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La sociedad futura

Jean Grave

El arte y los artistas


¡Una sociedad comunista sería la muerte del arte! exclaman ciertos artistas; quienes, no viendo en el arte (literatura, pintura, escultura, música, teatro, etc.), más que un medio de ganar dinero, sólo saben estimar el valor de la obra por el beneficio metálico que reporta, e imaginan ser necesario que exista una aristocracia para apreciarlos, dejándoles cariacontecidos la idea nada más de que todo esto pudiese llevárselo la trampa y que su arte ya no podría producirles un palacio, lujo, condecoraciones y honores académicos.

Otros artistas que se creen de lo más independientes porque aborrecen al burgués, son en el fondo tan reaccionarios como éste, sín sospecharlo. Partidarios de la teoría de el arte por el arte, un libro, un cuadro, una estatua, según ellos, deben guardarse bien de querer significar alguna cosa. El artista no debe tener más convicciones que el arte. La línea, el color, la disposición de las frases, el escalofrío de las palabras bastan para hacer perfecta una obra, para sumir al artista en completa beatitud. Librese, sobre todo, de introducir en ella, si los tiene, sus pensamientos acerca de nuestro mundo y del porvenir de nuestras sociedades. El verdadero artista se basta a sí mismo.

Atreverse a pensar que, aparte del goce de los ojos y de los oídos, la obra pueda evocar ideas en quien lee, ve u oye, es una blasfemia espantosa, un crimen de leso arte. Es querer deshonrarlo el concebir, por ejemplo, que la obra pueda ser un arma de combate puesta al servicio de una idea.

Para esos intransigentes, el arte es una cosa demasiado alta, está muy por encima de las gentes de poco más o menos. Sería deshonrarlo el tratar de hacerlo comprensible a todos.

No hemos dicho ponerlo al alcance del vulgo, lo cual supondría: en efecto, una especie de castración de la idea y de la forma, ignominia de la cual debe defenderse con energía el artista concienzudo. Empequeñecerse para conseguir aplausos de la muchedumbre es tan ramplón como masturbarse el cerebro para atraerse las miradas del público comprador. Pero se puede procurar hacer comprensible una idea, buscar un modo claro de decir las cosas para que penetren en la cabeza de los más torpes y provoquen en ellos una serie de razonamientos capaces de hacerles comprender siquiera una pequeña parte de la obra. Hasta creemos que esa es la tendencia de todo arte; y que es mucho más fácil cernerse en las alturas sin dejar de ser incomprensible, que ser claro y preciso con una forma impecable.

Sin duda se nos objetará que hasta ahora las obras que se han hecho para propagar una idea, han pecado siempre por la forma. Esta es la objeción que más a menudo se nos ha hecho. Puede ser fundada; pero tal vez haya también obras de propaganda que tengan algún valor artístico. Es una estadística que tendría que hacerse; pero con mucha probabilidad, la mayor parte de las obras de combate son inferiores como obras de arte, sobre todo en literatura. ¿Qué prueba esto?

Sólo una cosa, y es: que los autores podrían estar muy convencidos de sus ideas, pero les faltaba el talento necesario para hacer una obra de arte. o si poseían ese talento, arrebatados por la obsesión de la idea, como suele acontecer a los hombres muy convencidos, se dejaron llevar más allá de la expresión; queriendo probar demasiado y descuidando lo que contrariaba sus ideas, no han querido ver sino lo que las enaltecía, refiriéndolo todo a ellas; no han sido verídicos, y la verdad es, dígase lo que se quiera, lo mejor que hay en el arte.

Nunca hemos visto el cuadro de Picchio El Triunfo del orden, y aunque lo hubiésemos visto, no entendemos de pintura lo suficiente para poder decidir acerca de su mérito; pero ¿quién se atrevería a afirmar que con talento no se pudiese hacer con un asunto así una obra de arte, y que la idea misma no contribuiría también a que lo fuese?

¿Acaso el Germinal de Zola no quedará como uno de sus mejores libros? Se nos dirá que Zola no se propuso nunca hacer una obra de propaganda socialista. Estamos conformes; pero si hubiese querido representar la lucha entre el capital y el trabajo, ¿sería posible pintar su antagonismo mejor de lo que lo ha hecho por medio del contraste entre las familias Gregoire y Maheu? ¿Quién se atrevería a afirmar que unas profundas creencias socialistas, unidas al talento de Zola, le hubiesen hecho escribír mal su obra?

