Índice de Ideario de Hidalgo de Alfonso García RuízLOS IDEALES SOCIALES - EducaciónRELIGIÓN, ESTADO, INDIVIDUO Y MORALIDADBiblioteca Virtual Antorcha

IDEARIO DE HIDALGO

Alfonso Garcia Ruíz

LOS IDEALES ECONÓMICOS


Como en los otros aspectos que llevamos reseñados, Hidalgo tuvo una especial e importante visión de los problemas económicos, tanto de aquellos que afectaban su propia vida y la de las empresas que en beneficio del pueblo de sus curatos organizó, como de los que se relacionaban con la vida general del país, de la Patria, que en sus actos y en sus intenciones fue siempre el objetivo supremo. El estudio, así sea breve, de sus ideas e ideales económicos, constituye la materia de este capítulo. Dado el espacio de que disponemos, sólo hemos de ocuparnos de los que se refieren al conjunto nacional, o que con este aspecto se hallen esencialmente relacionados.

Lo primero que creemos necesario hacer notar, es que los asuntos económicos, en forma parecida a los políticos y sociales, fueron para los insurgentes y para el propio Hidalgo, una preocupación más bien práctica que teórica. En consecuencia, las fuentes, documentos y testimonios u otros medios que podemos utilizar para establecer sus ideas y sus ideales económicos, son generalmente de naturaleza resolutiva o relativos a actos ejecutivos, y sólo en parte nos permiten elevarnos a los motivos y concepciones que les dieron origen.

De Hidalgo no existen escritos en que se puedan ver ni descubrir principios o teorias económicas que fuera posible relacionar con sus hechos y sus actitudes, de tal manera que se pudiese afirmar que obedecian a una elaborada doctrina económica. Y que así sea es muy explicable, dada la preponderancia que en la época tenían las doctrinas morales sobre las económicas en la formación de los estudiantes. Aun cuando ya entonces las ideas económicas de Adam Smith se encontrasen ampliamente difundidas por Europa, muy pocos las conocían en América. De los mexicanos sólo tres nombres podrían mencionarse que seguramente las estudiaron y en sus obras citaron expresamente a Smith, o reproducen sus ideas sin hablar de él. Nos referimos a Talamantes, Abad y Queipo y Severo Maldonado.

Los actos de Hidalgo y de los insurgentes, a los que puede atribuírseles una clara intención económica, más que a una doctrina determinada, parecen haber respondido a una necesidad, a una demanda urgente del pueblo, o a alguna idea de reforma que nacía de sus críticas al sistema económico imperante o de la doctrina general que en materia política adoptaban. En sentido estricto, más que de ideas económicas, en cuanto a ellos, podemos hablar de ideales y de política económicos.

Con estas advertencias, analicemos a grandes rasgos lo hecho por Hidalgo en este aspecto y tratemos de interpretar su sentido.

Su política económica comprende dos grandes capítulos. El primero se refiere a los procedimientos que empleó para mejorar directamente la situación de los indios, mediante la restitución y dotación de tierras, y la de las castas en general, por medio de la abolición del tributo.

También cuenta en este rubro la prohibición de cobrar derecho alguno por la raspa de maguey y por su fruto, el pulque, por ser -los indios, sus explotadores- personas miserables que con lo que trabajan apenas les alcanza para la manutención y subsistencia de sus familias, como decía el documento relativo (1).

La preocupación de Hidalgo por los indígenas se muestra todavía mejor al ordenar que del mismo modo sean abolidos los estancos de toda clase de pensiones que se exigían a los indios. (2).

