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AGRICULTURA

La agricultura ha recibido el mayor impulso por los once artículos de la ley del 8 de Junio de 1813. Casi todos los afanes del inmortal Jovellanos se han visto realizados; alegrense sus cenizas con el voto general de la Patria, y reanimense con el Júbilo que inunda a los españoles mirando que casi todo su informe de Ley agraria pasa ya por una ley de las primeras de la nación, y que por medio de ella va a felicitarse la parte de la Península agricultora. Participen de igual satisfacción los Manes de Filangieri, cuyo eco repetido por el de dicho señor Jovellanos se ha oido en el augusto Congreso de nuestras Cortes. Aquellos sabios se desvelaron por nuestra común ilustración, pues en dicha ley de 18 de Junio de 1813 acordaron el establecimiento de economía civil a la mayor brevedad; escuelas prácicas de Agricultura en todas las Capitales de Provincia; restitución a su ejercicio de las sociedades económicas de los amigos del país, y erección de ellas donde se hubiesen planteado; distribución de premios públicamente para la aplicación y circulación de luces, y distribución gratuita de semillas y plantas que puedan aclimatarse y que hacen una verdadera riqueza nacional. Finalmente, formación de cartillas rurales para la más fácil enseñanza.

La América se halla en estado de calcular este incamparable beneficio, observando los progresos que hacen aceleradamente las dos Academias de la Habana y Guatemala. Sus memorias y aumento en la agricultura dan testimonia de esta verdad. La de Guatemala cesó en sus funcianes de orden del Príncipe de la Paz y se restituyó a ellas por la Junta Central. En México no se ha podido conseguir licencia para un establecimiento. igual, a pesar de mil solicitudes. Los votos del célebre püeta Ortega cün su oda justamente celebrada, han sido. como las canciones de la edad de Oro de las antiguos hijos de Apolo. Mas ahora veremos efectivos estos establecimientos, cuyas ventajas no dejó de recomendar la legislación del Sor. Carlos IV por ser notorias; y cuando la sociedad de México se vea al nivel de las primeras de Europa, hará la justicia de confesarse deudora de su benéfica existencia a la filantropía de las Cortes extraórdinarias de Cádiz. Esta ley ha borrado y condenado justamente a la excecración y olvido la ley 4a. tit. 23 Lib. l° de Indias que manda: no sean admitidos en los colegios seminarios las hijos de los oficiales mecánicos, como si Sófocles no hubiese sido hijo de un herrero; Sócrates, padre de la moral de un estatuario de Atenas, y Horacio. de un liberto y portero del Senado de Roma. Americanos, las Cortes os han abierto el templo de la sabiduría. Envilecidos artesanos, mandad vuestros hijos a las escuelas y mirad en ellos otros tantos sujetos destinados para ser el ornamento de la República y de las Artes. Decidles a vuestros niños que la compación y amor del los legisladores de Cádiz se ha extendido hasta prohibir la pena de azotes en las escuelas de enseñanza, para inspirarles honor y quitarles este retraente poderosísimo que aun existía como resto de la barbarie de nuestros padres. Ya prescribirá el odioso proloquio que decía ... La letra con sangre entra ... Entrará con dulzura, con amor y constancia para vencer la pereza que heredamos de nuestros padres delincuentes, condenados al trabajo.

A consecuencia del decreto del 4 de mayo de 1814 que mandó restituir las cosas al estado en que se hallaban en 1808, se dispuso por la sala del crimen de México una Picota en aquella plaza pública que antes no había, dünde se hicieron ejecuciones tan crueles como vergonzosas en infelices. Además de esto en el Tribunalete que colocó en la plaza de Torüs radeado de parquerones para cuidar del orden, se presentaba el verdugo ejecutor con su látigo en la mano para azotar allí mismo al que cometiese alguna falta sin respetar en nada al público.

Si hubieramos visto ejecutar igual sentencia en un Pueblo de Indios serranos y de todo punto bárbaros, quizás no habriamos tenido la indulgencia necesaria para perdonarles exceso tamaño y tan opuesto a la pureza de las costumbres de que todo gobierno, sea el que fuere debe cuidar. ¿Cómo sería pues disimulable en el que proclamaba poseer todos los caracteres de sabio y morigerado? La sencilla relación de un hecho tan insultante y escandalosamente repetido no puede menos de irritar, compárese ya la providencia de los legisladores de Cádiz con la de los ejecutores de pena tan infame y atroz; ¿y luego se exigirá heroismo y elevación en un pueblo envilecido hasta este punto, y se le echarán en cara las bajezas que son consiguientes a la degradación en que lo ha puesto un régimen sistemado por tres siglos? ¡Bah! Las grandes ideas no tienen lugar entre las rabias de la desesperación, entre las amenazas de la fuerza, entre el abatimiento, la bajeza y la ignominia de la esclavitud y del palo amenazador de la tiranía.

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