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Injurias al honor

Las injurias personales y contrarias al honor, que es la porción justa de las simpatías que un ciudadano tiene derecho a exigir de los otros, deben castigarse con la infamia.

Hay una notable contradicción entre las leyes civiles, celosas custodias del cuerpo y bienes de cada ciudadano, más que de otra cosa alguna, y las leyes de lo que se llama el honor, presididas en todo por la opinión. Esta palabra de honor, es una de las que han servido de base a largos y brillantes razonamientos, sin adherirse a ninguna idea fija y estable. ¡Mísera condición de las mentes humanas ésta de que las lejanísimas y menos importantes ideas de los movimientos de los cuerpos celestes le estén presentes con un conocimiento más preciso, que las vecinas e importantísimas nociones morales, siempre fluctuantes y confusas, según el viento de las pasiones las arrastra y las recibe y transmite la ignorancia! Pero esta aparente paradoja desaparecerá al considerar que así como las cosas muy próximas a los ojos se confunden, del mismo modo la excesiva vecindad de las ideas morales hace que con facilidad se mezclen con las muchísimas ideas simples que las componen, confundiendo las líneas de separación necesarias al espíritu geométrico que trata de medir los fenómenos de la sensibilidad humana. Y disminuirá del todo la maravilla del indiferente indagador de las cosas humanas, que sospechará acaso que no sea necesario tanto aparato de moral ni tantos compromisos para hacer que los hombres sean libres y felices.

Este honor, por consiguiente, es una de aquellas ideas complejas que son un agregado, no sólo de ideas simples, sino también de ideas igualmente complicadas, que al presentarse de un modo vario ante la mente, unas veces admiten y otras excluyen algunos de los elementos que las componen, sin conservar más que algunas pocas ideas comunes, al modo que las cantidades complejas algebraicas admiten un divisor común. Para encontrar este común divisor en las válidas ideas que los hombres se forman del honor, es necesaria una rápida mirada a la formación de la sociedad.

Las primeras leyes y los primeros magistrados nacieron de la necesidad de reparar los desórdenes del despotismo físico de todo hombre. Este fue el fin institutor de la sociedad, y este fin primario de ella se ha conservado siempre, realmente o en apariencia, a la cabeza de todos los códigos, incluso los destructores. Pero las relaciones de los hombres y el progreso de sus conocimientos, hicieron nacer una infinita serie de acciones y necesidades recíprocas de los unos para con los otros, siempre superiores a la previsión de las leyes e inferiores al poder actual de cada uno. De esta época data el despotismo de la opinión, que era el único medio de obtener de los otros aquellos bienes y de alejar aquellos males que las leyes eran insuficientes para atender. La opinión es lo que atormenta al sabio y al hombre vulgar; lo que ha puesto en crédito la apariencia de la virtud por encima de la virtud misma; lo que convierte en misionero incluso al malvado porque en ella encuentra su propio interés. Así es como las simpatías, las opiniones de los hombres, se hicieron no sólo útiles, sino necesarias, para no caer por debajo del nivel común. De modo que si el ambicioso conquista el honor como útil, si el vanidoso le mendiga como testimonio de su mérito, el hombre de honor ha de exigirle como necesario. Este honor es una condición que muchísimos hombres ponen a su propia existencia. Nacido después de la formación de la sociedad, no ha podido ser puesto en el depósito común y hasta es un retorno instantáneo, al estado natural, una substracción momentánea de la persona propia a las leyes, cuando éstas no defienden suficientemente a un ciudadano. En resolución, en la extremada libertad política, igual que en la extrema dependencia, desaparecen las ideas del honor o se confunden perfectamente con otras; porque en la primera de aquellas dos situacines, el despotismo de las leyes inutiliza la busca de otros sufragios y simpatías; y en la segunda, porque el despotismo de los hombres anulando la existencia civil, reduce a ésta a una personalidad precaria y momentánea. De modo que el honor es uno de los principios fundamentales de las monarquías que tiene el carácter de un despotismo disminuído; y en ellas está lo que está en las revoluciones en los estados despóticos: un momento de regreso al estado natural, un recuerdo que se le hace al amo de la igualdad antigua.


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