Si observamos esta orden con detenimiento, notaremos que envuelve simultáneamente la idea de aliviar al indio de toda carga económica por parte del Estado o de los particulares, y también la de atacar en este campo la estructura económica tradicional de carácter monopolista, para iniciar el establecimiento de la libre concurrencia, y el de un régimen fiscal acorde con las nuevas ideas de libertad económica y ciudadanía. En efecto, usual en la economía colonial fue que el rey rentase a los particulares, a cambio de fuertes anticipos que al gobierno urgían, los impuestos, tributos y alcabalas que pagaban los individuos, y especialmente los tributos que recaían sobre los indios, por ser éstos de los más cuantiosos y seguros. Los usufructuarios de los estancos de pensiones hacían buen negocio mediante dichos arrendamientos, por una parte en vista del descuento con que pagaban los anticipos al gobierno y, por otra, por las ganancias adicionales que les podían resultar del control de las actividades de producción o de comercio que estaban ligadas a dichas rentas. Al declarar abolidos los estancos de las pensiones que se exigían a los indios, Hidalgo aplicó a los particulares la misma regla que al Estado, prohibiéndoles que en lo sucesivo obligasen a aquéllos a pagarles ninguna clase de tributos.

La medida implicaba que muchos de los particulares, arrendatarios de rentas públicas, perdiesen las inversiones y los futuros que sobre ellas tenían hechos. Como en el caso de los esclavos liberados en perjuicio de sus dueños, no importaron a Hidalgo los intereses creados para imponer, si preciso a la fuerza, las reformas que beneficiaban especialmente a los oprimidos indios.

Con la abolición de los tributos que por derecho de conquista pagaban al rey o a los particulares en nombre de éste; con la restitución de tierras a sus pueblos, y con la derogación de los impuestos que pagaban al Estado por la explotación de sus productos y frutos de comercio, el caudillo creó a los indígenas una esfera de protección dentro de la cual podían aspirar a conquistar su libertad económica.

Más amplia resulta esta posibilidad de liberación si relacionamos con lo dicho la política de fomento de la producción que Hidalgo suscitó entre los vecinos de los pueblos de su curato -la mayor parte de los cuales eran indígenas-, mediante la organización de empresas que explotasen nuevos productos, a las que ya mucho nos hemos referido en capítulos anteriores, y que tuvieron éxito considerable, según anotaremos más adelante.

El otro gran capítulo de su politica económica es el que se refiere a las medidas adoptadas para beneficio general del país y de todas las clases sociales. Al menos ésta era, según parece, su idea. No existían en la época ni en el medio en que Hidalgo se desarrolló, instrumentos críticos suficientes para elaborar una teoría sobre los efectos del capitalismo en la jerarquización de las clases. Todo se confiaba a la política de buena fe y al efecto de la educación moral sobre la voluntad justa o injusta de los hombres.

Los grandes objetivos que al parecer se impuso en el aspecto económico, fueron: destruir la estructura monopolista de la economía colonial, la cual se manifestaba en cuatro formas principales. a saber: los monopolios internos del Estado en la producción y en el comercio, el monopolio del propio Estado en el comercio exterior, los monopolios internos y externos de igual índole en manos de particulares, y el sistema alcabalatorio y prohibitivo manejado tanto por el Estado como por los particulares en su nombre; establecer en su lugar la libre concurrencia y la libertad en el comercio y en la producción; apoyar a los nacionales en la guerra económica contra los gachupines, mediante la política del gobierno independiente; y fomentar en todos los ramos el crecimiento económico del país.

Obsérvese cómo todos estos aspectos corresponden a una actitud de combate, que se explica por haber sido planteada desde las bajas esferas de la estructura social. Coincide exactamente con el origen de la revolución insurgente, que comenzó entre los que nada o muy poco tenían. Sin embargo, tiene una base nacional en la que por fuerza era respetada a los criollos ricos una posición clave para la reconstrucción económica. La política de Hidalgo enmarca dentro de estos rasgos generales.

La lucha económica comenzó de inmediato, apenas se proclamó la revolución en Dolores. Por una parte, en la forma de expropiaciones de españoles y repartos entre los combatientes y, por otra, en la que Hidalgo puso luego a contribución para explicar a sus partidarios los fines que se perseguían. Recuérdense las palabras que éste dirigió a la multitud, a propósito de la abolición de los tributos y de las alcabalas, según lo relatan García y Aldama (3).

