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Venganzas ruines

Desde el 20 de marzo pasado, se abrieron las puertas de la prisión para mí, dizque porque en las investigaciones que se hicieron no encontraron datos que justificaran mi detención.

De antemano se sabía bien todo este enjuague político; pero los brutales atropellos de que he sido víctima, tanto en esta vez como en los casos anteriores, no tendrán reparación. Los mismos autores del último atentado cometido en mi persona sabían y lo saben bien que mi único delito es darles la verdad desnuda cualquiera que sea la categoría o jerarquía social de los que se crean envueltos con el manto de la infalibilidad.

Porque el hecho es que nadie es infalible. Todos los humanos estamos expuestos a cometer errores; nadie se puede creer una excepción.

Mientras tanto, tendremos que andar a tientas, aquí y allí, siempre en camino de ese infinito desconocido, valiéndonos de experimentaciones sucesivas encaminadas siempre al goce de nuestra felicidad y bienestar.

Por eso mi crítica ha sido mordaz y severa contra los tiranos y contra los que pretenden por la fuerza normar nuestros actos a su propio modo de pensar, ya porque se creen con derecho a ello o porque tienen la manía de creerse superiores y más perfectos que los demás.

Las ideas, por bondadosas que sean, no se imponen; se exponen, para que las acepten quienes las consideren ajustadas a la verdad.

Por eso los anarquistas no imponemos las ideas que sustentamos; sólo las exponemos, y las exponemos fundándolas en argumentos que nadie pueda destruir; porque son indestructibles precisamente por estar basadas en la verdad que tiene su fundamento en el origen natural de todas las cosas.

Es por esto que a nadie tememos, ni nos ocultamos en la sombra para obrar como obramos. La sinceridad nos caracteriza, por eso nos presentamos con la cara al sol. Ni tampoco nos ocultamos de la luz, sino que por el contrario nos gusta verla en todo su esplendor, como vemos el porvenir con la serenidad de la esfinge, seguros de que nos encaminamos a él con paso firme y seguro.

Las amenazas y persecuciones de nuestros enemigos lejos de amedrentarnos nos sirven de aliento, porque ello nos indica que no somos tan insignificantes como ellos nos creen, sino que nuestra labor les aterra, al ver que les va destruyendo desde los cimientos su agrietado y vetusto edificio social que amenaza aplastarlos, y que los numerosos remiendos y puntales que le han puesto ya son impotentes para sostenerlo.

Seguiremos adelante a pesar de todas las adversidades, convencidos de que ni las prisiones, ni las horcas son argumentos para convencer a nadie. Antes por el contrario, esos instrumentos inquisitoriales son como el crisol en cuyo fondo siempre queda la cantidad, pureza y calidad del metal.

Tenemos confianza en la realización de un cambio social más humano y más justo que el actual, quiéranlo o no los interesados en vivir a expensas del presente desbarajuste social.

Del periódico Verbo Rojo, 1º de mayo de 1930


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