Índice de Los anarquistas de César LombrosoPresentación de Chantal López y Omar CortésCapítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO PRIMERO

Estado y causa del anarquismo

En estos tiempos en que todo tiende a complicar cada vez más la máquina gubernamental, no puede ser considerada una teoría como la anárquica que representa la vuelta al hombre prehistórico, antes que surgiese el paterfamilias, sino como un enorme retroceso.

Sin embargo, del mismo modo que en el fondo de toda fábula late algo verdadero, en toda teoría, por absurda que sea, máxime cuando ha conseguido reclutar crecido número de partidarios, debe contenerse algo cierto, algo positivamente aceptable. No puede, ni debe desecharse a la ligera este pensamiento, extraño hoy, de retornar hacia lo antiguo, porque sólo una limitada vanidad humana puede hacer creer en un continuo progreso sobre lo pasado y sobre el hombre primitivo (1). No está representado nuestro adelanto por una partida siempre ascendente, sino por una línea en zis zás, que adelanta en una ocasiones para retroceder en otras; y (recuérdese el Multa renascentur quae jam caeciderunt) no siempre volver a lo que pasó es sinónimo de atraso; ejemplo: el divorcio, que no es, en cierto modo, otra cosa que la restauración de costumbres prehistóricas; ejemplo: el hipnotismo y el espiritismo, volviendo al campo de las profecías y de la magia, que nosotros habíamos relegado, considerándolas como las más pueriles fantasías de los antiguos tiempos; ejemplo: las teorías sobre el monismo, sobre la defensa social, sobre el derecho al castigo, que tan cerca están de las sostenidas en épocas pasadas, como cerca están también el sufragio universal (2), el referendum, etc.

Por otra parte, en el examen detenido de nuestras presentes circunstancias, se encuentra perfectamente definida la causa de la aparición del anarquismo. Cierto es que si pedimos a un empleado bien retribuído o a un propietario de escasa inteligencia y de aún más escaso sentido ético, su opinión sobre el actual estado de la sociedad humana, nos responderán que nunca fue mejor y que nunca podrá ser más perfecto; ellos están bien, ¿quién habrá que pueda no estarlo? Mas si interrogamos a hombres de honrada y alta conciencia, Tolstoi, por ejemplo, Richet, Sergi, Hugo, Zola, Nordau, De Amicis y tantos otros, todos nos dirán que nuestro fin de siglo es bien triste y desastroso (3).

Sufrimos muy principalmente, y sobre todo, por las grandísimas diferencias que encarna el orden económico. Y no es ya que éste sea peor en absoluto que el de nuestros padres; la carestía que causaba a millones las víctimas, no las produce ahora sino por algunas centenas, y nuestros obreros tienen más camisas que el más encumbrado castellano antiguo. Pero lo que sucede es que han aumentado en enorme desproporción a los rendimientos, las necesidades y la repugnancia a los modos de satisfacerlas: la caridad conventual monástica es el medio más frecuentemente empleado para remediar la excesiva miseria, y no tanto sirve para ello, cuanto para irritar la altanera naturaleza del hombre moderno; la cooperación se desenvuelve en una limitada esfera de acción, y así en el campo, por ejemplo, falta casi en absoluto.

Y no bastaría seguramente que una y otra, la caridad y la cooperación, estuvieran desarrolladas y fueran potentes, porque ciego y violento, como todo fanatismo, va apareciendo y extendiéndose entre nosotros el fanatismo social y económico, sobre las ruinas del patriótico, del religioso, etc.

Los ideales familiares, patrióticos, religiosos, los del matrimonio, del espíritu, el cuerpo y la raza, se van extinguiendo paulatinamente ante nuestra vista.

