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CAPÍTULO SEGUNDO

FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD

En el órden económico, -fuera de la órbita del Estado y de los servicios especiales que le pertenecen,- hay dos maneras, y no es posible que haya más, de constituir una empresa de utilidad general.

La primera, la más conocida y la más ordinariamente adoptada, la que en estos últimos años, como en todas las épocas anteriores, ha obtenido casi exclusivamente la predilección del poder, consiste en donar, conceder o arrendar la parte del patrimonio público que se trata de beneficiar (tierras, minas, corrientes de agua, caminos, industria, comercio), a una compañía de capitalistas, de empresarios determinados, que se encargan de la obra a su cuenta y riesgo, pero tambien en su exclusivo provecho y sin intervención de ningún género de parte del Gobierno, salvas ciertas reservas de escasa importancia que en la escritura de concesión suele hacer el ministro en nombre del Estado.

En este sistema no son ya ni el Estado ni el País los que obran, sino un grupo de intereses especiales sustituidos al derecho del Estado y del País, a los que explotan como una clientela.

Así se ha desmembrado en todos los tiempos y en todas las naciones el patrimonio Público; en Roma, distribuyendo las tierras conquistadas; en la Edad Media, concediendo feudos; durante la antigua Monarquía, otorgando privilegios industriales que abrazaban todas las industrias, artes y oficios, maestrías y veedurías, y hasta las cargas de justicia; más tarde, creando la Compañía de las Indias occidentales, organizada por Law; después de la Revolución, erigiendo en monopolio el Banco de Francia y dando la legislación de minas; en nuestros dias, por fin, concediendo ferrocarriles, etc.

En el fondo, este sistema no es más que el de la apropiación ordinaria. No cabe decir que sea malo en sí ni censurable en absoluto, puesto que, a ménos de decretarse la comunidad universal de bienes y ganancias, y la ejecución de todos los servicios por el Estado, es óbvio que, por lo ménos, hasta ciertos límites, conviene partir y dar en propiedad el patrimonio de una nación (territorio, comercio, industria, ciencia, etc.), si se quiere que esté bien explotado.

Trátase, empero, de saber hasta dónde ha de llegar esa apropiacion, y si, fuera de la órbita política y gubernativa, cuyas funciones no soñó jamás en apropiarse nadie, no hay cierta parte del patrimonio nacional, perteneciente al órden económico, que para el pueblo sería de desear no fuese entregado a explotadores egoistas, con intereses distintos de los del mismo país.

Limitándonos por de pronto a lo que nos dice la experiencia de las naciones, resulta bastante claro que si no hay peligro en la apropiación de las pequeñas industrias, ni lo hay tampoco para la libertad del trabajo, del crédito ni del cambio, en que cada familia labradora posea tanta tierra como pueda cultivar, no sucede lo mismo cuando se trata de aglomerar en un corto número de manos ún vasto territorio muy poblado, o conceder a un solo propietario 500 kilómetros cuadrados de minas, o entregar a cinco o seis compañías toda la circulación rentística o mercantil de un imperio.

Con crear privilegios tales, so pretexto de que no son de su incumbencia las funciones del órden económico, no hace el Gobierno más que ir labrando la servidumbre del país y la suya propia. Enajena su iniciativa, se despoja de su legítima influencia, se hace esclavo de sus propias criaturas; se quita la libertad de accion, languidece, se rebaja, se anula, hasta que llega el dia en que, habiendo perdido toda su fuerza y siendo indiferente, tanto para sus privilegiados, que le dominan, como para la masa, que ha indignamente vendido y le aborrece, cae como fruta agusanada, sin haber cumplido su mandato ni haber llegado a sazón.

Tal ha sido la suerte de la monarquía antigua, que aunque dotada por intervalos de una fuerza irresistible, hasta que llegó la Revolución francesa anduvo siempre como llevada en trahilla por los grandes feudatarios, la Iglesia, las corporaciones y los parlamentos; tal ha sido la suerte de Luis Felipe, que por haberse hecho esclavo de la aristocracia de las clases medias, se hizo odioso a las masas y desapareció una mañana bajo su odio común; tal es ya la suerte del actual Imperio, cuando apenas cuenta tres años de vida, pues ya los mismos poderes que ha restaurado, la Iglesia, la banca, la comandita, tienen crédito y autoridad para dictar al Emperador la política que ha de seguir en la cuestión de Oriente; y después de haberle impuesto las guerras lejanas, la guerra exclusivamente política y contrarevolucionaria, y la amistad del Austria y del Papado, le empujan hacia la impopularidad y la ruina.

