Índice de ¡Viva Tierra y Libertad! de Librado RiveraDocumento anteriorSiguiente documentoBiblioteca Virtual Antorcha

A Manuel Téllez

Leavenworth, Kansas, Junio 12 de 1921.

Señor Manuel Téllez

Encargado interino de la embajada mexicana en E.U.

Washington, D.C.

Querido señor:

Contesto a su carta del 4 de este mes, en la cual usted dice que se ha recomendado a esta Embajada que interceda a mi favor ante el gobierno federal de los Estados Unidos, procurando obtener mi indulto y libertad, y que para poder facilitar el desempeño de ese cometido por dicha Embajada, desearía usted obtener alguna información acerca de la causa de mi prisión y término de mi sentencia, así como las circunstancias atenuantes que oportunamente fueron aducidas a mi favor o las que ahora puedan serlo.

Para dar a usted una información completa concerniente a la causa de mi último encarcelamiento, necesito narrar a usted la historia completa de las diferentes veces que he sido arrestado y enviado a prisión desde 1905, año en el que vine de México a este país en calidad de refugiado político.

Estaba yo empeñado en la lucha por la liberación del por tanto tiempo sufriente y esclavizado peón mexicano, durante la administración del tirano Porfirio Díaz, cuando fui arrestado y enviado a la penitenciaría de San Luis Potosí, en enero 24 de 1902, junto con Camilo Arriaga y el extinto Juan Sarabia, acusado de atacar a los funcionarios públicos durante el ejercicio de sus funciones. Después de cerca de un año de injusto encarcelamiento, nuestra acusación fue desechada por falta de méritos.

La próxima vez que se me arrestó fui enviado a la cárcel de la ciudad, en México, en 1903; y como no hubo prueba alguna en contra mía que justificase mi detención, fui puesto en libertad después de setenta y dos horas.

En mayo de 1905 me vine directamente de la ciudad de México a Saint-Louis, Missouri. En dicha ciudad encontré a un grupo de jóvenes mexicanos dedicados a publicar Regeneración.

En uno de los primeros meses de 1906, las oficinas de Regeneración fueron invadidas y saqueadas por los representantes del gobierno de los Estados Unidos, y algunos de mis compañeros, como Ricardo Flores Magón, Enrique Flores Magón y Juan Sarabia fueron arrestados por instancias de un instrumento de Porfirio Díaz, Manuel Esperón y de la Flor. Ellos obtuvieron su libertad bajo fianza y se fueron a Canadá, porque había otras acusaciones más en contra de ellos. Durante este tiempo de su ausencia, yo tomé cargo de las oficinas de Regeneración y de la correspondencia de dicho periódico.

El 1º de octubre de 1906 fui arrestado sin orden alguna de arresto y enviado a las Oficinas de Inmigración de Saint-Louis. De ahí se me plagió en ferrocarril, por la noche, camino a México. Los detectives me dijeron que iba a ser entregado al gobierno mexicano. Pero repentinamente mis guardianes recibieron un telegrama de la pequeña estación de Irouton, Mo., a ochenta millas de Saint-Louis. En la cárcel de esta población se me dejó completamente incomunicado durante tres semanas.

El St. Louis Post Despatch, el St. Louis Globe Democrat y algunos otros periódicos, llevaron a cabo una campaña vigorosa para acertar mi paradero. Como el Cónsul mexicano y los empleados de inmigración de St. Louis sabían donde me habían escondido, me regresaron a St. Louis, para presentarme una acusación falsa hecha por el gobierno mexicano, quien, usando en esta ocasión trámites legales, demandaba mi extradición inmediata.

La acusación presentada por dicho gobierno se basaba en los falsos hechos de que durante una huelga de trabajadores en Cananea, Sonora, México, en julio de 1906, yo fui el líder, fomenté motines, cometí asesinato, robo, incendio, etc.; pero como probé la coartada y presenté muchos testigos y pruebas irrefutables a mi favor, el Comisionado Especial federal (quien era el juez en mi caso), pudo ver claramente la mala fe del gobierno mexicano y desechó la acusación en contra mía.

Minutos después, estando aún en el juzgado, supe que el Cónsul mexicano preparaba otra acusación, para poder hacerme arrestar otra vez; me deslicé cautelosamente de dicho juzgado, y, de ahí me marché de St. Louis.

Cuando mi esposa y algunos amigos regresaron a mi hogar, encontraron a cuatro detectives apostados alrededor de la casa en espera mía.

En agosto 23 de 1907, fui arrestado en Los Angeles, Cal., junto con Ricardo Flores Magón y Antonio I. Villarreal, que ahora es un alto funcionario del gobierno mexicano.

En esta ocasión procuramos llamar la atención pública gritando y hablando en voz alta, denunciando el asalto y nuestro arresto hecho bajo las órdenes de Furlong, un bien conocido detective de St. Louis, Mo.

