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El inicio

I

Cuentan los que de historia saben, que en la madrugada de un día domingo 16 de septiembre de 1810, en el poblado de Dolores, perteneciente a la Provincia de Guanajuato, el párroco, inmiscuido en una conspiración cuyos objetivos no eran otros que el desconocimiento del régimen virreinal, enterado de que el gobierno había descubierto la conjura preparándose a arrestar a todos los en ella enredados, ni tardo ni perezoso se dio a la desesperada tarea de iniciar la revuelta.

Dícese también que bajo el lema al que madruga, dios le ayuda, púsose, tocando las campanas de su iglesia a llamar al pueblo, el que amodorrado y suponiendo que algo grave sucedía, acudió presuroso. ¡Y cuál no sería su sorpresa al ver a su pastor enardecido, llamarles a que a él se unieran en pos de la implantación del buen gobierno! No han de haber sido pocos quienes pensaron que su cura se había deschavetado, que su evidente senilidad desembocaba en la locura.

Resulta muy probable que los acontecimientos acaecidos aquella madrugada no hayan sido como nos los cuentan, por lo que resulta necesario dar un carácter de símbolo al tan mentado grito, puesto que la lógica nos inclina a pensar que si gritos hubo, éstos los han de haber proferido los feligreses en su molestia y enojo por haber sido despertados a tan temprana hora para escuchar las peroratas insurreccionales de un desmañanado.

Quién sabe si los acontecimientos hayan sucedido como se cuentan; quién sabe si no todo se deba a una gran vacilada. Pero ya fuese tan sólo un cuento para arrullar infantes, o la verdad desnuda, lo cierto fue que en aquél poblado y por aquellas fechas, se inició el proceso de lucha armada en pos de la Independencia que no terminaría sino hasta después de más de diez años de cruentas batallas y tozudas campañas militares.

Aquél hecho, que en la actualidad se asemeja a una épica leyenda, representó el desesperado intento llevado a cabo por un pequeño grupo de individuos ante la inminente amenaza de ser encarcelados. Contaron los sublevados con el fabuloso elemento de la sorpresa, y de aquí lo explosivo de su inicial campaña; pero también carecieron de planes y objetivos precisos, y de ahí surgió su derrota.

En cuestión de días y antes de que terminase ese mes de septiembre de 1810, los sublevados habían hecho lo que querían en el poblado de Dolores, en el de San Miguel, en el de Irapuato, en el de Celaya, en el de Silao, e incluso tuvieron la osadía de tomar la ciudad de Guanajuato.

En menos de quince días, aquél pequeño grupo había logrado reunir multitudes que en mucho sobrepasaban los diez mil hombres. Acerca de la razón de tan benéfica acogida por parte de los pobladores de aquellas regiones para con los sublevados, los historiadores han dividido sus opiniones. Para unos, aquél fenómeno de adhesión multitudinaria, debiose a la prometida licencia, por parte de los sublevados, para que, una vez tomadas las haciendas, aldeas, poblados y ciudades, pudiesen, quienes a ellos se unieran, dedicarse al pillaje y al saqueo, sin que temiesen reprimenda alguna; para otros, la tan masiva acogida a las proclamas de los sublevados, debíase tanto al enorme descontento existente entre criollos, mestizos e indígenas para con la situación económica y política reinante, como a los no pocos antecedentes que en el terreno favorable a la independencia del dominio napoleónico habíanse desarrollado por parte de amplios sectores criollos y mestizos, calando profundo en el sentir colectivo de muchos de los habitantes de las regiones del Bajío.

También han habido historiadores que, tomando los elementos de las dos interpretaciones, mézclanlos, sosteniendo que en ambas se encuentra la tan buscada respuesta; una combinación de descontento cristalizada por anteriores experiencias, y cierta predisposición al pillaje por parte de algunos conglomerados residentes en aquellas regiones fueron, en su opinión, las razones que explican el enorme crecimiento, en tan corto tiempo, del que con toda justeza debe ser considerado como el ejército de Hidalgo.

Pero aquella apresurada sublevación no surgía de la nada. Desde tiempo atrás se habían presentado particulares condiciones que generaron un marco propicio para que los nobles sentimientos de independencia, fueran desarrollándose permeando las adormecidas conciencias de los pobladores de la entonces llamada Nueva España.

No fue la insurrección iniciada en la madrugada del día domingo 16 de septiembre de 1810, el primer intento que en la Nueva España hubo, ya con anterioridad varios movimientos conspirativos habíanse generado, destacando de entre éstos tanto el que a la historia pasó con el nombre de la conspiración de los cuchillos, como la conspiración del indio Mariano. No trascendieron mucho estos dos movimientos debido a la constante vigilancia que las autoridades virreinales ejercían, sin embargo sirven como clara muestra de la manifestación del descontento que en la Nueva España siempre estuvo presente después de los acontecimientos acaecidos en la Metrópoli a raíz de la invasión napoleónica. Constituye también un antecedente, en este caso inmediato a la insurrección de Hidalgo, la llamada conspiración de Valladolid, que sucumbió ante la acción de las autoridades del entonces virrey Arzobispo Don Francisco Javier de Lizama y Beamonte. Los nombres de Don José María Garcia Obeso, Fray Vicente de Santa María y Don José Marcano de Michelena, unidos estuvieron a aquella truncada conspiración a finales del año 1809.

Mucho se ha comentado respecto a los nexos que pudieron haber existido entre los conspiradores de Valladolid y los de Querétaro, entre los cuales se encontraba Don Miguel Hidalgo, sin que se haya podido establecer fehaciente prueba de ellos.

Parapetados tras el cobijo de una institución cultural llamada Academia Literaria, se reunían en la ciudad de Querétaro, entre otros, los licenciados Parra, Laso y Altamirano; los capitanes Don Miguel Allende, Don Juan Aldama, Don Joaquin Arias y Don Mariano Abasolo; los señores Epigmenio y Emeterio González, así como el cura de Dolores, Don Miguel Hidalgo, contando todos con el discreto apoyo del Corregidor de la ciudad, Don Miguel Domínguez. Mas no obstante este encubrimiento, la Academia fue denunciada por el peninsular Don Francisco Buena como parapeto tras el cual se escondía una conjura contra la autoridad virreinal. El recién arribado virrey Don Francisco Javier Venegas hubo de ordenar la detención de todos los que a la Academia Literaria concurrían, y fue bajo estas circunstancias que el señor Don Miguel Hidalgo, avisado de su pronta detención, tomó la decisión, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, de lanzarse a la revuelta, llamando al pueblo a iniciar la insurrección.

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