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De los duelos

De esta necesidad de los sufragios ajenos, nacieron los duelos privados, cuyo origen se encuentra precisamente en la anarquía de las leyes. Se pretende que estos duelos los desconoció la antigüedad, acaso porque los antiguos no se reunían sospechosamente armados en los templos y en los teatros, o con los amigos; acaso porque el duelo era un espectáculo ordinario y común que daban al pueblo los gladiadores, esclavos y envilecidos, de modo que los hombres libres desdeñaban ser considerados y llamados gladiadores, al participar en combates singulares. En vano los edictos de muerte contra todo aquél que aceptara un duelo, trataron de extirpar esta costumbre, cuyo fundamento está en algo que algunos hombres temen más que a la muerte, porque, privado de los sufragios favorables de los demás, el hombre de honor se ve expuesto a convertirse en un ser meramente solitario, lo cual es un estado insufrible para un hombre social, o bien a convertirse en blanco de los insultos y la infamia que con su acción repetida superan el peligro de la pena. ¿Cuál es el motivo de que el pueblo bajo no se bata en duelo tanto como los grandes? No sólo porque está desarmado, sino porque la necesidad de los sufragios ajenos es menos común en la plebe que en aquellos otros, que, siendo más elevados, se miran Con mayor sospecha y envidia.

No será inútil repetir lo que han escrito otros, a saber: que el mejor método de prevenir este delito, es castigar al agresor, o sea al que diera ocasión al duelo, declarando inocente, en cambio, al que, sin culpa suya, se ha visto obligado a defender lo que las leyes actuales no aseguran, que es la opinión.


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