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La sociedad futura

Jean Grave

El niño en la nueva sociedad


Una de las cuestiones más complejas y más delicadas es la de los nifios. Cuando se piensa en la debilidad de esos pequeños seres y en que las primeras sensaciones que impresionen su cerebro influirán más o menos en su desarrollo ulterior, experiméntase profunda simpatía por ellos, una gran ternura que quisiera extenderse a todos los pequeños desheredados a quienes su debilidad les hace las primeras víctimas de nuestra mala organización social.

Porque son débiles y moririan si no se acudiese en su auxilio, en una sociedad anarquista donde nadie téndrá que temer la miseria, todo el mundo dará expansión a sus sentimientos afectivos, todos se harán útiles y querrán contribuir a su desarrollo físico y moral, aportar su parte alícuota de conocimientos a su desarrollo intelectual.

Mas para comprender bien este afán de los individuos en pro de la infancia, es evidente que hace falta abstraerse por completo de la sociedad actual, donde la familia es una carga al principio y un medio de explotación después. Hay que formarse clara idea de las relaciones sociales tal como las comprendemos nosotros y acabamos de describirlas, darse cuenta de la nueva situación creada en las relaciones entre el hombre y la mujer y a las cuales aportará el hijo una nota nueva, un vinculo más en los individuos normalmente constituidos. Hacer en la mente tabla rasa de las preocupaciones actuales es uno de los primeros trabajos que han de efectuarse para apreciar cuerdamente las cosas futuras.

Dado que los anarquistas no quieren autoridad ninguna, que su organización debe deducirse de las relaciones diarias entre los individuos, relaciones directas sin intermediarios, por la acción espontánea de los interesados en ellas, de individuo a individuo, de individuo a grupo y de grupo a grupo, pero rotas en seguida que la necesidad desaparezca, es evidente que la sociedad no tendría pára sintetizarla ninguna comisión, ningún sistema representativo que pudiese intervenir como cuerpo en las relaciones individuales.

El problema de la infancia se simplifica mucho, y no se plantea ya como hasta hoy lo comprendíeron los socialistas autoritarios: ¿A quién debe pértenecer el hijo? El hijo no es una propiedad, un producto que pueda pertenecer a quienes lo han procreado (como quieren unos), ni a la sociedad (como pretenden otros). La pregunta se transforma, pues, en esta otra: ¿quién cuidará de los hijos?

Hemos visto que en la anarquía hay una asociación de individuos que combinan sus esfuerzos con el propósito de llegar a la mayor suma posible de goces, pero no hay sociedad tal como hoy se entiende y que venga a resumirse en una serie de instituciones que obren en nombre de todos. Por tanto, es imposible atribuir el hijo a una entidad que no existe de una manera tangible. Así, pues, queda descartada la cuestión de que los hijos pertenezcan a la sociedad.

Por otra parte, puede acontecer que haya individuos que no quieran encargarse de su progenie; esto ocurre en la sociedad actual por influjo de condiciones económicas, pero se comprendería menos cuando los individuos no tengan que contar ya con esa cuestión, con tanto mayor motívo, cuanto que el amor a la prole es un sentimiento naturalmente difundido en todos los seres animados, en los seres bisexuales más inferiores, hasta en los peces. Pero en último caso, eso pudiera ocurrir aún, y es preciso tenerlo en cuenta.

Por otra parte, el amor tiene diversas maneras de manifestarse y a veces puede resultar nocivo para el hijo. ¿Por qué ha de ser éste para ellos una propiedad y sufrir una autoridad que perjudique a su desarrollo íntegro?

Al nacer aporta su derecho a la vida; su debilidad no invalida en nada este derecho primordial, puesto que ese estadio de impotencia es una de las fases comunes a todos los seres de la especie humana y de todas las demás, prolongándose en razón directa del mayor desarrollo de la especie. Por tanto, eso no es motivo suficiente para que se le convierta en una cosa propiedad de quienes le han precedido. Sus necesidades deben consultarse antes que las preferencias de sus educadores.

