Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo noveno de la segunda parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo primero de la tercera parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Segunda parte

Capítulo vigésimo

Cómo la aristocracia podría tener su origen en la industria

He hecho ver cómo la aristocracia favorecía el desarrollo de la industria y multiplicaba sin término el número de los industriales; veamos ahora por qué ruta desviada podría la industria a su vez conducir a los hombres a la aristocracia.

Se ha observado que cuando un obrero se ocupa todos los días de un mismo detalle de trabajo, se consigue más fácilmente, más pronto y con más economías la producción general de la obra.

También se ha visto que mientras más en grande se emprendía una industria, con más fuertes capitales y crédito, tanto más baratos eran sus productos. Estas verdades se entreveían desde hace mucho tiempo; pero no se han demostrado sino en nuestros días. Se aplican ya a varias industrias muy importantes, y sucesivamente las adoptan también las menores.

Nada veo en el mundo político que deba fijar más la atención del legislador que estos dos nuevos axiomas de la ciencia industrial.

Cuando un artesano se entrega de un modo exclusivo y constante a la fabricación de un solo objeto, acaba por desempeñar este trabajo con una destreza singular; pero pierde al mismo tiempo la facultad general de aplicar su espíritu a la dirección del trabajo: cada día se hace más hábil y menos industrioso, y puede decirse que el hombre se degrada en él a medida que el obrero se perfecciona.

¿Qué puede esperarse de un hombre que ha empleado veinte años de su vida en hacer cabezas de alfileres? ¿A qué podrá en lo sucesivo aplicar esa poderosa inteligencia humana, que tantas veces ha conmovido al mundo, sino a buscar el mejor medio de hacer cabezas de alfileres?

Cuando un artesano ha consumido de esta suerte una parte considerable de su existencia, sus ideas se encuentran detenidas en el objeto diario de sus labores; su cuerpo ha contraído ciertos hábitos fijos de los que ya no puede desprenderse; en una palabra, no pertenece ya a sí mismo, sino a la profesión que ha escogido. En vano las leyes y las costUmbres procurarán romper alrededor de él todas las barreras y abrirle por todos lados diferentes caminos hacia la fortuna, pues una teoría industrial más poderosa que las costumbres y las leyes lo ha ligado a un oficio, y a veces a un lugar que no puede dejar.

Ella misma le asigna en la sociedad un puesto del que no puede separarse y, en medio del movimiento universal, lo ha hecho inmóvil.

A medida que el principio de la división del trabajo experimenta una aplicación más completa, el obrero viene a ser más débil, más limitado y más dependiente. El arte progresa y el artesano retrocede.

Por otra parte, a medida que se descubre manifiestamente que los productos de una industria son tanto más perfectos y menos caros cuanto la manufactura es más vasta y el capital mayor, los hombres muy ricos y muy instruidos se aprestan a ocuparse de industrias que hasta entonces habían estado en manos de artesanos ignorantes y atrasados. Los grandes esfuerzos que se requieren y la inmensidad de resultados que deben obtenerse, los atraen.

Así, pues, al mismo tiempo que la ciencia industrial rebaja incesantemente a la clase obrera, eleva la de los maestros y directores. Mientras que el obrero reduce más y más su inteligencia al estudio de un solo detalle, el dueño extiende su vista sobre un conjunto más vasto y su espíritu se ensancha a medida que el del otro se estrecha: muy pronto el segundo no necesita más que la fuerza física sin la inteligencia, mientras que el primero tiene siempre necesidad de la ciencia y casi del ingenio, para tener buen éxito. El uno se parece cada vez más al administrador de un vasto imperio y el otro a un bruto.

El amo y el obrero no tienen nada de semejante y cada día difieren más: son como los dos anillos finales de una cadena. Cada uno ocupa el puesto que le está destinado, del cual no sale jamás. El uno se halla en relación de dependencia continua, estrecha y necesaria con el otro, y parece nacido para obedecer, como éste para mandar. ¿Y qué es esto sino aristocracia?

