Índice de Los anarquistas de César LombrosoCapítulo VIICapítulo IXBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO OCTAVO

NEOFILIA

No es el altruismo el único signo característico de los anarquistas; lo es aun más la falta de misoneismo propio de todos los hombres, y principalmente de los de escasa cultura, como son casi todos los que venimos examinando.

En la indagación hecha por Hammon entre los anarquistas, para averiguar cómo se hicieron partidarios de tales ideas, la respuesta más frecuente era:

Porque tenía en el ser un espíritu de rebelión y de venganza, provocado por casos personales o especiales lecturas.

Yo he sufrido la más horrible miseria -escribe Vogt, obrero de veinticuatro años- estuve dos días sin comer, y el espíritu de rebelión se reveló en mí.

Me castigaron en la escuela comunal -dice otro-; me insubordiné y huí.

Leí a Victor Hugo confieza un tercero-, y mi espíritu se sublevó contra la opresión actual.

Y de igual modo existe en la mayor parte esta tendencia, a la insubordinación, congénita y hereditaria, que surge sin causas determinantes.

Yo tenía -decía un cuarto anarquista- desde niño horror al maestro y al patrono; todas las veces que me mandaban algo, la primera idea que se me ocurría era no hacerlo; fui en el colegio el modelo de muchacho indisciplinado.

Fuí expulsado de todos los colegios -dice otro- porque no hacía más que trastornarlo todo.

Henry era hijo de un feroz communard, como Padelewsky era hermano, sobrino carnal y sobrino segundo de revolucionarios.

Depende esta neofilia, en una gran parte, de la neurosis.

Ya he demostrado yo en muchas de mis obras que, mientras todos los hombres experimentan algo de repugnancia hacia todo lo nuevo, los locos, criminales natos y apasionados, sienten hacia ello una imperiosa atracción, que, dada su poca cultura y su enfermedad, se manifiesta en inútiles bizarrías y originales crueldades.

El criminal es, ante todo, por su naturaleza impulsiva y por odio a las instituciones que le reprimen, un rebelde político perpetuo, que encuentra en el motín el medio de desfogar sus pasiones y verse alguna vez aclamado por un gran público.

En mis Palimsesti del carcère explico cómo la necesidad de las innovaciones, el mal humor político de los reos natos, tiene un gran fundamento en su misma personalidad. La Italia es libre -digo en los citados Palimsesti-; mas nosotros estamos igual que si no lo fuera. Boulanger manda en todo. Los ricos roban a los pobres; los pobres se roban a sí mismos; todos son siervos del interés (página 147).

Es indudable que estos individuos ven, acaso inspirados por sus mismas pasiones, los defectos del gobierno que les rige, con más claridad y prontitud que los hombres normales; y aun en esta misma facilidad para ver lo malo de las instituciones, encuéntrase una causa que añadir a la ya dicha de la natural impulsividad, que les arrastra a colocarse en los primeros puestos de las revoluciones.

He dicho también en los mismos Palimsesti, que, en medio de la maldad y la perversidad que es propia a esta clase de individuos, he encontrado a veces una genialidad que es muy rara en el hombre normal, seguramente debida a que los criminales adquieren en su degeneración una fuerte irritación cortical, que los demás hombres no tienen.

Genialísima es la lírica de Verlaine cuando describe un patio de criminales (pag. 248), y no está desprovista de justicia esta sátira al gobierno:

¡Oh, Código Penal! ¿Por qué castigas la estafa con penas severísimas, mientras el libre gobierno de Italia es, con el inmoral juego de la loteria, el jefe de los estafadores?

He encontrado un estudio de los daños que pueden producir los estudios arcaicos, en el que podrían fijarse muchos Ministros de Instrucción Pública aficionados a remachar la cadena de los clásicos.

Aun las frases asquerosamente lascivas de aquella feroz prostituta que discurre acerca de sus futuros clientes, son de una potencia y una novedad extraordinaria (pág. 101).

Son fugaces destellos, pero confirman la existencia de ese contraste, de dos lucideces intelectuales de que el hombre normal no es capaz, siendo, como es, habilísimo crítico, pero nada creador.

Y es que en estos anómalos prepara el terreno la carencia de todo misoneismo, y en el hombre común, en el hombre regular, este misoneismo domina en sus actos y en su inteligencia. Aquéllos odian el estado presente, no creyéndole de un orden natural, sino considerándole como consecuencia de un gobierno que les refrena y les castiga; añádese que, además de ser más impulsivos que la generalidad, están más inclinados a la acción y a tomar como pretexto cualquier bandera, bajo la que puedan desahogar sus indómitos instintos.

No es muy dificil en el anarquista vencer el odio a lo nuevo, porque se trata de un regreso a lo antiguo; y para muchos es tanto más fácil, cuanto que en ello entran los intereses personales, la esperanza de salir de la miseria, y el hombre tiende a encontrar bueno y cierto aquello que le acomoda.

El hecho es, por otra parte, notorio. Ya los filósofos griegos habían revelado este fenómeno. Sócrates escribía que las rebeliones derivaban de él y que duraban poco en las que no había intervenido; y decía también que en una época dada (que fijaba con una serie de fórmulas geométricas, como hizo más tarde Ferrari) nacen hombres viciosos y totalmente incorregibles. Aristóteles, que lo comenta, añade:

Es cierto: indudablemente hay hombres incapaces de ser virtuosos y de ser educados; más, ¿por qué estas revoluciones acaecen en un Estado perfecto?

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