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FRENTE AL ENEMIGO

ENRIQUE FLORES MAGÓN

Recopilación de Chantal López y Omar Cortés

DISCURSO



(Suprimido por el juez el 22 de junio pasado)

Nota

Este discurso fue preparado por Enrique para pronunciarlo con Ricardo cuando fuesen interrogados por el juez si tenían alguna razón para que no se les impusiera sentencia alguna, según es costumbre en todo proceso. Pero, el juez Oscar A. Trippet, temeroso de oír la verdad, no permitió a Enrique hablar, por más que éste demandó ser oído, como tenía derecho a hacerlo, conforme a las mismas leyes que el juez pretende respetar y observar.

Debido a la enfermedad de mi hermano, que le impide dirigir la palabra a este tribunal, lo hago yo en su nombre a la vez que en el mío.

Al aprovechar la oportunidad presente de dirigir la palabra a este tribunal, quiero poner en claro las causas que han originado nuestro proceso, puesto que los procedimientos legales seguidos por este tribunal han sido llevados cuidando ocultar los hechos que originan procesos como el nuestro.

Los autos enseñan solamente que los hermanos Magón han sido juzgados y hallados culpables por un delito cualquiera; pero esos mismos autos no enseñan que el caso traído ante este tribunal es un episodio de la vieja y larga lucha del explotado, del oprimido y del desheredado contra la tiranía, la superstición, la opresión y la explotación que agobia a la especie humana.

La libertad y la justicia son quienes en realidad han sido juzgados aquí.

No son los Magón solamente quienes han sido hallados culpables aquí, sino también cada persona que ama la libertad y la justicia, puesto que nosotros, los hermanos Magón, hemos sido encontrados culpables por nuestra actividad a favor de la emancipación de los subyugados, explotados y oprimidos proletarios mexicanos, en particular, y de los desheredados del mundo entero, en general, como lo enseñan nuestros escritos que forman parte de los autos en nuestro proceso.

Nosotros no somos los únicos que sustentamos los ideales que proclamamos, ni los únicos que luchamos por el mejoramiento del ser humano, puesto que los anarquistas nos contamos ya por millones y estamos presentes en todos los ámbitos de la Tierra. Nuestra condena no es, de hecho, solamente nuestra; es también la condena de todos los revolucionarios mundiales y de cada rebelde mexicano que está sobre las armas en los campos de combate mexicanos, peleando valerosamente y con determinación en su marcha hacia el progreso; luchando por sostener los altos ideales de Tierra y Libertad, y combatiendo contra toda clase de tiranía, de opresión y explotación.

Todos los anarquistas luchamos por derrumbar las presentes instituciones arcaicas e injustas que están basadas en la explotación del hombre por el hombre. Todos luchamos por establecer un nuevo orden social, un verdadero orden, en armonía con las leyes naturales y basado en la libertad, fraternidad e igualdad de todos los seres humanos, sin distinción de razas, sexos o color.

Habéis, pues, condenado con los Magón a todos los hombres y mujeres de corazón bien puesto que existen en el mundo entero y que se esfuerzan por poner un hasta aquí a la piraterta y a la opresión de la rapaz plutocracia y a la de sus aliados naturales: la iglesia y la autoridad.

Con nosotros habéis condenado a todos los hombres y mujeres sensibles y pensadores que sienten las angustias y las tristezas de los desposeídos, las torturas de los oprimidos y los lamentos y lágrimas de los millones y millones de seres humanos que tienen la desgracia de nacer en una época cuando todos los medios de vida han sido acaparados por los detentadores de la tierra y por los acumuladores de dinero, de esos millones de proletarios que están condenados desde que nacen a una vida de incesante trabajo y de verdadera esclavitud, sin otra esperanza de premio a sus fatigas y sacrificios que una muerte ocasionada por el hambre, el frío y la miseria.

Después de estudiar esas condiciones sociales, muchos hombres y mujeres han llegado a convencerse de que el único medio para salvarse de la actual esclavitud, es el indicado en nuestro Manifiesto del 23 de septiembre de 1911. Como hacemos notar en ese manifiesto, aspiramos a establecer la propiedad común de la tierra, de la maquinaria y de los medios de producción y transporte, para el uso y beneficio de todos los seres humanos, para, de esa manera, facilitarles el modo de trabajar y de ganarse la vida, y el de disfrutar de los placeres honestos que la naturaleza les brinda.