Como se desarrollará en lo venidero mientras que sus progenitores irán declinando, estos tienen interés en facilitar su desarrollo y merecer su cariño si quieren hallar en la decrepitud el auxilio que le prestaron, igual que se les prestó a ellos al venir también al mundo. Al llegar aquí, comenzamos a vislumbrar esta contestación a aquella pregunta: A quienes más quieran al niño les corresponderá el cuidado de su crianza.

Estando abolida la familia jurídica, no habiendo en las relaciones entre el hombre y la mujer obstáculos dependientes de dificultades o consideraciones económicas, fundándose esos vínculos en la libre acción de las afinidades, de seguro se modificará el carácter de los individuos, reinará mayor sinceridad en sus relaciones, el papel del padre y de la madre se transformará por el nuevo modo de considerarlo. Ya no existirá ninguna razón para temer un aumento de familia.

Siendo posible a los hombres en la sociedad satisfacer todas sus necesidades, ya no sería una carga para ellos mantener y educar a los hijos. No teniendo que desembolsar capital ni imponerse privaciones en la crianza de su prole, no sólo ya no será esto para ellos una carga, sino que tampoco se inclinarán a ver en sus descendientes un capital de reserva que debe producir según lo que haya costado.

Hoy les asegura el código la propiedad del hijo, con el derecho de usar y abusar como mejor cuadre a sus intereses. La situación actual les permite darle el impulso que les plazca, por haberlo procreado y mantenido. Según el beneficio que de él crean poder sacar, el hijo será instruido o ignorante, mendigo o trabajador.

Muy otra será la situación en la sociedad que proponemos. No estando regida ya por la ley o por consideraciones económicas, la familia se fundará en el amor y en el afecto. En vez de ser una carga más para quienes le adopten, un ser a quien formar como mejor convenga a sus intereses, el hijo será una criatura a quien desarrollar, instruir, querer y mimar. Libres los individuos del aguijón de los cuidados de la existencia, no cabe duda ninguna de que desempeñarán su tarea a las mil maravillas.

No hallándose ya regida la familia por ninguna ley, en ésta, como en todas las relaciones sociales, la diversidad de caracteres y temperamentos, el libre juego de las aptitudes diversas que allanará las dificultades de la situación, ha de permitir a cada uno dar con su verdadero puesto en la armonía social, sin tropiezos ni dificultades.

Hoy existen individuos para quienes es un suplicio el verse rodeados de pequeñuelos. La ley actual, que obliga a esos individuos a tener a su cargo la progenie suya o pone trabas a su abandono, es la causa de esos actos de atrocidad, de esos tormentos cotidianos que a veces tienen su desenlace ante los tribunales.

Y esta opinión acerca del derecho de propiedad de los padres sobre los hijos está tan arraigada, que nuestros virtuosos defensores de la propiedad, azuzados por la opinión pública, imponen a los atormentadores de niños una pena cualquiera siempre indulgente, e inspirada sin duda por el espíritu del Código civil.

Pero si hay individuos llenos de ira que hacen pagar a esas indefensas criaturitas las contrariedades de una pésima organización social, por el contrario, hay otros para quienes es una dicha tener niños a los cuales mimar y acariciar, para quienes la mayor de las alegrías consiste en distraerse con ellos, llevar su misma vida, tomar parte en sus juegos, asistir a la aparición de su personalidad. Con verdadero deleite les guían en sus primeros pasos, les enseñan a pronunciar sus primeras palabras. ¡A cuántos se les ha visto hacerse pedagogos, principalmente en la mujer, a pesar de todos los sinsabores que ese oficio ocasiona en la actualidad, llevados únicamente por su amor a la infancia!

Ellos son quienes saben comprender al niño y hacerse escuchar por él, convirtiéndolos en verdaderos maestros su amor a la infancia; mientras que quienes sólo han visto en eso un oficio y un medio de medrar suministran los cómitres y verdugos que conducen disciplinariamente su clase y hacen entrar a fuerza de golpes y castigos los rudimentos de su enseñanza en la cabeza de los alumnos, al mismo tiempo que el odio al estudio. Sólo los que aman a la niñez saben instruirla recreándola y pueden conseguir que guste del estudio.

