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IDEARIO DE HIDALGO

Alfonso Garcia Ruíz

IDEALES SOCIALES

Familia


No parece que Hidalgo haya deseado cambios importantes en la estructura o en la moral de la familia o de la comunidad municipal. La Patria, cuyo desarrollo enmarcaba dentro de las tradiciones seculares de las razas indígena y criollo-mestiza y de su resultante etnológica, la cultura mestiza mexicana, encontraba en esas dos instituciones sus raíces más profundas. Eran las madres de la felicidad cotidiana y común, tan obvias como el paisaje natural donde los árboles florecen su verdor durante la primavera o se recogen tristes durante el invierno.

Así de eternos e inconmovibles le debieron parecer a él cuando las recordaba en rápida visión desde su niñez. En ellas vivían los genios tutelares que hacían héroes de los mozalbetes y paradigmas de los hombres maduros. La cultura, el arte, la ciencia, se desenvolvían entre el colegio y la universidad, entre el hogar y la aldea. Para él eran casi perfectos, tanto más cuanto que de sus esfuerzos y sufrimientos como de sus fiestas y alegrias, la Patria derivaba su imagen de tristeza o de esperanza. Ahí habían comenzado a desarrollarse sus anhelos de cultura, su fe y sus ideales, Familia, escuelá, y ciudad eran el contenido más real y concreto de la Patria. Ellas estaban formadas de tradición e impregnadas de los valores espirituáles del pueblo. Defenderlas en su integridad y pureza debía ser el fin supremo de la educación del ciudadano.

Recordemos que había dicho a los criollos que el peligro consistía en perder para siempre nuestra santa religión, nuestro Rey, nuestra Patria, y nuestra libertad, nuestras costumbres, y cuanto tenemos más sagrado y más precioso que custodiar y que el objeto de nuestros constantes desvelos, es mantener nuestra Religión, la ley, la Patria y pureza de costumbres (1).

Hidalgo parece haber amado entrañablemente, tal como eran, esas primeras instítuciones de la Patria. En ellas veía que iban cuajando los frutos de la cultura nueva cuyo panorama contemplaba, presidido en lo pasado por figuras señeras y por grandes, admirables y bellos valores, y en lo porvenir, por una feliz renovación, cuando los grandes problemas de la nación quedasen resueltos.

El caudillo insurgente conoció por experiencia personal la índole de los varios tipos de familia que entonces formaban parte de la sociedad mexicana. Su conocimiento más directo era el que tenía de su propia familia criolla, de clase media, con un número regular de hijos y un padre que se esforzó para dar a su prole una educación y una cultura básicas, y que más tarde quedó reducida a la fiel compañía de uno de sus hermanos y de sus hermanas. Al actuar como sacerdote entró en contacto con los demás y conoció la intimidad de los hogares de labriegos indios y mestizos, de hacendados y ganaderos criollos o españoles, de mineros, de comerciantes, de militares, de eclesiásticos, de empleados, de artesanos y de artistas, de obreros, de toreros y aun seguramente de malvivientes, hombres y mujeres, familias de todos los niveles económicos, paupérrimas, medianas y opulentas. En todas creyó encontrar, así fuese leve, el latido de una fe y una esperanza. Eran la semilla que más tarde fructificaria en una gran patria.

Fue nuestro caudillo hijo del pueblo y por lo tanto tuvo fe en él. Los trastornos morales que México podía padecer, como los de toda sociedad, los entendía como defectos de la organización social, imputables a ella misma y no a las inclinaciones naturales de una raza a la que por degeneración gustasen la crueldad, la incuria o la indiferencia. Sostenido por esa fe se entregó a fomentar las virtudes de sus gentes y llegó a tener más aprecio por ellas que repugnancia hacia sus vicios y defectos. De esta raíz de amor por su pueblo nació la llamarada de su fervor revolucionario.

Quería Hidalgo el mejoramiento material y cultural de las familias pobres y desvalidas, que eran en forma especial las de los indios, negros y mestizos, a fin de nivelarlas a la altura de las mejor acomodadas; pero fuera de casos excepcionales, que no podían ser materia de regla política, o de algunos aspectos que esperabase remediarían por medio de su fortalecimiento económico, no consideraba urgente un cambio en la estructura jurídica o en las costumbres y moralidad de la familia mexicana. Tanto menos lo estimaba necesario cuanto de ellas, es decir. de su estado tradícional, él había derivado sus anhelos más caros, los ideales que dieron sentido a su propia vida.

De la ciudad pensaba Hidalgo lo mismo, porque no era ella en aquel tiempo sino una gran familia, en la que se reflejaban las circunstancias y los destinos de ésta.

Al parecer, Hidalgo no consideró opuesto a esta tradición el liberalismo de origen anglofrancés. Al contrario, creyó en éste tanto como en aquélla e hizo o pensó hacer de los derechos del hombre un escudo para evitar que las arbitrariedades de origen político, económico o religioso, atentasen en contra de la integridad y pureza de las costumbres y de los valores nacionales. La revolución había de justificarse precisamente porque al cabo de ella se restablecerían, sobre bases claras e indiscutibles, la quietud pública, la seguridad de vuestras personas, familias y haciendas y la prosperidad del reino.



Notas

(1) Véanse las primeras siete notas del apartado correspondiente a Patria e independencia.

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