En el decreto de Ansorena, dado en Valladolid a 19 de octubre de 1810, se ordenó lo que ya vimos acerca de la raspa de magueyes y del pulque. Después de esto vinieron los decretos de Hidalgo en Guadalajara y, en el mismo lugar, la publicación del Despertador Americano, escrito por Severo Maldonado. El objeto de éste fue difundir el conocimiento de las razones que justificaban la guerra, y en esta forma hacer conscientes a todos de los móviles generosos de la revolución. El noventa por ciento de los argumentos expuestos por Maldonado fueron de naturaleza económica.

Fundamentalmente se hablaba de los pobres criollos que sufren, mientras los gachupines viven en la opulencia, detentando en monopolio las mejores minas y haciendas y los más prósperos negocios; se les acusa de vivir a costa de los americanos, y se les llama usurpadores. Sin mencionarlo expresamente, sino achacándolo a maniobras de los propios gachupines, se inculpa al Estado de mantener los estancos de muchos de los productos y actividades, de impedir el libre comercio y la producción de especies y artículos que no convienen a los exportadores de la Península, y de obstruir el desarrollo de la economía local mediante la constante extracción de capitales y el pesado sistema de rentas y alcabalas. Todo el documento revela los amplios conocimientos económicos de Maldonado. Es un resumen de las críticas que, desde el punto de vista insurgente, se hacian al sistema económico en vigor.

Hidalgo debió estar perfectamente de acuerdo con lo que Maldonado escribió. Sin embargo, él mismo fue menos explícito en lo que se refiere a los fines generales que perseguía, pero más ejecutivo. En su carácter de jefe del Estado independiente, legisló las medidas que juzgó más urgentes (4). Incluyó entre éstas la desaparición de los estancos del tabaco, de la pólvora, del vino y de los naipes, y la del uso del papel sellado.

Respecto del tabaco, el 29 de noviembre de 1810 estableció: ... se les concede a los labradores y demás personas que se quieran dedicar a tan importante ramo de la agricultura, la facultad de poderlo sembrar, haciendo tráfico y comercio de él ... (5).

El fin principal de esta medida consiste en la protección y fomento de la agricultura del tabaco en todos sus aspectos. Por eso declaraba también que: siendo tan recomendable la protección y fomento de la siembra, beneficio y cosecha del tabaco, se les concede ... y prometía, a los que emprendiesen con eficacia y empeño este género de siembra ... la beneficencia y franquezas del gobierno (6).

Esta política proteccionista, indispensable en los casos en que una actividad nueva comienza a desarrollarse, tendía también a interesar a los mexicanos de cualquier origen en las actividades económicas que hasta entonces habían sido exclusivas de los españoles. La libertad para que cualquiera persona pudiese dedicarse a esa industria, hacía esperar que la producción del tabaco aumentase y se produjese un auge de cuyos efectos se beneficiaran muchas personas. Pero, sobre todo, hacía sentir a los mexicanos que efectivamente regía la libertad prometida, en uno de los aspectos en que era más deseable, el de la vida económica. Al parecer, la facultad de traficar y comerciar con el tabaco, que este decreto concedía, sólo se refiere a los mercados del interior y nada dice en relación con el comercio exterior.

Sobre la pólvora se decretó en el mismo documento una libertad semejante. La parte relativa decía: Que a todo sujeto se le permite francamente la libertad de fabricar pólvora, sin exigirle derecho alguno, como ni a los simples de que se compone: entendido sí, de que ha de ser preferido el gobierno en las ventas que se hagan para el gasto de las tropas ... (7).

