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Para lo que sirve el gobierno a los pobres

La experiencia diaria nos demuestra a cada momento los daños desastrosos que los gobiernos causan a los pueblos.

Son los gobiernos la peor calamidad y los más grandes enemigos de la especie humana. No sólo nos arrastran a la guerra con cualquier pretexto, para defender el honor de la bandera, se nos dice a veces, o el honor de la patria ultrajada, se nos cuenta otras veces, sino que cuando el pobre pueblo no puede pagar con puntualidad las contribuciones para el sostenimiento de los zánganos que lo componen, se envían policías y jueces para mandar a la calle al obrero deudor, con el fin de rematar al primer postor los primeros intereses del moroso.

Arrojado del jacal con todos sus cachivaches, ya sin hogar y sin abrigo para él y los suyos, expuestos al frío, al calor o la lluvia, sin pan y sin trabajo para el sostenimiento de sus seres más amados en la vida, pensando en tanta injusticia de los mismos que días antes mendigaban el voto para subir al poder y desde ahí repartir la felicidad al pueblo; impulsado por estos tristes desengaños, y con esa desesperación que produce la miseria, aquel obrero, Ramón, casi inconsciente de sus actos, no reflexiona, ni medita, sólo obra; va y arrebata del mostrador algunas piezas de pan, pues en su mente sólo lleva fija la cruel angustia de su compañera y de sus hijos, o bien en su camino, Ramón encuentra al fifi, al catrín encorcelado que luce anillos, prendedores y bastón, y sacándose el puñal se abalanza sobre el catrín y le despoja de todos esos objetos inútiles, pero que convertidos en monedas puede comprar abrigos o el sustento de los suyos...

Pero acontece que el asaltado en lugar de dejarse arrebatar aquellas prendas pone resistencia y se agarra a la greña con el desalmado que pretende arrebatarle los objetos que adornan su cuerpo dando realce a su vanidad y hermosura, entonces se entabla una lucha que casi siempre resulta trágica: el fifi va al hospital o a la sepultura, y el salteador, a la cárcel o a la horca, acusado de robo y homicidio. Pero si la suerte favorece a Ramón y logra escapar, entonces emprenderá la fuga a tierras desconocidas para nunca volver.

Vagando de pueblo en pueblo allá va nuestro Ramón, y para no ser descubierto se ha puesto otro nombre. En su interior sufre intensamente porque lleva grabado en su mente el retrato de los suyos, aquel cuadro de dolor, de llanto y de tristeza: el espectro de los que tuvo que dejar abandonados a su suerte en medio de la calle. Y ahora a nuestro desdichado obrero convertido por los esbirros del gobierno en un completo paria, no sólo le atormenta el lúgubre recuerdo, lleva también firmemente grabada en su imaginación la figura insolente de los que a nombre de la ley y con el fusil en la mano contribuyeron a hacer más desgraciada su existencia.

Ramón piensa y medita, y en su mente calenturienta y abatida, da vueltas, como película de cinematógrafo, la vista de su jacal y sus animalitos vendidos, convertido todo en monedas que irían a parar a los bolsillos de los lacayos del capitalismo, acostumbrados a derrochar los dineros del pueblo en fiestas y paseos de recreo a Europa, en orgías y francachelas.

Esa lucha de ideas y opiniones cruzan por la mente del desdichado Ramón como una lógica consecuencia de los hechos.

Para lo que sirve el gobierno a los pobres, piensa nuestro compañero. Desde que nacemos el gobierno es una carga pesada para nosotros, y lo que es más, el gobierno es nuestro peor enemigo.

Caminando como un verdadero trampa, atraviesa el campo. Encuentra una sombra debajo de un árbol, ve una piedra y allí se sienta a descansar. La triste imagen y el recuerdo de los suyos no le abandonan. Ramón hace esfuerzos por olvidarlo todo. Pero al dirigirse su mirada hacia el horizonte infinito, nota que un nudo se le hace en la garganta y dos gruesas lágrimas como perlas derretidas se deslizan por las mejillas de nuestro trampa.

Se levanta para continuar su camino, y poco después llega a la ciudad; es una ciudad americana. Cruza calles y más calles y al llegar a un gran edificio se detiene. Todo le parece extraño. A través de las vidrieras del edificio ve entrar y salir a mucha gente elegantemente vestida, con puños de billetes de banco. Se encontraba en el edificio de un banco americano. Dos o tres minutos después siente que una mano de plomo le toca uno de sus hombros y oye una voz que articula palabras que él no entiende; pero nota que el hombre que tiene enfrente es un policía, y aunque nuestro pobre paria quiere seguir adelante, el policía le coge fuertemente de un brazo y lo empuja. Va en camino de la prisión de la ciudad en donde es detenido por vago y sospechoso.

Nuestro Ramón queda allí por tiempo indefinido, hasta que al fin de los seis meses, se le echa a la calle, en vista de que no se le pudo probar el cargo de que trataba de robar el banco.

Y mientras tanto, la mujer y los hijos de aquel vagabundo, dejados en medio de la calle por los encargados de dar protección al pueblo, ¿podrán decir alguna vez que el gobierno es bueno y útil para ellos?

Las pobres criaturas viéndose abandonadas en el único alojamiento que les dio el gobierno, la calle, cargaron los hijos más chicos, con lo que pudieron para ir a engrosar las filas de los mendigos; la madre y sus dos hijas mayores a servir de domésticas en las casas ricas primero, y de prostitutas más tarde.

Después de esta dolorosa experiencia para el obrero Ramón y los suyos ¿podrán decir alguna vez, tanto ellos como los que presenciaron este atropello, que el gobierno es bueno para los pobres?

¡No! El gobierno sólo sirve de policía para cuidar los intereses del rico, y de verdugo y cruel azote para el pobre.

Del periódico Avante, 19 de noviembre de 1927.


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