Índice de La democracia en América de Alexis de TocquevilleCapítulo décimo de la segunda parte del LIBRO SEGUNDOCapítulo duodécimo de la segunda parte del LIBRO SEGUNDOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Segunda parte

Capítulo undécimo

Los singulares efectos que produce el amor a los goces materiales en las épocas democráticas

Por lo que precede, podría creerse que el amor hacia los goces materiales debe arrastrar incesantemente a los norteamericanos al desorden de las costumbres, turbando las familias y comprometiendo la suerte de la sociedad misma. Pero no es así: la pasión de los goces materiales produce en el seno de las democracias distintos efectos que en los pueblos aristocráticos.

Algunas veces la falta de vigor en los negocios, el exceso de la riqueza, la ruina de las creencias y la decadencia del Estado, conducen poco a poco a una aristocracia hacia los goces materiales solamente. Otras, el poder del príncipe o la debilidad del pueblo, sin quitar a los ricos su fortuna, los fuerza a separarse del poder; y cerrándoles la senda que conduce a las grandes empresas, los abandona a la inquietud de sus deseos, y entonces se entregan exclusivamente a sí mismos, y buscan en los goces del cuerpo el olvido de su pasada grandeza.

Cuando los miembros de un cuerpo aristocrático se dirigen así únicamente hacia los goces materiales, reúnen sólo en este lado toda la energía que han adquirido con el largo hábito del poder. Para tales hombres no es suficiente el bienestar; necesitan una suntuosa depravación y una corrupción estrepitosa; rinden un culto espléndido a la materia y parece que desean a porfía distinguirse en el arte de embrutecerse.

Mientras más fuerte, gloriosa y libre haya sido una aristocracia, más depravada se mostrará, y cualquiera que haya sido el esplendor de sus virtudes, me atrevo a afirmar que será siempre sobrepujado por el escándalo de sus vicios.

El gusto por los goces materiales no conduce a los pueblos democráticos a los mismos excesos. El amor al bienestar se muestra en ellos como una pasión tenaz, exclusiva y universal, pero moderada. No se trata de construir grandes palacios, de vencer o engañar a la naturaleza, de agotar el universo para saciar mejor las pasiones de un hombre; se trata de dar alguna extensión a sus campos, de plantar un arbolado, de hacer más grande una habitación, de proporcionar a la vida más desahogo y comodidad, de evitar los disgustos y de satisfacer las más mínimas necesidades sin esfuerzos y casi sin gastos. Estos objetos son pequeños en realidad, pero el alma se aficiona a ellos; los considera diariamente muy de cerca, acaban por ocultarle el resto del mundo y vienen a colocarse algunas veces entre ella y la Divinidad.

Se dirá, acaso, que esto no puede aplicarse sino a los ciudadanos cuya fortuna es mediocre y que los ricos demostrarán gustos análogos a los que revelaban en los siglos de aristcracia; ahora bien:

Los ciudadanos más opulentos de una democrada no muestran gustos muy diferentes a los del pueblo, respecto a los goces materiales, bien porque habiendo salido de su seno participan realmente de estos gustos, ya porque creen deber someterse a ellos. En las sociedades democráticas, la sensualidad del público ha tomado un giro moderado y pacífico, al que deben conformarse todos, y tan difícil es salir de la regla común por sus vicios como por sus virtudes.

Los ricos que viven en medio de las naciones democráticas, aspiran a la satisfacción de sus menores necesidades, más bien que a los goces extraordinarios; satisfacen una gran cantidad de pequeños deseos, y no se entregan a ninguna pasión desordenada; así es como caen más fácilmente en la desidia que en la disolución.

El gusto particular que los hombres de los siglos democráticos sienten hacia los goces materiales, no se opone, naturalmente, al orden; al contrario, lo necesita con frecuencia para satisfacerse. Tampoco es enemigo de la regularidad de las costumbres, pues las buenas son útiles para la tranquilidad pública y favorecen a la industria. Muchas veces se combina también este gusto con una especie de moralidad religiosa: todo el mundo quiere estar lo mejor posible en esta vida, sin renunciar a la felicidad de la otra. Entre los bienes materiales, debe siempre huirse de aquellos cuya posesión es criminal. Hay algunos cuyo uso permiten la religión y la moral, y a éstos se entregan sin reserva el corazón, la imaginación y la vida, y su posesión se desea con tanto empeño que se llegan a perder de vista los bienes más preciosos que constituyen la grandeza y la gloria de la especie humana. No acusaré a la igualdad de que arrastre a los hombres hacia los goces prohibidos, sino de que los absorbe enteramente en busca de los permitidos.

Así, será difícil establecer en el mundo una especie de materialismo que no corrompa las almas, pero que las ablande y concluya por destemplar todos sus resortes secretamente.

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