Indice de Los seis libros de la República de Jean BodinLIBRO SEXTO - Capítulo terceroLIBRO SEXTO - Capítulo quinto.Biblioteca Virtual Antorcha

Los seis libros de la República
Jean Bodin

LIBRO SEXTO
CAPÍTULO CUARTO
Comparación de las tres Repúblicas legítimas, a saber, el Estado popular, aristocrático y real, y cómo la potestad real es la mejor.


... Ha quedado para el final referirse a las ventajas y desventajas de cada República y elegir la mejor ... Se trata de pronunciarse por la mejor entre las tres formas legítimas, es decir, el Estado legítimo popular, el aristocrático o el real. A fin de esclarecer el problema, expondré las ventajas y desventajas de cada una.

En primer lugar, se puede afirmar que el Estado popular es el más estimable, en la medida que persigue la igualdad y rectitud en todas las leyes, sin favor ni consideración de las personas, y reduce las constituciones civiles a las leyes naturales ... El Estado popular se propone la igualdad de todos los hombres, lo que no puede lograrse sin una distribución igual de los bienes, los honores y la justicia entre todos, sin privilegios ni prerrogativas. Así procedió Licurgo al transformar el Estado real en popular ... Si es cierto que la sociedad humana solo se nutre de la amistad y el sustento de esta es la igualdad, y si es cierto que solo en el Estado popular hay igualdad, debe reconocerse que este constituye la forma de República más hermosa que pueda elegirse ... Otro argumento de consideración para demostrar que el Estado popular es el más hermoso, digno y perfecto de todos, consiste en mostrar cómo en las democracias ha habido siempre mayor número de ciudadanos que han sobresalido en las armas y en las leyes y mejores oradores, jurisconsultos y artesanos que en las otras Repúblicas; en estas la facción de unos pocos señores y la celosa actitud del monarca impiden que los súbditos se propongan grandes metas. Además, los verdaderos atributos de la República solo parecen encontrarse en el Estado popular, ya que todo el pueblo goza del bien público y todos participan de los bienes comunes, los botines, los premios y las conquistas ... En resumen: si lo deseable es que los magistrados obedezcan a las leyes y los súbditos a los magistrados, nada mejor que el Estado popular, donde solo la ley es señora y dueña de todos ...

(Veamos los argumentos en contra.) En primer lugar, jamás existió República en que bienes y honores fuesen igualmente distribuidos. Ya lo hemos visto respecto de los bienes. En cuanto a los honores, tal igualdad contravendría la ley natural, ya que unos son más prudentes e ingeniosos que otros, unos están destinados a gobernar y otros a obedecer, unos son sabios y discretos, otros necios e insensatos ... En cuanto a la tan pregonada libertad natural del Estado popular, si realmente existiese, no habría ni magistrados, ni leyes, ni forma alguna de Estado, pues de otro modo deja de haber igualdad. Sin embargo, no existe República con tantas leyes, tantos magistrados y tantos fiscales como el Estado popular. Respecto al bien público, es evidente que no hay República donde sea peor administrado que por el pueblo, como ya he demostrado ... Maquiavelo se equivoca al decir que el Estado popular es el mejor, y, por supuesto, olvida una opinión suya anterior, según la cual, para que Italia recobre su libertad, es preciso que cuente con un solo príncipe ...; en realidad, no sabe lo que quiere. Platón, por su parte, ha vituperado el Estado popular diciendo que es una feria donde todo se vende. Aristóteles, fundándose en la autoridad de Homero, rechaza los Estados popular y aristocrático ...

¿Cómo puede un pueblo, es decir, un animal de muchas cabezas, sin entendimiento ni razón, aconsejar nada bueno? Pedir consejo al pueblo, como se hacía antiguamente en las Repúblicas populares, significa tanto como pedir cordura al loco ... Aun en el supuesto de que se pudiese obtener alguna buena resolución del pueblo, ¿quién sería tan insensato como para divulgar los designios del Estado? ¿No sería profanar las cosas sagradas? ... Según ya hemos dicho, no hay nada tan peligroso y contrario al Estado popular como la permanencia continuada de los magistra (Existe aquí un enorme desatino en la composición del texto, en la edición que nos ha servido de base para realizar la presente edición virtual, ya que evidentemente por error del impresor, el texto se interrumpe revolviéndose y, por consecuencia, volviendose ilegigles cuatro lineas del párrafo. Aclaración de Chantal López y Omar Cortés) ... La majestad, que es el quicio sobre el que se apoya la República, perece con el pueblo ...

