Índice de Los anarquistas de César LombrosoCapítulo IBiblioteca Virtual Antorcha

Presentación

La obra que aquí publicamos, Los anarquistas, del controvertidísimo médico criminólogo italiano César Lombroso, fue escrita y publicada en el año de 1894.

Del autor podríamos señalar que nació en 1835, que a los quince años de edad escribió tanto una historia de la República romana, como un bosquejo del desarrollo agrícola en la Roma antigua. Igualmente podríamos resaltar su gran misoginia la cual le condujo, a los veinte años de edad, a elucubrar una supuesta hipótesis por medio de la cual intentó demostrar que fisiológicamente la mujer y la inteligencia eran enemigos irreconciliables.

En 1852 inició sus estudios de medicina, mismos que terminaría titulándose como médico cirujano años más tarde.

Ante la agresión que el Piamonte recibiría por parte de Austria, decidiría unirse al ejército participando en varias batallas, por lo que sería condecorado. Terminada la guerra y derrotadas las aspiraciones austriacas, continuaría en el ejército en una brigada dedicada a la erradicación del bandolerismo. Finalmente, para 1863 abandonaría la milicia, dedicándose a la actividad docente, impartiendo clases de psiquiatría.

En 1867 fundó la Revista Psiquiátrica y en 1870 contraería nupcias con Nina de Benedetti con quien procrearía cuatro hijos.

Sería en 1871 cuando, estudiando el cráneo de un famoso bandolero, Lombroso creerá encontrar el origen de la criminalidad en las deformaciones craneanas. Y de aquí para adelante no habría santo que le pusiera un alto en su frenética carrera, que alcanzó grados de obsesión patológica, para intentar dar bases científicas a su descabellada y absurda hipótesis.

Absorbido por completo en su mundo fantástico, el doctor Lombroso no pararía mientes en sus sesudos estudios para demostrar al mundo entero las bases de su descubrimiento, y en 1876 publicaría su obra Tratado antropológico experimental del hombre delincuente, iniciándose así el desarrollo de lo que ahora conocemos como antropología criminal.

Las hipótesis de Lombroso encontrarían no pocos seguidores, lo que demostraba no tanto la validez de las mismas, sino más bien que el mundo se encontraba plagado de gente sumamente impresionable.

En 1885 se celebraría en Roma el Primer Congreso de Antropología Criminal, pero cuatro años más tarde, en 1889, al aprobarse un nuevo código penal en Italia, los legisladores darían, por fortuna, la espalda a las trasnochadas hipótesis lombrosianas, al ni tan siquiera tomarlas en cuenta, hecho que en sí mismo representó un durísimo golpe a las ridículas extravagancias del doctor Lombroso quien, completamente perdido le dio por el espiritismo. Y así, suponemos que queriendo saber el por qué del rechazo de los legisladores a sus brillantes teorías, acudió a las tertulias con los espíritus de los difuntos. Entonces fue cuando conoció a una célebre medium de nombre Eusapia Paladino con quien contrajo una estrechísima amistad. Dos años más tarde, en 1893, se afiliaría al Partido Socialista Italiano, y en el transcurso del año siguiente, escribiría y publicaría esta obra.

Lombroso busca demostrar que los anarquistas son fácilmente reconocibles por su cara de moco, lo que evidencía una innata tendencia hacia la criminalidad. Sus teorías se basan en anécdotas haciendo un inaudito revoltijo, sólo entendible si nos percatamos de que el objetivo real del doctor Lombroso cuando escribió esta obra, no fue sino un bien pensado objetivo político de desprestigiar a una corriente contraria a sus fantasías social espiritistas.

En efecto, no es posible abordar la lectura de esta obra sin tener en cuenta que un año antes el doctor Lombroso había decidido, a sugerencia de su amigo Enrique Ferri, afiliarse al Partido Socialista, y es precisamente como miembro de ese partido que escribe esta obra. Asi pues, nada de extraño resulta la precipitada y estrambótica descalificación de la personalidad de los anarquistas, manipulando mañosamente ciertas actitudes de éstos, que bien sabía, eran simpáticas a las multitudes de la época. Así, Lombroso se cuida de no molestar los instintos ocultos en las multitudes, buscando, por supuesto, atraérselas a su bandería.

La tesis principal de Lombroso no es otra de que los anarquistas son un puñado de locos de remate; o sea, como decimos acá en México: el burro hablando de orejas. Enfatiza que entre ese universo de locos de atar, es necesario diferenciar los locos mansos de los locos rabiosos, cuidándose de éstos últimos a quienes, definitivamente no queda otra que eliminar, y buscando aliviniar a los locos mansos, enviándoles al manicomio para que ahí, luego de administrarles la respectiva terapia y el consabido tratamiento, implementar una especie de shock amanzalocos para reintegrarles a la sociedad.

Resulta particularmente notable esta opción puesto que embona de manera sorprendente con la generalizada tendencia de todos los regímenes totalitarios a encasillar como loquitos dignos de atención, a todos aquellos que de una u otra manera se opongan a la irracionalidad del autoritarismo totalitario.

No existe, volvemos a repetirlo, el menor intento ni de explicarse ni mucho menos de buscar ese por qué de la inclinación a la actitud rabiosamente violenta por la que optaron varias corrientes del accionar polìtico, entre las cuales estuvo, sin duda, una corriente del movimiento anarquista europeo, durante las dos últimas décadas del siglo XIX.

Quizá, si el doctor Lombroso se hubiera tomado la molestia de analizar el tétrico panorama que hubieron de enfrentar las organizaciones sociales progresistas después del derrumbe de la Comuna de París, y la inaudita y bestial represión que a ello siguió, hubiese enfocado su análisis a horizontes más valederos y serios que sus ridiculeces antropomórficas, para ayudar al lector a comprender el por qué de esas actitudes de irracionalismo violento, sin duda alguna totalmente condenables.

Con todo, en esta obra se encuentran ciertos documentos que de por sí tienen su valor. Nos referimos, por ejemplo, a los fragmentos de los discursos de Ravachol y Henry ante los tribunales que les juzgaron, y a las opiniones de Ferrero, que no obstante ser profundamente contrarias al anarquismo, son sumamente juiciosas.

Para terminar, diremos que para la elaboración de esta edición virtual nos hemos basado en la edición española de 1894, realizada en Madrid por los sucesores de Rivadeneyra, impresores de la Real Casa, domiciliados en Paseo de San Vicente 20, siendo Julio Campo el autor de la traducción y de las sublimes notas.

Chantal López y Omar Cortés

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