Índice de Observaciones sobre los Tratados de Guadalupe Hidalgo de Manuel Crescencio RejónAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

DIECISEIS.

Conclusión

Así, pues, señores, para terminar mis observaciones sobre una cuestión de importancia tan vital para el porvenir de nuestro país, concretaré cuanto he dicho en las siguientes proposiciones.

Que por bueno que sea el derecho que hubiesen tenido los colonos establecidos en Tejas, para haberse sublevado contra nuestro gobierno nacional, y proclamado su independencia, no por eso han podido fundarse en él los Estados-Unidos, para aceptar la agregación de su territorio, a menos de que se reconozca como un principio, la máxima subversiva de la justicia universal, de que todo gobierno tiene derecho, para alzarse con los terrenos de otro pueblo, con tal de que establezca primero en ellos a sus conciudadanos, los haga después insurreccionarse contra las autoridades territoriales, proclamar en seguida su independencia, y pedir por último la anexación a su patria originaria, ayudándolos para la empresa pública y privadamente, hasta declarar la guerra, para sostenerlos, al país que se hubiese propuesto desmembrar.

Que aun cuando esos mismos Estados-Unidos hubiesen tenido derecho para aceptar la agregación, no pueden alegar ninguno para adjudicarse terrenos no pertenecientes a la provincia sublevada, pues aun cuando ésta los hubiese declarado suyos, debieron haberse detenido a examinar la justicia de sus títulos, como lo habrían hecho sin duda, si los colonos se hubiesen proclamado dueños del Canadá, de Jamaica o Martinica.

Que habiéndose declarado la guerra a la República sin haberla ésta provocado, primero por hechos de los Estados-Unidos, en 14 de Octubre de 1844, en Marzo de 1845, y después de una manera formal, en 13 de Mayo de 1846, deben ellos ser considerados, según los principios de la justicia universal, como verdaderos agresores en la presente lid, y están por consiguiente obligados a indemnizarnos de los gastos que hemos hecho en ella, y repararnos los daños y perjuicios que nos han causado.

Que no podemos por lo mismo consentir en las exorbitantes indemnizaciones que envuelven esos tratados, sin pasar por la ignominia de justificar por nuestra propia confesión la conducta inicua de nuestros temerarios agresores.

Que si queremos dejar a nuestros hijos un nombre de baldón y oprobio, sometiéndonos al pago de esas injustas indemnizaciones, no por eso podemos ni debemos sacrificar más de media República por lo pronto, y dejar la demás expuesto a perderse dentro de dos o tres lustros, a más tardar, para que queden así nuestros descendientes sin patria ni territorio en que vivir.

Que por lo expuesto, y suponiendo que tuviesen algún derecho los Estados-Unidos a las indemnizaciones referidas, y nos hal!ásemos además en la desesperada situación que se figura, debíamos en ese caso limitarnos a ofrecerles su exacto pago en numerario, dándoles para ello la garantía de una nación poderosa, o del territorio que nos exigen, mientras por otra parte negociábamos las sumas necesarias para cubrir aquella deuda, ya hipotecando los mismos terrenos que se quIeren ahora adjudicar, ya vendiéndolos, previo el consentimiento de las provincias inmediatamente interesadas, a otra potencia, cuya vecindad no amenace tanto la existencia política de la República, y la física del pueblo que la habita.

Y que, si no obstante esto, se persistiese en la adquisición de esos terrenos, deberá en ese caso proseguirse la guerra a todo trance, imitando la heroica conducta de nuestra hermana la República Argentina, que sin los recursos que tenemos y con la corta población de millón y medio de habitantes, lidia hasta hoy con gloria, después de algunos años de guerra desastrosa, con dos potencias colosales, la Gran Bretaña y la Francia, y además con el Uruguay y Paraguay.

Por tanto, y para colocar a la nación fuera de la mortal posición en que la ha situado el actual gobierno, desarmándola, cuando debió haber reunido todos sus elementos vitales, para oponerlos a un enemigo exigente, y poder así moderar sus exageradas pretensiones, opino: primero, que la Cámara debe desde luego proceder a las elecciones de un presidente, que sea capaz por su actividad, inteligencia y patriotismo, de desenvolver y acumular los vastos medios con que cuenta la República, para poderla salvar; segundo, que repruebe en seguida esos tratados ominosos, sometiendo a un severo juicio a la persona o personas responsables que hubiesen convenido en hacer concesiones inadmisibles, para dar así la debida satisfacción al enemigo y al mundo; y tercero, que no vuelvan a entablarse otras negociaciones de esa especie, sino hasta que la República pueda entrar en ellas con honor, y le sea posible consultar a su futura seguridad, debiendo siempre preceder las formalidades y requisitos establecidos por nuestras leyes.

Tal es mi opinión, que quiero dejar consignada, al retirarme de la tribuna nacional, de que he sido últimamente separado por el voto de la capital de la República, que he tenido hasta aquí el honor de representar.

Querétaro 17 de Abril de 1848.

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