Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo vigésimo segundo de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo vigésimo cuarto de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Tercera parte

Capítulo vigésimo tercero

Cuál es la clase más guerrera y revolucionaria en los ejércitos democráticos

Un ejército democrático es por esencia muy numeroso, en relación con el pueblo que lo aprovisiona; más adelante diré por qué.

Por otra parte, los hombres que viven en los tiempos democráticos, no escogen por lo común la carrera militar, y así los pueblos democráticos se ven pronto obligados a renunciar al alistamiento voluntario y a recurrir al forzoso. Lo apurado de su condición los obliga a echar mano de este último medio, y aun puede fácilmente preverse que todos llegarán a adoptarlo.

Siendo, pues, forzoso el servicio militar, la carga se divide igual e indistintamente entre todos los ciudadanos, lo cual nace también de la condición de estos pueblos y de sus ideas. El gobierno consigue lo que desea con tal de que se dirija a todos a la vez, pues la desigualdad de la carga y no la carga misma, es lo que hace frecuentemente que se le resista.

Luego, siendo común a todos los ciudadanos el servicio militar, resulta evidentemente que cada uno permanece en él sólo un corto número de años. Por la naturaleza de las cosas, el soldado está de paso en el ejército, mientras que en la mayor parte de las naciones aristocráticas es un oficio que toma o que se le impone por toda la vida.

Esto tiene grandes consecuencias. Entre los soldados que componen un ejército democrático, algunos se apegan a la vida militar; pero como el mayor número está forzado y se halla siempre pronto a volver a sus hogares, no se considera seriamente comprometido en su carrera, pensando siempre salir de ella.

Éstos no contraen, pues, las necesidades ni participan sino a medias de las pasiones que hace nacer esta carrera. Se someten a sus deberes militares, pero su alma permanece ligada a los intereses y deseos de la vida civil, y no sólo no toman el espíritu del ejército, sino que más bien llevan a él el de la sociedad y lo conservan. Los simples soldados son los que permanecen siempre como ciudadanos en el ejército de los pueblos democráticos, y sobre ellos conservan gran poder o influencia los hábitos y opiniones nacionales; de manera que ésta es la clase por donde se puede con más facilidad hacer penetrar en el seno de un ejército democrático el amor a la libertad y el respeto hacia las leyes, que se ha sabido inspirar al pueblo mismo. Al contrario sucede en las naciones aristocráticas, donde los soldados acaban por no tener nada en común con sus conciudadanos, viviendo en medio de ellos como extranjeros y frecuentemente como enemigos.

En los ejércitos aristocráticos, el elemento conservador es el oficial, porque sólo él ha guardado lazos estrechos con la sociedad civil, y no desespera nunca de volver tarde o temprano a tomar allí su puesto; en los democráticos, es el soldado, por causas del todo semejantes.

A menudo sucede, al contrario, que en estos mismos ejércitos democráticos, el oficial contrae gustos y deseos enteramente diferentes de los de la nación; lo cual se explica con facilidad.

En los pueblos democráticos, el hombre que llega a ser oficial, rompe todos los lazos que lo ligaban a la vida civil, y sale para siempre de ella, sin quedarle ningún interés para volver a entrar.

Su verdadera patria es el ejército; pues no es nada sino por el puesto que en él ocupa: sigue la suerte del ejército, se engrandece o baja con él, y hacia él sólo dirige todas sus esperanzas. Teniendo necesidades muy distintas de las del país, quizá desea ardientemente la guerra o una revolución, en el momento mismo en que la nación aspira más a la estabilidad y a la paz.

Sin embargo, hay causas que atemperan en él este humor guerrero e inquieto. Si la ambición es universal y continua en los pueblos democráticos, también hemos visto que raras veces es grande.