A la pólvora se aplicaron los mismos principios que al tabaco. Ambos eran monopolios del Estado, mas por diversas razones. El tabaco era uno de los productos originarios de América, cuyo uso, extendido rápidamente por Europa, le dió muy alto valor como artículo de exportación. En su mayor parte era sacado del país con el objeto de distribuirlo en los mercados del mundo. El gobierno español consideró que no era conveniente dejar su tráfico en manos de los particulares, y le aplicó la regla mercantilista del monopolio, que le permitió concentrar para su beneficio la mayor parte de las ganancias de su comercio (8). Si la libertad de comerciar con él, a que alude el decreto de Hidalgo antes mencionado, se refería también a este aspecto, significó un fuerte golpe en contra del control del comercio exterior.

El monopolio de la pólvora, aparte la razón de sus magníficos rendimientos, lo estableció el gobierno por causa de seguridad pública, ya que los países de América podían verse amenazados por sublevaciones de los indios, de los criollos, de los negros o de los mestizos. Su destino principal consistía en el uso que de ella se hacía en el laboreo de las minas. Una parte considerable se destinaba al consumo del ejército y otra, no despreciable, al de los fuegos de artificio, a que toda la población de México. y particularmente los indios, ha sido siempre muy adicta. Era también, en consecuencia, una de las rentas más interesantes del gobierno. Al autorizar Hidalgo que la pólvora se fabricase y se vendiese libremente, facilitaba el desarrollo de los capitales que en su explotación se invirtiesen, aumentando con ello la perspectiva de los particulares hacia un bienestar económico más amplio. Sólo se estableció la restricción de preferir al gobierno -se entiende que al independiente- en la venta de este producto, que era indispensable al ejército, y mucho más al insurgente, que de momento no tenía acceso a las grandes fábricas de pólvora del distrito de México. Se sobreentiende que la venta al gobierno debía ser a precio especial.

Igual significación que la libertad de explotación del tabaco y de la pólvora, tuvo la de producir vino, según se estableció en el mismo decreto que venimos comentando, concediéndoles a todos la facultad de poderlo beneficiar y expender, pagando sí, el derecho establecido en la Nueva Galicia (9).

Antes de esta disposición, la producción de vino y otras bebidas alcohólicas se encontraba prácticamente prohibida. Aunque se toleraba el cultivo de la vid, no se permitía sacar al comercio el vino elaborado a competir con el importado. Hidalgo tenía sobre la materia una experiencia especialmente amarga. Cuando pudo destilar vino de buena calidad en su vinatería de Dolores, el éxito económico no correspondió a los buenos resultados técnicos, por la imposibilidad de extender su comercio. Pero, como siempre, él no sucumbió al pesimismo; dándose cuenta de que el problema de desarrollar esta industria no era una cuestión solamente técnica sino de política económica, no perdió la esperanza de contribuir a su fomento y aprovechó la primera oportunidad para asentarla sobre bases de libertad. Con igual fe que en sus anteriores medidas, esperaba que ésta ayudase al pueblo a encontrar el camino de su prosperidad.

Curioso nos parece ahora que los naipes figuraran también entre las mercancías que el gobierno colonial juzgó conveniente estancar, y que esto se debiese a la cuantía de los rendimientos que ese ramo producía a la Corona, más que al interés de controlar el aspecto legal del juego. Pero así era. El juego estaba sumamente extendido entre el pueblo durante la época colonial, y en proporción a su extensión se percibían sus utilidades. La libertad de producir y comerciar con los naipes, que Hidalgo también estableció (10), daba otra posibilidad de mejoramiento económico a los particulares, y la idea de que el programa de libertades prometidas por los insurgentes se estaba efectivamente realizando.

El decreto de 23 de octubre de 1810, remitido por Muñiz a Rayón, para que lo diese a conocer en su distrito de Tlalpujahua (11), y el de Guadalajara, de 6 de diciembre del propio año, a que en repetidas ocasiones nos hemos referido, reiteraron sumariamente las disposiciones arriba comentadas y otras relativas a los temas que estudiamos en los párrafos siguientes. Se desprende de ello la voluntad de los insurgentes para aplicar la reforma económica, por lo menos en todo el territorio por ellos dominado.