¡Cuántos se ven imposibilitados en la sociedad actual, por efecto de dificultades económicas, de dar libre curso a sus inclinaciones por la infancia! Pero en la sociedad futura esos individuos podrán agruparse y entenderse con objeto de cuidar a los niños de aquellos para quienes fuese una molestia ocuparse de ellos o que por no ser universales (y nadie lo es) se vieran obligados a acudir a los que saben, para enseñar al niño lo que ellos mismos no pudieran enseñarle.

Sólo que en vez de asalariados, de personas que hacen eso por necesidad, porque de ello depende el bocado de pan, sin gusto ni convicción, habría individuos que tomasen la tarea en serio, ingeniándose para conducirla a cabal fin, ávidos de hacer comprender lo que enseñasen, y convirtiéndose, por decirlo así, en padres intelectuales de sus discípulos. Y he aquí, a los feroces destructores de la familia, rompiendo sus valladares, es cierto, mas para poder extenderla a todos los objetos de nuestro cariño, a todos los seres que nos rodean, a todos aquellos a los cuajes nos lleva nuestra simpatía.

Y considerando asi la cuestión, se resuelve por sí misma sin dificultad, sin ser preciso recurrir a ninguna intervención social para dilucidarla. Cada uno comparte a gusto la tarea y encuentra en ella su personal satisfacción, puesto que la elige de conformidad con sus tendencias y aptitudes.

Los autoritarios objetan replicando así:

Si la sociedad no interviene de ninguna manera en vigilar la educación de los niños, si quienes los eduquen son libres para hacerla a su antojo, ¿no se corre el riesgo de dejar a los individuos viciosos y de cerebro estrecho la posibilidad de falsear los conceptos de aquellos de quienes fueren maestros, de convertirlos en pasatiempo y de trocarlos así en un peligro para la sociedad?

También podría acontecer que una madre, cegada por el amor materno, quiera (por ejemplo), criar por fuerza a su hijo, estando demostrado que su salud no se lo permite.

Y otros mil detalles de importancia, imposibles de prever con la libertad completa de los individuos, pero que cada uno tendria sus inconvenientes, según dicen.

Vamos a analizar una por una esas diversas objeciones y a tratar de demostrar que el simple ejercicio de la libertad y de las afinidades naturales vale más para allanar todos los obstáculos que el ejercicio de la autoridad, que jamás ha sabido sino agravar las situaciones difíciles.

Si hay un ser que, fundándose en las leyes naturales, pueda con razón argüir en pro de sus derechos sobre el hijo, es de seguro la madre. Sólo la madre puede hacer valer derechos, más que cualquiera, más que la sociedad, más que el padre, quien en último término sólo puede por un acto de confianza afirmar que lo es. Después de haberlo llevado largos meses dentro de su seno, después de sufrir las molestias de la preñez y los dolores del parto, la madre es la más apta para prestarle los cuidados necesarios para sustentar a ese débil ser a quien parece que un soplo ha de llevársele. Ella es quien durante mucho tiempo le alimenta con su leche.

Por tanto, la madre tiene pleno derecho a guardar consigo a su hijo. Por supuesto, en la anarquía no habrá gendarmes para aplicar lo arbitrario. Las que amen a sus hijos tendrán libertad absoluta para ello. Pero ¿y las que no sean capaces de criarlos? -se nos dice En la sociedad actual, a pesar de todas las dificultades y malas condiciones de existencia que ponen trabas a los individuos, las madres no tienen dificultad ninguna en entregar a una nodriza el hijo que no pueden criar, o no quieren: si son obreras, para poder seguir trabajando; si son burguesas, para no tener el engorro de cuidar a un niño, para no marchitar unos pechos que creen ellas no serían ya tan apetecibles allucirlos en un escote provocador, para ser más libres y no faltar a un baile ni a una reunión.

¿Cuál es, pues, la madre que en la sociedad futura, donde ella misma podría cambiar de residencia con su hijo, se negaría a confiar éste a los cuidados de una nodriza voluntaria, cuando se le demostrase qUe de eso depende la salud de él? Tanto más cuanto que, según creemos, la lactancia del niño por la mujer no es una condición sine qua non de salud para aquél; y bastaría que la madre cambiara sencillamente de residencia y se estableciera en las condiciones climatéricas requeridas para poder prestar ella misma a su hijo los cuidados que necesitase.