Cuando escribieron Descaves Sous-Offs, Enrique Fevre Au Port d'armes, Darien Bas les Cours y Biribi, Hauptmann Les Tissérands y Ajalbert La fille Elisa, tomada de la novela de los Goncourt, sin duda no quisieron hacer obras de propaganda, sino que con seguridad desearon expresar la repugnancia que les inspiran algunas de nuestras instituciones; sus libros son un grito de rebelión y quedarán en pie.

Los señores partidarios del arte por el arte protestarán al oir eso. Ser comprendido por la muchedumbre, ya no seria arte -dicen ellos. Para merecer este nombre, el arte debe ser inaccesible para las masas, debe seguir teniendo un lenguaje suyo propio y del cual sólo conozcan la clave los iniciados; ser un ídolo siempre envuelto en vagas brumas, con un pequeño cenáculo que haga de oficialite, mientras el vulgo profano trabaja y sufre para permitir a los artistas continuar en su sacerdocio.

Claro es que no todos los partidarios del arte por el arte llegan hasta ese punto y no menosprecian al pueblo; pero a esta conclusión conduce esa teoría, y muchos de ellos se creen unas eminencias muy superiores al vulgo, digan lo que quieran. Si no todos aspiran a los privilegios, algunos no claman contra las infamias actuales sino cuando les toca de rechazo.

Este razonamiento puede seguir una escala muy gradual, pero su fondo es el mismo.

Para nosotros, las llamadas obras de arte sólo son una de las manifestaciones de la actividad humana. Esta cuestión no forma una cuestión aparte en la sociedad futura; y su solución, como en todas las actividades del indIviduo, debe encontrarse en la posibilidad de manifestarse en medio de la libertad más completa. Por el común acuerdo y la solidaridad es como los artistas encontrarán los medios de producir sus obras; verdaderas obras de arte, puesto que al elaborarlas el artista podrá estar exento de todas las preocupaciones materiales que trae consigo la sociedad actual. Digan lo que quieran ciertos dilettanti, no se hace un cuadro, una estatua o una obra dramática sólo para si y por el gusto de guardarlos y sustraerlos a los ojos de los profanos. Los goces artisticos son por esencia fruiciones altruistas, que para ser verdaderamente gustadas requieren ser compartidas. Cierto es que cuando se está convencidísimo de la belleza de su obra importa un bledo la necedad del profano pretencioso; pero no lo es menos que los elogios sinceros se saborean con gusto. Una obra no tiene reconocido su mérito, para el autor, sino cuando puede hacerla admirar. Al publicar un libro, al exponer un cuadro o una estatua, al invitar al público a que oiga una composición musical o presencie una obra escénica, se le pide una consagración o se intenta una propaganda.

En la sociedad actual, las tres cuartas partes de los que quisieran cultivar las musas vense imposibilitados por las dificultades de las condiciones de existencia. Obligados a trabajar nueve, diez o doce horas para ganar el sustento cotidiano, es imposible cultivar gustos estéticos. Sólo un exiguo número de privilegiados pueden practicar]os y disfrutar de ellos. Los demás tienen que limitarse a admirar las obras de los primeros, si las pocas o muchas facultades que hubieran podido tener no se han atrofiado por completo en el continuo batallar por la existencia.

En la sociedad futura, el tiempo necesario para satisfacer las primeras necesidades de la vida animal quedará reducido al mínimum, y hasta no será ya sino una gimnasia higiénica necesaria para desarrollar los músculos paralelamente al cerebro. Por tanto, cada uno podrá desenvolver a su antojo los talentos y aptitudes que tuviere y perseguir el ideal de su imaginación. Quienes tengan disposición efectiva, podrán hacerla valer; quienes sólo tuvieren pretensiones, podrán satisfacer su vanidad sin peligro para nadie. Si pierden el tiempo en hacer chabacanerías, con su pan se lo coman; al paso que en la sociedad actual, si tienen fortuna, puede darles una influencia nefasta sobre el destino de los demás.

