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Mi decepcion de la revolucion rusa

Cuando en 1917 las fuerzas rusas que combatían contra Alemania voltearon sus armas contra la tiranía del Zar Nicolás II, los tronos de los déspotas del mundo crujieron al derrumbamiento estruendoso del vetusto edificio que aplastó bajo sus ruinas a sus orgullosos moradores.

Con el trono del Zar de Rusia otros tronos también se desplomaron; se cuartearon unos y se estremecieron los demás.

Pero todos sintieron bajo sus cimientos el fuerte sacudimiento de la tierra, como sísmico movimiento producido por la erupción volcánica que se levanta trastornándolo todo.

En ese tiempo los perseguidos revolucionarios mexicanos que todavía abrigábamos en nuestro pecho el fuego revolucionario en contra del presente sistema de injusticias y una inquebrantable esperanza de triunfo para la causa de los pobres, tuvimos un respiro que llenó nuestros pulmones con el aire puro y refrescante que soplaba de las perfumadas selvas rusas.

Los revolucionarios de todas partes recobrábamos nuestros viejos entusiasmos; nuevos brillos nos impulsaron a la lucha, y entramos de lleno a cooperar en la obra redentora.

Emma Goldman, Alejandro Berkman, Ricardo Flores Magón y varios camaradas rusos refugiados en los Estados Unidos del Norte, se prepararon como nosotros a tomar parte activa en el nuevo movimiento que derrumbaba tronos, acababa con viejas instituciones enraizadas profundamente durante siglos y siglos en un suelo que había soportado con estoico heroísmo el despotismo de un gobierno cuyo terror hacía estremecer la Tierra y se había hecho célebre en la historia del mundo por el lujo de crueldad desplegada sobre sus vasallos y sumisos esclavos. Se destruía para siempre todo lo viejo, todo lo que hasta entonces formaba la esencia de la vida social, religiosa, política y económica de un pueblo sumido - como el mexicano -. en la completa abyección e ignorancia.

¡A la obra todos!

¡A la obra todos!, nos dijimos, y nos aprestamos a la lucha. Los revolucionarios rusos contaban desde luego con el decidido contingente de sus camaradas que llevábamos en nuestros corazones el frenesí del entusiasmo.

Había peligro en la lucha y era preciso obrar con cautela. ¿Pero qué era el peligro para revolucionarios familiarizados con la Ley Fuga durante el reinado de Porfirio Díaz en México? Nos considerábamos unos Prometeos, y continuamos con todo el entusiasmo propagando el fuego de la libertad en el corazón de los eternos esclavos.

¿Qué es el peligro para los constantemente amenazados y perseguidos por todas las tiranías? Nada nos amedrentaba. La lucha en contra del presente sistema de injusticias era nuestra suprema aspiración, y el mundo burgués en que vivíamos era una inmensa prisión para nuestros anhelos de libertad. Por otra parte la libertad de los oprimidos rusos contribuiría poderosamente a la liberación de los demás pueblos de la Tierra y, sin vacilar, prestamos nuestro modesto contingente a la nueva obra de emancipación humana.

Emma Goldman y Alejandro Berkman comenzaron a dar conferencias por toda la unión americana, y Ricardo Flores Magón por medio de su pluma llenaba las columnas de Regeneración con la buena nueva del sol naciente y justiciero que se alzaba de las ruinas de la histórica tiranía de los zares.

El bolcheviquismo sonaba en nuestros oídos algo así como sinónimo de anarquismo; como sinónimo de libertad, igualdad y amor fraternal entre los habitantes de este planeta de opresión y de crimen; palabra nueva que había que definir plenamente (o descifrar) para poderla explicar, porque su significación debía de ser para nosotros algo noble y generoso, algo nuevo que aprender de un idioma desconocido. Y Emma se encargó de interpretar del ruso la significación de esa nueva palabra aunque influenciada por la aureola resplandeciente que desde lejos lo encandilaba a todo.

Intensa propaganda

La propaganda se comenzó a hacer intensa, la que al fin se hizo sentir entre los trabajadores, a tal grado, que cuando la burguesía comenzó a hacer la suya para arrastrar a las masas a la matanza capitalista en Europa, se encontró con una dura resistencia. El pueblo americano era completamente opuesto a la guerra y esto favorecía nuestra campaña en contra de la burguesía que no se tentaba el corazón para dejar hogares vacíos, sin los seres queridos que constituían la alegría y el orgullo de la familia.

