos del Mediodía son diferentes de las de los del Norte

Hay en Europa una especie de balanceo entre las naciones del Mediodía y las del Norte. Las primeras tienen para la vida todo género de comodidades y pocas necesidades; las segundas, al revés, muchas necesidades y pocas comodidades. Las primeras han recibido mucho de la naturaleza y le piden poco; a las segundas les ha dado poco y ellas le piden mucho. El equilibrio se mantiene, gracias a la pereza que la misma naturaleza ha dado a las naciones del Mediodía y a la actividad que ha dado a las del Norte. Las del Norte no tienen más remedio que trabajar mucho, sin lo cual carecerían de todo y vivirían en la barbarie. La inactividad de las del Mediodía es la causa de que en ellas se haya naturalizado la servidumbre: como pueden prescindir de las riquezas, más fácilmente prescinden de la libertad. A los pueblos del Norte no puede faltarles la libertad, ya que ella les proporciona más medios de lucha para satisfacer todas sus necesidades. Los pueblos del Norte se hallan en un estado forzado, si no son libres o bárbaros; los del Sur en un estado violento, si no son esclavos.


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CAPÍTULO IV

Principales diferencias entre el comercio de los antiguos y el actual

Llega el mundo algunas veces a situaciones que cambian la forma del comercio. En la actualidad, el comercio de Europa se hace principalmente de Norte a Sur. La diferencia de climas es causa de que unos pueblos tengan necesidad de los productos de otros. Así, por ejemplo, se llevan al Norte los vinos del Mediodía, lo que origina un comercio que no conocieron los antiguos; por eso antiguamente se medía la capacidad de los barcos por celemines de trigo y ahora por toneladas, medida de los líquidos.

El comercio antiguo de que tengamos conocimiento se hacía entre los puertos del Mediterráneo y estaba casi limitado al Mediodía; y ahora apenas si comercian entre sí los pueblos de igual clima, porque tienen todos ellos las mismas cosas. Es la razón por la cual no era el comercio de Europa en otras épocas tan extenso como en nuestros días.

No hay contradicción entre esto y lo que he dicho antes de nuestro comercio con las Indias: la diferencia excesiva de los climas da por resultado que las necesidades recíprocas sean nulas.


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CAPÍTULO V

Otras diferencias

El comercio, unas veces destruído por los conquistadores y otras veces paralizado por los monarcas, recorre toda la tierra; huye de donde se ve oprimido y descansa donde se le deja respirar: hoy reina donde antes no había más que desiertos, mares y rocas; donde ayer reinó ya no hay más que desiertos.

Al ver hoy la Cólquide convertida en una vasta selva, donde el pueblo en disminución constante no defiende su libertad sino para venderse a los Turcos y a los Persas, nadie creería que esta comarca, en tiempo de los Romanos, hubiera tenido ciudades populosas cuyo comercio atraía a todas las naciones del mundo. Hoy no se encuentra allí ningún monumento, ningún vestigio de su prosperidad; para encontrar las huellas de grandeza tanta, hay que buscarlas en Plinio (1) y Estrabón (2).

La historia del comercio es la de la comunicación de los pueblos. Sus diversas destrucciones, el flujo y reflujo de habitantes, su crecimiento y ruina, constituyen los acontecimientos principales de la historia del comercio.


Notas

(1) Libro VI.

(2) Libro XI.


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CAPÍTULO VI

Del comercio de los antiguos

Los tesoros inmensos de Semíramis (1), que no pudieron reunirse en poco tiempo, nos hacen pensar que los Asirios habían saqueado a otras naciones ricas, como otros pueblos se enriquecieron más tarde saqueándolos a ellos.

Las riquezas de las naciones son hijas del comercio; el efecto de esas riquezas es el lujo; la consecuencia del lujo es el progreso de las artes. Elevadas éstas a la perfección que alcanzaron en tiempo de Semíramis, indican la preexistencia de un comercio grande.

Era, en efecto, muy considerable el comercio de lujo en los imperios de Asia. La historia del lujo sería una parte muy interesante de la historia del comercio; el lujo de los Persas era el de los Medos, como el de los Medos el de los Asirios.

Ha habido grandes mudanzas en Asia. El nordeste de Persia, la Hircania, la Margiana, la Bactriana, etc., que un tiempo fueron llanuras sembradas de ciudades florecientes (2), ya no son más que tristes soledades; el norte (3) de este imperio, es decir, el istmo que separa el mar Caspio del mar Negro, estaba poblado por naciones y ciudades que ya no existen.

Eratóstenes y Aristóbulo sabían por Patroclo (4) que las mercancías de la India llegaban al Ponto Euxino, hoy mar Negro, por el río Oxo, hoy Amudaria. Marco Varrón nos dice que en tiempo de Pompeyo, durante la guerra contra Mitrídates, se averiguó que en siete días se llegaba desde la India al país de los Bactrianos y al río Icaro, afluente del Oxo; podían, pues, las mercancías de la India atravesar el mar Caspio y embocar el Ciro, desde donde bastaban cinco jornadas por tierra pará ir al Faso que conducía al Ponto. Es indudable que los grandes imperios de los Asiríos, los Medos y los Persas, por medio de las naciones existentes en aquellas comarcas, se comunicaban con los países más lejanos de Oriente y de Occidente.

