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Acusaciones secretas

Desórdenes evidentes, aunque consagrados y que en muchas naciones se han hecho necesarios por la debilidad de su propia constitución, son las acusaciones secretas. Esta costumbre hace a los hombres falsos y simuladores, porque cualquiera de ellos puede sospechar entre los demás un delator, es decir, un enemigo; y entonces los hombres se acostumbran a disfrazar sus sentimientos, escondiéndolos a los demás, con lo que, finalmente, llegan a esecondérselos a sí mismos. ¡Infelices los hombres cuando han llegado a tanto! Sin principios claros e inmutables que les guíen, vagan extraviados y fluctuantes en el vasto mar de las opiniones, y siempre ocupados en salvarse de los monstruos que les amenazan, pasan cada uno de los momentos presentes amargados siempre por la incertidumbre del futuro; privados de los placeres duraderos de la tranquilidad y la seguridad, tan sólo algunos de ellos, dispersos acá y allá en la triste vida que llevan, devorados por la prisa y el desorden de su existencia, se consuelan de haber vivido. ¿Y haremos nosotros de esta clase de hombres los soldados intrépidos defensores de la patria y del trono? ¿Encontraremos entre ellos a los incorruptibles magistrados que con libre y patriótica elocuencia sostengan y desarrollen los verdaderos intereses del soberano y que lleven al trono, con sus tributos, el amor y las bendiciones de todos, conquistando para los palacios y las cabañas la paz, la seguridad y la industriosa esperanza de mejorar la suerte, fermento útil y vida de los Estados?

¿Quién será el que pueda defenderse de la calumnia armada con el más fuerte escudo de la tiranía, que es el secreto? ¿qué especie de gobierno será aquél que quien le rija sospeche que tiene un enemigo en cada uno de sus súbditos, viéndose obligado, para el reposo público, a quitárselo a cada cual?

¿Cuáles son los motivos que justifican las acusaciones y las penas secretas? ¿la salud pública, la seguridad, el mantenimiento de la forma de gobierno? ¡Pero qué extraña constitución aquélla en que el que es dueño de la fuerza y de la opinión, más eficaz que aquélla, teme de cada ciudadano! ¿La indemnidad del acusador? Entonces es que las leyes no le defienden suficientemente y que los súbditos son más fuertes que el soberano. ¿La infamia del delator? ¡Luego entonces se autoriza la calumnia secreta y se castiga a la pública! ¡La naturaleza del delito! Si las acciones indiferentes, si hasta las que sean útiles al público se llaman delitos, las acusaciones y los juicios nunca son suficientemente secretos. ¿Podrá haber delitos, es decir, ofensas públicas, en que al mismo tiempo no sea de interés para todos la publicidad del ejemplo, o sea la del juicio? Yo respeto todo gobierno, sin hablar de ninguno en particular. Tal es a veces la naturaleza de las circunstancias, que puede tomarse como caso de extrema ruina suprimir un mal cuando éste sea inherente al sistema de una nación. Pero si yo tuviese que dictar leyes nuevas en cualquier abandonado rincón del Universo, antes de autorizar costumbre como ésta me temblaría la mano, teniendo toda la posteridad ante mis ojos.

Ha dicho Montesquieu que las acusaciones públicas son más conformes a la República, en que el bien público debe ser la primera pasión de los ciudadanos, que a la Monarquía, en que este sentimiento es muy débil, por razón de la naturaleza misma del gobiemo, y donde es una institución óptima la de crear comisarios que en nombre público ejerzan la acusación contra los infractores de las leyes. Pero todo gobierno, sea republicano o monárquico, debe imponer al calumniador la pena que correspondería al acusado.


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