Índice de ¡Viva Tierra y Libertad! de Librado RiveraDocumento anteriorSiguiente documentoBiblioteca Virtual Antorcha

La mano férrea de la dictadura y el Congreso Liberal de San Luis

He leído en el Gráfico de fecha 30 del próximo pasado noviembre una carta dirigida por el señor Heriberto Barrón, con el propósito, según él, de aclarar algunos puntos históricos sobre determinados personajes que figuraron en la revolución de 1910.

Siendo yo por completo opuesto al criterio del señor Barrón en muchos de los puntos de su carta, vacilaba dirigirme para la publicación de esta misiva, pero comprendiendo que la misión del periodista no es sólo la publicación de hechos, sino también la investigación y depuración de la verdad, esta sana labor del periodista fue lo que me animo a hacerlo, esperando de la imparcialidad la publicación de este artículo, cuyo contenido no es otro que la recordación de hechos pasados, que a pesar de ser ya del dominio público no se citan en la carta del señor Barrón. Y como me considero autorizado a refutar las aseveraciones del señor Barrón, por ser yo uno de los revolucionarios más antiguos contra la dictadura de Porfirio Díaz, opino, sin embargo, como el señor Barrón, de que esta tarea de depuración histórica es muy provechosa para que cada uno de los que tomaron participación en los acontecimientos políticos que originaron la revolución de 1910, quede en su lugar. Agregando yo: revolución que no ha terminado porque la intranquilidad del pueblo, originada por la miseria, no ha desaparecido todavía.

Es bien sabido que durante el reinado de la dictadura porfirista, la desorganización del Partido Liberal (el Partido de más prestigio en México) era completa. La dictadura lo invadía todo, y desde Sonora a Yucatán dominaba una sola voluntad, que era la del dictador. Cuando solía surgir una que otra candidatura independiente, inmediatamente era nulificada por la dictadura y se aprisionaba o se hacía desaparecer al candidato, cuando éste representaba algún peligro para la estabilidad del dictador. Por esta causa desaparecieron de la vida los generales Donato Guerra y García De La Cadena, así como el doctor Martínez, asesinado en la vecina población de Laredo, Texas, de cuyo crimen la opinión pública acusó al general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, como el instrumento intelectual que preparó el plan estratégico para la ejecución del vil asesinato. El doctor Martínez publicaba un periódico de oposición en Laredo, contra la dictadura, y eso fue lo que ocasionó su muerte. También la ley fuga desempeñó un papel de mucha trascendencia durante la administración de Porfirio Díaz.

Transcurría el año de 1900, cuando por vez primera surgió la iniciativa de un grupo de estudiantes y gente del pueblo, en la ciudad de San Luis Potosí, quienes acordaron en una reunión celebrada en el Tívoli de San Francisco lanzar un llamamiento al Partido Liberal, llamándole la atención sobre los progresos del clero en este país, comprobados por las recientes declaraciones hechas en la ciudad de París por el obispo Ignacio Montes de Oca, quien mencionaba que el clero mexicano había hecho grandes progresos, debido a la sabia política del general Porfirio Díaz. En esa circular se pedía al pueblo liberal la imperiosa necesidad de estar alerta y no dormir en sus laureles por más tiempo, excitando a todos los de estas ideas a formar clubes en cada rincón del país, a fin de que de su seno se nombrarán delegados que los representarán en una reunión que debía tener lugar del 5 al 12 de febrero de 1901, en la ciudad de San Luis Potosí.

Esta reunión que fue conocida con el nombre de Primer Congreso del Partido Liberal Mexicano, se llevó a cabo con tal entusiasmo, que el pueblo en masa asistía diariamente a sus sesiones, interesado en escuchar los acuerdos del Congreso. Delegados de todas partes del país estaban allí presentes, siendo Ricardo Flores Magón uno de los delegados de la ciudad de México, y representando yo uno de los clubes de San Luis Potosí. Tuve entonces la oportunidad de conocer y tratar personalmente a muchos de los representantes, entre los cuales se encontraba el ingeniero Camilo Arriaga, uno de los principales iniciadores, Antonio Díaz Soto y Gama, Juan Sarabia, Diódoro Batalla, Salomé Botello, Lázaro Villarreal, el ingeniero Francisco Naranjo, Trinidad Pérez, de Zitácuaro; el doctor Navarro, de Pachuca; Chico Sein, etc.

El Congreso comenzó anticlerical y terminó antiporfirista, declarándose abiertamente contra la dictadura de Porfirio Díaz.

