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Presentación

La Independencia de nuestro país del dominio de la Corona española, constituyó un largo, penoso y agotador proceso que culminaría en el año de 1824, con la promulgación de la Constitución federal del 4 de octubre.

Tiempos duros, tiempos difíciles en los que en más de una ocasión la genialidad de la improvisación constituyose en común práctica.

Ciertamente la Independencia de México no fue una panacea en la que héroes y mártires se repartieron los papeles estelares, sino mas bien una patética tragedia, en la que cada bando, partido o corporación hacía lo que podía. Errores, muchísimos errores se cometieron, desatinos los hubo también, y es que no podía ser de otra manera. Se aprende haciendo y se libera liberándose. Los trescientos años de dominio de la Corona española pesaban una barbaridad para las generaciones que hubieron de afrontar la Independencia. Trescientos años se dicen con rapidez, pero representan muchas generaciones y, sobre todo, el mantenimiento de una forma de pensar que tenía siempre como referencia a la Metrópoli, porque era España lo que importaba y no tanto la Colonia. Pero sucedió que un día esa referencia quedó hecha trizas, ya no hubo Metrópoli alguna. Un día el país quedó independizado, incluso muy a su pesar. Y entonces comenzó el vía crucis de las improvisaciones y los fatales e inevitables errores que las acompañaban.

Pensábase en un inicio que México seguiría, ya como país independiente, el camino trillado del monarquismo constitucional. Tanto el Plan de Iguala, signado por el señor Agustín de Iturbide, como los Tratados de Córdoba, firmados por los señores Iturbide y Juan D´Odonojú, último virrey que fuese enviado de España, señalan ambos documentos el procedimiento a seguir para la instauración monárquica en México, sirviendo ello como tranquilizante a las clases dirigentes de la antigua Nueva España por tener así algunos puntos de referencia con un sistema de gobierno, como lo es el monárquico, al que ya encontrábanse acostumbrados. Sin embargo, la tan cacareada idea del monarquismo mexicano acabo siendo flor de un día.

El efímero imperio de Agustín I no logró el deseado efecto de enraizar en las conciencias la reverencia y sumisión a esa forma de gobierno monarquista constitucional, y he ahí la razón de su fracaso. Surgió, entonces, la alternativa republicana que a todas luces resultaba más acorde, más consecuente con los anhelos y esperanzas que la población abrigaba. Fue la forma republicana de gobierno, con su intransigente igualitarismo, la que consenso a la población y llevó a cabo la encomiable labor de elaborar una Constitución que además de republicana fue también federalista.

El partido Republicano quedaría, si bien dueño de la situación política, también, profundamente dividido en dos sectores o corrientes. Por un lado se encontraban los republicanos proclives a la conformación de una República centralista, y, por el otro, los republicanos partidarios de la implantación de una República federal. Centralistas y federalistas fueron las dos corrientes en que se dividió el partido Republicano.

Interesantes y sabias polémicas se generaron entre los más destacados representantes de cada una de estas vertientes, siendo precisamente la idea federal sobre la que más se explayaron críticas y advertencias por parte de los republicanos centralistas. Decían ellos que el federalismo propuesto, no constituía sino una copia vil y descarada del federalismo norteamericano expuesto en su Constitución del 17 de septiembre de 1787; clamaban sobre la sin razón del federalismo en un país que había logrado mantener la unidad mediante el tradicionalismo centralista, sin necesidad de establecer alianzas, pactos o confederaciones. No existía, para los republicanos centralistas, razón alguna para implantar en México el federalismo, puesto que con ello no se avanzaba nada y sí se ponía en entredicho toda la experiencia del pasado.

Sin embargo, el sector republicano federalista supo imponerse a sus adversarios logrando incluir en la Constitución la estructura federal por ellos tan anhelada.

Con la promulgación, el 4 de octubre de 1824, de la Constitución federal, México iniciaba formalmente su independencia.

Dieciséis años atrás, en 1808, comenzó ese proceso que atravesaría muchas y muy variadas etapas de desarrollo. Campañas militares, campañas políticas; derrotas y victorias; sangre, dolor, sufrimiento. Facetas éstas por las que los habitantes de la Nueva España hubieron de transitar.

Componen la presente obra dos artículos nuestros, El inicio, y La Conformación, en los que de manera breve y jocosa pretendemos abordar, en el primero, los acontecimientos de 1808, y, en el segundo, la labor de Iturbide y de los republicanos en el proceso que antecedió a la promulgación de la Constitución del 4 de octubre de 1824.

Contiene también dos escritos de Fray Melchor de Talamantes relativos al movimiento de 1808, la proclama del virrey Don José de Iturrigaray, el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, aparte, claro está, del texto íntegro de la Constitución federal del 4 de octubre de 1824.

Chantal López y Omar Cortés

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