Y como el hombre necesita siempre un ideal para vivir, se ha abrazado al económico, que por ser más positivo y próximo a las necesidades de la vida, no podía escaparse a la inflexible lógica del análisis moderno, concentrando en dicho ideal toda su energía, mayor aún que la diseminada entre todos los demás; añádase que, no gozando de ningún beneficio que sea resultado de esos perdidos ideales no hay ni fuerzas ni abnegación para seguir sufriendo las penalidades y perjuicios que han causado.

La historia ha hecho justicia en cuanto a las dos primeras clases sociales; mas la historia no ha borrado todos los males, y ahora sufrimos nosotros los de una y otra, al mismo tiempo que los de sus sucesores. La orgullosa prepotencia feudal, por ejemplo; la intolerancia y la hipocresía religiosa, etc., permanecen aún inamovibles en algunos sitios, sumadas a la vanidad y altanería del tercer estado.

La dominación teocrática ha desaparecido tiempo hace de nuestras costumbres, al menos en la apariencia; mas agitad una cuestión en que entre de alguna manera una disquisición religiosa, el divorcio, verbigracia, el antisemitismo, la supresión de las escuelas clericales, y veréis surgir como por milagro y de todas partes, furiosas oposiciones, bajo todas formas, aun bajo las más liberales, defensoras de la libertad individual, del respeto a la mujer, de la protección a los niños, etc., etc. El militarismo ha perdido de igual modo su importancia en casi todas las modernas escuelas; pero tocad en un punto cualquiera algo que a militares se refiera, y tendréis concitado contra vosotros si no al verdadero y culto público, si a lo que se llama esfera oficial o semioficial; y en el presupuesto del Estado se emplean millones y millones en mantenber permanentemente millares de soldados y centenares de oficiales y de generales en absoluto inútiles, en tanto que se adeudan miserables céntimos a los pobres maestros, a quienes se reservan estériles elogios y halagadoras promesas, y en tanto que aparece impune la quiebra fraudulenta y se grava en cantidad crecida la exhausta renta del mísero campesino.

Y referiros igualmente a los ideales patrióticos o estéticos; se han borrado, es cierto: mas excitad al pueblo francés a que olvide sus odios a los italianos, a los ingleses, a medio mundo; demostrad a la clase media italiana cuan ridícula es su falsa adoración a los clásicos a quienes no entiende y de quienes sinceramente no gusta, mientras desperdicia y desatiende las más preciosas épocas de la vida de sus hijos: fingirán no entenderos, y se escandalizarán de vuestras palabras.

Contra la ambición de lucro de los industriales, surge el cuarto estado, protestando de todo, al conocer cuán grande es la desproporción existente entre las utilidades y fatigas de los tres superiores estados de la sociedad, y las utilidades y migajas del suyo.

Y convencido el ánimo de la injusticia de tal desproporción, se clama y se grita allí donde es menor la estrechez, con la esperanza de iniciar una reacción con las energías que aún quedan. Los pobres indios muriendo de hambre por millones, no tienen fuerza para reaccionar; no la tienen tampoco los lombardos, ferozmente castigados por la pellagra; por el contrario, los labradores de la Alemania y la Romagna, como los obreros de Australia, en situación menos mala que los demás, tienen una mayor potencia iniciativa y reactiva, y protestan por sí y por aquellos otros cuya desesperada condición no les deja ni los medios precisos para hacerlo. Es de notar, en aserto de nuestras palabras, el significativo hecho de que no todos los anarquistas son pobres, sino que, antes bien, hay muchos ricos (4).

Es, pues, innegable que, sea bajo la forma republicana, sea bajo la forma monárquica, casi todas las instituciones sociales y gubernamentales son, en la raza latina al menos, una enorme mentira convencional, que todos aceptamos en nuestro fuero interno, en tanto que gozamos de las dulzuras de una regalada vida.

Mentira es la fe en un parlamentarismo que a cada momento nos pone de relieve su triste impotencia; mentira la fe en la infalibilidad de las esferas del Estado, formadas con asaz frecuencia por los ciudadanos menos cultos e inteligentes; mentira la fe en una absoluta justicia que, pesando excesivamente sobre los hombros del humilde, no grava sino con un 20 por 100 a los verdaderos culpables de nuestros infortunios, imbéciles casi siempre.