Como vemos, el gran propósito de Hidalgo de contribuir a crear la felicidad material de su patria, fue perseguido a través de la reforma de la economía, hecha a base -entre otras cosas- de combatir el monopolio y establecer la libertad en la producción y en el comercio, y de fomentar el aumento y variedad de aquélla por medio de la introducción de nuevas actividades y de facilitar el acceso a ellas a todas las personas que lo deseasen.

Estos móviles habían comenzado a actuar en el ánimo del cura Hidalgo desde que, de la Universidad y del Seminario, salió a actuar en la vida, de acuerdo con su profesión y cerca del pueblo. A esa época se refiere todo lo que hemos escrito a propósito de las empresas económico-culturales que organizó en beneficio de sus feligreses. Respecto a sus resultados en lo económico, don José María de la Fuente nos dice: ... estableció una curtiduría de pieles y talabartería; una álfarería en la que a fuerza de experiencias llegó a construir loza de superior clase, muy superior a la porcelana extranjera; se dedicó a la cría del gusano de seda y para ese fin, sembró ochenta moreras en terrenos de la hacienda de la Erre -que era suya- y cavó allí mismo una noria para proveerla de agua para el riego, el éxito que obtuvo en la industria de la seda fue semejante al que obtuvo en el de la loza, pues consiguió tejer tela de seda de muy buena clase y de ella regaló una túnica a su cuñada Da. Gertrudis Armendáriz, esposa de su hermano el Lic. Dn. Manuel, y él se hizo una sotana de la misma tela. También tejía telas de lana de muy buena clase; explotaba asimismo la cría de abejas, que mandó traer de La Habana, para la producción de cera y de ellas mandó varios cajones a sU hacienda de Jaripeo en 1808; se dedicó también a la siembra de viñas, las que hasta hoy constituyen uno de los ramos de industria de Dolores, y fabricó vino de superior clase ... (12). Reflejo de estas particulares experiencias pudo ser, en parte al menos, la reforma que llevó al campo de la política nacional.

La economía mexicana en la época colonial y particularmente durante el siglo XVIII y aquella parte del XIX en que todavía éramos una porción del imperio español, o sea, en la época de los Borbones, fue manejada precisamente como eso, es decir, como la de un dominio colonial, en la acepción moderna del término, de la cual, la metrópolis había de obtener ganancias líquidas de su atención y su comercio, y materias primas para su industria. Así se explica la política prohibicionista seguida por España respecto al desarrollo industrial de Nueva España: la organización monopolista de la economía de ésta, y el minucioso sistema de impuestos sobre ella, por ser la fuente principal de aquellas ganancias líquidas. Enorme serie de impuestos y alcabalas pesaban sobre la vida económica de México, que le impedían desarrollarse lo suficiente de acuerdo con los recursos de su suelo, que nunca han sido despreciables. Uno de los objetivos principales de la revolución insurgente fue, según ya vimos, destruir esta estructura colonial y crear una 'economía nacional propia.

Para llegar a ello era preciso derogar las más gravosas, por lo menos, de las gabelas que pesaban sobre la preducción y el tráfico comercial. Uno de sus principales objetos -de la revolución ya iniciada, se entiende- fue exterminar tantas gabelas con que -el pueblo- no podía adelantar su fortuna, decía el decreto de Guadalajara, de 6 de diciembre.

Según estas palabras, parece que la idea en que se inspiraba Hidalgo era mucho más importante que la de una sencilla reforma fiscal. Fijémonos en que afirma que el exterminio de tantas gabelas, con que el pueblo no podía adelantar su fortuna, es uno de los fines principales de la revolución. O sea. que tanta importancia como la independencia, la libertad, la igualdad y la justicia, en el aspecto político y social, tenía la libertad en lo económico, la cual no podía alcanzarse sin exterminar las múltiples gabelas, trabas del desarrollo y restos de la estructura medieval que España había trasladado a América. El más profundo significado de la actitud de los liberales insurgentes, en éste y otros problemas semejantes, es, sin duda, el que la explica como expresión del fenómeno por el cual una sociedad que ha madurado un nuevo tipo de relaciones materiales no soporta las estructuras creadas por otra sociedad distinta.