Por ejemplo: si un compositor quiere organizar una audición de sus obras, buscará los ejecutantes que puedan ayudarle, y se hará profesor de ellos si es preciso; la necesidad que siente de dar a luz su obra le pondrá en el caso de hacerse útil a los otros, para merecer su concurso. ¿Y si en vez de hacer ejecutar su obra se trata de imprimirIa? O sólo él experimentará la necesidad de hacerlo, o lo pedirán los admiradores suyos: en tal caso, tendrá segura la ayuda de éstos y no habrá dificultad ninguna para llevar a feliz término esa publicación.

Si él solo siente la necesidad de verse editado, las dificultades para ello serán numerosas, pero no invencibles. En el caso de no interesar a nadie por su obra, lo peor que pueda acontecerle es que tenga por fuerza que hacerse grabador o impresor.

Obligado a entenderse con los grupos productores de las primeras materias que necesite, tócale a él interesarles por su idea o hallar el modo de serles útil para obtener su cooperación. Pero, de todas maneras, eso seria tener ancho campo abierto a la actividad del individuo; seria el agrandamiento de su personalidad, al paso que la sociedad actual sólo es su empequeñecimiento.

El hombre no puede ser universal, pero tampoco puede raciocinar sanamente acerca de una cosa, sino a condición de tener nociones a lo menos de todas las demás. Los conocimientos humanos, lo mismo que los sucesos, se encadenan y se siguen. Causas y efectos alternativamente, no pueden comprenderse bien sino a condición de agruparlos y de considerarlos en conjunto.

Las obras de arte sólo se aproximan a la perfección cuando dejan el menor asidero posible a la crítica; sólo son obras maestras cuando resultan impecables. Y como toda obra de valer se ve obligada a abrazar una esfera más o menos basta de concepciones, fuerza al artista, si pretende ser sincero, a estudiar ese conjunto de cosas de una manera constante, si no quiere dejar que se deslice en su labor una anomalía que la desluzca.

Sean cuales fueren la imaginación del artista, su paciencia y su minuciosidad al reproducir lo que ve, no se conciben bien sino las cosas cuyo mecanismo se ha comprendido bien. Sea cual fuere el entusiasmo que sienta por su obra, si sus conocimientos son limitados (como de hecho lo están por la actual educación), la obra sufrirá las consecuencias quizá en puntos de detalle nada más, aunque no por eso dejarán de chocar a quienes tengan conocimientos especiales acerca del punto descuidado. Y cuando se eleve el nivel intelectual del público, esos defectos podrían ser más numerosos si el artista no se elevase también.

En la sociedad actual vemos ya producirse ese movimiento de aproximación voluntaria de las afinidades comunes. Ya hemos citado los orfeones, las bandas de música de aficionados, las sociedades corales: son lo que les hace ser el nivel medio. ¿Por qué lo posible en las bajas esferas del arte, por medio del común acuerdo iibre, no ha de serlo en el arte más trascendente? Son incontables los intentos de asociación para organizar las representaciones teatrales con arreglo a una estética dada. Hay dos dignas de citarse por su valía: el Teatro libre y la Obra.

En la sociedad actual encuentran obstáculos en la cuestión económica. Obligados los iniciadores a recurrir al capital tanto o más que a las buenas voluntades, vense en la precisión de agruparse según las circunstancias, más que segun las aficiones comunes. A pesar de todas esas trabas, sabidos son los buenos resultados que dan esas iniciativas.

En la sociedad futura podrá prescindirse de la cuestión económica y apelarse tan sólo a las buenas voluntades; siendo libres para obrar los individuos, será más fácil la selección. Siempre habrá personas a quienes les dé por escribir obras para el teatro, y a otras de interpretarlas: esos individuos se buscarán unos a otros y asociarán sus aptitudes. ¿Qué mal habría en que, quienes tengan afición a los espectáculos, contribuyesen cada uno según su respectiva aptitud, haciendo las decoraciones, los trajes o cualquier otro accesorio para la dirección de escena?