Estos ideales son destructores de las presentes instituciones, como correctamente lo ha hecho notar el fiscal ante este tribunal, y son, por consiguiente, antagónicos a las leyes humanas que sostienen al capital; pero esto no significa que no estén basados en sólidos principios de justicia y libertad.

El antagonismo de nuestros ideales con las leyes de los poderosos no implica antagonismo de los mismos con la justicia.

La ley y la justicia son completamente diferentes.

El espiritu de la ley está basado, en el fondo, en la seguridad y bienestar de un determinado número de hombres, los que están en el poder, tal como este mismo tribunal lo ha indicado cuando ha dicho en nuestro caso que el deber del gobierno es preservar su existencia por medio de sus leyes.

El espiritu de la justicia, por el contrario, está basado en el bienestar de todos los seres humanos, sin el contrapeso de las anacrónicas diferencias y distinciones sociales, politicas y económicas que ahora dividen a la raza humana dentro de las instituciones burguesas antinaturales que nosotros procuramos destruir para dar lugar a un nuevo orden social, basado en las leyes naturales, que garantice el derecho de vivir con gusto, cómoda y libremente, del cual deben gozar todos los seres humanos desde el mismo momento en que vienen a esta Tierra.

Nosotros no negamos que nuestros ideales sean destructores de las presentes instituciones arcaicas, puesto que son el ariete formidable que golpea contra los muros del castillo feudal de la propiedad privada donde los sostenedores de ésta, el capital, la iglesia y la autoridad, están atrincherados. Pero si sostenemos que estos ideales tienden a beneficiar a la humanidad y están basados en la justicia; y, por consiguiente, por cuestión de justicia y por el bien de la humanidad, no debemos ser perseguidos los que propagamos esos ideales; y por la misma razón, en nuestro caso, en el de mi hermano y el mio, este tribunal no debe imponernos sentencia alguna, porque, como he indicado al principio, tal sentencia no significaria otra cosa que una negación rotunda al derecho que tiene la humanidad de marchar hacia el progreso.

Si, hacia el progreso; porque nuestros ideales son la culminación del progreso intelectual que ha alcanzado ya la humanidad.

Tampoco debe imponernos este tribunal sentencia alguna porque con tal acto desconoceria también el perfecto derecho que tiene el pueblo mexicano de rebelarse contra las condiciones insoportables que lo han retenido en la esclavitud por larguísimos años; condiciones espantosas que ni el mismo infierno de Dante puede sobrepasar, y bajo las cuales nos hemos encontrado los mexicanos despojados de todo lo que es nuestro: de nuestras tierras, nuestros bosques, nuestros ríos, nuestras minas y cuanto ha sido de nosotros, en común o individualmente, desde tiempo inmemorial.

Bajo tales condiciones, hemos visto como todo lo nuestro nos fue arrebatado por Díaz por medio de la violencia ejercida por sus soldados y su maquinaria legal, y como este robo que hizo Díaz, al pueblo mexicano, fue para hacer grandes concesiones a los Otis, a los Hearst, Rockefellers, Morgans, Guggenheims, Pearsons y a otros muchos aventureros extranjeros; concesiones que consistieron en regalarlo todo a esos aventureros, para ganar prestigio y apoyo en el extranjero, con el cual poder, Porfirio Díaz, perpetuar su reinado.

Después de haber sido desposeídos de toda nuestra herencia natural, nos encontramos maniatados, en completa esclavitud, forzados a trabajar las tierras que fueron nuestras y que ya no lo eran más, por espacio de dieciséis a dieciocho horas diarias y por un jornal de dieciocho a treinta y siete centavos, en moneda mexicana, que equivalen a nueve y dieciocho centavos en moneda americana.

Además, se nos forzaba también a comprar los artículos de consumo en las tiendas de raya, que equivalen a vuestras commisaries de los campos mineros y madereros, donde todo nos era vendido a precios exhorbitantes.

