Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo duodécimo de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo décimo cuarto de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Tercera parte

Capítulo décimo tercero

Como la igualdad divide naturalmente a los norteamericanos en gran número de pequeñas sociedades particulares

Se pudiera creer que la última consecuencia y el efecto preciso de las instituciones democráticas son los de mezclar a los ciudadanos en la vida privada, tanto como en la vida pública y forzarlos a todos a llevar una existencia común; pero esto sería comprender muy mal y bajo una forma muy grosera y tiránica la igualdad que hace nacer la democracia.

No hay leyes ni estado social que puedan hacer a los hombres de tal manera semejantes, que la educación, la fortuna y los gustos, no establézcan entre ellos alguna diferencia, y si hombres diferentes pueden hallar algunas veces su interés en hacer en cormún las mismas cosas, se debe creer, sin embargo, que no tendrán nunca satisfacción igual. Escaparán siempre, por más que se haga, de manos del legislador, y saliendo por cualquier parte del círculo en que se les trata de encerrar establecerán, al lado de la gran sociedad política, pequeñas sociedades privadas, en las que la semejanza de condiciones, de hábitos y de costumbres será el lazo de unión.

Los ciudadanos de los Estados Unidos no tienen ninguna superioridad los unos sobre los otros, ni se deben recíprocamente respeto ni obediencia; administran unidos la justicia, gobiernan el Estado y en general se reúnen todos para discutir los negocios que tienen una influencia en el destino común; pero no he oído decir jamás que se pretendiese divertirlos de la misma manera, ni regocijarlos confusamente en los mismos lugares.

Los norteamericanos, que se mezclan tan fácilmente en las asambleas políticas y en los tribunales, se dividen en pequeñas asociaciones, muy distintas, para saborear aparte los goces de la vida privada. Cada uno reconoce a todos sus conciudadanos iguales, pero no admite nunca sino un número muy pequeño como amigos o como huéspedes.

Esto me parece muy natural: a medida que el círculo de la sociedad pública aumenta, es preciso que se estreche el de las relaciones privadas, y en lugar de imaginar que los ciudadanos de las sociedades nuevas acaben por vivir en común, temo que al fin vengan a formar solamente muy pequeñas camarillas.

En los pueblos aristocráticos, las diversas clases forman como vastos circulos de donde no se puede salir y a donde no se puede tampoco entrar. Las clases no se comunican entre sí; pero en el interior de cada una de ellas los hombres se tratan forzosamente todos los días, y aun cuando no se avengan naturalmente, la conveniencia general de una misma condición los une. Mas cuando ni la ley, ni la costumbre, establecen relaciones frecuentes y habituales entre los hombres, la semejanza accidental de ideas y de inclinaciones los decide a ello, lo cual varía hasta el infinito las sociedades particulares.

En las democracias, donde los ciudadanos no difieren mucho los unos de los otros, y se' encuentran naturalmente tan inmediatos que a cada instante se pueden confundir en una masa común, se forman clasificaciones artificiales y arbitrarias, con cuyo auxilio cada uno procura evitar el ser confundido entre la multitud.

Esto no dejará nunca de suceder así; porque las instituciones humanas pueden cambiarse, pero no el hombre, y cualquiera que sea el esfuerzo general de una sociedad para hacer a los ciudadanos iguales o semejantes, el orgullo particular de los individuos procurará siempre salir del nivel y querrá formar en alguna parte una desigualdad de la que pueda sacar provecho.

En las aristocracias, los hombres están separados los unos de los otros por altas e inamovibles barreras; en las democracias, están divididos por una multitud de hilos casi invisibles, que se rompen a cada momento y cambian sin cesar de sitio.

Así, pues, cualesquiera que sean los progresos de la igualdad, se formará siempre en los pueblos democráticos un gran número de pequeñas asociaciones privadas en medio de la gran sociedad política, pero ninguna de ellas se parecerá, en sus maneras, a la clase superior que dirige a las aristocracias.

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