Es un hecho gravísimo, sobre todos, que las bases del gobierno representativo estén adulteradas. Ha parecido por algún tiempo que cuanto más se tienda a dividir el poder, tanto menos despótico será éste, y tanto más inteligente y moral. Mas contradicha estaba tal creencia aun en los siglos pasados, en tiempo de Maquiavelo: toda forma de gobierno lleva en sí los gérmenes que han de arruinarla; y esto ocurre aún más con la nuestra, basada sobre la multitud; y una multitud, aún la menos heterogénea, aún la más escogida, da una resultante de sus deliberaciones que no es seguramente la suma, sino la sustracción del pensamiento del mayor número.

Hasta en sus mínimos detalles es errónea la forma de nuestras instituciones. Precisamente las esferas del gobierno que deberían de ser más técnicas e ilustradas, lo son menos, porque las necesidades parlamentarias exigen en un momento dado, o un demócrata, o un lombardo, o un veneciano, sin atender para nada al positivo mérito de cada uno. ¿Quién habrá de creer en la utilidad práctica y en la competencia de un Ministro de Marina tal vez reclutado entre los pintores, o en la de un Ministro de Instrucción Pública escogido acaso entre los marinos? (5).

Y no solamente no es el sistema partamentario garantía del buen gobierno, sino que constituye un instrumento del malo; es, como he demostrado en mi Delitto político, la falsa cicatriz que, encubriendo la supuración, impide curar la herida; peor aún: es causa, no raras veces, que excita al delito. Los últimos procesos bancarios de Italia y Francia son prueba palmaria de cómo los hombres de estado toman participación en fraudes de la banca, ya para influir en las elecciones, o ya también en Francia para combatir al Boulangerismo. Ser defraudador a favor del estado aún con perjuicio de sacrosantos intereses, no parece delito a la mayor parte de las gentes, del mismo modo que no lo parecía en la Edad Media el uso de veneno, cuando no sólo se adoptó como arma política por los Borgia, sino también como instrumento de Dios en Venecia.

De favorecer a un periódico o a un amigo con el dinero del Erario Público (dinero de todos, dinero de ninguno), a favorecerse a sí mismo, no es grande el tránsito, razón por la que se intenta suplir la falta de talento y de méritos personales con la falta de honradez política.

Otro de los mayores males del parlamentarismo es la ilimitada irresponsabilidad que lleva en su seno (6).

No en todos los tiempos se cometen iguales delitos. En Roma, muchas de las más sanguinarias guerras no tuvieron otra causa que la desmedida avaricia de una pequeña aristocracia financiera; en Inglaterra, en Francia, era hace dos o tres siglos un hecho normal que los primeros Ministros, y a veces el mismo Rey, recibiesen pensiones de los Estados extranjeros; los Ministros y las queridas de los Reyes acumulaban, en pocos años de gobierno o de amores, enormes sumas, aún en medio de una miseria tan difundida, que llegaba hasta las mismas gradas del Trono.

En el gobierno despótico eran las concubinas o los favoritos de los Reyes los que se guardaban el dinero de los Bancos o de los Panamás; ahora van entrando, poco a poco, es verdad, pero van entrando en esa categoría (y el cambio no es mejor, seguramente), los diputados; porque una vez que se les considera, a semejanza del Rey, irresponsables bajo el pretexto de que no son funcionarios públicos, y pudiendo además descender de su cargo e impunemente disfrutar el dinero del Estado hurtado mediante el público empleo, es natural que roben y gocen lo robado, con muy poco que se haya debilitado su sentido moral; y mientras, los pobres Reyes decaen primero en la estimación pública, y concluyen por perder el Trono, y acaso los bienes de la vida.

