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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Marzo 16 de 1922.

Señorita Erma Barsky.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Recibí tu tarjeta postal y la carta del señor Weinberger, quien bondadosamente me informa que mi caso, por falta de recomendaciones apropiadas, no puede llevarse ante la consideración del Presidente, según aviso que recibió del Departamento de Justicia. Esas recomendaciones, tan extraño parecerá al común de los mortales, no se refieren a los progresos de mi enfermedad, ni a la flagrante violación de la más rudimentaria justicia cometida por el juez de mi causa, ni a los seres vivientes que dependen de mí, nada, en fin, que pudiera hacer un llamamiento al corazón y a la conciencia del ser humano.

Las recomendaciones que los oficiales del gobierno estiman de gran importancia, son aquellas que el juez y el Procurador de Distrito pudieran hacer, las que en mi caso, me fueron adversas. El juez no podía confesar que había obrado con prevención en mi caso, y el Procurador de Distrito encontró penoso referir que su celo en obtener para mí el máximo de la pena, fue impulsado por el inmoderado deseo de conseguir un ascenso.

Te suplico, mi buena camarada, que digas al señor Weinberger que recibí su carta y que aprecio sus esfuerzos para obtener mi libertad, y su bondad en tenerme bien informado de sus actividades en mi favor. Ahora va a Washington; creo, sin embargo, que mi caso es desesperado. Los intereses humanos no tienen nada que ver con los oficiales del gobierno; los oficiales del gobierno son parte de una enorme máquina que no tiene corazón, ni nervios, ni conciencia. La máquina gubernamental nunca dará oído a mis sufrimientos. ¿Que estoy cegando? La máquina dirá con un encogimiento de hombros: Tanto peor para él ¿Que moriré aquí? Bien, dirá la máquina, habrá espacio suficiente en el cementerio de la prisión para acomodar su cuerpo. ¿Que mis seres amados morirán de hambre? No serán ellos los únicos que mueran de hambre bajo el sol, será su respuesta. Lo esencial para que esta máquina tome un caso en consideración, no son motivos éticos. La conveniencia y no la justicia, es la llave que abre las puertas de la prisión. Sin embargo, es en nombre de la justicia que ella obra ... Su arrogancia causaría risa si no hubiese tragedia en ella. Porque nada fructuoso, noble o grande resultará nunca de la conveniencia cubierta con el manto de la justicia. Es el lobo bajo la piel del cordero. Es el crimen paseando con paso majestuoso, inevitable por no ser reconocible, y mucho más peligroso por presentar un aspecto de dignidad y decencia. Por eso es que en nombre de la justicia se perpetran los crímenes más salvajes y que más sublevan. ¿No fue en nombre de la justicia que los representantes oficiales de las más avanzadas naciones del mundo empujaron a sus pueblos a degollarse mutuamente? Y sabiendo esto, ¿cómo podía yo abrigar algunas esperanzas de que los oficiales del gobierno se conmoviesen alguna vez de mis tormentos? He sido cogido por el formidable mecanismo de una máquina monstruosa, y mis carnes pueden desgarrarse en tiras, mis huesos ser aplastados y mis lamentos llenar el espacio y hacer estremecer al mismo innfinito; pero la máquina no se detendrá, y seguirá triturando, triturando, triturando ... Si yo tuviese un amigo con influencia política, es decir, una pieza de esa aterradora máquina, sería puesto en libertad, aún cuando hubiese pisoteado uno o todos los Diez Mandamientos, pero no tengo ninguno, y por razón de la conveniencia debo podrirme y morir encerrado, como bestia salvaje, en una jaula de fierro.

Mi crimen es de aquellos que no tienen expiación. ¿Asesinato? No, no fue asesinato; la vida humana vale poco ante los ojos de la máquina, y, por lo mismo, un asesino consigue su libertad fácilmente; o si él ha matado al por mayor, nunca habitará una celda con rejas de fierro, sino que será cargado con cruces de honor y medallas. ¿Estafa? No; si este fuese el caso, habría sido nombrado presidente de alguna gran corporación. No he matado, no he robado, no he explotado a las mujeres, no he hecho derramar lágrimas a mis semejantes, ni una gota de sudor, ni una de sangre. Soy un soñador: ¡este es mi crimen! He soñado con la belleza y encuentro placer en compartir mis sueños con mis semejantes. Este es mi crimen; por esto he sido tildado como un felón y arrojado a este infierno, en donde la obscuridad comienza a envolverme antes de morir.

Con todo, mi sueño de belleza y mis queridas visiones de una humanidad viviendo en paz, amor y libertad, sueños y visiones que la máquina detesta, no morirán conmigo. Mientras haya sobre nuestra Tierra un corazón adolorido o un ojo lleno de lágrimas, ¡mis sueños y mis visiones tendrán que vivir!

Y ahora, ¡adiós, mi querida Erma! Recibí los dulces anteanoche: estaban delicados, exquisitos. Gracias, muchas gracias.

Esta noche recibí una hermosísima carta de nuestra querida Elena. Le escribiré la semana entrante. Mientras tanto dale mi cariño, así como a todos los demás camaradas, y que espero lo aceptarán como la única cosa que puede dar un cautivo.

Ricardo Flores Magón


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