Fácil de seguir es, a no dudarlo, el sistema que combatimos: ancha, y antigua es la vía, enteramente tradicional, como suele decirse, y hasta providencial. No se necesita para andarla ni gran talento, ni gran celo por el bien público, ni grandes cuidados por sí mismo ni por su dinastía. Bien durará esto tanto como nosotros, decia Luis XV. Sucede, empero, a veces que esto dura mucho menos que nosotros: testigos la Restauración y la Monarquía de Julio. Como todos los que le han precedido, el Gobierno del 2 de Diciembre, que está sujeto a las mismas leyes, perecerá o se salvará por las mismas causas, no vacilando en añadir que es ya comprometida su situacion, y hay para él urgencia en sacarla del peligro.

Sentemos, por lo tanto, este principio de política elemental y de economía racional: una institución de utilidad pública puede muy bien ser objeto de una atribucion o de un mandato, jamás de apropiación.

Cuéntase que en Roma, en medio de la universal ignorancia que habia de las revoluciones de los astros, se habia confiado a un colegio de sacerdotes el cargo de determinar el fin y el principio de cada año: función de utilidad pública, si jamás las hubo, de la cual ni sospechar cabia que pudiese llegar a ser objeto de especulaciones particulares ni de prevaricaciones arbitrarias, opuestas a los intereses generales. ¿Qué sucedió, sin embargo? Que los pontífices derogaban o acortaban el año, según los gajes que recibian de los asentistas, cuyas contratas eran anuales, o segun el favor que les dispensaban los cónsules y otros magistrados, cuyos cargos tenian tambien un año de duración. Llegó a ser así objeto de abominable tráfico una cosa que dependia del sol, hasta que Julio César, con ayuda del matemático Sorígenes, puso coto al desórden.

Una de las más bellas creaciones de la Revolución francesa fue la reforma de pesas y medidas. Si se la hubiese confiado á una Compañía en comandita, no hubiese dejado ésta, a buen seguro, de encontrar medio de traficar y ganar, no ya tan sólo en la fabricación de la moneda, de las medidas y de las balanzas, sino también en la determinación de la unidad primordial, y hasta en la medición del meridiano.

Otro tanto sucederá con el Palacio de la Industria y la fundación de que ha de ser instrumento monumental y central, si el Emperador, siguiendo la trillada via del favoritismo y la apropiación, le hace objeto de una concesión como todas las que hasta aquí lleva hechas, en lugar de decidirse por una idea diametralmente opuesta y nueva.

Empezará por ser, como la Exposición de 1855, asunto de curiosidad y moda, medio de especulación y agiotaje; y luego, a menos que no venga a ser una cosa análoga al Crédito Territorial, a los Docks y a otros establecimientos de la misma índole, que la autoridad imperial ha podido muy bien decretar, pero no hacer vivir, será uno de tantos órganos del monopolio, contra el cual se subleva la conciencia del País, un chupador más para el feudalismo parásito y rentista que pesa sobre el País y el Estado, la pareja, por fin, del Crédito Moviliario, hoy condenado por todos los amigos de la libertad, de la Revolución y del pueblo.

Resumamos y concluyamos:

Puesto que, por una parte, en las instituciones del órden económico, el Estado no puede ni debe sustituir su accion a la del país, y por otra, tratándose de un establecimiento de utilidad pública, no podria proceder por via de apropiación individual ni colectiva, sin hacer traición a sus más preciosos intereses; puesto que, por lo contrario, debe sostener con energía la propiedad universal, es decir, la comunidad de uso y la igualdad de beneficios; y para hacer posible este uso, es de todo punto necesaria la formacion de un organismo especial, ó sea de una Compañía; no hay sino un partido que tomar, y es llamar a formar parte de la nueva Sociedad, sin limitación de número ni de tiempo, a todos los que están interesados en la nueva institucion, ya por su trabajo, ya por sus cambios, ya por su consumo, ya por las necesidades de su industria; en otros términos, tomar por comanditarios de la Compañía a los mismos que han de ser sus clientes.

