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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Enero 2 de 1922.

Gus Teltsch.

Lake Bay, Wash.

Mi estimado Gus:

Recibí tu querida carta del 29 de noviembre último, así como la ropa interior que generosamente me enviaste. Gracias a ti y a los demás amigos queridos que contribuyeron para ese propósito.

Debes saber que todo lo que se habló acerca de la amnistía, cristalizó en la libertad de unos cuantos prisioneros políticos. Con excepción del viejo guerrero - Debs - y algunos cuatro más que estaban cumpliendo sentencias de diez años, el grueso de prisioneros libertados se compuso de hombres que ya estaban en libertad preparatoria, o que solamente tenían unos cuantos meses que cumplir para terminar sus sentencias. De los que están cumpliendo sentencias de veinte años, entre quienes estoy, nadie recibió ninguna consideración y dificilmente se puede esperar alguna, pues una declaración hecha por el señor Daugherty, el Procurador General, y que se ha publicado con profusión, tiene por objeto hacer saber muy claro que el resto de nosotros, que todavía queda detrás de las rejas de la prisión, deben cumplir las sentencias completas a que fueron condenados.

Tenía yo, mi querido Gus,la débil esperanza de ser liberado a tiempo para ver por última vez a mis amigos. Esa esperanza ha muerto ahora, pues en poco tiempo mis ojos, cansados, serán insensibles a la luz. Entonces, quizá, se me abrirán estas puertas para enfrentarme a la obscuridad ... Entonces no seré un peligro, como el señor Daugherty ha preferido llamarme. Entonces estaré incapacitado para escribir. Porque no siendo un arrojador de bombas, un experto en el manejo de armas mortales, sino sólo un escritor, no puedo negar que es mi pluma - la única arma que he esgrimido -la que me hace peligroso ante los ojos del señor Daugherty. ¿Pero es realmente peligrosa mi pluma? ¿Y a quién? ¡Dificilmente puedo creer que vivo en el siglo XX, cuando los Derechos del Hombre tienen de vida casi ciento cincuenta años! ¡Llamar peligrosa a mi pluma! Una pluma puede ser peligrosa ante los ojos de la Santa Inquisición, pero nunca hoy, ante el juicio de la razón. En nuestros días una pluma puede defender los crímenes más antisociales sin perjudicar a nadie, sino a ella misma. Una pluma puede dedicarse a predicar el asesinato, el incendiarismo y la destrucción, sin realizar otra cosa que su propia destrucción.

Si el gobierno siempre comete desatinos cuando trata de reglamentar la vida social, su error sólo se hace muy notorio cuando emprende a reglamentar el pensamiento, el cual, por su misma naturaleza, debe ser libre. El pensamiento no es una enfermedad contagiosa que sea necesario aislar y poner en cuarentena antes que la salud de uno se ponga en peligro. Contra el pensamiento, si este es de mal carácter, la opresión del gobierno no sólo es inútil, sino perjudicial, porque la persecución y la tiranía triunfan, solamente, al rodear lo que se tiraniza en una aureola de martirio; mientras si se deja libre, pronto perece en la frialdad de la muerte por las armas mortales de la indiferencia y el desprecio social. Siempre que un político produce un gran escándalo contra el mal pensamiento, uno debe estar seguro de estas dos cosas, a saber: o trata de crearse una popularidad vana por el medio más fácil, o es un rematado ignorante, incapaz de comprender que hay un sentido social de rectitud en el cual se levanta indignado cuando se le enfrenta el mal pensamiento, sin que para eso necesite leyes, juzgados y policía. Y en mi caso, ¿fue malo mi pensamiento? ¿Fue tan malo que debía morir como un criminal, lejos de aquellos que ama mi corazón? No estimulé la explotación del hombre por el hombre. No aconsejé que se cambiaran, por oro, el sudor, la fatiga, la sangre y las lágrimas de los humildes. No aconsejé la opresión, la coerción y la injusticia. Más bien me opuse contra todo eso; he luchado contra todos esos males con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con toda la sinceridad de mi alma. ¿Peligroso? ¿Para quién? Los mejores y más altos intereses de la humanidad estaban delante de mí, y ellos eran mi inspiración y mi impulso. ¿No fue mi sueño la fundación de una sociedad sin el tirano, el expoliador, el criminal y la prostituta? ¿Una sociedad de iguales y hermanos? De consiguiente tengo que morir aquí, pues soy demasiado viejo para esperar cumplir mi sentencia y mi salud no es buena, o tal vez cuando llegue a quedar completamente ciego, se decidan a echarme fuera, pues en este caso mi pluma será incapaz de traducir en palabras los sueños de la belleza que pueblan mi entendimiento. La expresión de esos sueños, creo que es lo más odiado, mi querido Gus; pero dentro de poco cesaré de ser peligroso, la vida puede desplegar su esplendor a mi alrededor sin arrancar la menor contestación de mi conocimiento. Una graciosa sonrisa, el brillo de una estrella, el terciopelo de una flor, no bendecirán no confortarán mi corazón con su belleza y poesía. Entonces no seré peligroso. Podría oir los sollozos de corazones adoloridos, pero mi pluma será impotente para hacer saber que bajo la majestad del sol y en medio de la grandeza de la naturaleza, el hombre sufre porque no es libre. Entonces, mi peligro habrá dejado de existir.

Con mis mejores deseos para ti y todos los buenos camaradas, deseándoles un felíz año nuevo, me despido con un fuerte abrazo.

Ricardo Flores Magón


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