Es una comunicación que ya no existe. Aquellas regiones han sido devastadas por los Tártaros, que todavía las infestan. El Oxo ya no desagua en el Caspio; los Tártaros lo han desviado de su cauce antiguo y va a perderse en los secos arenales (5).

El lxartes (hoy Sirdaria), que antes era como una barrera entre las naciones civilizadas y las hordas bárbaras, también ha sido desviado de su curso por los Tártaros y ya no llega al mar (6).

Seleuco Nicator imaginó el proyecto (7) de unir el Ponto con el Caspio. Este plan, que hubiera dado tantas facilidades al comercio, no tuvo ejecución: cayó en el olvido a la muerte de Nicator (8). No se sabe si hubiera podido ejecutarlo por el istmo que separa los dos mares; se trata de un país mal conocido actualmente, cubierto de bosques y muy poco poblado. No escasean en él las aguas, porque descienden del Cáucaso numerosos ríos; pero el mismo Cáucaso hubiera sido un obstáculo para ejecutar la obra, sobre todo en una época en la que se desconocía el arte de construír esclusas; además, la cordillera ocupa la mayor parte del istmo (9).

Pudiera pensarse que Seleuco Nicator se proponía conseguir la unión de los dos mares en el mismo lugar donde lo hizo después el emperador Pedro I, de Rusia, esto es, en la lengua de tierra donde el Tanais se acerca al Volga; pero aun no se había descubierto el norte del mar Caspio.

Cuando había en los imperios asiáticos un gran comercio de lujo, la República de Tiro hacía un comercio de economía en toda la tierra. Bochard ha consagrado el primer libro de su Canaán a enumerar las colonias que fundaron los Tirios en todos los litorales. Pasaron de las columnas de Hércules y tuvieron establecimientos en las costas del Atlántico (10).

En aquellos tiempos no podían los navegantes alejarse de las costas, que eran su brújula, por decirlo así. Los viajes eran largos y penosos. Las penas y fatigas que Ulises tuvo en su navegación han sido tema fecundo del más bello poema que existe, después del que es el primero y más célebre de todos.

El escaso conocimiento que la mayor parte de los pueblos poseían de los países distantes, favorecían a las naciones que se dedicaban al comercio de economía, pues ponían en sus operaciones, haciéndolas valer, todas las sombras que se les antojaban; los pueblos ignorantes siempre son engañados por los inteligentes.

Egipto, alejado por su religión y sus costumbres de todo trato con los demás países, no hacía comercio exterior: gozaba de un suelo fértil y abundante. Era el Japón de aquellos tiempos: se bastaba a sí mismo.

Tan poca importancia daban los Egipcios al comercio exterior, que abandonaron el del mar Rojo a las pequeñas naciones que en él tenían algún puerto: así permitieron que allí tuvieran sus flotas los Idumeos, los Sirios y los Judíos. Salomón utilizó a los Tirios, que conocían el mar Rojo, para navegar por él (11).

Josefo (12) dice que su nación, dedicada no más que a la agricultura, conocía poco el mar. Sólo por accidente negociaron los Judíos en el mar Rojo. Conquistaron los puertos idumeos de Elath y Asiongaber y entonces comerciaron por allí; los perdieron y no comerciaron más.

No ocurrió lo mismo con los Fenicios; éstos no hacían comercio de lujo ni se valían de la conquista para comerciar; por su industria, su destreza, la actividad y la frugalidad que los distinguía y el valor con que arrostraban las fatigas y los riesgos, se hicieron necesarios a todas las naciones del mundo conocido.

Los pueblos vecinos al mar Rojo no traficaban más que en él y en Africa. Así lo prueba el asombro universal que produjo el descubrimiento del Océano Indico por Alejandro. Hemos dicho (13) que todos llevan a la India metales preciosos y que no los traen (14); las flotas judías que los traían por el mar Rojo, venían de Africa, no de la India.

Y digo más: venían de la costa oriental de Africa: los barcos de aquel tiempo no podían alejarse de la costa.

Bien sé que las flotas de Salomón y Josafat tardaban tres años en volver de sus expediciones; pero la tardanza en regresar no prueba que fuera mucha la distancia recorrida.

Plinio (15) y Estrabón (16) nos dicen que los barcos de junco de la India y del mar Rojo, tardaban una veintena de días en recorrer la distancia que andaban en siete días las embarcaciones griegas y romanas. Según esta proporción, el viaje de tres años de las naves salomónicas lo hubieran hecho en un año las flotas de Roma y las de Grecia.

Dos naves de diferente andar no rinden viaje en tiempos proporcionales al andar de cada una: la lentitud es causa algunas veces de mayores lentitudes. La más velera puede aprovechar un momento favorable, en tanto que la otra espera un cambio de viento para salir de una ensenada o de un golfo; y luego, después o antes de salir, puede ser detenida por las calmas o por otra dificultad cualquiera.

La lentitud de las naves de la India, que andaban la tercera parte que las griegas y romanas, se explica por lo que pasa en la marina moderna. Las naves indias, hechas de juncos, tenían menos calado que las romanas y griegas, construídas de madera con herrajes.