¡Pensar que entre las manos de hombre irresponsables, y casi inviolables, se dejan inmensos tesoros, sin el peligro de que se los vuelvan a recoger, y que después se pretende que no los toquen!

Y el mal es peor ahora que en tiempos pasados, porque los Reyes son pocos, y los senadores y diputados, cuyas malas artes se premian a costa de las fatígas y trabajos de los más pobres, son muchos.


IDEAS ACERTADAS DE ALGUNOS ANARQUISTAS


Después de esto, puede, no digo justificarse, pero si explicarse, cómo ha surgido la anarquía; cómo ha nacido la idea de protesta de un alma sincera o excitada, contra la mentira y la injusticia, que dominando soberanamente, humilla y menosprecia al honrado y al trabajador. Y ahora podremos comprender muchas frases de los anarquistas, que son tan legítimamente verdaderas como éstas de Merlino y Kropotkin:

¿Cuál es la razón de ser del Estado?

¿Por qué ha de abdicarse en las manos de algunos individuos la propia libertad, la propia iniciativa? ¿Por qué ha de otorgárseles la facultad de apoderarse, con o contra la voluntad del mayor número de las fuerzas de todos y disponer de ellas a su capricho?

¿Están tan excepcionalmente dotados esos pocos individuos, que puedan, con alguna experiencia de razón, sustituir a la masa y manejar los intereses, todos los intereses de los hombres, mejor que lo harían los mismos interesados? ¿Son infalibles e incorruptibles hasta el punto de poder fiar, con visos de prudencia, la suerte de todos a su sabiduría y su bondad?

Y aún cuando existieran hombres de una bondad y una sabiduría infinita; aún cuando, por una hipótesis que jamás se realizó en la historia, ni se realizará en lo sucesivo, el poder gubernativo se confiara a los más capaces y a los mejores, no añadiría nada la posesión del gobierno a sus inclinaciones benéficas; antes bien, se paralizarían y distraerían por la necesidad en que habrían de hallarse los hombres que formaran el gobierno, de ocuparse de tantas y tantas cosas sin entenderlas y, sobre todo, de emplear lo mejor de su energía en conservarse en el poder, en agradar a los amigos, en poner freno a los descontentos y en sujetar a los rebeldes.

Y ahora, sean buenos o malos, sabios o incapaces los gobernantes, ¿quién los eleva al desempeño de las altas funciones? ¿O es que se imponen a sí mismos por derecho de guerra, de conquista o de revolución? Y si es así, ¿qué garantía tiene el pueblo de que sus actos han de inspirarse en la utilidad general?

Se trata, pues, pura y simplemente de una usurpación, y a los oprimidos, a los descontentos no queda otro remedio que el empleo de la fuerza. Todas las teorías con que se pretende justificar la existencia del Estado, están fundadas en la idea de que es necesaria una fuerza superior que obligue a los unos a respetar los derechos de los otros.

Acudamos a los hechos.

En todo el curso de la historia, como en la época actual, el gobierno, o es el imperio brutal, violento y arbitrario de unos pocos sobre la masa, o es un instrumento encaminado a asegurar el dominio y el privilegio de aquellos que, por la fuerza, por la justicia o por la herencia, han acaparado todos los medios de vida, comenzando por los que proporciona el suelo, que ha pasado a servir, para tener al pueblo en irritante servidumbre o para hacerle trabajar en provecho del propietario.

De dos maneras se puede oprimir a los hombres: o directamente, con la fuerza brutal, como la violencia física; o indirectamente, arrebatándoles los medios de subsistencia y reduciéndoles a la impotencia. El primero es el origen del poder o privilegio económico.

En primer lugar, no es cierto que al cambiar las condiciones sociales, cambiarían la naturaleza y las funciones del Estado. Órgano y función son dos términos inseparables. Privad a un órgano de su función, y, o el órgano muere, o la función se establece.