Ninguno de los delegados fue arrestado durante el Congreso a pesar de los duros ataques que en el discurso de despedida de los delegados en el teatro de la Paz, lanzó Ricardo Flores Magón contra Porfirio Díaz, acusándolo como el directamente responsable por las injusticias y crímenes cometidos en todo el país. Pero a medida que los delegados fueron llegando a sus respectivos lugares de procedencia, cada uno era arrestado, golpeado o asesinado por los esbirros de la dictadura. El ingeniero Francisco Naranjo fue traído preso de Lampazos, Nuevo León, a la ciudad de México, escapando de más graves consecuencias, debido a la poderosa influencia de su padre, el general Francisco Naranjo.

Ricardo y su hermano, el licenciado Jesús Flores Magón, que publicaban Regeneración en esta capital, también fueron arrestados el año de 1901, y conducidos a la prisión por varios meses.

El Club Ponciano Arriaga, de San Luis Potosí, centro director de todos los clubes de la República, fue asaltado la noche del 24 de enero de 1902, por el diputado al Congreso de la Unión, señor Heriberto Barrón, quién descendiendo a desempeñar las simples funciones de un esbirro de la tiranía, fue al cuartel que guarnecía la plaza, tomó un grupo de soldados al mando de un teniente apellidado Cristo y el sargento Jacinto Penieres, y se introdujeron en el salón de sesiones del club disfrazados de simples hombres del pueblo. Y en los momentos en que el orador de esa noche, Julio B. Uranga, subía a la tribuna para ilustrar al pueblo sobre los actos arbitrarios de la dictadura, entonces el señor Heriberto Barrón, levantándose de su asiento y sin dejar que terminará el orador, atacó rudamente a todos los ahí presentes, reprochando nuestras censuras al señor presidente Porfirio Díaz, al señor general Bernardo Reyes, ministro de la guerra, y al señor Blas Escontria, gobernador del Estado, y sacando su pistola del bolsillo lanzó al viento un balazo como señal convenida con la policía, oculta precisamente en el teatro de La Paz, situado frente al salón de nuestras reuniones, el que pronto fue invadido.

Mientras los concurrentes a la sesión de esa noche se batían a brazo partido con los soldados al mando inmediato del señor Barrón, que dirigían su puntería sobre nuestras cabezas -sobre Camilo Arriaga, Juan Sarabia y Librado Rivera, que fungían como presidente y secretarios, respectivamente- nos escapamos de ser asesinados si los que nos defendían del atentado no hubieran estado tan prontos y oportunos. Uno de los concurrentes, Carlos Uranga, hermano del orador, resultó con una grave herida en la cabeza a consecuencia de un golpe de pistola que recibió durante sus luchas con uno de los soldados que dirigían su puntería sobre nosotros.

A pesar de la asistencia oportuna de la policía, sólo veinticinco de los concurrentes fueron aprehendidos, escapándose un gran número de ellos. Y como si hubiéramos sido los autores del asalto, el señor Barrón hizo declaraciones a la prensa en el sentido de que él estuvo a punto de ser asesinado por nosotros.

Sin embargo, los procesados sólo fuimos tres, quedando los demás en libertad. El cargo contra Camilo Arriaga, Juan Sarabia y yo fue por ataques a funcionario público en el ejercicio de sus funciones.

El proceso duró cerca de un año, poniéndonos al fin en libertad por falta de méritos. Cuando en ese tiempo nadie se atrevía a defendernos, nos defendieron, sin cobrarnos un centavo el licenciado Jesús Flores Magón, quien se constituyó defensor voluntario de muchos de los que caímos presos por enemigos de la dictadura, siendo otro de nuestros defensores el licenciado Antonio Díaz Soto y Gama. Aunque las persecuciones contra los clubes y sus miembros sólo sirvieron para hacer más intensa y más efectiva la propaganda contra la tiranía.

Comenzaba el año de 1903 cuando al pueblo de Nuevo León se le ocurrió cambiar de gobernador, postulando a un señor cuyo nombre no recuerdo para ponerlo en lugar del general Bernardo Reyes. El pueblo en masa preparó, para el 2 de abril de ese año una gran manifestación de simpatía a su candidato. Hombres y mujeres, niños y ancianos tomaron participación en la manifestación tan espontánea en favor de su candidato; pero el general Reyes, en su despecho porque esa clase de manifestaciones no se hacían para él, colocó tropa armada en los altos del palacio municipal, con órdenes de hacer fuego sobre la muchedumbre que tenía que pasar por allí. Orden que fue ejecutada al pie de la letra, quedando la calle, momentos después, cubierta de muertos y heridos.

