Índice de El patriotismo y La Comuna de París y la noción de Estado de Miguel BakuninCAPÍTULO NOVENOLA COMUNA DE PARÍS Y LA NOCIÓN DE ESTADOBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO

Si la razón humana no fuera progresiva; si, apoyándose por un lado sobre la tradición - que conserva en provecho de las generaciones futuras los conocimientos adquiridos por las generaciones pasadas - y propagándose, por otro lado, gracias a ese don de la palabra, que es inseparable del don del pensamiento, no se desarrollara cada vez más; si no estuviera dotada de la facultad ilimitada de inventar nuevos procedimientos para defender su existencia contra todas las fuerzas naturales que le son contrarias, esta insuficiencia de la naturaleza, habría sido necesariamente el límite de la multiplicación de la especie humana.

Pero, gracias a esta preciosa facultad que le permite saber, reflexionar y comprender, el hombre puede franquear ese límite natural que detiene el desarrollo de todas las demás especies de animales. Cuando los manantiales naturales se agotaron, los creó artificiales; aprovechando no su fuerza física, sino la superioridad de su inteligencia, se concretó sencillamente, no a matar para devorar inmediatamente, sino a someter y a domesticar hasta cierto punto a las bestias salvajes para que sirvieran a sus fines, y de este modo, a través de los siglos, ciertos grupos de cazadores se transformaron en grupos de pastores.

Esta nueva corriente de existencia multiplicó, naturalmente, a la especie humana y hubo necesidad de crear nuevos medios de subsistencia. La explotación de las bestias no bastó y los grupos humanos se pusieron a explotar la tierra; los pueblos nómadas y los pastores se transformaron después de muchos más siglos en pueblos cultivadores.

En este periodo de la Historia, se estableció la esclavitud.

Los hombres, aún salvajes, empezaron primero por devorar a sus enemigos muertos o prisioneros; pero cuando comenzaron a comprender la ventaja que tenía para ellos servirse de las bestias o explotarlas sin matarlas, inmediatamente y sin duda debieron de comprender la ventaja que podrían obtener de los servicios del hombre, el animal más inteligente de la Tierra; por consecuencia, el enemigo vencido no fue devorado, pero fue hecho esclavo, obligado a trabajar para la subsistencia necesaria de un amo.

El trabajo de los pueblos dedicados al pastoreo es tan sencillo, que no exige apenas el trabajo de los esclavos. Así vemos que en los pueblos nómadas o dedicados al pastoreo, el número de esclavos es muy limitado, por no decir que es nulo. Otra cosa sucede con los pueblos sedentarios y agrícolas; la agricultura exige un trabajo asiduo y penoso. El hombre libre de los bosques y de los llanos, el cazador, lo mismo que el pastor, se sujetan a él con repugnancia; y así vemos en los pueblos salvajes de América como es que, sobre el ser comparativamente más débil, que es la mujer, recaen los trabajos más duros y asquerosos. Los hombres no conocen otro oficio que la caza y la guerra - que aún en nuestra civilización son considerados los más nobles - y, despreciando todas las demás ocupaciones, permanecen tendidos perezosamente fumando sus pipas, mientras sus desgraciadas mujeres, esas esclavas naturales del hombre bárbaro, sucumben bajo la pesada carga de su trabajo diario.

Un paso más en la civilización y el esclavo toma el sitio de la mujer; bestia de suma inteligencia, y obligado a llevar la carga del trabajo corporal, genera el descanso y el desarrollo intelectual y moral de su amo.

(Del periódico ginebrino Le Progrès, de octubre de 1869).

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