Cread un ejército en un país en que ni amenace ni sea racional una guerra interior o exterior y, o se provoca la guerra, o desaparecerá el ejército. Una policía que no tenga delitos que descubrir ni delincuentes que arrestar, inventará los delitos y los delincuentes, o no seguirá viviendo.

En Francia existe, desde hace tiempo, una institución agregada hoy a la Administración de los montes, la louveterie, cuyos empleados no tienen otro cometido que el de procurar, por todos los medios posibles, la extinción de los lobos. Y nadie se maravillará, porque todos lo habrán comprendido, que tal oficina tiene por causa el gran número de lobos que en Francia hay, y que ocasionan considerables estragos en las estaciones rigurosas. El público se ocupa poco de los lobos, porque a los que les interesa es a los loberos que los cazan; pero los cazan inteligentemente, sin destruir la guarida y favoreciendo la reproducción, para no aniquilar una especie tan beneficiosa

Los campesinos franceses tienen poca confianza en estos cazalobos, y los han llegado a considerar como los conservadores de tales lobos. Y es evidente: ¿qué harían los empleados de la louveterie si se concluyesen los lobos?

El Estado, que no es sino un número de personas encargadas de hacer las leyes y autorizarlas a servirse de la fuerza de todos para hacerse respetar de cada uno, constituye ya una clase privilegiada y distinta del pueblo, que tenderá, como todo cuerpo constituído, a extender sus atribuciones y a sustraerse de la influencia de los ciudadanos.

Mas supongamos que el Estado no constituyera por sí una clase privilegiada y que pudiese vivir sin crear en torno suyo una nueva clase de privilegiados; hagámosle, si se quiere, el siervo de toda la sociedad. ¿Para qué serviría aún así?

Es un legado de toda la historia del hombre el creer, viviendo a pesar de las autoridades, que vive gracias a ellas. Estamos habituados a vivir bajo un gobierno que acapara todas aquellas fuerzas, aquellas inteligencias, aquellas voluntades que pueden servirle para conseguir sus fines; que estorba, paraliza y suprime todas las que le son inútiles u hostiles, y hemos llegado a imaginarnos que cuanto se hace en la sociedad, se hace por obra del gobierno, y que sin el gobierno no habría en ella fuerzas, ni habría inteligencias, ni habría buenas voluntades. Así (y ya lo hemos dicho), el propietario que se posesiona de la tierra, la hace cultivar para su particular provecho, dejando al trabajador lo estrictamente preciso para que viva y pueda continuar trabajando; y el esclavizado labrador se hace la ilusión de que no podría vivir sin el dueño, como si éste crease la tierra y las fuerzas o agentes de la naturaleza.

Las costumbres obedecen siempre a las necesidades y a los sentimientos de la mayoría; y son tanto más respetadas, cuanto menos sujetas están a la sanción de las leyes, porque no todos ven o entienden la utilidad de éstas, y porque no abandonándose los interesados a la protección del Estado, las hacen respetar por sí mismos. Para una caravana que viaja por los desiertos de África, es cuestión de vida o muerte economizar el agua; ésta constituye una cosa casi sagrada, y nadie se permite derrocharla o desperdiciarla. Los conspiradores tienen necesidad de guardar el secreto, y el secreto se guarda por todos, y si alguno le viola, cae sobre él la infamia.

Las deudas del juego no están garantidas por las leyes, más entre los jugadores se considera por todos, y por sí mismo, deshonrado el que no paga.