Bajo tales condiciones, nos encontramos gradualmente en deuda perpetua con nuestros amos y sin libertad siquiera para irnos fuera de sus dominios, porque en caso de que tuviéramos éxito para burlar la vigilancia de los patrones de las haciendas y escapásemos de nuestras cadenas, éramos arrestados por las autoridades y devueltos a nuestra esclavitud.

Nuestras mujeres, compañeras, hermanas o hijas, estaban a merced de los apetitos lascivos de los ricos, de las autoridades y de los frailes, pues siempre que éstos lo deseaban se llevaban a nuestras mujeres y fusilaban, encarcelaban, consignaban al ejército o de cualquier otra manera quitaban de en medio a los hombres que se opusieran a sus deseos.

Cuando nos declarábamos en huelga para conseguir mejorar nuestras condiciones y salarios, como en Río Blanco, Cananea y otros lugares, éramos fusilados en masa por los asesinos profesionales de Díaz, sus soldados, policias y rurales.

Si aún reteniamos algún lote de tierra que despertase la codicia de las autoridades, de los ricos o de los frailes, era éste arrancado de nuestro poder por la buena o por la mala, llegando hasta el grado de asesinarnos a sangre fria para lograr su intento.

Nuestras libertades eran pisoteadas. Nuestros oradores eran arrestados y asesinados en el peso de la noche. Nuestros periódicos fueron suprimidos y sus escritores encarcelados y desaparecidos de la faz del mundo. Muchos de nuestros hermanos que aún creian en la boleta electoral y el derecho de votar, encontraron la muerte enfrente de las casillas electorales en las manos de la soldadesca de Díaz.

Otros muchos de nuestros hermanos fueron vendidos a razón de $200.00 por cabeza, a los esclavistas de Yucatán y el Valle Nacional. Fueron vendidos como verdaderos esclavos y forzados a ir a trabajar en tan horribles condiciones que su salud era quebrantada pronto; y cuando ya no podían más sostenerse en pie, eran enterrados estando aún vivos, para ahorrar molestias y gastos de médicos y medicinas. Era también cosa común y corriente ver a nuestros hermanos ser apaleados hasta matarlos por cualquier bagatela.

Los mexicanos soportamos esas condiciones horribles por el largo espacio de treinta y seis años; lo cual demuestra que no gustamos de usar violencia por el simple amor a la misma, sino que encontrándonos acosados y entre la espada y la pared, finalmente tuvimos que rebelarnos en contra de esas condiciones horribles, tanto para salvarnos de ellas como para conquistar pan, tierra y libertad para todos.

Esas son las causas de la revolución social y económica que desde hace más de seis años conmueve a México; esas son las causas de esa revolución en que las masas, antes subyugadas, arremeten hoy contra sus opresores, sus explotadores y sus embaucadores; de esa revolución cuya aspiración general es la toma de posesión de la tierra, y que, por consiguiente, lleva por objeto la liberación del pueblo mexicano. Este objeto y tales aspiraciones están condensados en nuestro grito de combate de ¡Tierra y Libertad!

Los mexicanos luchamos por conquistar la tierra, porque sabemos que la tierra es la fuente de toda la riqueza social y que, por consiguiente, el que posee la tierra lo posee todo y es, por lo tanto, libre económicamente.

Quien disfruta de libertad económica es también libre polttica y socialmente. Eso quiere decir que la libertad económica es la madre de todas las libertades.

En contra de las ultrajantes condiciones que a grandes rasgos he descrito, nos hemos rebelado los proletarios mexicanos; y ahora, dos de nosotros, Ricardo y yo, vamos a ser sentenciados en este tribunal por nuestra actividad en esa rebelión y por aspirar a alcanzar nuestra emancipación política, social y económica.

Por consiguiente, creemos que por principio de justicia, este tribunal no debe imponernos sentencia alguna, porque tal sentencia seria una negación rotunda del derecho que asiste al pueblo mexicano para dirimir sus propias contiendas y hacerlo a su modo y a satisfacción propia.

Nuestros métodos revolucionarios no encontrarón, de seguro, la aprobación de los sensatos; pero dichos métodos son sancionados por los grandes pensadores, entre ellos Tomás Jefferson, quien dijo: No debemos esperar pasar del despotismo a la libertad en una cama de plumas.