Es papel fisiológico de la madre lactar a su hijo. Cuando puede desempeñarlo sin inconvenientes para ella y para él, mejor que mejor. Pero algunos doctores han querido partir de ahi para afirmar que la lactancia materna era un elemento indispensable para el desarrollo normal del hijo. Diariamente vemos niños que se crian en toda la plenitud de la robustez, no sólo por la lactancia de una nodriza extraña, sino también por medios artificiales, en condiciones hasta malsanas, con las cuales tienen que luchar los padres pobres y rechazar, por consiguiente, multitud de mejoras y perfeccionamientos que su falta de recursos económicos y de desarrollo intelectual no les permite aplicar.

Por tanto, no es imprescindible la lactancia materna; y las afirmaciones en este sentido pueden formar parejas con otro gran número de afirmaciones que se llaman científicas y están dictadas por móviles de interés de clase. La burguesía ve al odio desunir su familia; y, quisiera crear, aparte de los sentimientos, una moral que obligase a las madres a retener los hijos junto a sí.

¡Cuántas facilidades se encontrarán en la sociedad futura, donde los productos no estarán ya sofisticados por mercachifles ladrones; donde la alimentación de los animales elegidos para lactar a la infancia seria adecuada a su destino; donde los animales mismos estarian en condiciones de bienestar que les hiciesen sanos y robustos, en vez de anémicos y tísicos como la mayor parte de las vacas lecheras de nuestras grandes ciudades!

Aquellos niños para quienes se reconociese ser necesario un cambio de clima, no tendrían que privarse por eso de los cuidados de su respectiva madre. Lo que dificulta hoy la mudanza de localidad es lo cuantioso de los gastos de viaje y el no estar siempre seguro de hallar medios de subsistencia allí donde se traslade uno. En la sociedad futura los individuos podrán variar de residencia con ia mayor facilidad. Los moradores de una localidad, lejos de mirar a los recién llegados como unos competidores que van a quitarles el puesto en el taller, sólo verán en ellos unos compañeros que les aportan el concurso de su fuerza y de sus aptitudes.

Y entre los que se ocupen de los cuidados requeridos por la infancia, ¡no más mercenarios que odien ese trabajo! Los hombres y mujeres que se dediquen a la educación de los niños, lo harán por gusto. El sentimiento que les induzca a ocuparse del niño será la mejor garantía apetecible para su bienestar. Se ingeniarán en inventar toda clase de agasajos y refinamientos para distraer a los niños puestos bajo sus cuidados y para ayudarles en su desarrollo.

Respecto a los que objetan que los padres de cortos alcances podrian atrofiar el cerebro de su progenie y viciar sus primeras impresiones transmitiéndole los prejuicios de que están llenos, no resulta serio ese temor.

¿Quién carece de prejuicios hoy? ¿Quién no tiene en el cerebro alguna idea falseada por la educación? Y, sin embargo, ¿hay uno solo que no se crea más ilustrado que el vecino? ¿Dónde está el método para reconocer positivamente que tal concepto especulativo vale más que tal otro, que determinado cerebro está menos sujeto a errores? Cada cual juzga según su apreciación y cree estar en lo cierto; y la ciencia misma nos demuestra que, aparte de ciertas verdades, cortísimas en número, claramente definidas, reconocidas de una manera positiva como inmutables, todo está sujeto en derredor de nosotros a variar y a transformarse. Lo considerado hoy como verdadero, sólo lo es por la insuficiencia de nuestros conocimientos: un descubrimiento nuevo puede considerarlo como falso mañana.

Sería pretender cristalizar los conocimientos humanos el centralizarlos en una enseñanza única, que todos estuviesen obligados a recibir. Sabemos todo el mal que nos hace la enseñanza oficial, el retraso que ha producido en el desarrollo de las generaciones pasadas y actuales, sólo contrastado un poco por la restringida crítica que no ha podido ser ahogada por completo. No lo agravemos, pues, so pretexto de progreso, creando instituciones que hicieran fundir la humanidad en un molde único.