En esa ocasión no hubo orden de arresto; solamente garrotes y revólveres listos para disparar. El ruido que metimos y la multitud que se aglomeró desconcertaron a Furlong y éste no pudo hacer otra cosa más que llevarnos a la cárcel de la ciudad, después de habernos apaleado igual que a perros.

Era cosa común, durante el régimen de Porfirio Díaz, plagiar a los mexicanos de este país para el otro lado de la frontera y hasta deportarlos sin las formalidades legales de extradición.

Muchos de ellos perecieron así a las manos de los hombres de Porfirio Díaz. Manuel Sarabia, uno de mis compañeros, fue arrestado en Douglas, Ariz., en los primeros meses de 1907, y plagiado para dentro de México, en la noche, mientras que estaba al cuidado de empleados del gobierno de Estados Unidos.

Este crimen cometido por dos gobiernos, soliviantó en son de protesta a toda la población de Douglas y el gobierno mexicano fue humillado y compelido a entregar a Sarabia al pueblo de Douglas.

Por lo mismo, después de lo que me había acontecido a mí mismo en St. Louis (a pesar de mi secreta deportación, no fue llevada a cabo gracias a la vigorosa protesta de la prensa de St. Louis), y después del plagio de Sarabia, no podíamos esperar otra cosa en las manos de Furlong en Los Angeles.

Durante nuestro proceso, el gobierno mexicano presentó sin éxito acusaciones tras acusaciones, procurando conseguir nuestra extradición a México a causa de crímenes terribles que dizque habíamos cometido ahí.

Finalmente el gobierno de Díaz, ayudado por los millonarios de este país, quienes tienen grandes intereses en México, tomó una línea torcida, para pasarme a México junto con mis compañeros.

Ellos fraguaron la acusación de que habíamos violado las leyes de neutralidad de los Estados Unidos armando y enviando grupos de hombres de este lado de la frontera a invadir a México y derrocar al gobierno de Porfirio Díaz.

Después de que hubimos pasado dos años en la cárcel del Condado de Los Angeles, oponiéndonos a ser extraditados a Arizona, donde ellos pretendían que había sido cometido el delito, fue confirmada al fin nuestra extradición a Arizona. Pero durante todo ese tiempo tuvimos la oportunidad de dar amplia publicidad a la persecución de ambos gobiernos, el de Díaz y el de Estados Unidos.

Bajo el fuego de las preguntas en el banco de los testigos en Los Angeles, el detective Furlong declaró que él había sido pagado por el gobierno mexicano, para conseguir que se nos extraditase a Arizona; de manera que después se nos pudiese pasar sigilosamente a México.

El caso entero estaba basado en una lista de nombres de mexicanos que se suponía habían sido alistados y armados para derrocar al gobierno de Díaz. La lista no fue escrita por alguien que hablará español, puesto que en ella estaban nombres escritos de la manera siguiente: Antonio I. Willarreal.

Cierto que es bastante común que nosotros los que hablamos y escribimos español, confundamos el uso y el sonido de las letras B y V; pero nunca confundimos el uso y el sonido de ninguna de esas dos letras con la W. Además no tenemos la letra W en el alfabeto español.

El testigo principal del gobierno, un detective mexicano, al rendir su declaración ante el juez de Los Angeles, testificó que otro mexicano del grupo (de quien dio el nombre), era quien había escrito ese documento; mas, durante el juicio, en Tombstone, Ariz., el mismo testigo declaró que él mismo lo había escrito. Pero peritos calígrafos testificaron que no era la letra de ese individuo la que aparecía en el documento de referencia.

La parte acusadora no presentó armas de ningún género, pistolas o rifles, para probar nuestra culpabilidad. Se limitaron a presentar solamente la lista de nombres referida, escrita por un individuo que estaba por completo ignorante del idioma español.

Sin embargo, ese documento fue tomado como prueba fehaciente de nuestra culpabilidad y para que fuésemos sentenciados a sufrir dieciocho meses de prisión en la penitenciaría de Yuma, a pesar de que ya habíamos estado presos dos años en la cárcel del Condado de Los Angeles, peleando contra la extradición.

En agosto de 1910, después de haber cumplido nuestra sentencia de dieciocho meses en Arizona, regresamos a Los Angeles. Ahí fue reanudada la publicación de Regeneración.

Nuestras viejas ideas de libertad y emancipación a favor de los explotados y esclavizados peones mexicanos fueron expuestas nuevamente también.

En junio de 1911 fui arrestado otra vez junto con Ricardo Flores Magón, Enrique Flores Magón y Anselmo L. Figueroa.

La acusación que entonces se hizo contra nosotros fue similar a la anterior: violación de las leyes de neutralidad de Estados Unidos; pero en esta ocasión el fraude fue descubierto tan claramente, que poco después de que fuimos sentenciados a sufrir veintitrés meses de prisión en la penitenciaría de la isla McNeil, los principales testigos del gobierno, cuatro o cinco de ellos hicieron declaraciones amplias y extendieron de ellas documentos legalizados, poniendo en limpio nuestra inocencia.

