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De los juramentos

Una contradicción entre las leyes y los sentímíentos naturales del hombre nace del juramento que se exige al reo, para que sea veraz aquél que tiene el mayor interés en ser falso; como si los hombres pudiesen jurar contribuyendo a su propia destrucción, como si la religión no callase, en la mayoría de los hombres, cuando habla el interés. La experiencia de todos los siglos ha hecho ver cuánto se ha abusado de este precioso don del Cielo. ¿Y por qué motivo habrían de respetarle los malvados, si los hombres tenidos por más prudentes le han infringido con frecuencia? Son muy débiles, por hallarse muy remotos de los sentidos, por lo menos para la mayoría, los motivos que la religión contrapone al tumulto del temor y al amor a la vida. Los asuntos del Cielo se rigen por leyes muy distintas de las que gobiernan los asuntos humanos. ¿Por qué comprometer los unos con los otros? ¿por qué colocar a un hombre en la terible condición de faltar a Dios o de contribuir a su propia ruina? La ley que obligue a tal juramento, mandará a la vez ser o un mal cristiano o un mártir. Poco a poco, el juramento se va convirtiendo en una simple formalidad, con lo cual se destruye a la vez la fuerza de los sentimientos y la de la razón, única prenda de honradez de la mayor parte de los hombres. La inutilidad de los juramentos la ha hecho ver inútiles, y por consigt1Íente perjudiciales, todas las leyes que se oponen a los sentimientos naturales del hombre. Sucede con ellos lo mismo que con lo que ocurre con los diques opuestos directamente al curso de un río, y que pronto son destruídos o superados, o bien un remolino formado por las aguas los corroe y mina insensiblemente.


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