Puede compararse aquellos barcos indios con los de algunas de las naciones actuales cuyos puertos ofrecen poco fondo, cual le ocurre al de Venecia, y en general, a los de Italia (17), a los del mar Báltico y a los de Holanda (18). Los barcos de estos paises, para poder entrar y salir en tales puertos, son de una construcción especial, anchos y redondos, al contrario de los que tienen buenos puertos, que son afilados, si así puede decirse, para que entren más hondamente en el agua. Esta última construcción les permite navegar con vientos menos propicios, en tanto que los primeros navegan mal si el viento no es de popa.

De aquí resulta que los barcos redondos tardan más en sus viajes: 1° porque pierden mucho tiempo en espera de un viento favorable, sobre todo si han de cambiar frecuentemente de rumbo; 2° porque no pueden llevar tantas velas como los otros. Y si ahora, cuando las artes náuticas se han perfeccionado tanto, se notan las diferencias, ¿qué no sería en las embarcaciones de la antigüedad?

Me cuesta algún trabajo pasar a otra cuestión. Los barcos de las Indias eran muy pequeños; los de los Griegos y los de los Romanos, salvo los construídos por ostentación, eran menores que los nuestros. Ahora bien, cuanto más chico es un navío, tanto mayor es el peligro que corre en un temporal. Barcos hay que zozobran en una vulgar tormenta que apenas haría dar bandazos a otros barcos. Cuanto más un cuerpo excede a otro en tamaño, tanto menor es, relativamente, la superficie del mismo; de lo cual resulta que en un barco pequeño es menor que en uno grande la diferencia entre la superficie y la carga que puede transportar. Sabemos que, por regla general, se le pone a toda nave un peso igual al de la mitad del agua que podría contener. Si la nave tiene cabida para 800 pipas de agua, su carga será la equivalente a 400 pipas; si otra nave no tiene capacidad más que para 400, su carga será de 200. Así la relación del tamaño con la carga máxima será de 8 a 4 en la primera nave y de 4 a 2 en la segunda. Suponiendo que la superficie de la mayor es a la superficie de la menor como 8 es a 6, la superficie de la última es a su carga como 6 a 2, mientras que en la primera la relación es de 8 a 4. Y como el oleaje del mar y la acción de los vientos no obran más que sobre la superficie, la nave grande, favorecida por el peso, resistirá mejor que la pequeña al ímpetu del viento y de las olas.


Notas

(1) Diodoro, lib. II.

(2) Plinio, lib. VI, cap. XVI.

(3) Estrabón, lib. XI.

(4) De un relato de Estrabón resulta que, en efecto, la autoridad de Patroclo es respetable.

(5) El curso del Oxo lo han cambiado varias veces, no los Tártaros, sino la naturaleza, la topografía de aquellas tierras bajas. En tiempo de Estrabón era afluente del Caspio; los geógrafos árabes dicen que era tributario del Aral. De estos fenómenos ha hablado Elíseo Reclus en época reciente.

(6) Creo que así se ha formado el lago Aral.

(7) Claudio César, en Plinio, lib. VI, cap. XI.

(8) Lo mató Tolomeo Cerano.

(9) Véase Estrabón, lib. XI.

(10) Se establecieron en Cádiz.

(11) Lib. III de los Reyes, cap. IX.

(12) Contra Apión.

(13) En el cap. I de este libro.

(14) La proporción establecida en Europa entre el oro y la plata puede aconsejar alguna vez que se traiga oro de la India en vez de plata; pero el beneficio no puede ser mucho.

(15) Lib. VI, cap. XXII.

(16) Lib. XV.

(17) Casi no hay más que radas en sus costas; pero Sicilia tiene hermosos puertos.

(18) Me refiero a la provincia de este nombre, porque la provincia holandesa de Zelanda tiene puertos profundos.


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CAPÍTULO VII

Del comercio de los Griegos

Los primeros Griegos eran todos piratas. Minos, que tuvo el imperio del mar, lo debió sin duda a que fue más afortunado que los otros en sus piraterías. Sin embargo, su dominación no traspasaba las aguas de su isla. Más adelante, cuando Grecia llegó a ser una gran nación, lá reina del mar fue Atenas, porque los Atenienses, comerciantes y victoriosos, dictaron la ley al monarca más poderoso de aquel tiempo (1) y vencieron a las naves de Siria, de Chipre y de Fenicia.

Diré algo de este dominio del mar que tuvo Atenas.

Atenas, escribe Jenofonte, posee el dominio del mar; pero como el Ática se comunica por tierra, los bárbaros la invaden y saquean mientras los Atenienses emprenden expediciones. Los principales dejan que los enemigos devasten sus tierras, pero ponen en seguridad sus bienes muebles depositándolos en alguna isla; el populacho, que no tiene tierras, está libre de inquietudes. Si los Atenienses vivieran en una isla, podrían causar daños a los otros sin recibirlo ellos, ya que son dueños del mar. Se diría que Jenofonte quería hablar de Inglaterra.