Los miembros del Club Ponciano Arriaga en México, que estaban bien informados de los detalles de esta infamia, dirigieron a la Cámara de Diputados una acusación contra el gobernador de Nuevo León. La farsa de proceso se llevó a cabo, y con tal descaro, que poco falto para que acusadores fuéramos llevados a la cárcel. Poco tiempo después de los hechos referidos, el general Bernardo Reyes obsequió con un banquete al presidente Porfirio Díaz, quien a pesar de estar aún fresca la sangre derramada el 2 de abril, en su brindis ensalzó a Reyes, resumiendo sus elogios al tirano de Nuevo León en esta célebre frase: ¡Así se gobierna!

Cito este crimen, unos de tantos, cometidos por Bernardo Reyes, por haber sido el escogido por el señor Barrón para la vicepresidencia de México.

Hay que notar que en aquel tiempo ninguno de los acusadores era comunista, socialista ni mucho menos anarquista. Obrábamos como simples seres humanos impulsados por el horror al crimen.

Nuestras reuniones no tenían otro objeto que buscar el medio más a propósito para quitarnos de encima la agobiadora dictadura que nos oprimía, nos explotaba y nos vejaba. Amábamos la libertad y queríamos evolucionar para llegar a ella. Deseábamos para el pueblo esclavizado una vida mejor y más humana, pero estas sanas intenciones nuestras fueron sofocadas por la mano de hierro de la dictadura, que tenía a su servicio muchos Heribertos Barrón, hábiles puntales de todas las tiranías.

II

Libres Ricardo y su hermano el licenciado Jesús Flores Magón, editores de Regeneración, agenció Ricardo el traspaso de El Hijo del Ahuizote, cuyo propietario era el señor Daniel Cabrera. La dirección de esta revista jocoseria se la dejó Ricardo a Juan Sarabia, que acababa de salir de la penitenciaría de San Luis Potosí, siendo el dibujante el inolvidable Jesús Martínez Carrión, quien después de quedar casi ciego en la prisión de Belén dejó allí mismo tan valiosa vida. Sus caricaturas muy expresivas y de gran fondo, debido a esa agudeza de ingenio que lo caracterizaba, le ocasionó el odio de los de arriba. Recuerdo que en una de esas caricaturas salió Porfirio Díaz representando a la Suprema Corte de Justicia (hago notar que casi todos ellos formaban parre del Partido científico). Debido a la publicación de esta caricatura fueron allanadas las oficinas de El Hijo del Ahuizote, cargando la policía con todos nosotros. Como desde la prisión Ricardo Flores Magón no cesaba de escribir, el director Villavicencio, que era un buen amigo suyo, le indicó privadamente que tenía orden superior de hacerlo desaparecer si no cesaba de escribir.

Una vez libres Ricardo y Enrique Flores Magón, Juan Sarabia, Santiago de la Hoz, Manuel Sarabia y yo, emigramos a los Estados Unidos de Norteamérica, creyendo encontrar allá más libertad para continuar nuestra labor revolucionaria contra la dictadura; pero en lugar de encontrar más libertad, nos encontramos con la poderosa hostilidad del capitalismo norteamericano y su aliado el gobierno. Con el más simple pretexto éramos perseguidos, encarcelados y despojados de toda clase de papeles, imprentas, etc., por donde pudo el gobierno de México conocer los nombres y direcciones de nuestros mejores amigos, persiguiendo y asesinando a muchos de ellos. ¡Dos gobiernos con todos sus recursos se aliaron para perseguirnos y acabar con nuestros anhelos de libertad para todo un pueblo esclavizado! Desde entonces muchos de nuestros amigos fueron arrestados y entregados a las autoridades mexicanas en la frontera sin cubrir ningunas fórmulas legales, y asesinados de este lado de la línea.

Constituidos en Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano en St. Louis, Mo., expedimos un manifiesto con tendencias reformistas el primero de julio de 1906, haciendo especial mención sobre la cuestión de tierras y trabajo, cosa que era para nosotros la parte más importante del programa. Pedíamos la expropiación de las tierras de todos los que se habían enriquecido durante la administración de Porfirio Díaz; abolición de las deudas de los peones con el hacendado; ocho horas de trabajo en lugar de catorce y dieciséis, con un peso como salario mínimo, en lugar de dieciocho centavos que se le pagaba al campesino, aumentando proporcionalmente sus salarios los trabajadores de la ciudad y de las minas, tomando como base el salario mínimo.