Constituida así sobre el derecho comun, que es superior a toda idea de apropiacion; abierta siempre para todo el mundo, sin exclusion de nadie; no solicitando para sí ni monopolios ni privilegios; teniendo la ciencia por principio y la igualdad por ley; redundando en provecho de todos y no perjudicando a nadie, a lo ménos en el sentido de que nadie puede legítimamente considerar como un mal personal ni como un ataque a su propiedad la supresión de los abusos que explota; favoreciendo tanto la estabilidad del Estado como la paz social y la seguridad de los ciudadanos, la Sociedad de la Exposicion Perpétua reune todos los caracteres de una verdadera institución, y ninguno de los inconvenientes de las concesiones ordinarias.

Será esta Sociedad para la circulación de los productos, la policía del comercio, la extensión del mercado, la garantía del consumo, del trabajo y del salario, y por consecuencia para el crédito industrial y agrícola, lo que deberia ser, y no es, el Banco de Francia para la circulación mercantil; lo que deberia ser, y no ha podido llegar a ser, la Sociedad del Crédito Territorial para el crédito territorial e hipotecario; lo que deberia ser, y no ha sido para la comandita industrial, el Crédito Moviliario, foco de monopolio y agiotaje.

La forma de institución económica, o, para hablar con más exactitud, de organización societaria que aquí encarecemos, lejos de ser una concepción puramente nuestra y personal, viene indicada por todas las tendencias de la época y por sus más auténticas manifestaciones: inspira todos los proyectos de asociación que se ve surgir cada dia, y en cada pueblo, para el crédito, el cambio y la extension del mercado.

Nos limitaremos a citar las siguientes:

Las asociaciones para el consumo, tales como La Casera, las carnicerías societarias, las panaderías societarias, etc.;

2° Las compañías formadas para la construcción de habitaciones y barrios de jornaleros en Prusia, Mulhouse, Marsella, París, etc., entre las cuales no podemos menos de citar la de los palacios de familia;

3° Las sociedades de cambio, numerosísimas en París, Lyon, Marsella y Nantes, entre las que basta recordar la Reforma Monetaria, del Sr. Mazel, hoy Caja de Ahorros y Banco Territorial, de Mazel y Compañía; el Banco de compensacion; la Caja de cambio y de comision; la Sociedad general de crédito privado; la Moneda Auxiliar, de Desclée y Compañía; el Banco de cambio de París (de La Châtre); la Caja general de cambio de Lyon; la Union regional, de E. Dumont, Aug. Jourdan y Compañía; la Reforma comercial por la asociacion de productores y consumidores, del Doctor de Bonnard; el Banco regulador de los valores de Bruselas; la Caja de descuentos de Nantes, por el señor Oudet; el Banco Gallas de Rouen, por los señores Beslay, Hocmelle, Lejeune, etc.;

4° Las Asociaciones jornaleras, muchas llenas de vida y prósperas, tales como la de los constructores de sillones y coches, la de los torneros, la de los fabricantes de pianos, la de los hojalateros-lampistas, la de los ebanistas, la de los fabricantes de limas, la de los panaderos, la de los albañiles, la de los hormeros, etc.

Bastan estos ejemplos para demostrar a los entendimientos ménos perspicaces, y a las conciencias más timoratas y recelosas, que la idea está madura; que el poder, con tomar a su cargo realizarla, no hará más que responder a una necesidad tan generalmente comprendida como profundamente sentida; y que haciendo del Palacio de la Industria un punto céntrico al que vengan a irradiar todos los ensayos particulares, o por lo ménos los que a causa de lo especiales que son no pueden ser absorbidos por el que aquí proponemos, no hará tampoco sino provocar, impulsar y dirigir todo un sistema de fuerzas que hoy están desparramadas, y mañana se aglomerarán y unificarán de una manera irresistible, por poco que encuentren en la nueva Sociedad la satisfacción del principio que las ha producido: la garantia y la libertad.

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