Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo séptimo de la segunda parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo décimo noveno de la segunda parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Segunda parte

Capítulo décimo octavo

Por qué entre los norteamericanos todas las profesiones honestas son consideradas honoríficas

En los pueblos democráticos, en los que no hay riquezas hereditarias, cada uno trabaja pára vivir, o ha trabajado, o nacido entre gentes que trabajaron. La idea del trabajo, como condición necesaria, natural y honesta de la humanidad se ofrece, pues, por todas partes al espíritu humano.

No solamente no deshonra el trabajo en estos pueblos, sino que se considera como muy decoroso, y la preocupación no obra en contra de él, sino más bien lo favorece. En los Estados Unidos, un hombre rico mira como un deber hacia la opinión pública, el consagrar sus ocios a algún trabajo índustrial de comercio o de interés público y creería adquirir mala fama si no se cuidase más que de vivir. Muchos norteamericanos ricos se vienen a Europa, huyendo de la obligación de trabajar, y aquí encuentran sociedades aristocráticas entre las cuales la ociosidad es todavía honorífica.

La igualdad, no solamente rehabilita la idea del trabajo, sino que la realza procurando un lucro.

En las aristocracias no es precisamente el trabajo lo que se desprecia, sino la ganancia o provecho. El trabajo es glorioso cuando la ambición o la virtud lo inspiran únicamente. Sin embargo sucede con frecuencia, bajo la aristocracia, que el que trabaja por el honor no es insensible al incentivo de la ganancia; pero estos dos deseos no se encuentran sino en lo más profundo de su alma; tiene buen cuidado de ocultar a todos el lugar en que se unen, y cada cual se lo encubre a sí mismo. En los países aristocráticos, apenas hay funcionario público que no pretenda servir sin interés al Estado. Su salario es cosa en la que algunas veces se fijan poco y de la que siempre aparentan no ocuparse. Así, la idea del lucro permanece distinta a la del trabajo, y por más que de hecho se hallen juntas, el pensamiento las separa.

En las sociedades democráticas, al contrario, estas dos ideas están siempre visiblemente unidas. Como el deseo del bienestar es universal, las fortunas son mediocres y pasajeras, y cada uno tiene necesidad de aumentar sus recursos y de procurarlos nuevos para sus hijos; todos ven con claridad que la ganancia es, si no en todo, al menos en parte, la que los inclina al trabajo. Los mismos que obran principalmente por el estímulo de la gloria, se tranquilizan forzosamente con la idea de que no lo hacen sino con esta mira, y descubren, aunque tengan otras, que el deseo de vivir se mezcla en ellos al deseo de hacer ilustre su vida.

Desde el momento en que todos los ciudadanos miran por una parte el trabajo como una honrosa necesidad de la condición humana y, por otra, que es visiblemente producido en todo o en parte por la consideración del salario, el inmenso espacio que separaba a las diversas profesiones en las sociedades aristocráticas desaparece, y si no son todas iguales, al menos tienen un rasgo semejante.

No hay ninguna profesión en la que no se trabaje por el dinero y el salario, que es común a todas, da a todas igualmente un aire de familia.

Esto sirve para explicar las opiniones de los norteamericanos en relación con las diversas profesiones.

Los individuos que entre los norteamericanos se dedican al servicio doméstico, no se creen degradados por trabajar, pues alrededor suyo todos trabajan; ni se sienten tampoco humillados con la idea de que reciben un sueldo, pues hasta el Presidente de los Estados Unidos trabaja por un salario, y se le paga por mandar, como a ellos por servir.

En los Estados Unidos, las profesiones son más o menos penosas, más o menos lucrativas, pero nunca se consideran altas ni bajas. Toda profesión decente es honrada.

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