Atenas, con mil proyectos de gloria; Atenas, que aumentaba la rivalidad sin aumentar la influencia; más cuidadosa de ensanchar su imperio marítimo que de disfrutarlo; con un régimen político en el cual podían las clases inferiores repartirse las rentas públicas, mientras los acaudalados eran oprimidos, no hizo el gran comercio que le prometían el trabajo de sus minas, la multitud de sus esclavos, el número de sus marineros, su autoridad sobre las ciudades griegas y, más que todo, las sabias instituciones de Solón. Su tráfico se redujo casi exclusivamente a Grecia y al Ponto Euxino, de donde sacaba todas las subsistencias.

En un tiempo en que Grecia era un mundo y las ciudades naciones, la de Corinto era de la mayor importancia por su admirable situación entre dos mares: abría y cerraba el Peloponeso, abría y cerraba la Grecia, tenía más movimiento comercial que Atenas y poseía dos puertos, uno para recibir las mercancías de Asia y otro para las de Italia. Porque siendo difícil doblar el cabo Maleo (2), donde encontrados vientos causaban remolinos y naufragios, se prefería Corinto y aun se hacían pasar los barcos por tierra de un mar a otro. En ninguna otra ciudad se llevó tan lejos el cultivo de las artes. La religión acabó de corromper lo que no había corrompido del todo la opulencia: se erigió en Corinto un templo a Venus, donde fueron consagradas más de mil cortesanas; y de aquel seminario salieron casi todas las beldades célebres, de las que Ateneo tuvo el atrevimiento de escribir la historia.

Según parece, en tiempo de Homero la opulencia griega residía en Rodas, en Corinto y en Orcomenes. Júpiter, dice Homero, amó a los Rodios y les dió grandes riquezas. A Corinto le da el epíteto de rica (3). Rodas y Corinto conservaron su poder; Orcemenes lo perdió, llegando a ser una de tantas pequeñas ciudades griegas.

Antes de Homero, los Griegos no habían comerciado más que entre ellos y con algún pueblo bárbaro; extendieron su dominación y sus negocios a medida que fueron formando nuevos pueblos. Grecia era una península, cuyos cabos parecían haber hecho que retrocediera el mar y cuyos golfos parecían abiertos para recibirlo. Basta echar una ojeada a Grecia para observar que es un país pequeño con extensas costas. En torno de éstas, formaban sus colonias una circunferencia dilatada; aquellas colonias le hacían ver a Grecia toda la parte del mundo que no era bárbara. Porque la misma Grecia había formado naciones en Sicilia y en Italia, había penetrado en las costas de África y del Asia menor, había navegado hacia el mar Negro y en todas partes había dejado colonias. Las ciudades griegas adquirían prosperidad a medida que hubo nuevos pueblos en sus cercanías. Y lo más ventajoso, lo más admirable era el cinturón de innumerables islas que formaban el primer contorno.

¡Qué causas de prosperidad no serían para Grecia las fiestas que daba al universo entero; los templos que recibían ofrendas de todos los monarcas, los juegos a que de todas partes acudían numerosas gentes; los oráculos que excitaban la curiosidad de todas las naciones; en fin, el gusto y las artes, llevadas estas últimas a tan acabada perfección que era preciso no conocerlas para tener esperanza de igualarlas!


Notas

(1) El rey de Persia.

(2) Estrabón, lib. VIII.

(3) Estrabón, lib. VIII.


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CAPÍTULO VIII

De Alejandro. Su conquista

Cuatro acontecimientos de la época de Alejandro hicieron en el comercio una gran revolución: la toma de Tiro, la conquista de Egiptp, la de la India y el descubrimiento del mar situado al sur de este último país.

El imperio de los Persas llegaba hasta el Indo (1). Mucho antes de Alejandro, Darío (2) envió navegantes que, siguiendo el curso de aquel río, bajaron hasta el mar Rojo. ¿Cómo, pues, fueron los Griegos los primeros en comerciar con la India? ¿Por qué los Persas no lo hicieron antes? ¿Para qué les servía un mar que tenían tan cerca? Es verdad que Alejandro conquistó la India; pero, ¿no se puede negociar con un país sin conquistarlo? Examinemos esto.

La Ariana (3), que se extendía desde el golfo Pérsico hasta el Indo y desde el mar del Sur hasta los montes Paropamisos, dependía en cierto modo y hasta cierto punto del imperio de los persas; pero su parte meridional era muy árida, muy abrasada y muy bárbara (4); se sabía por tradición que los ejércitos de Semíramis y de Ciro habían perecido en aquellos desiertos calcinados (5); y Alejandro, aunque se hizo acompañar por su flota, perdió allí gran número de soldados. Los Persas abandonaron la costa, dejándola en poder de los Ictiófagos (6), los Oritas y otros pueblos bárbaros. Por otra parte, los Persas no eran marinos, y hasta la misma religión era contraria a la idea de navegar (7). La navegación ordenada por Darío en el río Indo y en el mar de la India, fue más bien la fantasía de un príncipe deseoso de demostrar su poder que el plan bien meditado de un monarca decidido, más que a ostentar su poder, a utilizarlo. No resultó ventaja alguna de aquella tentativa, ni para el comercio ni para la navegación; y si por un momento se salió de la ignorancia, fue para recaer en ella.

Hay más aún: era cosa admitida, aun antes de la expedición de Alejandro, que la parte meridional de la India era inhabitable (8); idea fundada en la tradición de que Semíramis había vuelto de allí con veinte hombres y Ciro con siete nada más.

