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Del poner a precio la cabeza de los reos

La otra cuestión, de las dos a que aludíamos, es la de si es útil poner a precio la cabeza de un hombre conocido como reo, y, armando el brazo de cada ciudadano, hacer de ellos verdugos. O el reo se encuentra dentro de los confines nacionales, o fuera de ellos. En el primer caso, el Soberano estimula a los ciudadanos a cometer un delito y les expone a un suplicio, cometiendo una injuria y una usurpación de autoridad en los dominios de otro, y a la vez. autorizando de este modo a las demás naciones para que hagan lo mismo con respecto a él. En el segundo caso, muestra la misma debilidad. El que tiene fuerzas bastantes para defenderse, no procura comprarlas. Además, el edicto poniendo precio a la cabeza de un reo, trastorna todas las ideas de moral y virtud que el menor soplo desvanece en el alma humana. Unas veces, las leyes invitan a la traición; y otras la castigan. Con una mano, el legislador aprieta los lazos de familia, de parentela, de amistad; y con la otra premia al que los rompe y los desprecia; siempre contradictorio consigo mismo, ora invita a la confianza el ánimo sospechoso de los hombres, ora siembra la desconfianza en todos los corazones. En vez de prevenir un delito, hace que nazcan cientos. Estos son los recursos de las naciones débiles cuyas leyes no son más que reparaciones momentáneas de un edificio ruinoso que cruje por todas partes. A medida que crece la ilustración en una nación, la buena fe y la confianza recíproca se hacen necesarias en ella, tendiendo siempre más a confundirse con la política verdadera. Los artificios, las cábalas, los caminos obscuros e indirectos son más previsibles y la sensibilidad general humilla la sensibilidad de cada uno en particular. Hasta los siglos de ignorancia, en los cuales la moral pública obliga a los hombres a obedecer a la privada, sirven de instrucción y experiencia a los siglos ilustrados. Pero las leyes que premian la traición y que suscitan una guerra clandestina, esparcen las sospechas recíprocas entre los ciudadanos, se oponen a tan necesaria reunión de la moral con la política, a que los hombres deberían su felicidad, las naciones su paz y el universo algún intervalo mayor de tranquilidad y reposo a los males que se ciernen sobre él.


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