Viniendo a igualarse las condiciones cada vez más en el cuerpo de la nación, la necesidad de los objetos manufacturados se generaliza y aumenta, y el precio moderado que pone estos objetos al alcance de las fortunas medianas, viene a ser un gran elemento de éxito.

Así, se observa cada día que los hombres más opulentos e ilustrados consagran a la industria sus riquezas y su ciencia, y tratan de satisfacer los nuevos deseos que se manifiestan por todas partes, abriendo grandes talleres y dividiendo estrictamente el trabajo.

Así, a medida que la masa de la nación se inclina a la democracia, la clase particular que se ocupa de la industria se vuelve más aristocrática. Los hombres se hacen cada vez más semejantes en la una y más diferentes en la otra, y la desigualdad crece en la pequeña sociedad en la misma proporción que crece en la grande. Ésta es la razón por la que, remontándose al origen, parece que se ve a la aristocracia salir por un esfuerzo natural del seno mismo de la democracia: mas esta aristocracia no se asemeja en nada a las que la han precedido; pues desde luego se notará que, no aplicándose sino a la industria y a algunas profesiones industriales solamente, es una excepción, como un monstruo, en el conjunto del estado social.

Las pequeñas sociedades aristocráticas que constituyen ciertas industrias en medio de la inmensa democracia de nuestros días, encierran, como las grandes sociedades aristocráticas de los antiguos tiempos, a algunos hombres muy opulentos y a una multitud muy miserable. Estos pobres tienen pocos medios de salir de su condición y hacerse ricos; pero frecuentemente los ricos se vuelven pobres, o dejan el negocio después de haber obtenido sus utilidades. Así, los elementos que forman la clase pobre son casi fijos, pero no lo son los que componen la otra clase. En verdad, aunque haya ricos, no existe esta clase, porque no tienen inclinaciones ni objetos comunes, tradiciones ni esperanzas iguales, de manera que hay miembros, pero no cuerpo.

No sólo no están unidos los ricos con solidez entre sí, sino que puede decirse que no hay lazo verdadero entre el pobre y el rico.

Nunca están perpetuamente situados el uno cerca del otro, pues a cada instante el interés los une y los separa. El obrero depende en general de los dueños, pero no de un dueño determinado. Estos dos hombres se ven en la fábrica y no se conocen fuera, y mientras que por un lado están unidos, por lo demás permanecen muy separados. El dueño de una fábrica no pide al obrero sino su trabajo, y éste no espera de aquél más que el salario. El uno no se compromete a proteger ni el otro a defender, y no se hallan ligados de un modo permanente por el hábito ni por el deber. La aristocracia que funda el negocio, jamás se consolida en medio de la población industrial que dirige, pues su objeto no es gobernarla, sino servirse de ella.

Una aristocracia así constituida no puede tener un fuerte imperio sobre los que emplea, y si lo consigue por un momento, bien pronto se le escapan. No sabe querer y no puede obrar.

La aristocracia territorial de los siglos pasados estaba obligada por la ley, o se creía obligada por las costumbres, a ir en auxilio de sus servidores y a aliviar sus miserias; pero la aristocracia manufacturera de nuestros días, después de haber empobrecido y embrutecido a los hombres de que se sirve, los abandona en los tiempos de crisis a la caridad pública para que los mantenga. Esto resulta naturalmente de lo que precede. Entre el obrero y el patrono, las relaciones son frecuentes, pero no existe nunca una asociación verdadera.

Sea lo que fuere, pienso que la aristocracia industrial que vemos surgir ante nuestros ojos es una de las más duras que haya podido aparecer sobre la Tierra; pero, al mismo tiempo, una de las más limitadas y de las menos peligrosas.

Con todo, este es el lado hacia donde los amigos de la democracia deben dirigir con más inquietud su atención, porque si la desigualdad permanente de las condiciones y la aristocracia penetran de nuevo en el mundo, se puede predecir que lo han de hacer por esa puerta.

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