Si cada espectador pudiera hacerse útil a su modo para la ejecución de la obra a la cual fuese llamado a asistir, aumentaríase su goce intelectual. Pudiera haber importunos; pero más fácil sería librarse de ellos que luchar con la falta de fondos hoy. Lo dicho respecto a las representaciones teatrales podrá aplicarse a cualquier otro recreo intelectual. Lejos de prohibirlos en la sociedad futura, se vé cuán fácil sería ponerlos al alcance de todos.

Hoy, sólo con rarísimas excepciones consigue sobresalir el artista si no tiene fortuna. A expensas de su sosiego y de su salud, consigue dedicarse a sus tareas. Y cuando alcanza a dar vida a una obra, ¡cuántas pequeñas concesiones tiene que hacer aún al gusto dominante para conseguir que le permita darla a luz!

¡Tanto mejor! -se dice-, eso templa el carácter del hombre, y siempre salen a flote aquellos que llevan algo dentro. Pero es de advertir que quienes emiten este aforismo tienen todo cuanto necesitan, y en cambio nunca llevan nada dentro que hacer salir a flote. Por uno de verdadero talento y que triunfe de las dificultudes, ¡cuántos perecen asfixiados por la miseria! Y aun los que logran escapar con bien, ¿no perecerían casi siempre si cualquiera circunstancia fortuita, independiente de su talento y de su voluntad, no se les presentase como tabla de salvación? Cierto es que la miseria templa a los hombres; pero a veces, cuando es excesiva, ¡a cuántos mata, y de los mejor dotados, que en otras condiciones hubieran podido desplegar pasmosos talentos! ¿Quién reemplazará los bellos años perdidos de la juventud, pasados en engordar explotadores que se limitan a hacer grasa?

No todo estriba en sa!ir de la obscuridad; es preciso poder divulgar sus obras, vivir del talento propio. Llévase dentro de la cabeza la obra soñada, se la siente palpitar bajo el pensamiento, los dedos se estremecen con el ansia de cogerla ...; pero el bolsillo y el vientre están vacíos; a veces hay hijos que piden pan; es necesario trabajar antes que pensar en el arte. Y queda aplazada la obra para mejores tiempos, acéptase el trabajo para la empresa que paga la obra que se vende, hasta el día en que se advierte que voló la idea y ya no se es más que una especie de trabajador manual.

Los recreos verdaderamente artísticos sólo están reservados en nuestros tiempos a una ínfima minoría de privilegiados, que deben su posición a cirrcunstancias extrañas al talento. Sólo los ricos pueden dar libre curso a lo que llaman ellos sus sentimientos artísticos. Y para alguno que otro de gusto verdaderamente puro, ¡cuántos adocenados hay que con su ignorancia y cretinismo, peligrosos a causa de sus mismas riquezas, contribuyen a pervertir el gusto público, siendo los únicos cuya aprobación es eficaz, puesto que son los únicos que pueden comprar obras! En la actualidad, el artista no busca una idea original según su concepto propio, sino con arreglo a los conceptos del público que paga. Por eso el arte de hoy, en general, no es arte, sino una moda, un oficio, un trampolín.

El arte libre, según lo comprendemos nosotros, hará al artista ser su único y propio maestro; podrá dar suelta a toda su imaginación, a los caprichos de su fantasía, ejecutar la obra como la hubiere concebido, animarla con su aliento, hacerla vivir con su entusiasmo. Entonces conseguiremos saber el pensamiento real del artista y no el que le haya sido impuesto por circunstancias con las cuales nada tiene que ver el arte.

Si, además de eso, se producen un montón inmenso de obras sin valor, ¿qué más nos da? El desocupado rico de hoy amontona en sus salones mamarrachos abominables, en materia de pintura y de escultura, con detrimento de las hermosas obras que contribuye a impedir que se produzcan. En la sociedad futura, los adocenados perderán tan sólo su propio tiempo; y si encuentran admiradores, ¿por qué no han de congratularse de ello cuando eso no hace daño a nadie?

Pero, sea como fuere, conforme la maquinaria y la ciencia hagan más fácil con su desarrollo la vida, adquirirá más importancia la parte intelectual y artística del individuo. Y, según dijo un chiflado, que en eso pensaba con exactitud, el arte, esa suprema manifestación del individualismo, contribuirá al goce y a la expansión del individuo.

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