Quizás estas gentes sensatas sabrán y podrán explicar cómo es que a hombres que desde aquí han apoyado abiertamente ciertas revueltas que han llevado al abierto propósito de retener en la esclavitud al pueblo mexicano, estoy hablando ahora de sujetos como el tal Chandler y sus asociados, nunca han sido traídos ante este tribunal a contestar por sus actos; cosa que, por cierto, nadie cree seriamente que llegue a suceder, pues son gente rica.

Nosotros creemos, con Proudhon, que la propiedad privada, que es la base de las presentes instituciones, es un robo.

Cuando la humanidad nació, no habia propiedad privada. Pero cuando unos hombres codiciosos, fuertes y malvados blandieron sus mazos y con ellos sometieron a golpes a sus vecinos, confiscándoles su parte de la herencia común, la tierra, y forzándolos a trabajarla para ellos, fue cuando por primera vez existió la propiedad privada. Ya veís, pues, que la propiedad privada procede de la violencia y del robo.

Dichos bribones fueron los primeros esclavistas y los primeros que instituyeron la autoridad. Pronto comprendieron esos bandidos que el hombre es más supersticioso y, por consiguiente, más manejable, mientras más grande es su ignorancia; y a eso se debe que para someter mejor a sus esclavos por medio de su superstición, establecieran la iglesia y creasen la casta de los frailes.

De ahí datan las instituciones capitalistas que han sido el azote de la humanidad desde aquellos tiempos.

Esas instituciones que, como hemos visto, nacieron de la propiedad privada, son con ésta la causa de la esclavitud, de los vicios y de los crímenes que aquejan a la humanidad. Debido a la propiedad privada y a las instituciones que la sostienen, la gran mayoría de los seres humanos son esclavos que, aunque produciendo toda la riqueza social, mueren por falta de abrigo y de hambre y de necesidad. Debido a la propiedad privada que priva al hombre y a la mujer del producto de su trabajo, nuestras mujeres se prostituyen, nuestros niños se vuelven anémicos y tísicos en los antros de explotación del capitalismo, nuestros hombres se vuelven borrachos, viciosos, degenerados, bandidos, suicidas, locos y asesinos. De estos últimos, como un buen ejemplar del producto de la propiedad privada, citaré el caso del Dr. Waite de Nueva York, que para apoderarse de la suma de $500.00, envenenó a su suegra, poco después a su suegro; y quien fue descubierto cuando se preparaba a asesinar a su mujer, para quedar ya como único heredero de la suma codiciada.

A eso se debe que nosotros odiemos la propiedad privada y las instituciones que la sostienen, y que procuremos implantar el comunismo anarquista, dentro del cual la tierra, la maquinaria y todos los medios de comunicación y de transporte sean propiedad común, para que de esa manera tengan todos la oportunidad de vivir, de ser libres y de hallar su felicidad; para que estando todos con sus necesidades satisfechas y sobre una misma base de igualdad social, politica y económica, la ignorancia, el vicio y el crimen queden eliminados, como quedarán en cuanto muera para siempre la propiedad privada que los origina.

Vamos en contra de la iglesia por las mismas razones que antes he dado, tanto por ser la sostenedora de la propiedad privada, como por ser su misión la de conservar en la ignorancia y la superstición al pensamiento humano.

Luchamos sin tregua contra el gobierno por ser éste otro acérrimo sostenedor de la propiedad privada y porque todo gobierno significa imposición, tiranía, opresión y violencia. Estamos de acuerdo con Tomás Jefferson cuando dice: La historia en general nos informa cuán malo es el gobierno. Y ya que cito a Jefferson, me complazco en hacer notar que como fue dos veces presidente de los Estados Unidos, sabia bien de lo que estaba hablando.

Sin ir muy lejos este tribunal estuvo de acuerdo con nosotros el doce del actual cuando dijo: el deber del gobierno es preservar su propia existencia.

Eso significa, sencillamente, que es una mentira que el gobierno sea del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y que de hecho es una institución extraña al pueblo, en contra de cuyos intereses debe preservar su propia existencia. Créa este tribunal que le estamos altamente agradecidos por tan valiosa confesión.