Entró Alejandro en la India por el norte. Su intención era marchar hacia el oriente; pero encontró hacia el sur tantas naciones, tantas ciudades, tantos ríos, que emprendió su conquista y la efectuó.

Entonces formó el proyecto de unir la India con el Occidente por el comercio marítimo, como ya lo había hecho por las colonias terrestres.

Mandó construír una flota en el Hidaspes, bajó por este río, entró fin el Indo y navegó por él hasta la desembocadura. Dejando allí el ejército y la flota, penetró él mismo con algunos barcos en el mar, reconoció la costa y señaló todos los sitios en que habían de construírse puertos, abras y arsenales. De vuelta al desagüe del Indo, marchó por tierra, siempre a la vista de las naves, que siguieron por la costa para prestarle auxilio o recibirlo de él.

Desde la boca del Indo fue costeando la flota a lo largo del litoral de los Oritas, de los Ictiófagos, de Caramania y de Persia. Alejandro hizo abrir pozos y fundó ciudades; prohibió a los Ictiófagos (9), que se alimentaran de pescado, pues quería que las playas de aquel mar estuvieran habitadas por pueblos civilizados. Nearco y Onesicrites escribieron el diario de aquella navegación, que duró diez meses. Llegaron a Susa, donde encontraron a Alejandro que daba fiestas a sus tropas.

Este conquistador había fundado la ciudad de Alejandría con la mira de asegurar la posesión de Egipto: era una llave para abrir aquel importante territorio, donde los reyes sus predecesores habían tenido otra para cerrarlo (10). Al fundar Alejandría, no pensaba Alejandro en el comercio; esta idea se la sugirió el descubrimiento del Océano indico.

Según parece, ni aun este último descubrimiento le inspiró nuevos planes sobre Alejandría. Es verdad que tenía el propósito de establecer el comercio entre las partes occidentales de su imperio y la lejana India, pero no pudo pensar en hacerlo por Egipto, porque le faltaba mucho para conocerlo bien. Conocía el Nilo y había visto el Indo, pero no los mares de Arabia que están entre los dos. Al regreso de la India hizo construír nuevas flotas y navegó por el Euleo, el Tigris, el Éufrates y el mar (11); destruyó las cataratas artificiales que habían hecho los persas en dichos ríos; descubrió que el seno Pérsico (12) era un golfo oceánico. Puesto que reconoció este golfo, lo mismo que había reconocido el mar de la India; puesto que hizo construír en Babilonia un puerto para mil embarcaciones y los correspondientes arsenales; puesto que envió crecidas sumas a Fenicia y Siria para traer marinos expertos, y ejecutó grandes obras en el Éufrates y demás ríos de Asiria, es indudable que su designio era hacer el tráfico de la India por Babilonia y el golfo Pérsico.

Han dicho algunos autores, fundándose en que Alejandro se proponía conquistar la Arabia (13), que su intención era trasladar allí la capital de su imperio, mas ¿cómo había de elegir un lugar que le era desconocido? (14) Por otra parte, la capital en Arabia le hubiera separado de su centro. Los califas árabes, que llevaron muy lejos sus armas conquistadoras, abandonaron la Arabia para establecerse en otros puntos.


Notas

(1) Estrabón, lib. XV.

(2) Herodoto, in Melpomene.

(3) Estrabón, lib. XV.

(4) Ariana regio ambusta fervoribus, desertisque circundata. (Plinio, Nat. Hist., lib. VI, cap. XXXIII.) - Lo mismo dice Estrabón, no sólo de la Ariana, sino del sur de la India.

(5) Estrabón, lib. XV.

(6) Plinio, lib. VI. Estrabón, lib. XV.

(7) Para no mancillar los elementos, no navegaban por los ríos. (Hyde, Religión de los Persas). Aun hoy carecen de comercio marítimo y tachan de ateos a los que surcan el mar.

(8) Estrabón, lib. XV.

(9) No debe entenderse que a todos los Ictiófagos, pues ocupaban éstos una costa de diez mil estadios; y Alejandro no hubiera podido suministrarles víveres ni hacerse obedecer. Indudablemente se trata de algunos pueblos. Dice Nearco, en el libro Rerum indicarum, que al extremo de aquella costa por el lado de Persia había encontrado pueblos menos ictiófagos. Es de creer que la orden de Alejandro se refiriese a esta comarca o a otra más próxima a Persia.

(10) Se fundó Alejandría en una playa que se llamaba Racotis, en la que tenían los antiguos reyes una guarnición para impedir desembarcos de los extranjeros, particularmente de los Griegos, que eran temidos piratas. (Plinio, lib. VI, cap. X; Estrabón, lib. XXII).

(11) Ariano de Expeditione Alexandri, lib. VII.

(12) Idem.

(13) Estrabón, al final del lib. XVI.

(14) Tanto lo desconocía, que al ver inundada Babilonia, se figuró que Arabia era una isla. (Aristóbulo, en Estrabón, lib. XVI).