La introducción de este manifiesto, cuyo tiro fue de un cuarto de millón, se hizo de contrabando por la frontera, por estar ya prohibida la circulación de Regeneración en México.

En vista de las persecuciones tan tenaces de parte de los dos gobiernos, el de México y el de Estados Unidos, el pueblo norteamericano comenzó a fijar su atención sobre nuestra labor revolucionaria contra Porfirio Díaz, al grado de que en 1908 nombró como comisionado de investigación a John Kennet Turner y como su intérprete al Lic. Lázaro Gutiérrez de Lara, quienes para evitar toda sospecha, se introdujeron con el carácter de capitalistas compradores de haciendas; a fin de informarse bien de nuestros cargos contra la dictadura. Este informe de Turner, publicado en su interesante libro México Bárbaro, prueba con numerosas fotografías y testimonios oficiales de empleados y gobernantes mexicanos que lo que Turner vio con sus propios ojos superaba en mucho a lo que nosotros asegurábamos. Libro que tuvo una gran circulación; agotada su primera edición se tiró la segunda aumentada, contribuyendo con esto a cambiar la opinión del pueblo en contra de Porfirio Díaz, a grado tal que toda la prensa de ideas avanzadas decía que no sólo se debía de ayudarnos para ponernos libres, sino que su deber era facilitarnos armas y dinero para derrocar al tirano de México.

El prestigio oropelado de Porfirio Díaz tanto en México como en los Estados Unidos se había desvanecido para siempre. Viendo esta realidad los millonarios de aquel país, enviaron a un notable político y periodista de gran prestigio apellidado Creelman, cuyos artículos circularon con profusión tanto en México como en el extranjero. Entonces se verificó también la entrevista del presidente Taft con Porfirio Díaz en la población fronteriza de Laredo, Tex., con el propósito de levantar la opinión en favor del desprestigiado presidente de México.

Entonces fue cuando Francisco I. Madero comenzó su labor política contra Porfirio Díaz.

Es bien sabido tanto en México como en el extranjero, que antes de 1910 ya se habían iniciado dos movimientos revolucionarios contra la dictadura porfiriana, los de 1906 y 1908. Movimientos preparados por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, siendo testigos de ello los pueblos de Las Vacas, Jiménez y Viezca en Coahuila, Acayucan en Veracruz y Valladolid en Yucatán.

Cuando estalló la revolución de 1910, muchos de los grupos revolucionarios que no sabían que hacer por no poderse comunicar con nosotros, presos en los calabozos norteamericanos, se adhirieron al movimiento, aunque implantando en los campos de batalla las tendencias revolucionarias de la Junta. Si Práxedis G. Guerrero, secretario de la Junta, se unió a la revolución de 1910, fue con el fin de orientar en lo posible la revolución; pero le tocó la negra suerte de caer muerto atravesado por una bala de los defensores de la tiranía, en el pueblo de Janos, Chihuahua, el 30 de diciembre de 1910.

Por eso es que considero injustificado el cargo que el señor Barrón asienta respecto al llamado filibusterismo en el norte de la Baja California cuando nuestros compañeros revolucionarios tomaron Mexicali el 30 de enero de 1911. Varios otros pueblos fueron también tomados por los nuestros en diferentes lugares de la República implantando la bandera roja en cada uno de ellos. No era tampoco un movimiento separatista porque nuestro plan revolucionario no se limitaba a conquistar un pedazo de tierra para vivir allí, sino llevar ese mismo movimiento en todo México, hasta hacer que la tierra, las aguas, los instrumentos de trabajo, las vías de comunicación, como el aire, el calor del sol y la luz fuera de todos para su felicidad y completo bienestar.

Dice también el señor Barrón que siendo él agente consular del gobierno de Madero ante el gobierno norteamericano, influyó para que Mother Jones, mujer de gran prestigio entre los mineros, entrevistara a los Flores Magón, a fin de conseguir que regresaran a México, pero que rehusaron la oferta. Todo esto es muy cierto, como son ciertas otras varias intentonas anteriores a ésta, en las que el mismo hermano, el licenciado Jesús Flores Magón, ministro de Gobernación del gobierno de Madero, formó parte de una de estas comisiones, sin lograr su objeto. A las ofertas que los comisionados hacían, invariablemente contestaba Ricardo a nombre de todos los miembros de la Junta que nada cambiarían las condiciones de miseria de los desheredados con tener nosotros la panza llena y ellos con hambre.

Del periódico El Gráfico, 12 de diciembre de 1930.


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