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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Septiembre 19 de 1921.

Señorita Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Ya había perdido la esperanza de recibir a tiempo tus queridas letras cuando me entregaron tu carta hermosa, dulce y animadora, de 13 del corriente. Apresuradamente abrí el sobre, cuyo voluminoso aspecto me llenó de promesas, y encontré en él los pétalos dispersos de lo que en vida fue una rosa; un poema magnífico de un poeta magnífico y una serie de fotografías del Niágara y sus cercanías, de las cuales la más hermosa es la que representa a la montaña nevada, a la cual subiste una vez ... y esto porque te veo en su cima blanca y fría.

No me cansas en lo más mínimo con tus preguntas, mi buena Elena; pero lo que te diré sobre el tema que tocas es tan elemental, que temo cansarte, mi habilidosa camarada. Cuando hablé del sindicalismo, quise decir el sindicalismo revolucionario, es decir, la unión de los trabajadores que en la actualidad tienen por objeto la derrocación del sistema capitalista por la acción directa. Este sindicalismo es el que debemos ayudar para hacerlo fuerte. Respecto a las uniones de la Federación Americana del Trabajo, debemos persistentemente demostrar a sus miembros la necesidad de adoptar los nuevos ideales y las nuevas tácticas que demandan las condiciones presentes. No debemos dejarlos solos: debemos propagar entre ellos nuestros ideales, si no queremos correr el riesgo de verlos unidos al enemigo en un momento de crisis. Esto es lo más que podemos hacer con las uniones obreras del tipo de la Federación Americana del Trabajo: propagar nuestros ideales entre sus miembros para que al menos no estén en contra de su propia clase cuando las circunstancias orillen a cada uno a tomar partido. Es cierto y muy cierto que el sindicalismo que tenemos aquí, en este país, ha degenerado; pero es el único que tenemos y con el cual estamos obligados a tratar con realidades, con lo que es y no con lo que pudiese ser. Si pudieramos transformar de la noche a la mañana las uniones obreras en uniones de conciencia revolucionaria, pondríamos todas nuestras energías en esa obra, pero no lo podemos hacer; necesitariamos años, y años y años para llevar a cabo la tremenda obra, y los acontecimientos y los fenómenos de la vida social no detendrán su vertiginosa lucha para darnos tiempo a perfeccionar y aceitar la maquinaria que intentamos usar en un futuro que tal vez está de nosotros más cerca de lo que soñamos. Por lo tanto, bajo estas circunstancias no debemos poner obstáculos a la minoría sindicalista; no debemos dejar sola a esa minoría para dedicar todo nuestro tiempo a catequizar a las uniones obreras, a fin de que la crisis que se aproxima no nos sorprenda enseñando el A, B, C de los derechos sociales a la aristocracia del trabajo. Por supuesto debemos enseñarles el A, B, C; pero sin descuidar la tarea principal: la de hacer del sindicalismo la organización obrera más revolucionaria. Tuviéramos veinte, treinta, cuarenta años ante nosotros para trabajar en la asombrosa transformación de las uniones obreras en sindicalistas revolucionarios conscientes de clase, podíamos intentarlo y saldríamos triunfantes; pero cuando no hay tiempo qué perder, cuando la crisis puede comenzar en cualquier momento, el mes entrante, o el año próximo, o a lo sumo dentro de los próximos cinco años, debemos trabajar con el mejor instrumento o el menos dañado que tengamos a la mano, para hacer frente a los acontecimientos que vengan, y en nuestro caso, el instrumento menos dañado es la sombra del sindicalismo que vegeta en el olvido a nuestro rededor. Vigoricemos esa sombra; no tenemos tiempo para construir nuevas armas.

No sé si habré podido contestar a tus preguntas, querida Elena, y en caso negativo, dímelo, que no me fatiga complacerte, aunque temo cansarte con esta pobre deliberación mía.

Escribiré a nuestra Erma esta semana, y ahora termino la presente enviándote mi cariño de camarada.

Ricardo Flores Magón


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