El peor azote en las Repúblicas populares es la impunidad de que gozan los malvados, con tal que sean ciudadanos, es decir, reyezuelos. Así, en el Estado popular de los romanos, los magistrados no podían, bajo pena capital, condenar a muerte natural o civil al ciudadano, ni privarle de su libertad o derecho de ciudadanía, ni azotarle... Pero no tuvieron inconveniente en desterrar a Rutilius, Metellus, Carolianus, los dos Escipiones, Cicerón ... Vendidos los cargos en la República popular al mejor postor, los magistrados revenden después al detall lo que compraron al por mayor ... Si se examina, en fin, la historia de todas las Repúblicas populares, se verá que casi siempre estuvieron en guerra, exterior o civil, y que, pese a haber sido gobernadas aparentemente por el pueblo, en realidad lo fueron por un grupo de ciudadanos, o por el más sabio de ellos, que hacía las veces de príncipe o monarca ... El Estado popular solo se conserva si cuenta con sabios pilotos, pero, una vez que se ven con el timón en las manos, se convierten en patrones y el pueblo sirve solo de máscara ...

Existe aún una razón natural que nos muestra cómo esa pretendida igualdad arruina los fundamentos de la amistad. Los mayores pleitos y enemistades se dan entre los iguales, sea porque el uno quiere sobrepasar al otro, o porque el uno puede vivir sin el otro. Dios ha distribuido sus bienes y gracias entre países y pueblos tan parsimoniosamente, que cada uno tiene necesidad de los demás. De este modo, para su utilidad y placer recíproco, cada pueblo, en particular, y todos, en general, se ven obligados a establecer alianzas y amistades. Piénsese en el cuerpo humano -símbolo de la República bien ordenada-, donde no hay miembro que no dé y reciba ayuda de los otros y el que parece más ocioso digiere el alimento a los demás ... Aporto este ejemplo para poner de relieve los inconvenientes que se derivan del Estado popular, y para hacer entrar en razón a cuantos intentan apartar a los súbditos de la obediencia a su príncipe natural, dándoles una falsa esperanza de libertad al establecer la República popular. En realidad, esta es la más perniciosa tiranía imaginable, cuando no está gobernada por hombres sabios y virtuosos ...

Veamos si la aristocracia es mejor que las otras Repúblicas, como muchos piensan. Si es cierto que en todas las cosas el término medio es digno de alabanza y que hay que apartarse de los extremos, habrá que convenir en que, una vez que se rechacen las dos formas extremas, elegiremos el término medio, que es la aristocracia, donde cierto número de los más notables ostentan la soberanía ... Otro argumento de no menor peso para demostrar que el Estado aristocrático es el mejor de todos, es que el poder soberano de mando debe ser atribuido, por imperativo natural, a los más dignos. Ahora bien: la dignidad solo puede residir en la virtud, en la nobleza o en la riqueza, o en las tres juntas. Cualquiera que sea el criterio que se escoja, el Estado será en todo caso aristocrático, porque los nobles, los ricos, los sabios y los valientes constituyen siempre y por doquier la parte menor de los ciudadanos. Así, pues, será necesariamente aristocrática la señoría cuando el Estado es gobernado por la menor parte de los ciudadanos o, para hablar propiamente, cuando solo acceden al gobierno los mejores. Puede también sostenerse que la soberanía solo debe ser atribuida a los más ricos, que son los más interesados en la conservación de la República. Es evidente que los más ricos tienen mayor interés en ello y, además, soportan mayor carga que los pobres, quienes, por no tener nada que perder, abandonan al Estado ante el peligro. Por esta razón Q. Flaminio entregó la soberanía de las ciudades de Tesalia a los más ricos, pues eran ellos, según decía, quienes tenían más interés en la conservación del Estado. Además, la propia necesidad nos guía al Estado aristocrático; en efecto, aunque en el Estado popular y en la monarquía el monarca o el pueblo ostentan aparentemente la soberanía, en realidad se ven obligados a dejar el gobierno al senado, o al consejo privado, que, de ordinario, delibera y decide sobre los negocios más importantes. Como se ve, en cualquier caso, se trata de un gobierno aristocrático ...

