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3.- La asociación voluntaria: principio o medio pacificador.

Hemos dicho que no se puede pensar en libertarse de la nueva constitución de la Feudalidad sino por dos medios. El primero es el de la repartición o comunidad de bienes; procedimiento puramente negativo y revolucionario, antisocial en sí mismo, y cuyas doctrinas combatiremos a debido tiempo y en su lugar.

Este sistema, afortunadamente, no es la única salida.

Hemos mostrado que el capital y el trabajo están en flagrante guerra. El taller de la producción, de la distribución y de la repartición de las riquezas no es más que un eterno campo de batalla. El capital, dueño de los instrumentos de labor, dicta necesariamente la ley al Trabajo. Los capitales luchan, por otra parte, entre sí: los grandes absorben y aplastan fatalmente a los pequeños. Los grandes capitales se concentran en las familias aristocráticas, y al multiplicar su poderío por el sistema de las grandes compañías de accionistas, se tornan cada vez más preponderantes. En fin, el desenvolvimiento de esta preponderancia y la imposibilidad de resistencia de las masas en el ámbito de la libertad industrial, necesariamente provocarán, tarde o temprano, una lucha revolucionaria sobre el terreno social: las clases incesante y fatalmente vencidas en la esfera económica invocan, tarde o temprano, en lugar de una libertad y de una igualdad irrisorias, una igualdad brutalmente efectiva, una repartición. Y cuando se realiza una revolución para repartir, y se vence, entonces ya no se reparte más: se arroja a los vencidos y se toma todo. Es lo que la burguesía ha hecho con la añeja nobleza y con el clero.

Ahora bien, como en el ámbito de la libre concurrencia las derivaciones de la guerra entre el Trabajo y los Capitales conducen fatalmente o al aplastamiento del trabajo y de los pequeños y medios capitales por los capitales feudales, o al aplastamiento de la propiedad y del capital por la insurrección de los trabajadores, no queda nada más que un medio para conjurar estas dos ineludibles consecuencias de la contienda: hacer cesar la lucha. Y si, como acontece en la mayoría de los casos, el estado de paz es mucho más favorable que la prolongación de la guerra para los respectivos intereses de las partes beligerantes, incluso tal vez para los vencedores, es evidente que es menester apresurarse en hallar las condiciones de esa paz, que podrá y deberá ser signada por consentimiento común de las fracciones adversas.

Existe un principio que en el terreno industrial tiene la virtud de cambiar la concurrencia en acuerdo, la divergencia en convergencia, la lucha en cooperación. Es el de Asociación.

Cuando por medio de un contrato de sociedad dos empresas rivales se fusionan; cuando capitales que anteriormente se combatían se reúnen en una gran Compañía de accionistas, son intereses hostiles que firman un tratado de paz y se desenvuelven en lo sucesivo en plena conciliación convergente.

Pero ¿por qué conformarse con la asociación de los capitales? ¿Por qué no pedir a este principio de acuerdo, de unión y de armonía, el acuerdo, la unión y la armonía entre el Capital y el Trabajo? ¿Por qué no buscar y determinar las condiciones prácticas del contrato de unión entre el Capital y el Trabajo en el taller social íntegro?

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