Índice de Tratado de los delitos y de las penas de César BeccariaCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De un genero particular de delitos

El que lea este libro, advertirá que he omitido un género de delitos que ha cubierto a Europa de sangre humana, y que ha alzado hogueras en que servían de alimento a las llamas cuerpos vivos humanos, cuando era alegre espectáculo y grata armonía para la ciega multitud oír los sordos y confusos gemidos de los desgraciados, a través de los remolinos de humo negro, humo de miembros humanos, entre el crujido de los huesos carbonizados y el chirriar de las vísceras aun palpitantes. Pero los lectores razonables tendrán en cuenta que el lugar, el tiempo y la materia, no me permiten examinar la naturaleza de esta clase de delitos. Sería ajeno y apartado de mi asunto demostrar que debe ser necesaria una perfecta uniformidad de pensamiento en un Estado, en contra del ejemplo de muchas naciones; y como opiniones que difieren entre sí solamente por algunas sutilísimas y obscuras diferencias, harto lejanas de la capacidad humana, pueden también perturbar el bien público, cuando una no esté autorizada con preferencia a otras; y como la naturaleza de las opiniones está compuesta de tal modo que mientras algunas, las verdaderas, se aclaran y sobrenadan con el contraste, fermentando y combatiendo juntas, las falsas se sumergen en olvido, y otras, mal seguras en su desnuda substancia, requieren ser vestidas de autoridad y de fuerza. Sería muy largo probar que, aunque parezca odioso, el imperio de la fuerza sobre las mentalidades humanas, cuyas conquistas únicas son la disimulación, y con ella el envilecimiento, aunque parezca contrario al espíritu de mansedumbre y fraternidad aconsejado por la razón y la autoridad que más veneramos, es también, después de todo, necesario e indispensable. Todo esto debe creerse evidentemente probado y conforme a los verdaderos intereses de los hombres, si hay quien lo haga con reconocida autoridad. Yo no hablo más que de los delitos que emanan de la naturaleza humana y de la naturaleza social, pero no de los pecados, cuyas penas, incluso las temporales, deben regirse por otros principios distintos de los de una limitada filosofía.


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