Lo que hoy retiene a los padres del deseo de dar a sus hijos una educación completa, lo que induce a algunos a enviarlos al taller más bien que a la escuela, es siempre, y bajo diversas formas, la cuestión de dinero. A pesar de todas las dificultades existentes de ese género, á pesar de todas las causas de ignorancia que retienen á los miserables en la abyección más crasa, va disminuyendo de día en día el número de los que no saben leer ni escribir. ¿Cómo se pretende que en la sociedad futura los padres, no contenidos ya por el alucinador problema planteado perpetuamente en su pensamiento acerca de cómo arreglárselas para conseguir ganar que comer, quieran, a despecho de todo, hacer de sus hijos unos ignorantes, cuando en la actualidad los mismos oscurantistas que emiten esos temores quéjanse del orgullo de las clases inferiores, de la envidia que las hace despreciar su condición y aspirar a subir más arriba; y hacen depender este mal de la instrucción obligatoria, echando de menos los felices tiempos en que las personas creian en el diablo, en los hechiceros, no sabían el alfabeto y eran dichosos al sufrir en esta vida para merecer en la otra el paraíso?

Cuando los individuos tengan todas las condiciones requeridas para asegurarles íntegro desarrollo físico y moral, no querrán ser oscurantistas que hagan de su progenie unos ignorantes; sobre todo cuando la adquisición del saber sea para ellos prenda de superioridad en la adquisición de las condiciones de dicha que hayan de crearse.

Centralizar la enseñanza sería suspender por completo el desarrollo íntegro del niño. Aplicar un régimen arbitrario sería ahogarle inconscientemente. Para el libre desarrollo de la humanidad es preciso que la educación infantil se deje a la iniciativa individual.

Cada uno de nosotros viene al mundo con aptitudes diversas, las cuales no se desenvuelven sino a medida que hallamos facilidades para ejercitarlas. Estas facilidades no pueden encontrarse sino bajo el régimen de libertad más completo. Nosotros no queremos un régimen que indique a los individuos su camino; queremos que ellos mismos sean libres de elegirlo. Y sea cual fuere la libertad que un régimen autoritario pretendiera teóricamente dejar al nUlo, sólo conduciría en la práctica a comprimirles y a desviar sus aptitudes.

Los que se dediquen a la educación de la infancia no deberán venir con un programa hecho de antemano. Deberán estudiar el carácter de sus discipulos y advertir las aptitudes que se manifiesten, para favorecer sus tendencias y ponerles en el caso hasta de ensayarles en esa vía. Su papel ha de consistir en provocar las preguntas del alumno y explicarle lo que le parezca obscuro, no en rellenarle la cabeza de hechos que se le hacen recitar sin comprenderlos de ningún modo.

Lo que ha contribuído a falsear el juicio del hombre, a mantener en su cerebro todas las preocupaciones y todas las sandeces de que tanto trabajo cuesta desprenderse, es esa educación centralizada que le imponían el Estado y la Iglesia, y la cual no podía combatirse con eficacia por medio de la recibida en la familia, puesto que los padres habían aprendido las mismas preocupaciones y marcado desde la cuna idénticas monsergas, de que no han llegado a despojarse aún.

Si después de suprimirse las Iglesias y los Estádos se les pusiese en la mollera a ciertos padres la estúpida idea de convertir en unos cretinos a sus hijos, seriales ya imposible por la fuerza misma de las cosas.

La necesidad de saber es innata en el hombre; en la sociedad futura se formarán grupos con el propósito de facilitar a sus miembros el estudio de ciertos conocimientos especiales. Además, por la idea de proselitismo que anima a cada individuo convencido de la excelencia de sus doctrinas, esos grupos no se limitarán a estudiar, sino que tratarán de difundir el fruto de sus estudios. Por tanto, se formarán infinitos grupos para cada uno de los conocimientos humanos; compréndese desde ahora el movimiento intelectual y el cambio continuo de ideas que llegará a haber.