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CAPÍTULO IX

Del comercio de los reyes griegos después de Alejandro

Cuando Alejandro conquistó el Egipto, apenas se conocía el mar Rojo y nada la parte del Océano que se une a este mar bañando por un lado la costa de África y por otro la de Arabia; aun bastante después no se creía posible dar la vuelta a la península arábiga. Los que lo habían intentado por uno y otro lado habían tenido que renunciar al empeño. Se decía (1): ¿ Cómo se há de poder navegar al sur de las costas de Arabia, cuando el ejército de Cambises que atravesó por el norte la península pereció casi todo? ¿Cómo ha de ser posible, cuando sabemos que otro ejército enviado por Tolomeo, hijo de Lago, en socorro de Seleuco Nicator, padeció penalidades sin número antes de llegar a Babilonia y tenía que marchar de noche por el calor excesivo?

Los Persas no conocían ningún género de navegación. Al conquistar el Egipto, llevaron allí las ideas mismas que tenían en Persia. Tan refractarios eran a la navegación, que ni siquiera tenían conocimiento de las de los Tirios, los Idumeos y los Judíos; ignoraban hasta las navegaciones del mar Rojo.

En tiempo de los Persas no lindaba Egipto con el mar Rojo; se limitaba a la faja de tierra angosta y larga que cubre el Nilo con sus inundaciones (2) y que está cerrada a uñ lado y otro por cordilleras de montañas. Fue preciso descubrir el mar Rojo por segunda vez, y lo mismo el Océano, descubrimiento que se debió a la curiosidad de los reyes griegos.

Se remontó el Nilo; se cazaron elefantes en las zonas comprendidas entre el Nilo y el mar. Desde tierra se descubrió el litoral, y como esto ocurrió en tiempo de los Griegos, todos los nombres son griegos en aquella parte del país, y todos los templos, al decir de Estrabón, están consagrados a los dioses griegos.

Los Griegos de Egipto pudieron hacer un comercio muy extenso: eran dueños de los puertos del mar Rojo; TIro, la nación rival de cualquiera otra que fuera comerciante, ya no existía; no tropezaban con la dificultad de antiguas supersticiones, que en aquel país habían inspirado miedo al mar y horror a los extranjeros; a la sazón era Egipto centro del mundo.

Los reyes de Siria dejaron a los de Egipto el comercio de la India meridional, limitándose ellos al de la septentrional que se hacía por el Oxo y el mar Caspio. Se creía entonces que este mar formaba parte del Océano del Norte (3); y Alejandro, poco antes de su muerte, mandó construir una flota para explorarlo y ver si comunicaba con el Océano por el Ponto Euxino o por algún otro mar del lado de la India. Muerto Alejandro, tuvieron gran interés Seleuco y Antíoco en hacer la misma exploración y armaron una flota para ello (4). La parte explorada por Seleuco se llamó mar Seleucida; la reconocida por Antíoco se denominó mar Antióquida. Atentos a los proyectos que tenían por aquel lado, no atendieron a los mares del Sur, bien porque en el mar Rojo dominaban ya los Tolomeos, bien por haber notado la escasa afición de los Persas al mar. La costa del sur de Persia no daba marinos; apenas si hubo allí unos pocos en los postreros días de Alejandro. Pero los reyes de Egipto, dueños de la isla de Chipre, de Fenicia y de muchas plazas en el litoral del Asia Menor, disponían de bastantes marineros y de todos los recursos necesarios para empresas marítimas. No tenían que violentar el genio de sus súbditos, sino amoldarse a él.

No se comprende la obstinación de los antiguos en creer que el Caspio era una parte del Océano. Las expediciones de Alejandro, de los reyes de Siria, de los Partos y de los Romanos, fueron insuficientes para hacerles rectificar su opinión; se tarda mucho en desechar las ideas arraigadas. Por otra parte, no se conocía del Caspio más que la parte del Sur y se le tomó por el Océano. Costeando por el Este, no se había pasado del Ixartes; siguiendo la costa del Oeste, apenas se llegó a los confines de Albania. Hacia el Norte se navegaba muy difícilmente por ser el fondo fangoso. Todo esto contribuyó a que no se comprendiera que el Caspio era un mar cerrado sin comunicación con el Océano.

El ejército de Alejandro no había pasado por el Oriente del Hipanis, último de los ríos que desaguan en el Indo; por esta causa el comercio de los Griegos en la India sólo abrazaba un pequeño territorio. Seleuco Nicator ya llegó más lejos: penetró en la India hasta el Ganges, y así descubrió el mar en que este río desemboca, es decir, el golfo de Bengala. Hoy se descubren tierras viajando por los mares; antes se descubrían mares conquistando tierras.

Estrabón (5), a pesar del testimonio de Apolodoro, parece poner en duda que los reyes griegos de Bactriana (6) hubiesen avanzado más que Alejandro y Seleuco. Puede ser que hacia Levante no avanzaran más que Seleuco; pero lo hicieron por el Sur, puesto que descubrieron Siger y algunos puertos del Malabar, lo que sirvió de origen a la navegación de que en seguida hablaré.