Esforzándonos, como lo hacemos, por medio de nuestra actividad revolucionaria, por obtener justicia, libertad, abundancia y felicidad para todos los seres humanos, creemos que, de acuerdo con los más rudimentarios principios de justicia, este tribunal carece por completo de derecho para imponernos sentencia alguna. Tendréis poder, pero no derecho para hacerlo.

El fiscal aseguró en sus últimos argumentos ante los jurados, que nosotros debemos ser condenados porque nuestros ideales tienden a incitar al asesinato y al incendio y porque nosotros queremos hacer en este país una revolución igual a la que hemos hecho en México. Semejante acusación, a más de ser gratuita y falsa, no está siquiera basada en la lógica.

Si por interés personal aconsejásemos que se dé muerte a ciertos individuos, entonces podría decirse que incitamos al asesinato y aún al incendio. Pero los mismos autos enseñan que no hemos hecho tal cosa, sino que urgimos a nuestros hermanos a no dejar las armas hasta que no hayan conquistado su libertad y recobrado lo que es suyo. Si tal cosa, aconsejar la rebelión por una causa santa, y por el interés general, es incitar al asesinato y al incendio, entonces Washington, Franklin, Jefferson, Paine, Lincoln y, de hecho, todos los libertarios americanos, así como los rebeldes irlandeses (El fiscal M. G. Gallagher es irlandés y dizque simpatizante de dichos revolucionarios. De ahí, la indirecta), no fueron más que vulgares bandidos asesinos, cuya sangre hubiera sido pedida a gritos por nuestro fiscal, si aquellos hubieran tenido también la desgracia, como nosotros, de caer entre sus garras.

El cargo de que nosotros los anarquistas causáramos la revolución mexicana y de que origináramos otra en este país si no somos encarcelados y nuestros periódicos suprimidos, puede encontrar cabida solamente en un individuo microcéfalo. Hasta un simplón sabe que las revoluciones son causadas por las malas condiciones existentes y no por determinados hombres o mujeres.

Las revoluciones son el producto de las insoportables condiciones sociales, políticas y económicas en las que se forza a los seres humanos a vivir, y lo único que los revolucionarios podemos hacer, es orientar ese movimiento por medio de nuestra propaganda hacia el mejoramiento humano. Creer que los anarquistas o cualquier otro grupo de hombres puedan levantar una revolución en este país, es tanto como creer las numerosas y bellas promesas de los políticos y aspirantes a puestos públicos en tiempos de elecciones. Las personas que no han perdido el juicio, no creen ninguna de ambas cosas.

Aunque fuésemos tan torpes de intentar hacer una revolución, no tendríamos éxito, porque, repito, las revoluciones no son hechas por hombre alguno. Cuando el proceso natural de la evolución es entorpecido y aún contenido por los de arriba, entonces la revolución es el resultado inevitable. Se ha dicho con buen tino que la revolución es la evolución al galope.

Si se nos ha de sentenciar por la errónea creencia de que podemos hacer una revolución en este país, esperamos que este tribunal podrá entender que tal empresa está fuera de nuestro alcance y que, por lo tanto, no debe imponérsenos sentencia alguna basada en tal error.

Si una revolución estalla en este país, -revolución que ya predicen hombres bien informados de los asuntos de este pais-, estad seguros de que tal revolución no será causada por las actividades de los anarquistas, socialistas, industrialistas o unionistas, sino que será el resultado de las condiciones insoportables en las cuales el gobierno obliga a vivir a la gran mayoría de los habitantes de esta nación.

Con suma frecuencia he comparado las presentes condiciones en este pais, con las condiciones en que vivía el pueblo mexicano bajo el régimen de Porfirio Díaz, y las he encontrado iguales en muchas circunstancias. Veamos.

El trabajador americano en general, se ve forzado a trabajar por jornales tan bajos que apenas le alcanza para medio mal vivir, de igual manera que los peones mexicanos se veían forzados a hacerlo.

Los campos madereros de Louisiana, las minas de Colorado y las de West Virginia y otros muchos lugares, son exactamente iguales a nuestros infiernos de Yucatán y de Valle Nacional, donde el trabajador era esclavo por completo.

Aquí tenéis también vuestras commisaries que son las hermanas gemelas de nuestras tiendas de raya y donde se roba al trabajador descaradamente.

