Índice de El patriotismo y La Comuna de París y la noción de Estado de Miguel BakuninCAPÍTULO OCTAVOCAPÍTULO DÉCIMOBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO NOVENO

Los hombres, ¿están condenados por su naturaleza a devorarse entre sí para vivir como lo hacen los animales de otras especies?

¡Ay! Encontramos en la cuna de la civilización humana la antropofagia, y en seguida las guerras de exterminio, las guerras de las razas, y de los pueblos; guerras de conquista, guerras de equilibrio, guerras políticas y guerras religiosas; guerras por las grandes ideas, como las que hace Francia dirigida por su actual emperador, y guerras patrióticas para la gran unión nacional como las que planean el ministro pangermanista de Berlín, y el Zar de San Petesburgo.

Y en el fondo de todo esto, a través de todas las frases hipócritas de que se sirven para darse una apariencia de humanidad, y de derecho, ¿qué encontramos? Siempre la misma cuestión económica, la tendencia de uno a vivir y prosperar a expensas de los otros. Los ignorantes, los simples y los tontos, se dejan sorprender; pero los hombres fuertes que dirigen los destinos de los Estados saben muy bien que en el fondo de todas las guerras no hay más que un sólo interés: ¡el saqueo, la conquista de las riquezas de otros y el servilismo del trabajo!

Tal es la realidad a la vez cruel y brutal que los dioses de todas las religiones, los dioses de las batallas, no han dejado nunca de bendecir, empezando por Jehová, el Dios de los judíos, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que mandó a su pueblo elegido exterminar a todos los habitantes de la Tierra prometida, y acabando por el Dios católico representado por los Papas, que en recompensa del exterminio de los paganos, de los mahometanos y de los herejes, dieron las tierras de estos desgraciados a sus dichosos exterminadores. A las víctimas, el infierno; a los verdugos, los despojos, los bienes de la tierra; tal es el fin de las guerras más santas, de las guerras religiosas.

Es evidente que hasta ahora la humanidad no ha hecho ninguna excepción para esa ley general de bestialidad que condena a todos los seres vivientes a devorarse entre sí para vivir; sólo el socialismo, poniendo en el lugar de la justicia política, jurídica y divina, la justicia humana, reemplazando el patriotismo por la solidaridad universal de los hombres y la competencia económica por la organización internacional de una sociedad fundada sobre el trabajo, podrá poner fin a esas manifestaciones brutales de la bestialidad humana.

Pero hasta que triunfe en la Tierra, los congresos burgueses para la paz y para la libertad protestarán en vano, y todos los Víctor Hugo del mundo inútilmente los presidirán, porque los hombres continuarán devorándose como las bestias feroces.

Está probado que la historia humana, como la de todas las demás especies de animales, ha comenzado por la guerra. Esa guerra, que no ha tenido ni tiene otro fin que conquistar los medios de la vida, ha pasado por diferentes fases de desarrollo paralelas a las diferentes fases de la civilización, es decir, del desarrollo de las necesidades del hombre y de los medios de satisfacerlas. El hombre ha vivido primero, como todos los animales, de frutos y de plantas, de caza y de pesca. Sin duda, durante muchos siglos, el hombre cazó y pescó como lo hacen las bestias aún, sin ayuda de más instrumentos que los que la naturaleza le había dado.

La primera vez que se sirvió de un arma grosera, de un sencillo bastón o de una piedra, hizo un acto de reflexión y se reveló sin sospecharlo como un animal pensador, como hombre; porque el arma más primitiva debió necesariamente adaptarse al fin que el hombre se proponía obtener, y esto supone cierto cálculo que distingue esencialmente al animal hombre de los demás animales de la Tierra. Gracias a esta facultad de reflexionar, de pensar, de inventar, el hombre perfecciona sus armas, muy lentamente, es verdad, a través de muchos siglos, y se transforma en cazador o en bestia feroz armada.

Llegados a este primer grado de civilización, los pequeños grupos humanos encontraron más facilidad para nutrirse matando a los seres vivientes, sin exceptuar a los hombres, que debían servirles de alimento, que las bestias privadas de aquellos instrumentos de caza o de guerra; y como la multiplicación de todas las especies de animales está siempre en proporción directa de los medios de subsistencia, es evidente que el número de hombres debía aumentar en una proporción mayor que el de los animales de otras especies y que debía llegar un momento en que la inculta naturaleza no podía bastar para alimentar a todo el mundo.

(Del periódico ginebrino Le Progrès, de septiembre de 1869).

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