Índice de La Constitución de Cadiz o Motivos de mi afecto a la Constitución de Carlos María de BustamanteAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

EXTINCIÓN DEL SANTO OFICIO

Consiguiente a esta liberalidad de principios ha sido la extinción del Tribunal de la Inquisición. No tronaré con invectivas exquisitas contra este odioso establecimiento porque ya mil plumas lo han descrito de un modo tal que no han dejado un lugar para la mía. La imparcialidad exige que deseemos se administre justicia contra los prevaricadores en la religión del estado, diciendo con el sabio D. Pedro Canel Acevedo:

... ¡Fuerte cosa es que ha de haber tribunales para castigar los delitos políticos y no para los religiosos!

Toca a los pastores cuidar de la grey; a ellos se les ha preceptuado formalmente attendite vobis; haganlo en buena hora y sean sus juicios públicos y solemnes; sepa el reo quien le acusa; tachelo, careesele con el testigo impostor, redarguyale, confundale, goce de la luz en la prisión, comuniquese con sus semejantes, y merezca toda la indulgencia hija de la caridad. Juzgar en nombre de Jesucristo y atormentar al miserable procesado en un socucho, o en una torre gótica y mohosa por diez o más años, esa conducta que no puede aprobar el Evangelio. Bendigamos por tanto la hora y el instante en que desaparecio de la faz de la Monarquía Española un establecimiento que según su antigua forma reprueba la razón y detenta la religión en cuyo obsequio lo planteó la codicia y superstición reunidas contra la miserable humanidad. Cuando los Españoles no hubieran recibido mas bien que éste de la Constitución que acaban de jurar, deberían todos decidirse a morir por su conservación perdurable. ¿Dónde se ha visto un tribunal árbitro del honor, bienes y vida de la mayor monarquía del mundo, instalado por una delegación violenta, a la voluntad de un solo hombre, y este sin responsabilidad a nadie en la tierra? ¡Buen Dios! ¡qué quimera! ¡ah! ¿cómo ha podido conservarse en la Europa por tres siglos? ¿Ni cómo una cabala de falsos devotos ha podido sostenerla chocando con toda la voluntad de la nación y los votos de toda la racionalidad? ¡Siglo fecundo vive Dios en delitos! vaya que nuestros posteros dudarán justamente creer lo que hemos presenciado. Fijaos Americanos en esta idea y ensordeceos a todo clamor que lIegare a vuestros oídos contra una abolición tan justa como suspirada. Por congratular y divertir la melancólica fantasía de cierto Rey, se le dio en 1680 en espectáculo las hogueras y cadalzos en que perecieron ciento veinte infelices al modo que se daban las justas, los torneos y la lid de toros; tales eran las ejecuciones de la Inquisición en España en otros tiempos: ¿habriase divertido de otro modo a aquel Nerón que cantó la ruina de Roma al sonido de su flauta y que vio abrasarse la mayor ciudad de Imperio entre los accesos de la alegría de los tigres?

En lo sucesivo los juicios serán públicos; se formarán por los legítimos pastores; la causa de la religión pleiteará a la luz meridiana, porque no necesita recurrir a las tinieblas ni al misterio; el padecimiento será personalísimo del reo y no trascendental a su familia; el gobierno apoyo del sacerdocio, impartirá su auxilio y la vindicta pública quedará satisfecha. Decid ahora Americanos: ¿ganamos o perdemos en el cambio? Tales son los efectos de la extinción del Santo Oficio.

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