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CAPÍTULO TERCERO

EPILEPSIA E HISTERISMO

La conexión constante de la criminalidad congénita con la epilepsia (19) explica la frecuencia con que se da en los reos políticos lo que pudiéramos llamar epilepsia e histerismo políticos.

La vanidad, el misticismo o exagerada religiosidad, las alucinaciones vivísimas y muy frecuentes, la megalomanía y la genialidad intermitente, unidas a la acometividad propia de los epilépticos y los histéricos, son atributos comunes a los innovadores políticos y religiosos.

No puede nadie poner en duda -escribe a este propósito Mandsley-, exceptuando los creyentes, que Mahoma debió a un ataque epiléptico su primera visión o revelación, y que, engañado o engañador, fue su enfermedad la que le dió el título de inspirado del cielo.

Ya he citado a un tal R. E. (L´Uomo delinquente, Vol. II), abortador, estafador y loco epiléptico, que escribía: Concluyo asegurando que jamás tuve ambición de gobernar un Estado; mas si en cualquier momento el sufragio del pueblo me llevase al gobierno, comenzaría desde el primer momento por reformar de abajo arriba la Magistratura.

En L´Uomo di genio hablo también de un epiléptico, estafador, parricida, estuprador y vengativo, poeta no desposeído de mérito, que predicaba una nueva religión, cuyo primer rito era el estupro, y que intentó poner en práctica en las poblaciones que recorría, entre ataques epilépticos.

Otro epiléptico y ladrón quería organizar una expedición a la Nueva Guinea para descubrir isla, con cuyos productos mantendría a Conccapieller; se empeñaba en que le nombraran diputado para cambiar todas las leyes vigentes e introducir el sufragio universal.

El Lanthier del Germinal, de Zola, descendía de alcoholizados y degenerados, y de aquí su facilidad para emborracharse al tercer vaso de vino, y su deseo poderoso de matar, que le llevaba en ocasiones a convertirse en vengador de la sociedad. Sólo cuando estaba borracho tenía la mania de comerse a un hombre.

Zola, sin adivinarlo, ha presentado un caso de epilepsia política.

Pero el más característico caso lo he descubierto en un joven castigado por ocioso y vagabundo, de frente huida y tacto casi nulo, que al preguntarle si le interesaba o preocupaba la política, me contestaba, atrozmente demudado: No me la nombre, porque ella es mi desventura, cuando, ocupado en el trabajo de barnizador, acude a mi mente la idea de la reforma política, y de ella hablo con mis compañeros, me atacan vértigos, pierdo la vista y caigo sin sentido a tierra. Y a continuación exponía todo un sistema de reformas prehistóricas: supresión de la moneda, de las escuelas, del vestido; cambio del trabajo de cada uno por el de los demás, etc., etc. En estas lucubraciones consumíase su vida; y en suma, estaba atacado de una verdadera epilepsia política. Las convicciones y la voluntad no le faltaban, mas le faltaba la decisión, el carácter. Dadas estas condiciones, es seguro que en una época propicia de la vida de un pueblo, hubiera podido ser un reformador de las leyes y las instituciones, sin que nadie hubiera notado su criminalidad y su epilepsia (20).

Al llegar aquí recordamos que entre los 15 anarquistas arrestados en Nápoles, el más fanático, el tipógrafo Felico, acusado doce veces de asesinato frustrado, huelguista y difamador, es epiléptico.

Es muy probable que pertenezcan a este género el M. ... estudiado por Zaccarelli, y Caserio; está comprobado que el padre de este último era epiléptico.


MONGES


Ignacio Monges, de treinta y ocho años, arrojó una piedra robada, a lo que parece, en un museo, contra el General Rocha, Presidente de la República Argentina, hiriéndole gravemente en la cabeza. Tiene estatura regular (1.67), constitución vigorosa, temperamente neuropático, cutis moreno, pelo abundante, negro y ligeramente crespo; barba negra y ojos también negros, aunque algo más claros; frente ancha y huída; craneo medianamente desarrollado, braquicéfalo ligeramente oblicuo, con plagiocefalia izquierda anterior; cara larga, cigomos prominentes, boca grande, labios gruesos y vueltos hacia fuera; algunas cicatrices antiguas en la cara, dos de ellas causadas en caídas por los ataques epilépticos.

Su sueño es corto y alterado por ensueños tristes y espantosos. Pulso fuerte y frecuente; sistema muscular bien desarrollado, aunque ligeramente tembloroso. La fuerza, medida en el dinamómetro, ha dado 70 kilogramos para la mano derecha y 150 para la izquierda; es zurdo, y posee una fuerza muy notable. La piel es poco sensible; no tiene alucinaciones ni ilusionismos.