El individuo que, perteneciendo a las clases secundarias de la nación, llega pasando por todos los grados inferiores del ejército al de jefe, ha dado ya un paso inmenso; se encuentra en el seno de la sociedad civil y ha adquirido derechos que la mayor parte de las naciones democráticas consideran como inalienables (1). Después de este gran esfuerzo se detiene y piensa sólo en gozar de su conquista. El temor de comprometer lo que ya posee, amortigua en su corazón el deseo de adquirir lo que no tiene. Después de haber allanado el primero y más grande obstáculo que detiene su progreso, se resigna con menos impaciencia a la lentitud de su marcha. Esta tibieza de su ambición crece a medida que se eleva en grado, por tener entonces más que perder en los azares. Si no me equivoco, la parte menos guerrera y menos revolucionaria de un ejército democrático, será siempre la cabeza.

Lo que acabo de decir del jefe y del soldado, no se aplica a la clase numerosa que en todos los ejércitos ocupa entre ellos un puesto intermedio: quiero hablar de los sargentos y cabos (suboficiales).

Esta clase, que antes del siglo presente no había aparecido en la historia, está llamada a desempeñar en adelante, según creo, un papel importante.

Así como el oficial, el sargento ha roto en su imaginación los lazos que lo unen a la sociedad civil; lo mismo que él, ha hecho del estado militar su carrera, y más que él quizá, dirige hacia ese lado todas sus inclinaciones; pero no ha llegado todavía como el oficial a un punto sólido y elevado donde le sea permitido detenerse y respirar con comodidad, mientras puede subir más alto.

Por la naturaleza misma de sus funciones que no puede cambiar, el suboficial está condenado a tener una existencia oscura, limitada, incómoda y precaria, y no ve del estado militar sino los peligros, la obediencia y las privaciones. Sufre con tanta más resignación sus miserias presentes, cuanto que sabe que la constitución de la sociedad y del ejército le permiten librarse de ellas, pudiendo llegar de un momento a otro a ser oficial para mandar y tener honores, indepedencia, derechos y goces. No solamente este objeto de sus esperanzas le parece inmenso, sino que, antes de alcanzarlo está seguro de él. Su grado no tiene nada de irrevocable y depende enteramente del arbitrio de sus jefes, pues las necesidades de la disciplina así lo exigen. Una falta ligera, un capricho, pueden hacerle perder en un momento el fruto de muchos años de trabajos y de esfuerzos, y hasta que no haya llegado al grado que codicia, nada ha hecho. Solamente allí parece entrar en la carrera, y es un hombre aguijoneado constantemente por sus pasiones, juventud y necesidades, por el espíritu del siglo, esperanzas y temores, que no pueden dejar de encender en él una pasión desesperada.

El sargento quiere, pues, la guerra a toda costa, y si se le rehusa, desea las revoluciones que suspenden la autoridad de las leyes, en medio de las cuales espera con la ayuda de la confusión y de las pasiones políticas, echar a un lado al jefe y ponerse en su puesto. No es imposible que las haga nacer, puesto que ejerce una gran influencia sobre los soldados, por tener hábitos y origen comunes, aunque difiera mucho por las pasiones y deseos.

No hay razón para creer que estas disposiciones diversas del oficial, del sargento y del soldado, sean peculiares de una época o de un país. Se harán ver en todos los tiempos y en todas las naciones democráticas.

En todo ejército democrático, el sargento representará siempre mal el espíritu pacífico y regular del país, y el soldado lo representará mejor. El soldado llevará a la carrera militar la fuerza o la debilidad de las costumbres nacionales, y mostrará la imagen fiel de la nación. Si es ignorante y débil, se dejará arrastrar por sus jefes al desorden, sin saberlo tal vez o a pesar suyo. Si es instruido y enérgico, él mismo los retendrá en el orden.




Notas

(1) La posición del oficial está en efecto mejor asegurada en los pueblos democráticos que en todos los demás. Cuanto menos es por sí mismo, tanto, más vale comparativamente su grado, y más justo y necesario encuentra el legislador asegurarle su disfrute.

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