Nada hay que objetar a quienes afirman que la soberanía debe ser atribuida a los más dignos. Ahora bien: el argumento favorece más a la monarquía que a la aristocracia, porque entre los más nobles, los más sabios, los más ricos o los más valientes, siempre habrá alguno que exceda a los otros, al cual, por las propias razones aducidas, le debe ser dada la soberanía ... Platón, en apoyo del Estado aristocrático, decía que era muy difícil hallar un hombre tan sabio y virtuoso como se requiere para gobernar el Estado y que, por tanto, la monarquía no era segura. Se le puede devolver su propio argumento, porque, si es difícil encontrar un príncipe tan sabio, mucho más lo será hallar el mayor número que se requiere para una señoría. El gonfaloniero Pedro Soderini, en ocasión de atacar, ante el pueblo de Florencia, al Estado aristocrático, empleó el mismo argumento que Mecenas ante Augusto contra Marco Agripa; dijo que un Estado de varios señores es un Estado de varios tiranos y que, en tal caso, conviene más tener un solo tirano ...

En resumen: la experiencia muestra que cuanto mayor número de individuos participan en la señoría, más numerosas son las disputas y más difíciles de adoptar las decisiones ... Supongamos, sin embargo, que el consejo privado de la aristocracia sea tan discreto que nada se descubra; aun así, será muy difícil que unos pocos señores conserven su Estado contra todo un pueblo que ... odia a muerte a los poderosos. La más mínima discordia entre los señores, inevitable cuando se trata de gente de uña y garra, será ocasión para que el más ambicioso busque apoyo en el pueblo y destruya la aristocracia ...; así ocurrió en las señorías de Génova, Siena, Florencia, Colonia, Zurich ... Vemos, pues, que la señoría aristocrática no solo peligra frente a los enemigos extranjeros, sino también frente al pueblo, al cual será preciso tener satisfecho o sUjetarlo por la fuerza. Contentarlo, sin hacerle participar en las dignidades, es muy difícil ...; sujetarlo por la fuerza no es nada seguro, aunque se pueda, porque es tanto como ganarse el temor y desconfianza ... (del pueblo), el cual tomará las armas para sacudir el yugo al menor pretexto de guerra ... Los venecianos, para conservar su Estado aristocrático, permiten desempeñar al pueblo algunos oficios poco importantes, se casan con plebeyos y aceptan sus préstamos, a fin de interesarlos en la conservación del Estado, pero los desarman por completo ...

Es evidente que el principal fundamento de la aristocracia es la amistad recíproca de quienes gobiernan. Si reina entre ellos la concordia, se conservarán y gobernarán mucho mejor que pudiese hacer el pueblo, pero, si permiten que nazca la discordia, no hay Estado de más difícil conservación, sobre todo cuando se trata de una aristocracia militar, pues nada enoja tanto a los soldados como la paz. No debe asombrarnos que los Estados aristocráticos de Venecia, Ragusa y Lucca se hayan mantenido durante siglos, si se considera que renunciaron a toda empresa armada y se dedicaron solo al comercio y a la banca. Para terminar, la forma de aristocracia mejor y más segura es la que se nutre de personas virtuosas y con buena reputación ... Si se hace así, el gobierno seguirá siendo de pocos señores, pero todos tendrán la esperanza de llegar a él, no por dinero o ambición, sino por honor y virtud. Esta es propiamente la verdadera aristocracia, la cual está menos expuesta a los peligros apuntados ... Tal aristocracia conservará sus leyes y distribuirá por igual la justicia, con tal que cada uno se contente con su condición y no ambicione la ajena ...