¿Acaso la policía es causa de que no se mate más de lo que hoy se mata? En la mayor parte de loa Ayuntamientos de Italia no se ven los gendarmes sino de mucho en mucho tiempo; millones de hombres transitan por los bosques y por el campo, lejos de los tutelares ojos de la autoridad; de modo que podrían delinquir sin el menor peligro de ser castigados, y, sin embargo, no están menos seguros que los que viven en las más vigiladas ciudades. Y la estadistica demuestra que el número de delitos apenas obedece al efecto de las medidas represivas, al paso que varía rápidamente al cambiar las condiciones económicas y el estado de la opinión pública. (Debemos advertir aquí que la nueva escuela penal italiana ha sostenido ya, tiempo hace, por boca de E. Ferri, la poca eficacia de la pena; pero proponiendo seguidamente sustituirla y sostenerla con las medidas preventivas, sociales y legislativas, tales como las leyes del divorcio contra los adulterios, de los baños públicos contra la influencia del calor en los homicidios, etc.) (7).

La revolución contra el gobierno y la propiedad industrial no creará fuerzas que no existen, pero dejará libre de obstáculos el campo social para que se desarrollen todas las energías y todas las capacidades existentes.

Conclusión que en parte es verdadera. En un corto tiempo (el ejemplo de Atenas lo demuestra), la menor acción concedida al gobierno, y la mayor al individuo, hizo desarrollarse la individualidad, que luego no volvió a florecer, concluyendo el poderío de la multitud por aniquilarla y suprimirla casi del todo.

Hemos transcrito algunas ideas teóricas. En cuanto a los fines prácticos, helos aquí, según recientemente han sido resumidos (8):

1.- Fundación de un dominio de clase, por todos los medios (este todos encubre el delito común).

2.- Fundación de una sociedad libremente constituída y basada en la comunión de los bienes (retroceso a lo antiguo, absolutamente impracticable).

3.- Organización perfecta de la producción.

4.- Libre cambio de los productos equivalentes realizado por medio de las mismas organizaciones productivas, con omisión de toda clase de intermediarios y sustractores de los beneficios.

5.- Organización de la educación sobre bases científicas, no religiosas, igual para ambos sexos (dada la desigualdad de los dos sexos, ninguna legislación puede hacerla desaparecer).

6.- Relación de todos los asuntos públicos, mediante tratados libres de comunidades y sociedades federalmente constituídas.


CRÍTICA DE LA TEORÍA ANARQUISTA. SU ABSURDO.


Ninguno o muy poquísimos de los anteriores fines son realizables; más no todos son absurdos; por ejemplo, no lo es el conceder mayor importancia al individuo que la que hoy tiene, ni lo es tampoco la crítica de los inútiles sistemas de represión. Mas habiendo tomado parte en esta latente cuestión a ratos Dios y a ratos el Diablo, todo el edificio anarquista flaquea en su base y en sus aplicaciones. No me asustaría yo, seguramente, cuando Kropotkin afirma de un modo serio la necesidad de volver al comunismo antiguo, si al mismo tiempo enseñara el medio de realizar la vuelta; mas él mismo aconseja ingenuamente a los autores que sean a la vez editores e impresores de sus propios libros, en oposición abierta con la moderna doctrina de la división del trabajo, que ninguna teoría podrá destruir; y en fin, aunque otra cosa no hiciera, aconseja que se deje al pueblo en libertad completa de distribuir sus funciones, de arrojarse sobre el montón, como lo haría una manada de lobos sobre su presa, sin ocurrírsele que, al igual de éstos, cuando faltase la presa se devorarían unos a otros; y que si la colectividad resulta dañosa, es tan sólo porque al unirse los individuos, sus vicios y sus defectos se multiplican en vez de disminuir.

Cuando esta colectividad estuviera compuesta, no por pequeños grupos, como las sociedades, el Jurado, etc., sino por la masa toda del pueblo, sería cien veces más peligrosa, cien veces más criminal, y sofocaría, no a fuego lento, sino de un golpe, esta individualidad tan menospreciada por nuestras instituciones y tan encarecida y considerada, justamente en verdad, por los anarquistas.