También las relaciones serán mucho más amplias y fraternales que en la sociedad actual. Por lo que el niño vea pasar ante su vista y oiga a diario en torno suyo, se librará seguramente de la influencia absoluta de sus padres o maestros, para no adherirse sino a quienes le demuestren una bondad real y le den pruebas de verdadero amor, Los que aman realmente al niño se sacrifican por suministrarle los medios de desarrollarse.

Asi, todas las facilidades requeridas para que el niño pueda adquirir los conocimientos que sus padres le negasen, las tendrá a su alcance por intermedio de las personas con quienes se traten sus padres. Y aún más: si se creyese muy desventuado con el dominio que éstos quisieran imponerle, le seria fácil abandonarlos para ponerse al amparo de las personas que le fuesen más simpáticas. Los padres no podrían ordenar a los gendarmes pusiesen de nuevo bajo su yugo a ese esclavo que las leyes actuales les conceden, pero que en otra sociedad podría emanciparse.

Acaso nos objeten que, a pesar de todo, pudiera haber excepciones que, aprovechándose de la carencia de toda regla, podrían deformar el cerebro de los hijos que tuviesen, p pervertirlos a sus anchas.

Responderemos que la supresión de la autoridad no ha de impedir el ejercicio de la solidaridad, sino que de seguro ha de desarrollarlo. Actualmente, a despecho de la autoridad, son numerosos los actos de injusticia que se cometen y en los cuales no es posible intervenir a causa de las complicaciones que traen consigo los procedimientos judiciales; pero ¡cuántas veces dan ganas de emprenderla a puñetazo limpio, al ver uno de esos actos! En la sociedad futura habrá la ventaja de no ver protegidos a los opresores por efecto de una ley retrógrada, y se les hará comprender que la ley del más fuerte es fácilmente mudable.

Tendremos libertad absoluta para desarrollar nuestra solidaridad de todos modos, y podremos combatir con nuestra propaganda de instrucción los absurdos de unos padres idiotas. No porque le pluguiese a media docena de personas brutas ir al revés del sentido común habría que encerrar a la humanidad en las mallas de una legislación, que sería antiliberal y antiprogresista por el solo hecho de ser ley.

Los malthusianos pretenden demostrar que los víveres no están en proporción con la población, y consideran con espanto que si no hay ninguna ley para reglamentar las relaciones sexuales y los padres no tienen ya que cuidar de la prole, los niños van a pulular como gazapos; y los hombres, demasiado numerosos en la tierra para los recursos alimenticios existentes, se verán obligados a hacerse de nuevo la guerra bajo la presión de las necesidades. ¡Eso será la vuelta a la barbarie y a la antropofagia! vociferan esos nuevos Jeremías.

Hemos visto que en la actualidad existen tantos terrenos inutilizados como pueda haberlos en cultivo; que a cada momento se descubren métodos nuevos para recolectar en menor espacio una cosecha mucho más grande, obténiéndose ya resultados; de ello nos da ejemplo la China, que no sólo sostiene una población más densa que la de Europa, con un cultivo de los más rudimentarios, sino que suple los aperos que le faltan por medio de un cuidado de todos los momentos y un constante estercolar las tierras. ¿Qué haría con aperos perfeccionados y unas nociones más exactas acerca de la naturaleza de los terrenos, de la química de las plantas y de los abonos?

Se ve cómo la humanidad tiene ancho campo delante de sí, antes de llenar la tierra con sus hijos. Aparte de eso, los sufrimientos del parto y las incomodidades de la preñez serán siempre un freno moderador para la multiplicación de la especie. Aún falta saber si el desarrollo de una raza, de una especie, no restringe su poder prolífico. ¡Cuántos problemas quedan todavía por resolver!

En todo caso, repetimos, la humanidad tiene tiempo de precaver esos inconvenientes, si algún dia se probase que no carecen de fundamento real. A las generaciones futuras debemos dejarles el cuidado de salvar las dificultades con que puedan tropezar; el porvenir les traerá sin duda la solución, como la dificultad. Es demasiado corta nuestra vista, para que podamos echárnoslas de profetas.

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