Al calificar de principal el fin económico de la Guerra de Independencia, Hidalgo se acerca a la intelección de uno de los motores fundamentales que tiene toda revolución: el anhelo de justicia económica (13).

El padre Hidalgo llevó la guerra contra las alcabalas a tres puntos concretos: el papel sellado y el aguardiente de caña, el comercio interior y el comercio internacional.

En cuanto a lo primero, ordenó la abolición del uso del papel sellado, que equivalía a un impuesto, el cual sufrían particularmente los litigantes, los comerciantes y los notarios, y redujo a un peso, pagado una sola vez, el impuesto que los introductores de aguardiente cubrían antes repetidas veces, según pasaban de una parte a otra de las jurisdicciones privada o pública (14).

La reforma del comercio interior consistió en bajar la alcabala del seis por ciento que se cobraba por artículo en el mercado, a solamente el dos por ciento (15).

Respecto del comercio exterior, dos importantes reformas fueron acordadas por Hidalgo. La primera se relaciona con la cuestión fiscal, que hemos venido tratando, y consistió en el descuento de la alcabala que debían pagar los artículos que entrasen o saliesen del país. Se ordenó que en lugar del seis causasen el tres por ciento.

La segunda reforma, que aparece en los Elementos Constitucionales de Rayón, revela una más amplia idea de establecer la libertad qe comercio, que en aquella época a duras penas iba abriéndose paso entre las naciones. El artículo 26 de dichos Elementos, decía:

Nuestros Puertos serán francos 'a las naciones extranjeras, con aquellas limitaciones que aseguren la pureza del dogma (16). En otros documentos llegó a expresarse el deseo de que Inglaterra y Estados Unidos estableciesen relaciones comerciales con México (17) . El poder conferido a don Pascasio Ortiz de Letona le facultaba para tratar, ajustar y arreglar con los Estados Unidos tratados de comercio útiles y lucrosos (18).

La intención de las reformas fiscales sostenidas por los insurgentes era la de sustituir la política de estrechos controles y monopolios por la de libertad en la producción y en el intercambio de productos, tanto en el interior del país como con las naciones extranjeras. De momento no era posible la libertad general porque las circunstancias de la guerra lo impedían. El sostenimiento del gobierno y del ejército insurgentes requería la subsistencia de algunas de las rentas más cuantiosas y seguras. Por eso se conservaron invariables. Pero esto no derogaba el fin último que los revolucionarios se habían impuesto; únicamente lo aplazaba para darle cumplimiento en el momento oportuno. Así se desprende del párrafo en el que Hidalgo dice: mas, como en las críticas circunstancias del día no se pueden dictar las providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atiende por ahora a poner el remedio en lo más urgente ... (19).

En resumen, podemos afirmar que las miras de Hidalgo en este respecto, fueron: implantar la libertad económica; abolir las trabas del comercio y de la producción, manteniendo de los impuestos en favor del Estado sólo aquellos que fuesen absolutamente indispensables para los servicios públicos, según la nueva idea de esta institución, y establecer las bases para el desarrollo general de los capitales privados, en beneficio de todos los habitantes de la nación.

La Revolución de Independencia de México sobrevino tras de una época de auge económico. Durante la segunda mitad del siglo XVIII y los años del XIX anteriores a la guerra, las circunstancias fueron favorables para que casi todas las actividades económicas, de producción, de comercio y de crédito creciesen, y aumentasen las rentas de los inversionistas. Fue aquélla la etapa más elevada del desenvolvimiento del capitalismo novohispano, que avanzaba a pesar de las trabas políticas, técnicas y espirituales que la mentalidad de españoles e indígenas conservaba, en desacuerdo con la naturaleza de las instituciones económicas y sociales. Nunca antes existió en México tanta prosperidad, tanta riqueza, y por consiguiente, tanto optimismo.

