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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Abril 4 de 1922.

Gus Teltsch y T. Brothers.

Lake Bay, Wash.

Estimados camaradas:

Dirijo a ustedes esta carta para no retardar más tiempo la contestación que debo a sus queridas cartas del 30 de enero y 20 de febrero últimos; así es que les ruego, queridos amigos, se sirvan perdonarme por no enviarles ahora cartas individuales. He tenido mucha correspondencia durante los meses pasados, y algunas de las cartas demandaban pronta respuesta.

Todavía me siento mal, pues no es posible esperar que mi salud mejore bajo las presentes circunstancias. Mis amigos de Nueva York y Boston han hecho representaciones al Departamento de Justicia respecto a mi condición crítica; pero se les ha contestado que estoy en buena salud; que el ambiente de la prisión no puede tener influencia perjudicial sobre mi condición física, y que puedo cumplir toda mi sentencia sin sufrir ningún daño ... Así es que, oficialmente, estoy lleno de salud, aunque los hechos contradicen esta declaración, como es el hecho de que en mayo de 1916, mientras estaba confinado en la carcel del Condado de Los Ángeles esperando ser juzgado, estuve tan enfermo que el juez Trippet ordenó que fuera yo conducido al Hospital del Condado para que se me curara de diabetes. A mi llegada a la Penitenciaría de la isla de Mcneil se analizó mi orina, y, al probarse que sufría de diabetes, el médico de la prisión lo informó al Departamento de Justicia, así como también que estaba enfermo de reumatismo. El documento debe de existir en los archivos del Departamento de Justicia, pues yo lo ví transcrito en una carta que mi hija Lucía recibió de dicha oficina. También es un hecho que mi larga prisión ha afectado mi vista, y que se han desarrollado cataratas en mis dos ojos, conforme a las declaraciones hechas por el oculista de la prisión y por un experto que vino expresamente a examinar mis ojos, y que la pérdida total de mi vista es sólo cuestión de corto tiempo. Es un hecho, igualmente, que estoy sufriendo de una peligrosa enfermedad en los órganos respiratorios, la cual me hace tocer continuamente, y aun escupir sangre, y que me tiene constantemente en un estado de fiebre y nerviosidad, con jaquecas y perpetuos dolores, ya en el corazón o en el pulmón izquierdo. Sin embargo, el Departamento de Justicia declara que estoy en buena salud, y esto, cuando estoy constantemente perdiendo de peso. Me aconsejas, mi querido hermano Gus, que tenga mejor cuidado de mí mismo; soy un prisionero; no puedo hacer lo que deseo, sino lo que es preciso hacer; no estoy libre para arreglar mi vida con el fin de mejorar mi vitalidad decayente. Me lamento, y es natural lamentarse; pues, ¿cómo puedo dejar de lamentarme cuando se niegan mis males, aunque sienta yo sus dolores? Si estuviera en buena salud, no me lamentaría, aunque supiera que este era mi último día; no me lamentaría, ¡ay!; tal vez me sentiría felíz: ¡la muerte es tan dulce para el que sufre! Pero cuando la ceguera, lenta pero inflexiblemente, me está invadiendo - no puedo escribir sino con la ayuda de un lente poderoso - y la diabetes destruye mi débil organismo; cuando la tuberculosis me acecha - si es que no la tengo ya - y no hay delante de mí más que la obscuridad y un catre de hospital en donde amontonar por meses, tal vez por años, mi cuerpo adolorido, el lamentarse es sólo humano mi querido Gus. Esa cierto que puedo ser libertado en una noche, y de esta manera terminarían mis lamentos. Lo único que el señor Daugherty quiere, para que se me abran estas puertas, es un arrepentimiento, que convenga yo en haber cometido una felonía y estar triste por ello... Pero no me entristezco por haber hecho lo que hice; hice lo que he hecho toda mi vida, y por lo cual los grillos se han enterrado profundamente en mi carne desde mi temprana juventud, arrojar mi brazo entre el débil y el fuerte en un esfuerzo para detener la injusticia. No estoy triste por haber hecho esto, pues creo que es deber de todo hombre y mujer luchar contra lo que puede ser perjudicial al bienestar de las especies, y la injusticia es perjudicial, la injusticia degenera la raza, la injusticia nos rebaja al nivel del bruto ... Si no hubiera injusticia en la Tierra, no sería yo un rebelde; pero mientras haya lágrimas y tristeza y angustia causados por la injusticia, mi alma no puede estar en paz. Sé demasiado bien lo que es el sufrimiento para no sufrir con el que sufre; a la vista del sufrimiento no puedo sentarme y con un encogimiento de hombros exclamar: ¡oh, qué terrible! pero demos gracias de que no está peor... No puedo hacer esto; tengo que investigar de dónde proviene; necesito ir a la raíz del mal para ver quién es el responsable de que los niños lloran pidiendo leche; a quien hay que culpar por la presencia de las mujeres que compran una pieza de pan amargo a costa de su vergüenza; de quién es la mano que arranca del pecho maternal a la juventud de la nación para ser asesinada en defensa de intereses que no son los suyos; por qué los actuales productores de la riqueza social viven llenos de necesidades, mientras que un puñado de amos, que no hace nada útil, gozan de comodidad y felicidad, y por qué hay una cosa que se llama crimen. Y encuentro que las fuerzas de la injusticia cometen todos estos males y no puedo estar en paz; tengo que protestar. Por haber lanzado mi protesta estoy aquí esperando una muerte lenta y penosa.

¡Adios mis queridos Gus y Thomas! Sírvanse perdonarme por haber tardado tanto en contestar sus cartas. Den mis mejores recuerdos a todos los camaradas y reciban un fuerte abrazo de su hermano.

Ricardo Flores Magón


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