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De la tranquilidad pública

Finalmente, entre los delitos de la clase tercera que hemos presentado, están los que van contra la tranquilidad pública y la quietud de los ciudadanos, tales como los alborotos y tumultos en las calles públicas, destinadas al comercio y tránsito de los ciudadanos, los discursos fanáticos que excitan las fáciles pasiones de las multitudes curiosas, envalentonadas por la curiosidad y por la frecuencia y número de los oyentes y sobre todo por el obscuro y misterioso entusiasmo, no en cambio, por la razón, clara y tranquila, que jamás obra sobre las grandes masas de hombres.

El alumbrado público, los guardias distribuídos en los diferentes barrios de la ciudad, los sermones sencillos y morales de la religión en el silencio y sagrada tranquilidad de los templos protegidos por la autoridad pública, las arengas encaminadas a sostener los intereses particulares y públicos en las reuniones de la nación, en los parlamentos y donde resida la majestad del Soberano, todos éstos son medios eficaces para prevenir la peligrosa acumulación de las pasiones particulares. Todo esto es materia de un ramo principal de la vigilancia del magistrado que los franceses llaman Policía; pero si los magistrados de este orden obrasen mediante leyes arbitrarias, que no estuvieran establecidas por un código circulando en manos de todos los ciudadanos, sí abriría una puerta a la tiranía, siempre acechando todos los confines de la libertad política.

Yo, por mi parte, no hallo excepción alguna para este axioma general, a saber, que todo ciudadano debe saber cuándo es reo y cuándo inocente. Si los censores, y en general, los magistrados arbitrarios son necesarios en algunos gobiernos, ello se debe a la debilidad de la propia constitución de éstos, y no a la naturaleza de un gobierno bien organizado. La incertidumbre de la suerte propia, ha sacrificado más víctimas a la obscura tiranía, que no la crueldad pública y solemne. Aquella rebela los ánimos más que los envilece. El verdadero tirano siempre comienza reinando sobre la opinión y el valor sólo puede llegar a resplandecer a la clara luz de la verdad, en el fuego de las pasiones, o en la ignorancia del peligro.


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