Los reyes griegos, según nos cuenta Plinio (7), tomaron sucesivamente tres distintos derroteros para la navegación de la India. Primeramente iban del promontorio de Siagre a la isla de Patelena, que está en la boca del Indo: era la ruta que siguió Alejandro; después tomaron el camino más corto y más seguro, yendo desde el mismo promontorio a Siger (8). Este Siger no puede ser otro sino el reino de Siger citado por Estrabón (9) y que fue descubierto por los reyes griegos de Bactriana. Al decir Plinio que este camino era el más corto, no lo diría por la distancia sino porque se andaba en menos tiempo; como que Siger está más lejos que el Indo, puesto que lo descubrieron los reyes de Bactriana. Quiere decir que por él se acortaría la navegación bien por evitarse el rodear ciertas costas, bien por aprovecharse determinados vientos. Por último, los mercaderes tomaron un tercer camino: iban a Canes o a Ocelis, puertos situados en la salida del mar Rojo, y desde allí, con los vientos del Oeste, llegaban a Muziris y seguían a otros puertos.

Se ve que en lugar de ir desde la salida del mar Rojo a Siagre siguiendo la costa de la Arabia Feliz, se dejaban llevar directamente al Este por los vientos monzones. Los antiguos navegantes no se apartaban de las costas sino cuando podían aprovechar los monzones o los alísios, que eran una especie de brújula para ellos.

Plinio dice también que se zarpaba de la India a mediados del verano y se regresaba a fines de diciembre o principios de enero. Esto se halla conforme con los diarios de navegación de los marineros modernos. En aquella parte del mar de la India, esto es, entre la costa oriental de África y el Ganges, hay dos monzones. El uno, él del Oeste, empieza al final de agosto o en septiembre; el otro, el de Levante, principia en enero. Por eso en nuestros días se sale de África para Malabar y se vuelve de Malabar a África en las mismas épocas que lo hacían las flotas de Tolomeo.

La de Alejandro tardó siete meses en ir de Patale a Susa, emprendió su viaje en el mes de julio, es decir, en una estación en que actualmente no se atreve ningún barco a hacerse a la mar para volver de la India. Entre uno y otro monzón hay un período de tiempo durante el cual reina el norte, levantando recios temporales; dura el mal tiempo desde junio hasta agosto. Como la flota de Alejandro zarpó en julio, tuvo que luchar con las borrascas; y el viaje fue tan largo porque navegaba contra el viento.

Puesto que se partía de la India, según Plinio, a fines del verano, se emplearía el tiempo del cambio de monzón en hacer la travesía del mar Rojo.

Os suplico ahora que notéis cómo se fué perfeccionando poco a poco la navegación. La ordenada por Darío para bajar por el Indo para ir luego al mar Rojo, duró dos años y medio (10). La flota de Alejandro, que descendió igualmente por el Indo, llegó a Susa a los diez meses (11), tres por el Indo y siete por el mar. Andando el tiempo, se hizo la travesía de Malabar al mar Rojo en cuarenta días no más.

Estrabón, dándose cuenta de la ignorancia en que se estaba respecto a los países comprendidos entre el Hipanis y el Ganges, dice que muy pocos de los navegantes que iban de Egipto a la India se aventuraban a llegar al Ganges. En efecto, no llegaban al citado río, sino que, aprovechando el monzón del Oeste, iban desde la boca del mar Rojo a la costa índica de Malabar. Negociaban en aquellas factorías y no rodeaban la península por el cabo Comorín para visitar la costa de Coromandel. El plan de navegación de Egipcios y Romanos exigía que se volviera en el mismo año al punto de partida. No era posible, pues, que el comercio de Griegos y Romanos con la India alcanzara la extensión del nuestro, ya que ellos desconocían los inmensos países que nosotros conocemos; hoy traficamos en todos los pueblos indios y hasta navegamos por su cuenta.

Pero hacían este comercio con más facilidad que nosotros; y si hoy no se comerciara más que en la costa. de Guzarate y Malabar, si no fuéramos a las islas del Sur, contentándonos con los productos que los mismos isleños nos trajeran, sería mejor el camino de Egipto que el del cabo de Buena Esperanza. Así dice Estrabón (12) que se comerciaba con los pueblos de la Trapobana.


Notas

(1) Véase el libro Rerum indicarum.

(2) Estrabón, lib. XVI.

(3) Plinio, lib. II, cap. LXVII, y lib. VI, caps. IX y XIII. - Estrabón, lib. XI, - Ariano, de Expeditione Alexandri, lib. III.

(4) Plinio, lib. II, cap. LXVII.

(5) Libro XV.

(6) Los Macedonios de Bactriana, de la India y de la Ariana, al separarse de Siria, formaron un gran Estado.

(7) Libro VI, cap. XXIII.

(8) Idem, ídem.

(9) Sigertidis regnum, lib. XI.

(10) Herodoto, in Melpomene.

(11) Plinio, lib. VI, cap. XXIII.

(12) Libro XV.


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CAPÍTULO X

Circunnavegación del continente africano

Sabemos por la historia que antes del descubrimiento de la brújula se intentó cuatro veces dar la vuelta al África. Unos Fenicios, enviados por Neco (1) y por Eudoxio (2), huyeron de la cólera de Tolomeo Laturo, salieron del mar Rojo y lograron su objeto. Sataspe (3) en tiempo de Jerjes, y Hannón, comisionado por los Cartagineses, partieron de las columnas de Hércules y fracasaron.