Nuestros asesinatos en masa de Río Blanco y de Cananea, tienen aquí una reproducción terrible en Ludlow, Couer D'Elaine y West Virginia.

La supresión de nuestros periódicos por Díaz, es igual a la supresión que Wilson ha hecho aquí del The Woman Rebel, Revolt, The Alarm, Voluntad, The Blast, Volné Listy. Temple Talks y, finalmente, de nuestro Regeneración, cuyos redactores, además, hemos sido arrastrados a este tribunal, como en los tiempos de Diaz.

La libertad de palabra, de asociación y de imprenta, así como la libertad de pensamiento, son tratadas en este país a la Porfirio Díaz.

Por otra parte, tenéis aquí, según informe de la Comisión de Relaciones Industriales, que un cinco por ciento de la población posee el sesenta y cinco por ciento de la riqueza social, tal como sucedía en México. Y del mismo modo que en México, la multitud de vuestros productores se encuentra sumida en la miseria o muy cerca de morir de hambre.

Aquí tenéis también vuestros grandes terratenientes, mientras que el número de vuestros medieros va siempre en aumento. El pueblo americano, a su vez, así como sucedió con el mexicano, está fijándose en que ya no tiene ni un terrón en el cual reclinar la cabeza, que toda la tierra ha sido acaparada por los detentadores de la riqueza social y que ésta se ha ido en las grandes concesiones dadas a compañías de explotadores.

Vuestras minas y vuestros bosques están siguiendo el mismo camino hacia las mismas manos en las que nuestras minas y nuestros bosques de México fueron a dar.

Las libertades del pueblo americano han sido y están siendo gradualmente asesinadas, lo mismo que lo fueron en México.

Causas iguales producen iguales resultados. No se necesita, pues, tener una gran inteligencia para predecir lo que pasará en este país. Pero si la revolución está en fermento, ésta es originada por los de arriba y no por los trabajadores; porque solamente cuando las condiciones en que vive el proletariado se hacen insoportables, es cuando éste se levanta en armas.

Salvo que cambien las condiciones presentes, vosotros los americanos de la presente generación, tendréis que veros envueltos en la revolución más sangrienta que se haya registrado en los anales de la historia.

Jefferson, que para su época era un anarquista, y a quién se reconoce como libertario y pensador, vió la necesidad de la revolución y justificó sus medidas extremas diciendo: Yo sostengo que una revolución de vez en cuando es una cosa buena, tan necesaria en el mundo político como las tempestades en el físico. En otra ocasión: El espíritu de resistencia es tan valioso en determinadas ocasiones, que deseo que éste sea siempre conservado con vida. Oíd, una vez más lo que Jefferson también dijo: Dejad al pueblo tomar las armas. ¿Qué importan unas cuantas vidas perdidas en un siglo o dos? El árbol de la libertad debe ser refrescado de tiempo en tiempo con la sangre de los libertarios y la de los tiranos. Ellas son su abono natural.

En respuesta a los sesudos argumentos que el doce del actual hizo nuestro honrado y viril defensor Mr. Ryckman, este tribunal dijo: Estos hombres no tienen derecho a buscar refugio en este país. Pues bien; nosotros sostenemos tener dicho derecho, no solamente como un principio de justicia y de civilización, sino porque hasta vuestra misma constitución, que decís respetar, nos garantiza especialmente el derecho de asilo en este país, como refugiados políticos.

Jefferson, Paine y Franklin durante la revolución americana, no solamente hallaron asilo en Francia y aún actuaron ahí como agentes de los rebeldes americanos, sino que hasta obtuvieron la ayuda de Francia en su revolución contra Inglaterra. Con tales hechos podemos ver que hace ya ciento cincuenta años que el pueblo francés reconoció un principio de humanidad que este tribunal nos niega ahora.

Este tribunal nos acusa de realizar actos que pudieran envolver en guerra a este país con México. El presidente Wilson hizo la misma acusación contra ciertos intereses de ese mismo país, y estamos seguros de que él sabe de lo que habla. También estamos seguros de que no aludía a nosotros sino a esos intereses que son culpables del bandidaje político y financiero que México ha sufrido de largos años atrás.

