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A su esposa

St. Louis, Mo. Noviembre 12 de 1906

Muy amada esposa,

Cuanto he sufrido moralmente pensando en la triste situación que guardas. A ti, más que a mis hijitos, te considero por lo mucho que sufrirás. ¡Que se va a hacer ahora! Jamás me soñé con disfrutar algún día, de una vida llena de felicidad. Esto tendría que suceder; y por desgracia nuestra ha pasado cuando nos llegó la miseria a su mayor altura.

Voy a contarte lo que me pasó el día que me aprehendieron. Pero prefiero contártelo más tarde a fin de darte todos los detalles. Por ahora no conviene perder más tiempo. Es necesario que recibas esta carta cuanto antes. Temo que de un momento a otro me saquen de este hospital y conviene que sepas que he estado bien.

Sólo estuve dos días en la cárcel de la ciudad, cuando me condujeron a la Oficina de Emigración. Sin duda que por las mentiras que les conté, con el fin de guardar el incógnito, me enviaron a la Inspección de Salubridad, pero sin inspección alguna me pasaron al hospital de la ciudad. Aquí me vacunaron inmediatamente que me presenté al establecimiento. A todos los que no están vacunados los vacunan luego. Yo no había pasado por la vacuna nunca y sin embargo, no me he enfermado de viruela.

Me encerraron aquí en una bartolina o celda. A los dos días me hicieron un reconocimiento general, y viendo que de nada padecía, me echaron fuera de la bartolina y desde entonces estoy con los enfermos libres.

Pero la inspección que me han tratado de hacer ha sido otra.

Desde que estuve en la cárcel me han puesto hasta tres espías; con todos había salido victorioso, pero el sábado pasado (día diez) caí.

¿Te acuerdas del chaparrito americano aquel que habla español, aquel que todos conocemos por ser el más antiguo que teníamos como amigo? No te digo más.

Este desgraciado fue el delator; hoy volvió y lo despedí mal.

Cuídense mucho, especialmente de los espías.

No sé como pensar en tu ida. Ustedes resuelvan lo que crean conveniente.

Ayer me sacaron de la cárcel de la ciudad y hoy me volvieron al hospital, ya con orden del presidente.

De un momento a otro me llevarán para México. Se me pasó referirte un detalle que importa que conozcas.

El mismo día que me aprehendieron y después de dos horas de examen respecto a mi venida a esta ciudad, vi que recibieron un telegrama. Comprendí que en este telegrama se describía a mi persona y aún se dieron algunos detalles respecto de un hermano mío que padece de...

Comprendo que este desgraciado acontecimiento (que el mismo gobierno tiene la culpa) lo van a explotar a su gusto nuestros enemigos. No importa eso, más tarde comprenderán que siempre estuvo la razón de nuestra parte. Nuestra lucha ha sido honrada.

En este momento voy a escribir una carta al tirano Porfirio Díaz a fin de que sepa por mí mismo quien soy.

Mis recuerdos más sinceros a todos.

Muchos besos y un abrazo muy apretado para cada uno de mis queridos hijos.

Tu esposo que mucho te quiere.

Librado Rivera

P.S. En todo caso te recomiendo a mis hijos. Cuídalos mucho. Tu serás siempre una buena madre con ellos en todo tiempo. Enséñales mis principios mientras yo sufro la condena que me tenga destinada el gobierno de México. Si me tuviste algún afecto como no lo dudo jamás, ese afecto conságralo todo a nuestros hijitos y edúcalos como puedas en las buenas ideas. Nada de preocupaciones religiosas. Más tarde creo que podré escribirte. En este hospital tengo espías de México. No vengan porque estos espías observan todos mis movimientos. Ya son dos los canallas que me proponen riquezas. El mismo chaparrito me daba un billete de $10.00 y me dijo que me daría el dinero que necesitara. Se lo arrojé y le dije que jamás me visitara.


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