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Falsas ideas de utilidad

Una fuente de errores y de injusticias son las falsas ideas de utilidad que se forman los legisladores.

Falsa idea de utilidad es la que antepone los inconvenientes particulares al inconveniente general; la que manda a los sentimientos, en vez de dirigirlos hacia la lógica, haciéndoles obedecer a ella. Falsa idea de utilidad es la que sacrifica mil ventajas reales aun inconveniente imaginario o de escasas consecuencias, como sería la de suprimir a los hombres el fuego, porque incendia y el agua porque aniega, y la de no reparar a los males más que con la destrucción. Las leyes que prohiben llevar armas son de esta clase, pues no desarman más que a los que no están inclinados ni determinados a los delitos, en tanto que los que se atreven a violar las leyes más sagradas de la humanidad y las más importantes del código ¿cómo van a respetar las menores y las puramente arbitrarias y cuya contravención es tan fácil, con la impunidad consiguiente y cuya ejecución exacta suprimiría la libertad personal, que el hombre quiere tanto y que el legislador inteligente debe querer también, sometiendo a los inocentes a todas las vejaciones debidas a los reos? Leyes como éstas empeoran la condición de los agredidos y mejoran la de los agresores, sin que hagan disminuir los homicidios, antes bien los aumentan, porque es mayor la confianza en asaltar a los que van desarmados que no a los armados. A estas leyes se les podría llamar más bien leyes miedosas de los delitos que no previsoras de ellos, y nacen de la tumultuosa impresión de algunos casos particulares, no de la meditación razonada de los inconvenientes y ventajas de un decreto universal.

Falsa idea de utilidad es la que pretendiera dar a una multitud de seres sensibles la simetría y el orden que sufren la materia bruta e inanimada; la que olvida los motivos presentes, únicos que con constancia y fuerza obran sobre la multitud, prefiriendo motivos lejanos cuya impresión es brevísima y débil, cuando una fuerza de imaginación, que no es ordinaria en la humanidad, no suple a todo agrandando el objeto en lontananza.

Finalmente, es una falsa idea de utilidad la que, sacrificando la cosa al nombre, separa el bien público del bien de todos los particulares. Entre el estado de sociedad y el de naturaleza, hay esta diferencia: que el hombre salvaje no daña a los demás más que cuando ello sirve para procurarse bien a sí propio, en tanto que el hombre sociable a veces se ve obligado por leyes malas a ofender a los demás, sin que por ello se procure bien personalmente. El déspota proyecta el temor y el abatimiento en el ánimo de sus esclavos; pero si se le reprende, vuelve con mayor fuerza a atormentar su ánimo. Cuando el temor es más solitario y doméstico, tanto es menos peligroso a quien hace de él el instrumento de su provecho; pero cuanto es más público y actúa sobre una multitud mayor de hombres, tanto más fácil es que entre ellos se encuentre el imprudente, el desesperado o el audaz hábil que haga servir a los hombres a sus fines propios, suscitando en ellos sentimientos más gratos y tanto más seductores cuando el riesgo de la empresa recae sobre un número mayor; y entonces el valor que los infelices dan a su existencia propia, disminuye en proporción de la miseria que sufren. Esta es la razón por la cual las ofensas hacen brotar ofensas nuevas, pues el odio es un sentimiento tanto más duradero que el amor, cuanto que el primero adquiere su fuerza en la continuación de los actos que debilitan al segundo.


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