Nos queda por hablar de la monarquía, preferida por todas las grandes personalidades a las demás Repúblicas. Veamos, sin embargo, que está expuesta a muchos peligros, debido a los cambios de monarca ... La experiencia nos enseña que siempre que cambian los príncipes aparecen nuevos designios, nuevas leyes, nuevos oficiales, nuevos amigos, nuevos enemigos, nuevos trajes, nueva forma de vivir. Todos los príncipes se complacen en cambiar y remover todas las cosas, a fin de que se hable de ellos, lo cual supone a veces grandes inconvenientes, no solo para los súbditos en particular, sino también para todo el cuerpo de la República. Supongamos que no es así, y que el príncipe es todo lo prudente que se puede desear; pese a todo, las alianzas y tratados suscritos con el predecesor expiran y, con ello, los príncipes toman las armas y el más poderoso ataca al más débil o le dicta la ley. Esto no ocurre cuando se trata de Estados aristocráticos y populares y juran alianza perpetua, ya que el pueblo nunca muere ... Otro inconveniente de la monarquía reside en el peligro de guerra civil que provoca la división de los aspirantes a la corona, sobre todo si se trata de monarquía electiva, pues a veces produce la ruina del Estado. Si es hereditaria, el peligro es considerable cuando hay varios herederos del mismo grado y luchan entre sí o siembran la división entre los súbditos ... Supongamos que no se discute el derecho al trono; pues bien: en tal caso, si el monarca es niño, no faltarán luchas por el gobierno entre la madre y los príncipes o entre los mismos príncipes. Por eso, Dios, para vengarse de los pueblos, los amenaza con darles como príncipes a niños o mujeres. Aunque el infante tenga un tutor, previsto por ordenanza del predecesor o por la costumbre, existirá el peligro de que usurpe la monarquía ... No es menor el peligro cuando el príncipe asume la corona en plena juventud, pero emancipado ... En general, la corte de los príncipes jóvenes abunda en todo género de extravagancias, mascaradas y descomposturas, y, no hay que decirlo, el pueblo sigue el humor de su príncipe ... Tampoco deja de haber peligro cuando accede al Estado en la edad de la madurez y la experiencia -el mayor y más exquisito don de Dios que puede desear un pueblo-, pues, por desgracia, la soberanía hace, muchas veces. de los prudentes, insensatos; de los valientes, cobardes, y de los buenos, perversos ...

Los peligros que hemos señalado cesan, en su mayor parte, cuando la monarquía se transmite por sucesión en línea directa, como diremos después. La lucha por los oficios es frecuente ocasión, en las Repúblicas popular y aristocrática, de sediciones, facciones y guerras civiles, más graves que las que suscita la lucha por el poder en la monarquía. En esta solo se produce la lucha por los oficios y por el Estado después de la muerte del príncipe, y no siempre. El principal atributo de la República -el derecho de soberanía- solo se da y conserva en la monarquía. En una República solo uno puede ser soberano; si son dos, tres, o muchos, ninguno es soberano, ya que nadie por sí solo puede dar ni recibir ley de su igual. Si bien se supone que la corporación de varios señores o de un pueblo ostenta la soberanía, en realidad, le falta el verdadero sujeto si no hay un jefe con potestad soberana que vincule a unos y otros; un simple magistrado, sin potestad soberana, no puede hacerlo ... Piénsese en las dificultades a las que siempre han tenido que hacer frente las Repúblicas populares y aristocráticas cuando se forman partidos contrarios y los magistrados se dividen; unos quieren la paz, otros la guerra, unos desean esta ley, otros aquella, unos quieren este jefe, los otros aquel ... Además, a veces sucede, en virtud de la costumbre del país, que la ley, el príncipe o el magistrado no son ratificados sino por el consentimiento de los votantes ... No suceden tales cosas cuando solo hay un jefe soberano del cual depende la decisión de todos los asuntos. Además, en los Estados popular y señorial, la parte más numerosa se impone, ya que por doquier prudentes y virtuosos están en minoría, de tal modo que, casi siempre, la parte mejor y más sana se ve obligada, bajo la presión del mayor número, a plegarse al capricho de un tribuno insolente o de un temerario orador. Por el contrario, el monarca soberano puede unirse a los mejores ...

Resulta imposible que el pueblo y los señores puedan mandar soberanamente ni llevar a cabo actos que solo pueden ser realizados por una sola persona, tales como conducir el ejército u otros semejantes. Deben nombrar. a este fin, magistrados o comisarios, quienes carecen de la potestad soberana, de la autoridad y de la majestad de un monarca. Cualquiera que sea la potestad de que dispongan en virtud de su oficio, lo cierto es que cuando los Estados populares y aristocráticos se veían envueltos en. una guerra peligrosa ..., o en cualquier otra circunstancia importante, establecían un dictador, como monarca soberano. Se daban cuenta de que la monarquía constituía el áncora sagrada a la que necesariamente habían de recurrir ...