Esto se comprueba tangiblemente por medio del cuadro descriptivo de Nueva España que elaboró Humboldt, quien la visitó por ese tiempo. Sin embargo, no es verdad que él haya sido ni el primero ni el único que adivinó en nuestros recursos un porvenir económico de los más prometedores. Muchos mexicanos del tiempo hablaron y escribieron en el mismo sentido. Hoy se tiene el optimismo como una de las caracteristicas principales de aquella época. Humboldt recopiló datos y optimismos. Su gran mérito consiste en haberlos ordenado y expuesto con brillantez inigualada. Hidalgo, como muchos otros, participó de ese sentimiento acerca de un porvenir risueño. Tenía fe en que el futuro de México sería mejor.

Pero si el optimismo era común a muchos de los mexicanos de la época, no en todos tenía el mismo origen. El optimismo de los empresarios nacía en conexión directa con la prosperidad de los negocios y la sensación de que no había a la vista indicios de crisis dentro de la esfera económica. El optimismo de la burocracia encontraba su base en el hecho de percibir que las rentas públicas aumentaban, y de columbrar en el porvenir el ascenso de sus sueldos o pensiones. El optimismo de los profesionales se apoyaba en la idea de que, por el aumento de las necesidades públicas y privadas, subiría la demanda de servicios y por consecuencia se elevarían los aranceles. El de los artesanos y artistas en la multiplicación de las demandas de obra y el aumento en la cuantía de los contratos. Y así, cada uno por distinta razón y en forma diferente confiaba en la continuación del proceso ascensional.

Alentados por el optimismo general, los intelectuales alimentaban el suyo, cuyas raíces estaban en las ideas mismas. Las ideas iIustradas y las ideas liberales son en sí optimistas, porque nacieron y se formaron cuando y donde un grupo de la sociedad, saliendo de la mal llamada noche medieval, atisbó el risueño nuevo mundo de las libertades ciudadanas. Los mexicanos ilustrados y liberales eran por esto mismo optimistas, y con mayor razón los que acariciaban la utopía de una sociedad mejor. Hidalgo era de éstos: creía que la nueva etapa que se iniciaría con la independencia, habría de traer a la vez el progreso económico, el político, el social y el cultural. Síntesis de su sentimiento optimista es este admirable párrafo: ellos entonces -decía refiriéndose a los legisladores del congreso que proponía se reuniese- gobernarán con la dulzura de padres, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, avivarán la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años, disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente (20).

Al lado del optimismo predominante entre las clases a las cuales beneficiaba el auge capitalista en la Nueva España de finales del siglo XVIII, y entre las que obtenían sus rentas por derivación pública o privada de las ganancias de aquéllas, existieron la indiferencia aletargada de los más y el pesimismo y la amargura de muchos. Los indios despojados y los peones de las haciendas: los mestizos sin destino fijo; los criollos sin patrimonio, no eran optimistas, salvo, tal vez, los que por contacto con las nuevas ideas, es decir, por su cultura, se daban cuenta de que en el mundo entero y asimismo en México, estaba en marcha la revolución que les habría de ser favorable.

La Guerra de Independencia interrumpió el proceso de acumulación de riquezas que se desenvolvía en vísperas de que ella se desatase. Lo paró en seco, y originó la crisis más larga y más grave que México ha padecido. Cambió entonces la alineación sentimental de las clases y de los individuos de la sociedad mexicana. Durante el tiempo de la revolución, fueron pesimistas los que veían en la sublevación insurgente el monstruo que devoraría patrimonios, o porque se los arrebatase para ingerirlos en quién sabe cuál régimen que sobreviniese, o porque desapareciesen en el caos que la revolución estaba produciendo. Fueron optimistas los que teniendo mucho, poco o nada, esperaban que ella les hiciese justicia: a unos, como a los criollos ricos, mediante las garantías individuales, que les asegurasen continuar gozando de sus bienes materiales y espirituales; a otros, como a los trabajadores indios, mestizos o criollos, mediante la libertad de industria y de trabajo, que les permitiese inaugurar nuevas actividades económicas y acceder al atractivo mundo del capital; y a otros más, como a los indios de las comunidades y a los peones acasillados de las haciendas, por medio de la protección generosa del nuevo Estado, que les devolviese sus tierras y fomentase las relaciones económicas de la comunidad, y asimismo que les permitiese retornar a una vida de libertad, sin tributos y sin impedimentos para acrecentar sus patrimonios individuales.