Respecto a su vida, cuenta el mismo lo que sigue: ha nacido en la provincia de Corriente, y es hijo natural; conoce al padre y a un hijo de éste que tiene diez y ocho años; los dos están perfectamente sanos. A los quince años entró en un colegio, donde recibió una educación elemental; tomó parte en todos los movimientos revolucionarios de su país, mostrándose apasionadísimo por su partido, hasta 1874, en que le prendieron y fue desterrado. Se trasladó al Uruguay, donde fue despojado en negocio por las autoridades brasileñas, y en esta ocasión se resistió a la fuerza armada, hiriendo buen número de militares y resultando herido en la frente; después se presentó al Ministro de Negocios extranjeros pidiéndole reparación. Desde aquel momento abandonó con mucha frecuencia sus ocupaciones, por los frecuentes accesos epilépticos que le atacaron a los veinte años, después de una caída que le ocasionó una herida en la cabeza.

Preguntado por los móviles de su atentado, dice que no le impulsó ninguna idea criminal preconcebida; estaba presenciando la apertura de la Cámara, y excitado por el espectáculo de las tropas formadas, hizo grandes esfuerzos para penetrar dentro, logrando hacerlo; al ver entrar al General Rocha concibió la idea de matarle: al preguntársele si sintió el impulso criminal antes o después de ver a la víctima, se pone furioso e irascible.

Es de humor melancólico, hipocondriaco. A los pocos meses de estar en la cárcel pegó de puñetazos a un preso, tirándole al suelo; ahora le dan algunos ataques convulsivos, manifestándose su ira en una manía impulsiva.


VAILLANT


Vamos a estudiar ahora, entre los histéricos, el caso más recientemente sucedido: el de Vaillant. Al contrario de Pini y Ravachol, Vaillant no tenía ningún rasgo de criminal en la fisonomía, como no lo tenía Henry, salvo, sin embargo, las orejas exageradamente grandes y en forma de asa; pero Vaillant era histérico, y esto está probado por su gran sensibilidad hipnótica, tan extraordinaria, que le hace caer en una profunda catalepsia apenas alguien le mira con fijeza.

El odio natural de los partidos, y la tendencia de los procuradores a recargar las tintas, le han pintado como un vulgar malhechor; mas para mí es un hombre desequilibrado, con algunos levísimos indicios de criminalidad en la infancia y en la juventud, pero que es más bien un apasionado fanático que un nato delincuente.

En cuanto a herencia, no conozco más que su origen inmediato: es hijo de un amor culpable y de padres degenerados y viciosos.

Otra causa modificativa de su carácter es el infortunio, que le ha perseguido, y lo infeliz de su vida. Educado en la estrechez y hasta en la miseria, tuvo más tarde que sacar del oficio de zapatero lo preciso para vivir, y se hizo desde entonces un révolté. Después abandonó el taller de zapatería, y fue sucesivamente peletero, courtier d´épicerie, y maestro de francés.

Siempre estuvo pobre, y fue impulsado a obrar por la miseria, o a lo menos por la desproporción entre su situación y la que ambicionaba; entre su estado y la muerte, prefería ésta. El lo confiesa:

Pourquoi avez- vous fait cela?

La société m'a forcé à le faire. J'étais dans une situation misérable. J'avais faim. Je ne regrette qu'une chose: ma gausse. Mais c´est égal, je suis content, et on fera bien de me guillotiner; je recommencerais dans huit jours.

La gran movilidad y la inestabilidad propias de los histéricos se demuestran en Vaillant, lo mismo por los frecuentes cambios de oficio, que por la variación operada en sus convicciones. Estuvo educado por sacerdotes, y de fanático religioso tornóse fanático socialista. Más tarde, cuando no pudo formar entre los socialistas, convirtióse al anarquismo. Mas lo que en él domina, sobre todo, es su vanidad. El grafólogo que mire su firma se convence al punto de que la vanidad, el orgullo y aún la indomable energía, son las notas dominantes de su caracter; su gran T y su escritura ascendente son elocuentes pruebas de ello (21).

Sin esperanza de reformar el mundo con un libro, cree poderlo cambiar con una bomba arrojada en el Parlamento, y antes del golpe corre a retratarse, y distribuye los retratos allí donde puede, y apenas lo arrestan, está anhelando que los periódicos reproduzcan su fisonomía (22).

Siempre fue exagerada y apasionadamente altruista, como se ve en un discurso suyo, del que reproduciremos más adelante un fragmento.

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