En esos documentos declararon que habían recibido ciertas sumas de dinero del gobierno mexicano por conducto del mismo fiscal que nos persiguió, a condición de que ellos aprendiesen de memoria las declaraciones que se quiso rindieran en nuestra contra.

Todos esos documentos deben de estar en los legajos correspondientes a ese caso en el Ministerio de Justicia en Washington, D.C.; pero dicho Ministerio no prestó atención alguna a ese grito en nombre de la justicia.

Tuvimos que cumplir toda nuestra sentencia de veintitrés meses en la isla McNeil, Was., después de lo cual, en enero de 1914 regresamos a Los Angeles para reanudar una vez más la publicación de Regeneración, el periódico de las oprimidas y sufridas masas.

En marzo 21 de 1918 fui arrestado junto con Ricardo Flores Magón, editor de Regeneración. Las autoridades americanas escogieron nuestro manifiesto a los trabajadores de todo el mundo, sin distinción de razas o credos.

No se pueden expresar otros ideales más razonables y elevados de amor a la humanidad, a la justicia para todos, y a la libertad humana.

Sin embargo, ese manifiesto sirvió de instrumento para detener la honrada propaganda de nuestras opiniones, encaminadas al establecimiento de un mundo feliz para todos los habitantes de esta Tierra.

Este propósito plausible, que toda persona de corazón bien puesto debe aprobar con altas muestras de cordial simpatía, fue reprobado por el jurado en un momento de ceguera y ofuscación, ocasionada por la guerra.

Y yo fui sentenciado en 1918 a sufrir una prisión de quince años y a pagar una multa de cinco mil dólares, Y Ricardo Flores Magón a veinte años de prisión y a pagar también multa de cinco mil dólares.

Mi propósito al decir la verdad acerca de la serie de persecuciones que he sufrido desde que estaba en México, es el de demostrar la similitud de ellas al ser enderezadas en contra de mi firme y honrada actitud a favor de las masas oprimidas y explotadas.

En esta obra tremenda de resolver los presentes problemas sociales para bien de todos, no soy el único dotado con un corazón sensible ansiando un cambio en el presente caos en que vivimos, sino que hay también miles y miles de otras personas altruistas y empeñosas, entregadas a la lucha por el establecimiento de una sociedad mejor que la presente, que se funda en la explotación y en la falsedad.

Y a causa de la propaganda de esos ideales justos fui perseguido en México durante el salvaje régimen de Porfirio Díaz, como también lo he sido aquí, en este país, que en una época fue el refugio de los soñadores perseguidos en otros países.

Por la misma razón estoy ahora aquí: por propagar esos justos ideales de emancipación; propaganda intentada no solamente para el pueblo mexicano, sino también para los oprimidos de todas las razas, puesto que considero que el bienestar y la felicidad de los mexicanos no puede lograrse si el resto del mundo está esclavizado.

La expresión libre de opiniones independientes y honradas, ha sido siempre objeto de persecuciones por todos los tiranos de todos los tiempos.

Pero tales persecuciones han acabado por ocasionar el derrocamiento de dichas tiranías. Ellas causaron la caída de Luis XVI de Francia, de Porfirio Díaz de México y el derrocamiento del último Zar de Rusia. Hay un límite en la sumisión de los pueblos esclavizados, al cual las tiranías no pueden resistir.

Durante toda esta lucha por la justicia a favor de los oprimidos, he llegado a esta conclusión: el gobierno, todo gobierno, cualquiera que sea su forma, está siempre al lado del fuerte y es la maldición del débil; y la de que el gobierno no ha sido creado para proteger las vidas e intereses de los pobres.

Los ricos constituyen una muy pequeña minoría, mientras que la gran masa de pobres forma el 99 % de los habitantes de la Tierra. Esta es la razón por la cual yo estoy en contra de este sistema de desigualdad e injusticia, y que busque una nueva sociedad que tenga en sí libertad, amor y justicia para todos.

Como mi conciencia está perfectamente tranquila sobre lo que he hecho, he decidido seguir la misma conducta hasta que exhale el último suspiro.

Así pues, si el castigo en esta prisión me es aplicado con el propósito de convencerme de que he obrado mal, no puedo hallar en él argumento sólido alguno que pueda efectuar un cambio en mi firme convicción de que yo estoy en el lado de la verdad y la justicia, y aquellos que me castigan por expresar mis opiniones, tienen la misma estrechez mental que los que torturaron a Copérnico y a Galileo por expresar sus opiniones contrarias a las enseñanzas de la Biblia y a la creencia general de que el mundo era plano y de que el sol daba vueltas alrededor del mundo.

Termino con mis sinceros buenos deseos para usted.

Librado Rivera


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