El problema de dar la vuelta al África se reducía a descubrir y doblar el cabo de Buena Esperanza. Pero emprendiendo el viaje desde el mar Rojo se encontraba el cabo mucho más cerca (la mitad) que saliendo del Mediterráneo. La costa oriental de África, esto es, la que va del mar Rojo al cabo, es más salubre que la otra, es decir, la que va del cabo a las columnas de Hércules (4). Para que pudieran descubrir el cabo los que navegaban por el occidente fue necesario el invento de la brújula, con la cual se podía apartarse de la costa, engolfarse en el Océano inmenso y navegar con rumbo a la isla que llamamos hoy de Santa Elena o bien hacia la costa del Brasil. Era por lo tanto muy posible que se fuera del mar Rojo al Mediterráneo (5).

Así, pues, en lugar de dar el gran rodeo que hacía el regreso imposible, era muy natural que se hIciera por el mar Rojo el comercio del África oriental y por las columnas de Hércules el de la costa occidental.

Los reyes griegos de Egipto descubrieron en el mar Rojo la parte de la costa de África que va desde el fondo del golfo, donde está situada la ciudad de Erum, hasta Dira, en el estrecho que hoy llamamos de Babelmandel o de la Muerte. Desde allí hasta el promontorio de los Aromatas (6), no lejos de la entrada del mar Rojo, la costa no estaba reconocida por los navegantes (7); así se desprende con toda claridad de lo que dice Artemidoro (8), quien asegura que se conocían los lugares de la costa; pero no las distancias; lo que provenía sin duda de haberse ido por tierra a los distintos puertos; sin haberlo hecho por mar de unos a otros.

Más allá del citado promontorio, toda la costa era desconocida; lo sabemos por Eratóstenes y Artemidoro (9).

Tales eran los conocimientos que se tenían de las costas africanas en tiempo de Estrabón, es decir, en la época de Augusto. Pero después del citado emperador descubrieron los Romanos los promontorios Raptum y Prassum, de los cuales no habla Estrabón, por no tenerse aún noticia alguna de ellos. Bien se ve que ambos nombres son latinos.

Tolomeo el Geógrafo vivió en tiempo de Adriano y Antonino Pío; poco tiempo después vivió el autor del Periplo de la mar Eritrea, fuese quien fuera. Sin embargo, el primero pone por límite al África entonces conocida el promontorio Prassum, que está hacia el paralelo 14° de latitud sur, y el autor del Periplo señala por límite el promontorio Raptum, a los 10 grados, aproximadamente. Es de suponer que el último tomara por límite un lugar adonde se iba, y el primero, otro al que no se iba.

Lo que me afirma en esta suposición, es que los pueblos de las cercanías del Prassum eran antropófagos (10). Tolomeo el Geógrafo, que nos habla de diferentes pueblos entre el puerto de los Aromatas y el promontorio Raptum, deja un vacío total entre el Raptum y el Prassum. Los grandes provechos que proporcionaba la navegación al litoral de la India, debieron ser causa de que se abandonara poco a poco la navegación a la costa de África. Los Romanos, por su parte, no tuvieron nunca navegación seguida en esta costa: si conocían sus puertos, sería por haberlos descubierto yendo por tierra, o bien en algún barco arrojado allí por los vientos y las tempestades. Y así como hoy se conocen bastante bien las costas de África y muy mal lo interior del continente, los antiguos conocían bastante bien lo interior y mal las costas (11).

Ya he dicho que los Fenicios enviados por N eco y Eudoxio, en tiempo de Tolomeo Laturo, habían dado la vuelta al África: es indudable que en tiempo de Tolomeo el Geógrafo se tenían por fabulosas aquellas navegaciones de los Fenicios, puesto que él coloca después del sinus magnus (que es, según creo, el golfo de Siam), una tierra desconocida que unía el Asia a África, de suerte que el mar de la India no era otra cosa sino un lago.


Notas

(1) Herodoto, lib. VI. - Neco se proponia conquistar.

(2) Plinio, lib. II; Pomponio Mela, lib. III, cap. IX.

(3) Herodoto, in Melpomene.

(4) Añádase a esto lo que diré en el cap. Xl respecto al Periplo de Hannón.

(5) En el Océano Atlántico reina un viento nordeste en los meses de octubre, noviembre, diciembre y enero. Se pasa la Linea, y para eludir el viento general del este, se pone la proa al sur; o bien se buscan en la zona tórrida los vientos del oeste.

(6) El extremo o punta más oriental de África, hoy cabo Guardafuf.

(7) Los antiguos llamaban seno Arábigo al mar Rojo, y mar Rojo a la parte del Océano más cercano a dicho seno.

(8) Estrabón, lib. XVI.

(9) Según Artemidoro, la costa conocida no era más que la llamada por él Austricornu; Eratóstenes la llamaba ad Cinnamomiferam. (Véase Estrabón).

(10) Tolomeo, lib. IV, cap. IX.

(11) Repárase con cuanta exactitud describen Estrab6n y Tolomeo las diversas partes de África. Su conocimiento provenía de las guerras que las dos naciones más poderosas del mundo, Roma y Cartago, habían sostenido con los pueblos de África, de las alianzas que habían ajustado con algunos de ellos y del comercio que habían hecho con casi todos.


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