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IDEARIO DE HIDALGO

Alfonso Garcia Ruíz

IDEALES SOCIALES

Abolición del tributo


El contacto con el pueblo dió a Hidalgo una profunda y clara visión política y sociológica. Fruto de ella fueron sus disposiciones para iniciar el cambio del sistema social imperante, que consideraba injusto. Después de la esclavitud, tuvo por inaplazable la abolición de los tributos que pagaban las llamadas castas, dentro de las cuales, la de los indios era la más numerosa.

Según hemos visto en el apartado Libertad y democracia, a través del testimonio de don Pedro García, éste fue el primero de los grandes problemas nacionales de aquel tiempo, que el jefe revolucionario atacó. En la madrugada del 16 de septiemhre llamó al pueblo a la guerra diciéndole: no existen ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa que sólo conviene a los esclavos ... terrible mancha que sabremos lavar con nuestro esfuerzo. No es difícil que lo dicho por García sea cierto (1). Se ve confirmado poco después por lo que aparece en los decretos de Ansorena y de Hidalgo, los mismos que se refieren a la esclavitud. Es también el ánimo piadoso de su Excelencia quede totalmente abolida para siempre la paga de tributos para todo género de castas, sean las que fueren, para que ningún juez ni recaudador exijan esta pensión ni los miserables que antes la satisfacían la paguen, pues el ánimo del Excelentísimo señor Capitán General es beneficiar a la Nación Americana en cuanto sea posible ... (2), se dice en el decreto de Valladolid de 19 de octubre de 1810.

Es necesario explicar la trascendencia histórica, económica y social que tiene esta medida del gobierno de Hidalgo. La principal razón para afirmar la inferioridad social del indígena mexicano, del negro y de los productos mestizos de éste, todos los que componían las llamadas castas en la Nueva España, es que ellos pagaban tributo al Estado, el que, considerado como renta pública, servía para cubrir los gastos del gobierno local, y como renta privada, concedida por el rey a los particulares, mantenía el lujo de la abundante burocracia mexicana y de muchos nobles, sin perjuicio de las cantidades muy importantes que se enviaban cada año para España. Si se tiene presente que el tributo se pagaha desde la época de la conquista, precisamente por razón de dominio y vasallaje de esas castas -reputadas inferiores a los plebeyos incluso- respecto de los señores, nos aparecerá claro el sentido infamante que para ellas tenía esa gabela. Verdadero signo de inferioridad social era para los individuos estar incluídos en la nómina de tributos. Así se mantenía la barrera infranqueable que separaba unos grupos de otros. Esta situación de inferioridad puede considerarse general, dado que la mayoría de los indios -dominantes desde el punto de vista demográfico-, mulatos y pardos o zambos pagaban esa contribución, de la que estaban exceptuados todos los demás. Por privilegio, algunos de los indios -los nobles en general- y aun algunos negros y afromestizos -como los descendientes de Yanga y los enrolados en el ejército- no lo pagaban, pero constituían siempre minoría respecto del resto de las castas tributarias. Todos los de este grupo nacían predestinados a pagar el símbolo de la derrota de sus mayores.

Más que sentido económico, el tributo tenía significación social. Sin embargo, en conjunto, era una de las más importantes rentas de la Corona. Así se explica que el Estado español se aferrase a mantener esta situación hasta los finales del período colonial, cuando, debido al ataque de los revolucionarios de América, el propio año de 1810, se vió obligado a conceder su exención, no por cierto en forma general e incondicional, sino parcial y sujeta a procedimientos particulares (3). Tal vez sólo fue una medida precautoria que se pensaba rectificar en caso de restaurarse el dominio normal de las autoridades virreinales.

Para los que lo pagaban, el tributo era un factor que agravaba su situación económica, sobre todo si se tiene en cuenta que no era la única contribución que les obligaba, pues otras más vinieron a agregarse con el tiempo y el aumento de las necesidades del gobierno, como las que se entregaban para mantener los hospitales, las Cajas de Comunidad, por la parte civil y, por la eclesiástica, el servicio de las parroquias, las obvenciones y las fiestas de los santos patronos del lugar. Si a esto se agrega que los salarios, por los cuales esos individuos trabajaban voluntariamente o por la fuerza en los campos, en las minas, en los ingenios y en las ciudades, eran muy bajos y no aumentaron proporcionalmente a la inflación que se produjo en los últimos años de la Colonia por efecto de la evolución económica, tendremos una idea de la mala situación por que estaban atravesando los indios, negros y demás tributarios. Hidalgo no pudo menos que llamarles miserables con ánimo piadoso y prometerles la abolición para siempre de aquella terrible mancha.

Repite lo mismo el decreto de 29 de noviembre en términos que son una comprobación del sentido humillante con que se entendía el pago del impuesto tantas veces mencionado: Que ninguno de los individuos de las castas de la antigua legislación, que llevaban consigo la ejecutoria de su envilecimiento en las mismas cartas de pago del tributo que se les exigía, no lo paguen en lo sucesivo, quedando exentos de una contribución tan nociva al recomendable vasallo (4).

En el de 6 de diciembre, la prohibición se extendía a toda exacción que a los indios se les exija (5), haciéndose cargo de que no sólo el tnbuto sino otras varias gabelas pesaban también sobre el pobre indio.

Para justificar la abolición del tributo, Hidalgo no invoca poderosas razones teóricas ni políticas. Aunque podía hablar de nuevo sobre la igualdad natural en relación con el sostenimiento económico del Estado, le basta presentar aquella contribución como una gabela vergonzosa que no tiene más razón que el derecho a todas luces injusto de la conquista, tal como el siglo de la razón podía juzgar esta infamante subordinación de los indios americanos a sus conquistadores. Antes que él, el entonces canónigo y más tarde obispo, Abad y Queipo (1799), que lo había de condenar y excomulgar por hereje, había hecho las mismas críticas y había propuesto semejantes medidas para remediar la triste condición del indio.

Admitida así por los mismos que habían sostenido tradicionalmente su vigencia, la abolición del tributo que contribuyó a mantener las diferencias de clase durante la Colonia, abrió el camino a la igualdad de los ciudadanos, quienes en lo futuro habrían de contribuir proporcionalmente a los gastos de un gobierno de beneficio común.

Actuando cerca del pueblo, Hidalgo respondía a cada paso a sus demandas, unas veces dando cumplimiento a sus propias ideas, otras a las profundas necesidades de la sociedad mexicana en marcha.



Notas

(1) Coincide con lo afirmado por Juan Aldama, quien en su declaración de Chihuahua dijo ... el cura los exhortaba a que se unieran con él, y le ayudasen a defender el Reino porque querían entregarlo a los Franceses: que ya se había acabado la opresión, que ya no había más tributos ...: Hernández y Dávalos: Ob. cit. I. No. 37. p. 66.

(2) Hernández y Dávalos: Ob. cit. II. No. 90. p. 169. y Romero Flores: Documentos ... p. 15.

(3) Hernández y Dávalos: ob., cit. II. No. 70, p. 138.

(4) Fuente. J. M. de la: Ob. cit. Anexos, No. 13. p. 497.

(5) Ibidem. 499. Romero Flores: Documentos ... p. 18.

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