Tácito decía que, para llevar a cabo grandes empresas, se requiere que la potestad de mando descanse en una sola persona ... Mil ejemplos nos muestran, sin lugar a dudas, la necesidad de tener un jefe para la guerra, cuando el peligro es mayor, así como la de plegarse, en la República, a un príncipe soberano ... Por eso, cuando he escrito antes sobre la necesidad de que, en el Estado bien ordenado, la potestad soberana sea atribuida a una sola persona, sin que los Estados participen en ella, ni gocen de poder para dictarle la ley -en tal caso sería Estado popular y no monarquía-, y sobre los elogios que todos los sabios políticos, filósofos, teólogos e historiadores han vertido sobre la monarquía, no lo dije por complacer al príncipe, sino por la seguridad y felicidad de los súbditos ... Es necesario no dejarse convencer por los floridos discursos de quienes propagan, entre los súbditos, la necesidad de someter los monarcas al pueblo y de que sean los súbditos quienes dicten la ley a su príncipe, lo que, ciertamente, significaría la ruina, no solo de las monarquías, sino también de los súbditos ...

Muchos se engañan al pensar que el Estado aristocráticoes el mejor, debido a que varios señores deben tener mejor juicio, prudencia y consejo que uno solo. Existe gran diferencia entre aconsejar y mandar ... Si se trata de resolver, decidir o mandar, uno solo lo hará mejor que muchos; una vez que haya tomado en consideración los pareceres de cada uno, adoptará fríamente la resolución que convenga ... Además, la inevitable ambición que mueve a quienes son iguales en poder determinará que siempre haya alguien que prefiera ver perecer la República antes que reconocer la sabiduría de otro ... Es imposible que la República, que solo tiene un cuerpo, tenga muchas cabezas, como decía el emperador Tiberio al senado; de otro modo, no sería un cuerpo, sino un monstruo horrible de mil cabezas. Se dice que los nuevos príncipes Son amigos de novedades. Es cierto que algunos, para hacer sentir su poder, dictan leyes a troche y moche, pero, en verdad, el fenómeno es aún más frecuente en los Estados aristocráticos y populares ... No siempre es cierto que los tratados y alianzas se extingan con el príncipe, porque se puede insertar una cláusula que expresamente prorrogue la vida del tratado hasta cierto número de años después de la muerte de aquel ... Además, como ya he mostrado, no es conveniente que las alianzas sean perpetuas ... Respecto al desorden que provoca el gobierno de un rey joven, debemos decir que ello ocurre una vez cada cien años, en tanto que, en Génova, la elección del gonfaloniero pone en ebullición a la República cada dos años. Tampoco es razonable comparar las crueldades y robos de un tirano con un buen príncipe ... En ciertos casos, la monarquía tiránica es más deseable que la democracia o aristocracia, por buenas que estas sean; al igual que muchos pilotos, por expertos que sean, se obstaculizan cuando todos quieren llevar el timón, tampoco podrá ser gobernada una República por muchos señores a la vez ...

No es necesario insistir mucho para mostrar que la monarquía es la forma de República más segura, si se considera que la familia, que es la verdadera imagen de la República, solo puede tener una cabeza, como ya he mostrado. Todas las leyes naturales nos conducen a la monarquía, tanto si contemplamos el microcosmos del cuerpo, cuyos miembros tienen una sola cabeza, de la cual depende la voluntad, el movimiento y las sensaciones, como si contemplamos el universo, sometido a un Dios soberano ... Todos los pueblos de la antigüedad no conocieron, cuando eran guiados por la luz natural, otra forma de República que la monarquía ... Finalmente, si acudimos a las autoridades, veremos que las personalidades más excelsas consideraron a la monarquía como la mejor forma de República: Homero, Herodoto, Platón, Aristóteles, Jenofonte, Plutarco, Filón, Apolonio, San Jerónimo, Cipriano, Máximo Tirio y muchos otros ...

Por todas estas razones, y otras muchas que no es necesario detallar, creo evidente que, de las tres clases legítimas de República, la monarquía es la más excelsa. Entre las mal reguladas, la democracia es la más imperfecta. La monarquía legítima, como un cuerpo fuerte y sano, puede fácilmente subsistir, en tanto que los Estados popular y aristocrático, como cuerpos débiles y enfermizos, sujetos a innúmeras enfermedades, deben guardar régimen y dieta severos. Entiéndase bien: no siempre pueden los hombres sabios y políticos experimentados escoger la mejor República o evitar la peor. Cuando así ocurre, es preciso obedecer la tormenta, amainar las velas, arrojar el lastre, aunque se trate de cosas preciosas, a fin de salvar el navío y arribar a puerto ...
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