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Asilos

Aun me quedan dos cuestiones que examinar, siendo una de ellas la de si son justos los asilos y si es útil, o no, el pacto que las naciones hacen de devolverse recíprocamente a los reos. Dentro de las fronteras de un país, no debe haber lugar alguno independiente de las leyes, porque la fuerza de las mismas debe seguir a cada ciudadano como la sombra sigue al cuerpo. La impunidad y el asilo sólo se diferencian en más o menos; y como la impresión de la pena más consiste en la impresión de la seguridad de encontrarla que en su propia fuerza, los asilos invitan más a los delitos que las penas los alejan de ellos. Multiplicar los lugares de asilo es crear otras tantas pequeñas soberanías, pues donde no hay leyes que mandan, allí podrán formarse leyes nuevas opuestas a la común y, con ello, un espíritu opuesto al del cuerpo entero de la sociedad. Todas las historias enseñan que de los asilos nacieron las grandes revoluciones en los Estados y en las opiniones de los hombres. Algunos han sostenido que donde quiera que se cometa un delito o sea una acción contraria a la ley, pueda ser penado el delincuente, como si el carácter de súbdito fuese indeleble, sinónimo, y hasta peor, que el de esclavo, como si uno pudiese ser súbdito de un dominio y habitar en otro y como si sus acciones pudiesen sin contradecirse, estar subordinadas a dos soberanos y a dos códigos contradictorios a menudo. Algunos creen igualmente, que una acción cruel, cometida en Constantinopla, por ejemplo, puede ser castigada en París, por la razón abstracta de que quien ofende a la humanidad merece tener por enemigo a la humanidad entera, con la execración universal, y como si los jueces fuesen vindicadores de la sensibilidad de los hombres, y no más bien de los pactos que les ligan entre sí. El lugar de la pena es el lugar del delito, pues solamente en él, y no en otros lugares, los hombres se ven forzados a ofender a un particular para prevenir la ofensa pública. Un malvado que no ha roto los pactos de una sociedad de la que no era miembro, puese ser temido, y, por lo mismo, ser desterrado y excluído por la fuerza superior de aquella sociedad misma, pero no puede ser castigado con las formalidades de la ley, que son vindicadoras de los pactos, no de la malicia intrínseca de las acciones.

Pero si sea útil entregarse recíprocamente los reos entre las naciones, no me atreveré a decidirlo mientras las leyes más conformes a las necesidades de la humanidad, las penas más suaves y extinguida la dependencia del arbitrio y de la opinión, no aseguren la inocencia oprimida y la virtud detestada; mientras la tiranía no venga del todo de la razón universal, que siempre une los intereses del trono y de los súbditos, confinada en las vastas llanuras de Asia. Aun cuando la persuasión de no encontrar un palmo de tierra que perdone a los verdaderos delitos, sería un medio eficacísimo de prevenirlos.


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