Es una observación sancionada por antiguo proverbio, que tanto menos justa y sabia es la deliberación, cuanto mayor es el número de los deliberantes, porque todo el sedimento de añejos errores y vicios que se corrigen y doman a fuerza de cultura en el individuo, pululan y se convierten en activo veneno en las asambleas. Eso era lo que significaba el antiguo proverbio: Senatores boni viri, Senatus mala bestia; y tan es así, que la bondad de las asambleas está en razón inversa del número de los que las forman (9).

Y si ocurre hasta tratándose de intereses pecuniarios, que son los más arraigados en el hombre, que una asamblea se equivoca casi siempre, ¿qué no sucederá respecto a los intereses que no tocan personalmente a ninguno, como son los políticos o los administrativos? A este propósito recordamos otro antiguo aforismo, muy cierto también, que dice: Dinero de todos, dinero de ninguno. Obervaba Moltke con gran verdad, que una asamblea parlamentaria, a cada uno de cuyos miembros corresponde una quincuagésima o una centésima parte de responsabilidad, obrando por esta razón irreflexiva y ligeramente, se deja arrastrar más fácilmente a una guerra que un Soberano o un Ministro.

Por otra parte, cualquier proposición útil o beneficiosa procedente del anarquismo, lleva en sí la condición de ser inaplicable y absurda, porque, según he demostrado en mi Delitto político, toda reforma ha de introducirse en un país muy lentamente, pues de lo contrario provocará una reacción que inutilice todo trabajo anteriormente realizado; el odio a lo nuevo está tan posesionado del hombre, que todo esfuerzo violento dirigido contra el orden establecido, contra lo tradicional, es un delito, porque hiere y contradice la opinión de la mayoría; y aún cuando ese esfuerzo constituye una necesidad para la oprimida minoría, sería siempre considerado como un delito de lesa sociedad, y casi siempre resultaría inútil, porque surgiría al momento una potente reacción en sentido retrógrado.

Mas al punto en que el delito político se confunde con el delito común, es cuando estos soñadores del campo teórico, de libre acceso a todo el que tenga una mente sana, pretenden descender a la práctica, aceptando para realizar su fin el empleo de todos los medios, aun el hurto y el asesinato, creyendo obtener con la matanza de unos pocos, siempre víctimas inocentes que provocan una violenta reacción en todos, las adhesiones que los opúsculos y la propaganda oral no consiguió atraer. Aquí el delito y el absurdo se confunden y se multiplican; y si realizando alguno de los fines resulta opuesto a las predicciones, se despierta contra los profetizadores la indignación de la masa y el disgusto de las clases elevadas; son como ciertos golpes demasiado audaces de impaciente marinero, que alejan, tal vez para siempre, de la ribera el débil esquife por no acercarle poco a poco.


REVOLUCIÓN Y REBELIÓN


Y aquí aparece clara la distinción entre las revoluciones propiamente dichas, que son un efecto lento, preparado y necesario, aun surgiendo del más precipitado neurótico genio, o de cualquier accidente histórico, y las rebeliones o sediciones, frutos de una incubación artificial a una exagerada temperatura, de embriones prestinados a morir.

La revolución es la expresión histórica de la evolución (10), y su desarrollo lento, graduado, ofrece una garantía para el éxito, y se hace siempre más extenso y general, inspirado directamente -como está- por hombres geniales o apasionados, y no por criminales natos. (Véase mi Delitto político e la rivoluzioni, partes 1a. y 3a.).

Las sediciones, por el contrario, obedecen a superficiales y efímeras causas, frecuentemente locales o personales; casi siempre nacen en los pueblos poco civilizados, como en Santo Domingo, en las Repúblicas de la Edad Media y en las de la América meridional; son sus agentes delincuentes y locos, impulsados por una morbosidad a pensar y a sentir de distinto modo que los honrados y los sanos, y que después, impulsados por su naturaleza, no sienten el temor que otros hombres sentirían de emplear, para conseguir sus fines, medios como el regicidio y el incendio, que son inútiles en el fondo y siempre son criminales, y están en oposición a las ideas dominantes del sentido moral.

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