La revolución trastornó el cuadro de optimismo que la había precedido, amargó a muchos de los que antes eran confiados, convirtió en optimistas a los indiferentes y de algunos amargados hizo héroes. El optimismo de Hidalgo, fundado en las ideas y en el conocímiento de lo material y lo espiritual de la vida, fue invencible. No lo aniquiló la dura experiencia durante su breve y fulgurante tránsito. Unicamente lo transformó en serena convicción y en templada voluntad de heroísmo. Por eso murió con ánimo valiente y tranquilo.



Notas

(1) Bando del intendente Ansorena contra la esclavitud ... en Valladolid, a 19 de octubre de 1810, Romero Flores: Documentos ... p. 15-16.

(2) Decreto aboliendo la esclavitud ... Fuente. J. M. de la; Ob., cit. Anexos, Docmto. No. 13. p. 497.

(3) Véase lo expresado en el apartado Abolición del tributo.

(4) En el proemio de uno de sus decretos explicaba: ... como en las circunslancias del día no se pueden dictar providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atiende por ahora a poner el remedio en lo más urgente, por las declaraciones siguientes ... Decreto ... en Guadalajara, a 6 de diciembre de 1810, en Fuente, José Ma. de la: Ob. cit. Anexos, Docmto. No. 15. p. 499. Romero Flores: Documentos ... p. 17-18.

(5) Fuente, José Ma. de la: Ob. cit. Anexos, Docmto. N° 13, p. 497.

(6) Ibidem. loc. cit.

(7) Ibidem. loc. cit.

(8) Como es sabido, la del tabaco era la renta que rendía mayores utilidades al rey. Véase Mariano Alcocer: Historia económica de México. (México, 1952), p. 249.

(9) Fuente. José Ma. de la: Ob., cit. Anexos, Docmto. No. 13. p. 497.

(10) Bando enviado por Muñiz a Rayón, Hernández y Dávalos: Ob., cit. I. No. 49. p. 116.

(11) Ibidem. loc. cit.

(12) Ob. cit. p. 159-160.

(13) Sin embargo, es curioso que otros términos de la legislación económica de Hidalgo conserven ideas tradicionales. De pronto nos habla de beneficencia y magnanimidad, de gracias concedidas a los recomendables vasallos, precisamente cuando está dando forma a los derechos naturales o a las reformas económicas. Es que en el hombre de ciertas épocas, ni lo nuevo se halla plenamente y menos, quizás, conscientemente desenvuelto, ni lo viejo ha dejado de tener cierta vigencia. Hombre de transición -que es lo mismo decir de paradoja, de drama- por medio de quien, los tiempos de crisis, hablan su peculiar lenguaje.

(14) Fuente, José Ma. de la: Ob. cit. Anexos, Docmto. No. 13. p. 497, y Docmto. No. 15, p. 499. Romero Flores: Documentos ... p. 15-16 y 18.

(15) Ibidem. loc. cit.

(16) Hernández y Dávalos: Ob. cit. VI, No. 232, p. 201. Romero Flores: Documentos ... p. 40.

(17) El Despertador Americano. Nos. 1 y 4. García. O.: Documentos ... III p. 1 a 10.

(18) Romero Flores: Documentos ... p. 23.

(19) Fuente. J. M. de la: Ob. cit. Anexos, Docmto. No. 15. p. 499.

(20) Hernández y Dávalos: Ob. cit. 1. No. 54. p. 126. Romero Flores: Documentos ... p. 22.

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