La prensa burguesa no podía cambiar los ánimos y era preciso para la burguesía desorientada cambiar de táctica. Los grandes comerciantes y banqueros organizaron banquetes y paseos de propaganda por todas las ciudades americanas con las diferentes asociaciones masónicas, con los Caballeros de Colón, etc., que desfilaban por las calles con sus bandas de música y haciendo flamear la bandera de las barras y las estrellas para despertar el embotado patriotismo de las masas.

A pesar de todo, el sentimiento americano era completamente refractario a la guerra. Pero era preciso para la burguesía que los Estados Unidos entraran a la contienda armada, en cuyo proyecto estaban comprometidos los grandes millonarios que se disputaban el predominio de los mercados del mundo; y como nuestra propaganda desbarataba todas estas intrigas, así como los planes de reclutamiento por parte del gobierno que obraba de acuerdo con los millonarios, se inició entonces una persecución de terror sobre el pequeño grupo de decididos luchadores en contra de la guerra, a quienes se unían ya en la campaña hasta sacerdotes cristianos con su Biblia en la mano pregonando uno de sus mandamientos: No matarás. Pero esto hacía más tenaz la persecución en contra de los antiguerreristas. Resultado: que todos fuimos enviados a presidio, pesando sobre nosotros sentencia de muerte - de uno a veinte años - por obstrucción al reclutamiento, lo cual probaba la indignación burguesa en contra de nuestra eficaz campaña.

Primeros deportados

Sin desalentarnos por el terror desplegado en nuestra contra, gozábamos en la prisión con las noticias que a veces nos llegaban de Europa acerca de los triunfos obtenidos por los revolucionarios rusos en los campos de batalla en contra de todas las fuerzas de las naciones aliadas que se habían empeñado en restablecer el trono de los Zares en Rusia. Y el despecho de un completo fracaso se convirtió en odio rotundo en contra de nosotros, los que habíamos tenido la mala suerte de haber caído en sus garras.

Los presos enemigos de la guerra que iban cumpliendo sus sentencias o que por diferentes razones sus sentencias eran conmutadas, iban siendo expulsados de los Estados Unidos. Emma Goldman, Alejandro Berkman y otros cincuenta camaradas más fueron de los primeros deportados. La prensa burguesa habló extensamente de la entusiasta recepción que se les hizo en Rusia, a donde fueron deportados aquellos camaradas.

Bolcheviquismo, su verdadera significación

Corre el tiempo hasta que al fin supimos, ocho meses después, lo que era el bolcheviquismo que se había adueñado del poder poco tiempo después de la caída del Zar Nicolás II.

Supimos que el bolcheviquismo era en realidad un verdadero partido político con tendencias socialistas y nada más; y que su brillante labor radical que en su principio alumbró al mundo y que dio tanto prestigio a ese movimiento, se debió a los primeros iniciadores de la revolución, como Nestor Majkno y otros que fueron más tarde perseguidos y asesinados por los mismos bolcheviques, a quienes los libertarios de corazón aclamábamos pocos meses antes desde nuestros calabozos de las bastillas americanas.

Como la verdad sobre la dictadura bolchevique se comenzó a extender por todos los rincones del mundo, entonces surgió para sostener su prestigio la organización comunista, partido político que dependía directamente del gobierno de los Soviets.

¿Pero qué comunismo podía desarrollarse y florecer bajo el gobierno? Nos preguntábamos a veces los comunistas libertarios que basamos nuestro ideal de este nuevo sistema social, en el libre acuerdo que debe existir entre los habitantes de una comunidad libre de todo gobierno, para llevar a la práctica ideas de paz, amor fraternal y feliz bienestar entre los habitantes de toda comunidad cuyos elevados ideales de justicia son imposibles bajo cualquier gobierno.

Y descubrimos que el llamado comunismo ruso no era más que una estratagema política para engañar a los revolucionarios extranjeros que seguían colaborando y rodeando al bolcheviquismo con una admirable atmósfera de simpatía, y su contingente material y moral, fuera de las fronteras de Rusia, eran entonces indispensables para dar fuerza al gobierno bolchevique que se volteó contra las verdaderas tendencias y nobles aspiraciones de los esclavos rusos.

Los bolcheviques habían desempeñado en la iglesia marxista el mismo papel que los jesuitas en la cristiana.

Ahora, todos los gobiernos burgueses, hasta los más tiránicos y retrógrados, como el de la dictadura fascista que sostiene a Mussolini en el trono italiano, se disputan el honor de ser los primeros en reconocer al gobierno modelo de todas las tiranías, y de tenerlo como aliado.

Del periódico Sagitario, 25 de octubre de 1924.


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