Si llega a haber guerra entre México y este país, esos mismos intereses serán responsables de ella y no alguno de nosotros. Creemos que este tribunal sabe eso tan perfectamente bien como nosotros y como lo sabe la inmensa mayoría de los habitantes de este país.

Este tribunal ha dicho que somos extranjeros en este país y entre sus habitantes. Este tribunal está en un gran error, porque nosotros no somos extranjeros en ningún país, ni lo somos tampoco entre cualquier pueblo del mundo entero. Toda la tierra es nuestra patria y todos los seres humanos son nuestros compatriotas.

Es cierto que somos mexicanos por nacimiento; pero nuestros cerebros no son tan estrechos ni nuestros pensamientos tan tristemente pequeños, para considerar extranjeros o enemigos a los que han nacido bajo de otros cielos.

Este tribunal sugirió la idea de que sería más apropiado para nosotros irnos a México a empuñar un mosquete y pelear por nuestros derechos. Si la revolución mexicana fuese una mera revuelta de unos aspirantes políticos en contra de otros amantes del presupuesto que ya están en el poder, entonces el consejo dado por ese tribunal podría ser adecuado. Pero sucede que la revolución de México no es política, sino una genuina económica y social, y, por lo tanto, se hace necesario educar al pueblo, enseñarle las causas verdaderas de su miseria y de su esclavitud y mostrarles el camino hacia la libertad, la fraternidad y la igualdad.

A eso se debe que nuestras manos en vez de estar armadas con un mosquete, estén armadas con nuestras plumas, que son un arma más formidable y mucho más temida por los tiranos y por los explotadores.

Creo que fue Emerson quien dijo que: Cuando un pensador es dejado libre, los tiranos tiemblan. Y es precisamente porque se reconoce que somos pensadores a la vez que luchadores, por lo que llevamos ya más de siete años y medio de vivir en las cárceles y penitenciarías de este mal llamado país de la libertad, de los doce que llevamos de residir en él.

Para terminar, diré que no venimos a pedir misericordia a este tribunal, ¡sino a demandar justicia! Mas, si a pesar de todo, este tribunal se deja guiar por las leyes humanas en vez de atender el dictado de los principios fundamentales de la justicia que nos asiste y, por lo tanto, insiste en enviarnos a la penitenciaría, puede hacerlo sin vacilación alguna.

Una sentencia penitenciaria, para nosotros es igual a una de muerte, puesto que estamos enfermos. Nosotros solos sabemos lo minada que está nuestra salud. Sabemos que una nueva sentencia penitenciaria, no importa cuán ligera sea, será una sentencia de muerte. Estamos seguros de que no saldremos más con vida.

Sin embargo, en lo que respecta a nuestras personas, no nos preocupa tal sentencia, porque desde el principio de esta lucha, desde hace ya veinticuatro años, ofrendamos nuestras vidas a la causa de la libertad. Desde entonces hemos sufrido una larga cadena de persecuciones y conspiraciones en contra nuestra, de las cuales el caso presente no es más que otro eslabón de tal cadena; pero continuamos aún firmes en nuestros primeros propósitos de cumplir nuestro deber para con nuestros hermanos de clase, sin preocuparnos para nada de lo que pase a nuestras personas.

Así, pues; escoja este tribunal entre la ley y la justicia. Si este tribunal cree que somos culpables de algún crímen y que merecemos algún castigo, que diga entonces con Cristo: Aquel que nunca haya pecado que tire la primera piedra.

La historia nos observa desde su trono y está escribiendo en sus páginas el drama social que se desarrolla en los actuales momentos ante este tribunal. Nosotros apelamos a ella con nuestras conciencias tranquilas, con nuestros corazones latiendo normalmente y con nuestros cerebros soñando en una sociedad futura en la que haya felicidad, libertad y justicia para todos los seres humanos.

Si este tribunal nos envía a nuestras sepulturas, señalándonos una vez más con el estigma de felones, nosotros estamos seguros de que la historia revocará la sentencia y de que ella marcará para siempre la frente de Caín.

¡Dejad que hable el tribunal!

¡La historia observa!

(De Regeneración, números 242, 243, 245, 248, 250, 251 y 252, del año de 1916).
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