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Infamia

La infamia es una señal de la desaprobación pública que priva al reo de los sufragios públicos, de la confianza de la patria y de la especie de fraternidad que la sociedad inspira. Pero la infamia no depende del albedrío de la ley. Por tanto, precisa que la infamia que aplica la ley sea la misma que nace de las relaciones de las cosas, la misma que inspiran la moral universal o la moral particular que dependa de los sistemas relativos, legisladores de las opiniones vulgares y de la nación en cuestión. Si la una es diferente de la otra, o la ley pierde la veneración pública o las ideas de moralidad y de probidad se desvanecerán a despecho de las reclamaciones, que nunca pueden resistir a los ejemplos. Aquél que declare infame acciones que por sí mismas son indiferentes, disminuirá la infamia de las acciones que verdaderamente sean infamantes.

Las penas corporales y dolorosas no deben imponerse a aquellos delitos que, fundándose en el orgullo, recaban del dolor mismo gloria y provecho, cuando mejor le convendrían el ridículo y la infamia; penas que refrenan el orgullo de los fanáticos con el de los espectadores de las mismas y de las cuales la propia verdad se libra difícilmente con lentos y obstinados esfuerzos. De este modo, oponiendo unas fuerzas a otras fuerzas y unas opiniones a otras opiniones, el prudente legislador quebranta la admiración y sorpresa ocasionada en el pueblo por un falso principio, cuyas bien deducidas consecuencias suelen velar al vulgo su absurdo originario.

Las penas de infamia no deben ser ni demasiado frecuentes ni recaer sobre un gran número de personas a la vez. No lo primero, porque los efectos reales y demasiado frecuentes de las cosas de opinión, debilitan la fuerza de la opinión misma; no lo segundo, porque la infamia de muchos se resuelve en la infamia de nadie.

Esta es la manera de no confundir las relaciones y la naturaleza invariable de las cosas, la cual, no estando limitada por el tiempo y obrando incesantemente, confunden y desarrollan todos los reglamentos limitados que se separan de ella.

No sólo las artes de gusto y placer, que tienen como principio universal la imitación fiel de la naturaleza, sino también la política misma, al menos la verdadera y duradera, está sujeta a la máxima general que hemos establecido, pues no es otra cosa que el arte de dirigir bien los sentimientos inmutables de los hombres, haciéndoles útiles.


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